Los robots del amanecer (5 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Mientras contemplaba su atavío, pensó que debería sentirse incómodamente enfundado, incómodamente acalorado, e incómodamente sudoroso. Pero no era así. Con enorme alivio, se dio cuenta de que no sudaba en absoluto.

Hizo la única deducción razonable. Preguntó al robot que le había acompañado a la nave y aún estaba con él:

—Muchacho, ¿esta ropa tiene control de temperatura? El robot contestó:

—Por supuesto, seflor. Es ropa de todo tiempo y es muy apreciada. Además, es sumamente cara. Muy pocos en Aurora pueden permitirse el lujo de llevarla.

—¿De veras? ¡Jehoshaphat!

Baley miró atentamente al robot. Parecía un modelo bastante primitivo, no muy distinto de los terrestres. Sin embargo, tenía una cierta sutileza de expresión que los modelos de la Tierra no poseían. Por ejemplo, podía cambiar de expresión de un modo limitado. Había sonreído muy ligeramente al indicarle que muy pocos en Aurora podían ir vestidos como él.

La estructura de su cuerpo se asemejaba al metal, pero tenía el aspecto de algo tejido, algo que cambiaba ligeramente con el movimiento, algo con colores que casaban y contrastaban de forma agradable. En resumen, a no ser que uno lo mirara atenta y minuciosamente, y aunque se advertía que no era humaniforme, parecía ir vestido.

Baley preguntó:

—¿Cómo debo llamarte, muchacho?

—Soy Giskard, señor.

—¿R. Giskard?

—Si lo prefiere, señor.

—¿Tenéis biblioteca en esta nave?

—Sí, señor.

—¿Puedes traerme películas-libro sobre Aurora?

—¿De qué clase, señor?

—Historia, política, ciencia, geografía, cualquier cosa que me informe sobre el planeta.

—Sí, señor.

—Y una pantalla.

—Sí, señor.

El robot salió por la puerta doble y Baley asintió sombríamente para sí. En su viaje a Solaria, ni siquiera se le había ocurrido aprovechar el tiempo que duraba la travesía espacial para aprender algo útil. Había progresado un poco en los últimos dos años.

Intentó abrir la puerta por donde el robot acababa de salir. Estaba asegurada y no cedió. Lo contrario le habría sorprendido enormemente.

Examinó la habitación. Había una pantalla de hiperondas. Tocó los mandos por simple curiosidad, recibió una descarga de música, consiguió bajar el volumen al cabo de unos momentos, y escuchó con desaprobación. Estridente y discordante. Los instrumentos de la orquesta parecían vagamente distorsionados.

Tocó otros contactos y finalmente logró cambiar el programa. Lo que vio fue un partido de fútbol espacial que, sin duda alguna, se jugaba en condiciones de gravedad cero. La pelota volaba en línea recta y los jugadores (demasiados en cada equipo; con unas aletas en los hombros, los codos, y las rodillas, que debían de servir para controlar el movimiento) planeaban con gracia y precisión. Los inusitados movimientos hicieron que Baley se sintiera mareado. Se inclinó hacia delante y acababa de encontrar y pulsar el botón para desconectar el aparato cuando oyó que la puerta se abría a sus espaldas.

Se volvió y, como esperaba ver a R. Giskard, al principio sólo fue consciente de que entraba alguien que no era R. Giskard. Tuvo que parpadear una o dos veces para darse cuenta de que estaba viendo una forma enteramente humana, con una ancha cara de pómulos altos y un corto cabello color bronce peinado hacia atrás, alguien vestido con una ropa de corte clásico y esquema cromático tradicional.

—¡Jehoshaphat! —exclamó Baley con voz casi estrangulada.

—Compañero Elijah —dijo el otro, dando un paso adelante, con una leve sonrisa en los labios.

—¡Daneel! —exclamó Baley, lanzando los brazos alrededor del robot y estrechándolo fuertemente—. ¡Daneel!

7

Baley siguió abrazando a Daneel, el único objeto familiar inesperado de la nave, el único vínculo fuerte con el pasado. Se agarró a Daneel en una explosión de alivio y afecto.

Y luego, poco a poco, ordenó sus pensamientos y comprendió que no estaba abrazando a Daneel sino a R. Daneel, el robot Daneel Olivaw. Estaba abrazando a un robot y el robot le asía ligeramente, dejándose abrazar, estimando que la acción daba placer a un ser humano y tolerando esa acción porque los potenciales positrónicos de su cerebro le impedían rechazar el abrazo y causar de este modo una decepción al ser humano.

La insuperable Primera Ley de la Robótica establece: «Un robot no debe dañar a un ser humano...» y rechazar un gesto amistoso le dañaría.

Lentamente, a fin de no revelar su propia turbación, Baley puso fin al abrazo. Incluso dio un último apretón a los brazos del robot, con objeto de no crear una situación incómoda.

—No te veía, Daneel —dijo Baley—, desde que llevaste aquella nave a la Tierra con los dos matemáticos. ¿Recuerdas?

