Manolito Gafotas (6 page)

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Authors: Elvira Lindo

Tags: #Humor, Infantil y juvenil

—Abuelo, ¿cuántas veces tengo que decirte que a mí el queso de cabrales me recuerda al olor de los vestuarios de mi colegio?

Hasta ahí todo era normal. Mi abuelo me contesta:

—Que no,
atontao
, que te lo has tragado, pardillo, que el de cabrales es para mí y para ti el de colacao con mantequilla.

Mi abuelo me ha gastado esta broma, sin exagerar, unas ciento cincuenta mil quinientas veinticinco veces, pero como está de la próstata no se acuerda y yo tengo que hacer como que la bromita es nueva y decir:

—Menos mal, abuelo, por un momento creí que me tenía que tragar el de cabrales.

A él le hace mucha ilusión que yo me ría con una broma que hacemos un día sí y otro no, como dice mi madre, en días alternos. Hasta ahí todo era normal aquella fría tarde de un invierno gris marengo. Mi abuelo me preguntó:

—¿Tu señorita no será esa chiquita joven de la minifalda roja?

Y yo le contesté:

—Joé, que no, abuelo, mi señorita es esa vieja y despiadada de la falda negra y larga.

—Pues qué mala suerte, Manolito, te acompaño en el sentimiento.

Hasta ahí todo era normal, porque mi abuelo nunca pierde la esperanza de que mi señorita sea esa chiquita joven con minifalda por la que siempre pregunta. Le gustaría acercarse y con la excusa de qué tal va mi nieto en matemáticas invitarla a un café con unos boquerones, que es lo que le gusta tomarse a mi abuelo cuando cobra su pensión. Mi abuelo nunca pierde la esperanza con las chicas. Siempre me dice que yo he salido a él. Es verdad, mira que la Susana me ha dado cortes mortales, pues nada, yo vuelvo a ella como las moscas vuelven a la caca. Y con esto no quiero decir que yo sea una mosca.

Hasta aquí todo era normal. Casi todas las tardes decimos lo mismo, nos reímos de lo mismo y merendamos lo mismo: ¿Y quién tiene la culpa? Nosotros mismos, porque nos gusta escuchar siempre lo mismo, y a quien no le guste, que se vaya a Noruega, como se fue mi tío Nicolás.

Bueno, pues en este momento bastante poco crucial de nuestras vidas viene un tío de tantos que se ven por mi barrio y le dice a mi abuelo que le dé doscientas pesetas. Y mi abuelo le suelta:

—Por las narices te voy a dar yo doscientas pesetas.

Y va el tío y saca una navaja de grandes dimensiones y nos amenaza sin contemplaciones:

—Pues por el morro me vas a dar lo que lleves.

Y nos dijo que tenía el SIDA y que el SIDA iba en la navaja. Mi abuelo, que en cuanto le insistes un poco con una navaja cambia de opinión, dijo:

—Eso está hecho. Manolito, dale a este señor tan amable el dinero.

Lo llevaba yo; mi madre me lo mete en el bolsillo todos los días para que compre «el número de los ciegos», porque en mi casa a todos nos gustaría hacernos de golpe millonarios y si te he visto no me acuerdo. En algo se tenía que notar que somos de la misma familia.

Empecé a sacar moneda tras moneda. Mi madre me lo da en monedas para que le quite a ella lo suelto de la cartera, y claro, el atracador se empezó a poner cardiaco. Por muy bueno que sea un atracador llega un momento en la vida de los atracadores que se cansan de esperar porque tienen otras cosas que hacer. A mí, con los nervios, se me cayeron veinte duros al suelo y al ir el tío a agacharse a recogerlos y huir-sin-mirar-atrás le pude ver la navaja de cerca y leí:

«Recuerdo de Mota del Cuervo».

Y yo, por sacar un tema de conversación en aquel momento de alta tensión ambiental, dije:

—Esta navaja es del pueblo de mi abuelo.

