Los robots del amanecer (44 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

—¿Es posible que ese punto concreto de la investigación a que se refiere sea la construcción de un robot humaniforme? Amadiro parpadeó antes de responder.

—Sí, es evidente, ¿verdad? Hace ya veintiséis años que el nuevo sistema matemático de Fastolfe, que él denomina «análisis interseccional», hizo posible el diseño de robots humaniformes. Sin embargo, Fastolfe guardó en secreto su sistema. Años después, cuando se hubieron resuelto todos los detalles y dificultades técnicas, él y el doctor Sarton aplicaron la teoría al diseño de Daneel. Después, Fastolfe completó él solo a Jander. Sin embargo, todos los detalles al respecto se mantuvieron también en secreto.

»La mayoría de roboticistas se encogió de hombros y lo consideró natural. Lo único que podían hacer era intentar, individualmente, descubrir los detalles por sí solos. Yo, por el contrario, pensé en la posibilidad de un Instituto en el que los esfuerzos individuales pudieran mancomunarse. No resultó fácil convencer a los roboticistas de la utilidad del plan, ni persuadir a la Asamblea Legislativa de que concediera fondos para el mismo ante la gran oposición de Fastolfe, ni perseverar a lo largo de años de esfuerzo, pero aquí estamos.

—¿Por qué se oponía el doctor Fastolfe? —preguntó Baley.

—Para empezar, por mero egoísmo. No es que considere eso un delito, compréndame. Todos tenemos un sentimiento egoísta muy natural, pues forma parte del indivualismo. Lo malo es que Fastolfe se cree el mayor roboticista de la historia y considera al robot humaniforme como un logro propio, individual, que no desea ver reproducido por un grupo de roboticistas que, en comparación con él, no son brillantes individualmente. Imagino que consideraba el proyecto como una conspiración de mediocres para diluir y restar importancia a su gran logro personal.

—Cuando ha mencionado el egoísmo, ha dicho «para empezar». Eso significa que existen otros motivos. ¿Cuáles son?

—También se opone a la utilización que proyectamos dar a los robots humaniformes.

—¿Qué utilización es ésa, doctor Amadiro?

—Vamos, vamos, no sea tan ingenuo, señor Baley. Seguramente, el doctor Fastolfe le habrá hablado de los planes globalistas para la colonización de la galaxia, ¿verdad?

—En efecto, lo ha mencionado. Por cierto que también la doctora Vasilia me ha explicado las dificultades del avance científico entre los individualistas, pero eso no significa que no desee escuchar su opinión sobre el tema, doctor Amadiro. Es más, debería usted exponerla. Por ejemplo, ¿prefiere verme aceptar la interpretación del doctor Fastolfe acerca de los planes globalistas como imparcial y ponderada, y que así conste en la grabación, o considera más conveniente explicarme sus proyectos con sus propias palabras?

—Expresado de ese modo, señor Baley, no parece dejarme elección.

—Esa es mi intención, doctor Amadiro.

—Muy bien. Yo, o debería decir nosotros, pues los miembros del Instituto compartimos la misma opinión en este punto, tenemos la mirada puesta en el futuro y deseamos ver a la humanidad colonizar más y más nuevos planetas. Sin embargo, no deseamos que el proceso de autoselección destruya los planetas antiguos o los reduzca a un estado moribundo, como es el caso, perdóneme, de la Tierra. No queremos que los nuevos planetas se lleven a los mejores hombres y nos dejen con los menos útiles. Lo entiende usted, ¿verdad?

—Siga, por favor.

—En toda sociedad robotizada, como es la nuestra, la solución más sencilla es enviar robots como colonizadores. Los robots construirán la sociedad y el nuevo mundo de modo que después podamos seguirles sin efectuar selecciones previas, pues ese nuevo mundo será tan cómodo y tan adaptado a nosotros como el antiguo. Será, por decirlo así, como cambiar de mundo sin salir de casa.