—Naturalmente, compañero Elijah. Es un placer verte.

—Sientes emoción, ¿verdad? —preguntó Baley con ligereza.

—No puedo expresar lo que siento en un sentido humano, compañero Elijah. Sin embargo, te diré que el verte hace que mis pensamientos fluyan más fácilmente, y la fuerza gravitacional de mi cuerpo parece asaltar mis sentidos con menos insistencia, y que hay otros cambios que no sé identificar. Me imagino que lo que siento corresponde aproximadamente a lo que tú puedes sentir cuando estás complacido.

Baley asintió.

—Sea lo que sea lo que sientas al verme, viejo compañero, si es preferible al estado en que te encuentras cuando no me ves, me doy por satisfecho... si es que entiendes lo que quiero decir. Pero ¿a qué se debe que estés aquí?

—Habiéndome informado Giskard Reventlov de que estabas... —R. Daneel hizo una pausa.

—¿Purificado? —preguntó Baley con sarcasmo.

—Desinfectado —dijo R. Daneel—. He considerado que ya podía entrar.

—Pero tú no temes a las infecciones, ¿verdad?

—En absoluto, compañero Elijah, pero los demás no me habrían permitido acercarme a ellos de no hacerlo así. Los auroranos son muy sensibles a toda posibilidad de infección, a veces hasta un punto que va más allá del cálculo racional de las probabilidades.

—Lo comprendo, pero no te preguntaba por qué estabas aquí en este momento. Lo que quiero saber es por qué estás en la nave.

—El doctor Fastolfe, de cuyo establecimiento formo parte, me ordenó embarcar en la nave que habían enviado a recogerte por varias razones. Le pareció conveniente que te pusiera al tanto de lo que, según sus propias palabras, sería una misión difícil para ti.

—Una idea muy considerada por su parte. Se lo agradezco.

R. Daneel inclinó gravemente la cabeza en señal de reconocimiento.

—El doctor Fastolfe también pensó que el encuentro me proporcionaría —el robot hizo una pausa— sensaciones apropiadas.

—Placer, querrás decir, Daneel.

—Ya que se me permite usar ese término, sí. Y la tercera razón, y más importante...

En ese momento se abrió nuevamente la puerta y R. Giskard entró en la habitación.

Baley volvió la cabeza hacia él y sintió una oleada de desagrado. Un vistazo era suficiente para identificar a R. Giskard como un robot y su presencia subrayaba, de algún modo, el robotismo de Daneel (R. Daneel, volvió a pensar súbitamente Baley), a pesar de que Daneel fuese muy superior al otro. Baley no quería que nada ni nadie subrayara el robotismo de Daneel; no quería verse humillado por su incapacidad para considerar a Daneel como otra cosa que no fuera un ser humano con una forma de hablar un poco ampulosa.

Preguntó con impaciencia:

—¿Qué hay, muchacho?

R. Giskard dijo:

—He traído las peliculas-libro que usted quería ver, señor, y la pantalla.

—Pues déjalas por ahí. En cualquier sitio... Y no necesitas quedarte. Daneel estará aquí conmigo.

—Sí, señor. —Los ojos del robot (ligeramente brillantes, observó Baley, a diferencia de los de Daneel) se volvieron un instante hacia R. Daneel, como si solicitara órdenes de un ser superior.

R. Daneel dijo con calma:

—Será conveniente, amigo Giskard, que permanezcas fuera, junto a la puerta.

—Así lo haré, amigo Daneel —repuso R. Giskard. Salió y Baley preguntó con cierto descontento:

—¿Por qué tiene que quedarse junto a la puerta? ¿Es que soy un prisionero?

—En el sentido —contestó R. Daneel— de que no te sería permitido mezclarte con la tripulación de la nave en el curso de este viaje, lamento verme obligado a decir que efectivamente eres un prisionero. Sin embargo, ésta no es la razón de la presencia de Giskard. Y en este punto debería decirte que sería aconsejable, compañero Elijah, que no te dirigieras a Giskard, ni a ningún otro robot, como «muchacho».

Baley frunció el ceño.

—¿Se siente ofendido por la expresión?

—Giskard no se siente ofendido por ninguna acción de un ser humano. Es simplemente que «muchacho» no es un término habitual para interpelar a los robots en Aurora, y sería desaconsejable crear fricciones con los auroranos recalcando inintencionadamente tu lugar de origen a través de costumbres dialécticas que no son esenciales.

—Entonces, ¿cómo debo llamarlo?

—Como me llamas a mí; usando su nombre de identificación aceptado. Es decir, al fin y al cabo, un simple sonido que indica a la persona determinada a la que te diriges. Y ¿por qué va a ser un sonido preferible a otro? Es una mera cuestión convencional. Y también es costumbre en Aurora integrar a un robot en el género masculino, o a veces en el femenino, más que en el neutro. Además, tampoco es costumbre en Aurora utilizar la inicial «R.», excepto en circunstancias especiales en las que es apropiado el nombre completo del robot... e, incluso entonces, hoy en día suele suprimirse la inicial.