Y mi abuelo va y se pone a preguntar: «¿Y tú por qué tienes una navaja de Mota del Cuervo, y cuándo estuviste allí, y cómo se llama tu madre, y cuál es tu grupo sanguíneo, y de qué color llevas los calzoncillos…?». Mi abuelo siempre se pone igual de pesado cuando se encuentra a alguien de Mota del Cuervo, Cuenca. Total que nuestro atracador va y le dice que sí, que es de Mota del Cuervo, y le dice el nombre de su madre. (El nombre de la madre del atracador, no el nombre de la madre de mi abuelo; ésa murió hace algún siglo y tampoco es cuestión de ponerse ahora a llorar por toda la gente que murió en el planeta Tierra.) Su madre era Joaquina, alias
La Ceporra
; mi abuelo la conocía. El atracador le dijo que no se le ocurriera decirle a su madre que tenía el SIDA porque se podía preocupar y porque además era una sucia mentira de atracador. Mi abuelo le dijo que como siguiera atracando por mi barrio que iba a llamar a
La Ceporra
, que era una santa, y que iba a llamar a la policía para que lo detuvieran esposado y la gente le señalara por las calles diciendo: «Ése es el chorizo que se atrevió a atracar a Nicolás Moreno y a Manolito Gafotas».

Para terminar, mi abuelo le soltó:

—Y dame la navaja, que no quiero que el nombre de mi pueblo se vea mancillado con tus fechorías, asqueroso.

Eso le dijo mi abuelo. Nuestro atracador asqueroso se portó bastante bien, la verdad, le dio a mi abuelo la navaja «Recuerdo de Mota del Cuervo», Cuenca, y nos devolvió el dinero «religiosamente», como dice mi madre.

Yo creía que esta impresionante historia se había terminado aquí, lo mismo creías tú y lo mismo creía el presidente de los Estados Unidos; pues los tres nos hemos colado, porque todavía queda lo más interesante.

Dos días después la
sita
Asunción dijo:

—Poneos en fila que vamos al Museo del Prado.

No te creas que fue una sorpresa. Lo sabíamos desde hacía una semana, pero nos tiramos todos a la puerta como si no hubiéramos visto una puerta en nuestra vida.

Mi madre me había preparado para ir al Museo del Prado: una tortilla de patatas, unos filetes empanados y un bollicao de postre. Cuando lo saqué en el autobús, Yihad me dijo que yo era un pedazo de hortera y que parecía que en vez de ir al Museo del Prado me iba de acampada a Miraflores de la Sierra. Me dio tanta rabia que le dije: «¿Quieres?». Y el tío se me comió media tortilla, pero ya no me volvió a llamar hortera. Si se llega a enterar mi madre me mata, porque dice que siempre me comen el bocadillo los demás niños del mundo mundial.

Bueno, pues cuando mejor lo estábamos pasando, el Orejones ya había vomitado dos veces y habíamos cantado
El señor conductor no se ríe, no se ríe el señor conductor
, resulta que habíamos llegado al Museo del Prado ese. La
sita
Asunción nos dijo que el que se portara mal jamás volvería a salir de excursión en todos los años de su vida a no ser que fuera a la cárcel de Carabanchel, que es donde debía estar. La
sita
Asunción nos quería llevar a ver
Las Mininas
de Velázquez, que es un cuadro en el que Velázquez retrató a todas sus gatas porque era un hombre al que le gustaban mucho los animales, por eso mi colegio se llama Diego de Velázquez.

Nunca llegué a ver ese cuadro porque por el camino vimos uno en el que salían tres tías bastante antiguas. Se veía que eran antiguas porque tenían, como dice mi madre, el tipo del tordo: la cabeza pequeña y el culo gordo. Y nos quedamos allí plantados, el Orejones, Yihad y yo, delante de él todo el rato; porque en ese museo ves un cuadro y ya te haces a la idea de todos los demás porque se parecen bastante, la verdad.

Las tres melonas antiguas estaban desnudas y tenían unas cacho piernas que te da una tía de esas con una de sus cacho piernas y te has muerto con todo el equipo para el resto de tu vida.