—¿Y no es posible que los robots creen mundos para robots, en lugar de mundos para humanos?

—Exacto, eso es lo que puede suceder si enviamos robots que no sean más que robots. Sin embargo, tenemos la posibilidad de enviar robots humaniformes como Daneel que, al crear mundos para ellos mismos, los estarán creando automá-ticamente para nosotros. El doctor Fastolfe, en cambio, se opone a ello. Considera positiva la idea de que los seres humanos tengan que transformar con sus manos un planeta extraño y hostil en un nuevo mundo, y no tiene en cuenta que el esfuerzo para conseguirlo no sólo representaría un enorme costo en vidas humanas, sino que también tendría por resultado un mundo moldeado por acontecimientos catas-tróficos, que no se parecería en nada a los mundos que conocemos.

—¿Igual que los mundos espaciales son hoy día diferentes de la Tierra y distintos entre sí?

Amadiro perdió por un instante su aire de jovialidad y pareció pensativo.

—Verdaderamente, señor Baley, acaba de tocar un punto muy importante. Sólo estoy hablando de Aurora. Los mundos espaciales difieren, es cierto, unos de otros, y yo no soy muy partidario de muchos de ellos. Para mí es evidente, aunque puede que no sea del todo imparcial, que Aurora, el más antiguo de los mundos espaciales, es también el mejor y el de más éxito. No deseo un montón de nuevos mundos entre los cuales sólo unos pocos sean realmente valiosos. Yo quiero muchas Auroras, millones de Auroras, y por eso deseo esculpir los nuevos mundos según el modelo de Aurora antes de que los seres humanos lleguen a ellos. Esa es, precisamente, la razón de que nos denominemos «globalistas». Nosotros nos ocupamos de este «globo» nuestro, Aurora, y de ningún otro.

—¿No da usted valor a la variedad, doctor Amadiro?

—Si la variedad representara ventajas similares, quizá merecería la pena, pero si unos mundos, o la mayoría de ellos, quedaran en condiciones inferiores, ¿beneficiaría eso a la humanidad?

—¿Cuándo piensan emprender esta tarea de colonización?

—Cuando tengamos los robots humaniformes con que ponernos a trabajar. Hasta ahora, existían los dos del doctor Fastolfe, uno de los cuales ha sido destruido por él, dejando a Daneel como espécimen único —sus ojos miraron por un instante a Daneel mientras hablaba.

—¿Cuándo podrán tener robots humaniformes?

—Es difícil responder a eso. Todavía no hemos alcanzado el nivel del doctor Fastolfe.

—¿Pese a que él trabaja solo y ustedes son muchos, doctor Amadiro?

El maestro roboticista movió ligeramente los hombros.

—No malgaste su sarcasmo, señor Baley. Fastolfe nos llevaba mucha ventaja desde un principio y, aunque el embrión del Instituto existe desde hace mucho tiempo, sólo llevamos dos años trabajando a pleno rendimiento. Además, precisa-mos no sólo ponernos a la altura de Fastolfe, sino superarle. Daneel es un buen producto, pero no es más que un prototipo y debe ser perfeccionado.

—¿En qué aspectos deben mejorarse los robots humaniformes?

—Tienen que ser más humanos aún, evidentemente. Debe haberlos de ambos sexos y debe existir el equivalente a los niños. Hemos de tener diversas generaciones si queremos construir una sociedad suficientemente humana en esos planetas.

—Creo apreciar algunas dificultades, doctor Amadiro.

—No lo dudo, pues hay muchas. ¿Qué dificultades prevé usted, señor Baley?

—Si produce robots tan humaniformes que sean capaces de reproducir una sociedad humana, y si son producidos con un abanico generacional en ambos sexos, ¿cómo podrá distinguirlos de los seres humanos?

—¿Importará mucho eso?