—En ese caso... Daneel —Baley reprimió el súbito impulso de decir «R. Daneel»)—, ¿cómo distinguís entre robots y seres humanos?

—La distinción suele ser evidente por sí misma, compañero Elijah. No hay necesidad de recalcarla innecesariamente. Al menos éste es el punto de vista aurorano y, ya que has pedido películas de Aurora a Giskard, deduzco que deseas familiarizarte con las cosas auroranas como ayuda para la labor que has emprendido.

—La labor que me han endosado, sí. ¿Y si la distinción entre robot y ser humano no es evidente por sí misma, Daneel, como en tu caso?

—Entonces, ¿por qué hacer esa distinción, a menos que la situación sea tal que resulte esencial hacerla?

Baley respiró profundamente. Iba a ser difícil adaptarse a aquella pretensión aurorana de que los robots no existían. Dijo:

—Pero entonces, si Giskard no está aquí para mantenerme prisionero, ¿qué hace junto a la puerta?

—Estas fueron las instrucciones del doctor Fastolfe, compañero Elijah. Giskard debe protegerte.

—¿Protegerme? ¿De qué? ¿O de quién?

—El doctor Fastolfe no fue preciso sobre ese punto, compañero Elijah. Sin embargo, ya que las pasiones humanas están tan exaltadas respecto al asunto de Jander Panell...

—¿Jander Panell?

—El robot a cuya utilidad se puso término.

—En otras palabras, ¿el robot al que mataron?

—Matar, compañero Elijah, es un término que suele aplicarse a los seres humanos.

—Pero en Aurora no hacéis distinciones entre robots y seres humanos, ¿verdad?

—¡En efecto! No obstante, la posibilidad de distinción o falta de distinción en el caso concreto del cese de funcionamiento nunca se ha suscitado... que yo sepa. Ignoro cuáles son las normas.

Baley ponderó el asunto. Era un punto de escasa importancia, una mera cuestión de semántica. Sin embargo, quería sondear la forma de pensar de los auroranos. De lo contrario, no llegaría a ninguna parte.

Dijo con lentitud:

—Un ser humano que funciona está vivo. Si esa vida termina violentamente debido a la acción intencionada de otro ser humano, lo llamamos «asesinato» u «homicidio», «Asesinato» es, por alguna razón, la palabra más fuerte. De pre-senciar, súbitamente, cómo alguien pone un fin violento a la vida de un ser humano, uno gritaría «¡Asesinato!». No es nada probable que gritara «¡Homicidio!». Esta es la palabra más formal, la palabra menos emocional.

R. Daneel dijo:

—No comprendo la distinción que estás haciendo, compañero Elijah. Ya que tanto «asesinato» como «homicidio» se utilizan para representar el fin violento de la vida de un ser humano, las dos palabras deben ser intercambiables. Así pues, ¿dónde está la distinción?

—De las dos palabras, una de ellas helará la sangre de un ser humano más efectivamente que la otra, Dannel.

—¿A qué es debido?

—Connotaciones y asociaciones; el efecto sutil, no de la acepción del diccionario, sino de años de uso; la naturaleza de las frases, circunstancias y acontecimientos en los que uno ha experimentado el uso de una palabra en comparación con el de la otra.

—No hay nada de esto en mi programación —observó Daneel, con un curioso tono de impotencia sobre la aparente falta de emoción con que lo dijo (la misma falta de emoción con que lo decía todo). Baley preguntó:

—¿Querrás fiarte de mi palabra?

Rápidamente, como si acabaran de darle la solución del enigma, Daneel contestó:

—Sin duda alguna.

—Pues bien, entonces, podríamos decir que un robot que funciona está vivo —continuó Baley—. Muchos podrían negarse a ampliar la palabra hasta este punto, pero nosotros tenemos libertad para inventar todas las definiciones que nos convengan. Calificar de vivo a un robot que funciona es fácil; tratar de inventar una palabra nueva para ese estado o evitar el empleo de la conocida sería innecesariamente complicado. Por ejemplo, tú estás vivo, Daneel, ¿verdad?

Daneel contestó, lentamente y con énfasis:

—¡Yo funciono!

—Oh, vamos. Si una ardilla está viva, o un insecto, o un árbol, o una brizna de hierba, ¿por qué no tú? Jamás me acordaría de decir, o de pensar, que yo estoy vivo pero que tú únicamente funcionas, en especial si voy a vivir una temporada en Aurora, donde tendré que esforzarme para no hacer distinciones innecesarias entre un robot y yo mismo. Por lo tanto, te digo que ambos estamos vivos y te pido que te fies de mi palabra.

—Así lo haré, compañero Elijah.

—Y sin embargo, ¿podemos afirmar que poner fin a la vida de un robot por medio de la acción violenta deliberada de un ser humano es también un «asesinato»? No estoy tan seguro. Si el delito es el mismo, el castigo debería ser el mismo, pero ¿estaría eso bien? Si el castigo por asesinar a un ser humano es la muerte, ¿habría que ejecutar a un ser humano que pusiera fin a un robot?

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