De repente, el Orejones leyó el título y resultó que el cacho cuadro se llamaba
Las tres gracias
. Yihad se cayó al suelo de la risa y acto seguido nos tiramos el Orejones y yo para no ser menos. Yihad se sacó un rotulador de la chupa para escribir en el cuadro:
Las tres gordas
, y entonces se acercó corriendo el guardia del Museo y nos preguntó por nuestra señorita y nos llevó prácticamente esposados a donde estaba la
sita
Asunción, que estaba con toda la clase viendo un cuadro de toda una familia mirando de frente, como el vídeo que tenemos nosotros del bautizo del Imbécil.

A mí me temblaban hasta los cristales de las gafas, pero entonces sucedió algo que cambió completamente el curso de nuestras vidas. Mientras la
sita
Asunción hablaba del cuadro vi cómo un tío se colocaba a su lado. El tío… el tío… ¡era el mismo que nos había querido atracar a mi abuelo y a mí!

Antes de que el guardia del Museo pudiera chivarse sin piedad, yo me tiré a los brazos de mi
sita
Asunción —nunca creí que fuera a caer tan bajo— y le dije:

—¡
Sita
Asunción, le está intentando quitar el bolso el famoso atracador de Mota del Cuervo, Cuenca, que además de no tener el SIDA es hijo de Joaquina,
La Ceporra
!

La
sita
Asunción se quejó al guardia por la poca protección que había en el Museo y a mí me dio un beso y me dijo que podía ir en la primera fila del autocar con ella en mérito al honor o al soldado desconocido, no me acuerdo.

Antes de salir a la calle entramos todos en el water del Museo para mear, que es lo que hacemos siempre que nos llevan a cualquier sitio, y allí estaba el atracador. Me coge del brazo y me dice:

—Mira, Gafotas —no me puedo explicar cómo sabía mi mote—, me vine de Mota del Cuervo a Madrid porque en esta ciudad no me conoce nadie y resulta que me vas a jorobar tú todos los días el negocio.

Yo le dije que no lo había hecho con mala intención, que le había acusado a él para que no me acusaran a mí. Y para que me soltara, para que me dejara de pellizcar el brazo, le dije un sitio donde podía atracar a sus anchas y sacar su navaja de Mota del Cuervo sin que yo saliera a meterme donde no me importa.

La
sita
Asunción no me regañó por una vez en la historia cuando llegué tarde al autobús; me estaba esperando en la primera fila. Y yo me senté delante de las narices de todos mis compañeros, al lado de ella, en mi nuevo papel de niño pelota.

Estuve muy contento sólo durante tres minutos y medio, después me empecé a aburrir como una oveja, veía como Yihad se estaba quedando ronco de cantar
¡El Orejones no tiene pilila!
y me estaba muriendo de envidia.

Mi señorita aprovechó para enseñarme todos los monumentos que nos íbamos encontrando a nuestro paso, y me dio por pensar que a Madrid le sobraban monumentos.

La
sita
Asunción estaba muy contenta de tener un nuevo niño pelota, y yo, para mis adentros, sabía que había cometido un pecado original, un pecado que nunca me podré confesar porque no voy a Religión ni conozco a un solo cura:

El sitio donde le había dicho al atracador de Mota del Cuervo, Cuenca, que fuera a atracar era el portal de la
sita
Asunción.

Desde entonces la miro todas las mañanas a ver si trae cara de que la han atracado.

Dice mi abuelo que no me preocupe, que los atracadores de su pueblo nunca se levantan antes de las once de la mañana y a esa hora ya está la
sita
en el colegio machacándonos el cerebro. Eso ya me ha dejado más tranquilo porque, te digo una cosa, a mi
sita
la quiero lejos, pero la quiero.

El uno para el otro

Te voy a contar una historia de amor desde el principio de los tiempos. Resulta que vino mi abuelo a buscarme a kárate, porque dice mi padre que ando como un chino y que eso hay que corregírmelo porque da pena verme todo el día andando como Fumanchú, pero sin esas uñas tan largas que tiene Fumanchú. Yo las tengo negras, pero no largas, que conste.

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