—Quizá. Si tales robots son demasiado humanos, pueden mezclarse en la sociedad aurorana y convertirse en parte integrante de los grupos familiares humanos. Eso puede hacerles inadecuados para servir como pioneros.

—Es evidente que esa idea se le ha ocurrido a usted a la vista de la relación de Gladia Delmarre con Jander —dijo Amadiro con una carcajada—. Ya ve, estoy informado de algunas cosas de su entrevista con esa mujer gracias a mis conversaciones con Gremionis y con la doctora Vasilia. Le recuerdo que Gladia es de Solaria y que su idea de lo que es un marido no es necesariamente aurorana.

—No pensaba en ella en particular. Pensaba que en Aurora la cuestión sexual se interpreta de manera muy abierta, y que los robots son tolerados como compañeros sexuales incluso en la actualidad, cuando son sólo aproximadamente humaniformes. Si de verdad llega un día en que no puede diferenciarse un robot de un ser humano...

—Está la cuestión de la descendencia. Los robots no pueden ser padres ni madres.

—Eso nos lleva a otra cuestión. Los robots tendrán una vida muy prolongada, ya que la construcción adecuada de la sociedad puede llevar siglos.

—Tendrán que ser longevos en todo caso, si han de parecerse a los auroranos.

—¿Y los niños? ¿También serán longevos? Amadiro no respondió. Baley prosiguió:

—Serán niños robots artificiales que no se harán nunca mayores, que nunca alcanzarán la madurez. Seguramente, eso creará un elemento suficientemente no humano para poner en duda la naturaleza de la sociedad.

—Es usted perspicaz —suspiró Amadiro—. De hecho, tenemos intención de diseñar algún sistema por el cual los robots puedan producir bebés que, de algún modo, crezcan y maduren... Al menos, lo suficiente para establecer la sociedad que deseamos.

—Y después, cuando lleguen los seres humanos, podrán retocarse los robots para introducir esquemas de conducta más robóticos.

—Puede ser... Parece aconsejable.

—¿Y esa producción de bebés? Evidentemente, lo mejor sería que el sistema utilizado fuera lo más parecido posible al humano, ¿no le parece?

—Es posible.

—¿Acto sexual, fecundación, parto?

—Es posible.

—Y si estos robots forman una sociedad tan humana que no pueden distinguirse de los humanos, ¿no podría suceder que, cuando llegaran los verdaderos seres humanos, los robots se mostraran disconformes con los inmigrantes e intentaran impedir su asentamiento? ¿No sería posible que los robots reaccionaran ante los auroranos igual que ustedes lo hacen ante los terrícolas?

—Señor Baley, los robots todavía estarán sometidos a las Tres Leyes de la robótica.

—Las Tres Leyes hablan de no causar daño a los seres humanos y de obedecerles.

—Exactamente.

—¿Y si esos robots tan parecidos a los seres humanos se consideran a sí mismos como tales seres humanos a los que hay que proteger y obedecer? Podrían perfectamente considerarse por encima de los inmigrantes...

—Mi buen señor Baley, ¿por qué le preocupan tanto todas esas cosas? Estamos hablando de un futuro muy lejano. Conforme progresemos en el tiempo y comprendamos, mediante la observación, cuáles son realmente los problemas, iremos encontrándoles solución.

—Puede, doctor Amadiro, que los auroranos no aprueben sus proyectos una vez comprendan de qué se trata. Quizá se inclinen por las opiniones del doctor Fastolfe.

—¿De veras? Fastolfe opina que, si los auroranos no pueden colonizar nuevos planetas directamente y sin ayuda de robots, quizá pueda estimularse a la gente de la Tierra a que lo haga.

—Me parece que eso tiene bastante sentido —afirmó Baley.

—¡Porque es usted terrícola, mi buen Baley! Le aseguro que a los auroranos no les hará ninguna gracia que los terrícolas conviertan otros mundos en hormigueros, construyan nuevas colmenas humanas y formen alguna especie de imperio galáctico de billones y billones de personas... ¿reduciendo los mundos espaciales a qué? A la insignificancia, por lo menos, si no a la extinción total.

—Pero la alternativa a eso son los mundos de robots humaniformes que construirían sus sociedades casi humanas sin permitir que hubiera ningún ser humano de verdad entre ellos. Gradualmente, esos robots desarrollarían un imperio galáctico de robots, reduciendo los mundos espaciales a la insignificancia, por lo menos, si no a la extinción total. Seguramente, los auroranos preferirían un imperio galáctico humano a uno robótico.

—¿Qué le hace estar tan seguro de ello, señor Baley?

—La forma que adopta actualmente su sociedad. Cuando venía hacia Aurora, alguien me dijo que en este planeta no había diferencias entre robots y seres humanos, pero evidentemente eso no es cierto. Quizá sea un anhelo ideal que los auroranos creen haber alcanzado, pero se equivocan.

—¿Cuánto tiempo lleva usted aquí, dos días quizá? ¿Y ya es usted capaz de afirmarlo?

—Sí, doctor Amadiro. Quizá precisamente por ser extranjero pueda apreciarlo con más claridad, pues no me ciegan las costumbres o los ideales. A los robots no se les permite el acceso a los Personales, y ésa es una clara distinción. Ello permite a los humanos encontrar un lugar donde sólo pueden estar los de su especie. Por otro lado, usted y yo estamos aquí sentados cómodamente, mientras que los robots permanecen de pie en sus nichos, como puede apreciar —Baley hizo un gesto con la mano en dirección a Daneel—, y eso constituye otra diferencia. Creo que los seres humanos, incluso los auroranos, siempre se inclinarán a establecer diferencias y a preservar su propia esencia humana.

—Asombroso, señor Baley.

—En absoluto, doctor Amadiro. Ha perdido usted. Incluso si logra imponer entre la mayoría de los auroranos su opinión de que el doctor Fastolfe destruyó a Jander, incluso si logra que la Asamblea Legislativa y el pueblo de Aurora aprueben su proyecto de colonización mediante robots, no habrá conseguido más que ganar tiempo. En cuanto los auroranos comprendan lo que el proyecto representa, se volverán contra usted. Así pues, sería mejor que pusiera término a esa campaña contra el doctor Fastolfe y se reuniera con él para elaborar algún acuerdo por el que la colonización de nuevos mundos por parte de los terrícolas se lleve a cabo de modo que no represente una amenaza para Aurora ni para los mundos espaciales en general.

—Asombroso, señor Baley —dijo Amadiro por segunda vez.

—No tiene otra opción —añadió Baley con voz neutra. Sin embargo, Amadiro replicó con aire divertido y pausado:

—Cuando digo que sus observaciones son asombrosas, no me refiero al contenido de las mismas, sino al mero hecho de que las formule, y de que realmente crea que tienen algún valor.

56

Amadiro alargó la mano, cogió la última pasta de la bandeja y se llevó la mitad a la boca, disfrutando visiblemente de ella bajo la mirada de Baley.

—Excelente —dijo Amadiro—, pero creo que me gusta demasiado comer. ¿Qué estaba diciendo? ¡Ah, sí! Señor Baley, ¿cree que ha descubierto usted algún secreto? ¿Que me ha dicho algo que no se supiera ya en nuestro mundo? ¿De verdad cree que mis planes son un peligro, pero que los divulgo al primero que se presenta? Imagino que estará usted pensando que, si hablo el tiempo suficiente, acabaré cometiendo algún desliz y podrá usted sacar provecho de ello. Tenga la seguridad de que no es probable que eso ocurra. Mis proyectos de robots todavía más humanos, de familias de robots y de una cultura lo más humana posible para ellos ya están expuestos públicamente. La Asamblea Legislativa tiene acceso a ellos, y también están al alcance de todo el que se interese por ellos.

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