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Authors: David Brin

Marea estelar (52 page)

—Sí, soy yo.

El acelerado pulso de Dennie se fue calmando.

—Tenía miedo de que fuera otro.

—¿A quién esperabas, Dennie? ¿A Charlie Dart? ¿Saliendo de su tienda para violarte?

¿O quizás a uno de los kiqui?

Estaba bromeando, pero no pudo ocultar la tensión de su voz. Se quitó el traje de estar en tierra y el casco, y los colgó en un gancho junto a la entrada. En ropa interior, Toshio se arrastró hasta su saco de dormir y se deslizó dentro.

—¿Dónde estabas?

—En ninguna parte. Vuelve a dormir, Dennie.

La lluvia golpeaba las lonas con un desigual tamborileo. Ella permaneció sentada, mirándole a la débil claridad de la abertura. Apenas veía más que el blanco de sus ojos, fijos en el vacío.

—Por favor, Tosh, dímelo. Cuando me desperté y vi que no estabas en tu saco de dormir...

Su voz falló cuando él se volvió a mirarla. El cambio operado en Toshio Iwashika durante la última semana nunca se había manifestado hasta tal punto en su expresión, en la intensidad de la mirada de sus ojos entornados.

Por fin, Dennie le oyó suspirar.

—De acuerdo, Dennie. Sólo he ido hasta la lancha. Me he metido dentro y he echado un vistazo por allí.

El pulso de Dennie se aceleró de nuevo. Iba a hablar, pero se contuvo; al fin dijo:

—¿No era peligroso? Quiero decir que no sabías cómo podía reaccionar Takkata-Jim.

Sobre todo si realmente es un traidor.

Toshio se encogió de hombros.

—Había algo que quería encontrar.

—¿Pero cómo pudiste entrar y salir sin que te vieran?

Toshio se incorporó, apoyándose en un codo. Dennie pudo ver un breve destello blanco cuando él esbozó una sonrisa.

—Un guardiamarina, a veces, sabe cosas que incluso los oficiales de ingeniería ignoran, Dennie. En particular si se trata de lugares ocultos a bordo de una nave. Cuando llega el tiempo libre de servicio, siempre hay un piloto o un teniente pensando en un trabajo doméstico en que ocupar las manos y al fin lo encuentra... siempre sólo un poco más de astrogación o de estudio del protocolo, por ejemplo. Akki y yo nos quitábamos de en medio e íbamos a echar una cabezada a la bodega de la lancha. Aprendimos cómo abrir las cerraduras sin que se enteraran en la sala de control.

Dennie sacudió la cabeza.

—Después de todo, me alegro de que no me dijeras adonde ibas. Me habría muerto de inquietud.

Toshio frunció el ceño. Ahora Dennie empezaba a portarse otra vez como si fuera su madre. Además, Dennie no era feliz con la idea de marcharse dejándole atrás. Toshio esperaba que no aprovechara aquella oportunidad para plantear el tema de nuevo.

Ella se tendió de espaldas, frente a él, utilizando un brazo como almohada. Reflexionó durante un momento.

—¿Qué has encontrado? —Preguntó en un susurro.

—Será mejor que lo sepas —dijo Toshio cerrando los ojos—. Podrás informar a Gillian en caso de que yo no pueda contactar con ella por la mañana. He descubierto lo que Takkata-Jim piensa hacer con las bombas que le quitó a Charlie. Las convertirá en carburante para la lancha.

Dennie parpadeó.

—Pero... pero, ¿qué podemos hacer?

—¡No lo sé! Ni siquiera estoy seguro de que tengamos que hacer algo. Después de todo, en un par de semanas pueden recargar los acumuladores y despegar. Quizás a Gillian le traiga sin cuidado. O quizá tenga una condenada importancia. Sin embargo, aún no he podido pensar en ello. Tal vez deba tomar medidas drásticas.

Sólo había visto las bombas medio desmanteladas a través de la doble ventana de la puerta de seguridad que comunicaba con el laboratorio de especímenes de la lancha.

Apoderarse de ellas hubiera sido mucho más difícil que subir a bordo a escondidas.

—Suceda lo que suceda —intentó tranquilizarla—, estoy seguro de que todo acabará bien. Tú sólo debes preocuparte de que todas tus notas estén debidamente empaquetadas por la mañana. Los datos sobre los kiqui es la segunda cosa en importancia surgida de esta loca odisea, y tienen que llegar a casa. ¿De acuerdo?

—Claro, Tosh.

Dejándose vencer por la gravedad, Toshio se echó de nuevo. Cerró los ojos y respiró despacio, intentando dormir.

—¿Toshio?

El joven suspiró.

—Sí, Denn...

—Hummm, es algo sobre Sah'ot. Sólo acepta venir para escoltarme. Si no fuese así, creo que tendrías un motín entre las manos.

—Lo sé. Le gustaría quedarse y seguir escuchando sus «voces» subterráneas.

Toshio se frotó los ojos, preguntándose por qué Dennie le mantenía despierto con todas aquellas historias. Ya había soportado las quejas de Sah'ot.

—No deberías tomar el tema tan a la ligera, Tosh.

Sah'ot dice que hizo que Creideiki las oyera, y que debió cortar la comunicación para que el capitán saliera de un trance auditivo, los sonidos le fascinaron.

—El capitán es un enfermo con el cerebro dañado —las palabras eran amargas—. Y Sah'ot es un egocéntrico, un inestable...

—Yo también lo pensaba —le interrumpió Dennie—. Yo le tenía miedo, hasta que me di cuenta de que en realidad es amable e inofensivo. Pero incluso si suponemos que los dos fines tienen alucinaciones, eso no le quita mérito a su descubrimiento sobre las colinas metálicas.

—Mmmph —comentó Toshio medio dormido—. ¿Y qué es? ¿Algo más acerca de que las colinas metálicas están vivas?

Dennie hizo un gesto de enfado ante el indulgente menosprecio.

—Sí, y sobre el extraño nicho ecológico de los árboles taladradores. Escucha, Toshio, he efectuado un análisis en mi ordenador de bolsillo y sólo hay una solución posible. Los pozos de los árboles taladradores son parte del ciclo vital de un organismo, un organismo que vive una parte de su ciclo vital sobre la superficie, como colonia coralina, y que luego se hunde en el pozo preparado para ello...

—¿Toda esa inteligente adaptación y consumo de energía sólo para cavar su propia tumba? —la interrumpió Toshio.

—¡No! ¡No una tumba! Un canal. La colina metálica es sólo el comienzo del ciclo vital de esa criatura... su estado larvario. Su destino como adulto se halla más abajo, bajo la corteza superficial del planeta, en donde las venas convectivas del magma pueden aportar toda la energía que necesita una forma de vida metálico-orgánica.

Toshio intentaba prestar atención, pero sus pensamientos seguían derivando hacia las bombas, los traidores, la desaparición de su amigo Akki, y aquel hombre que estaba lejos, hacia el norte, y que merecía que alguien le estuviera esperando cuando por fin regresara a la isla.

—...lo único que me resulta incomprensible es cómo puede haber evolucionado semejante forma de vida. No existe rastro de formas intermedias, y en los archivos de la Biblioteca no hay ninguna mención de sus posibles precursores... ¡y es una forma de vida única, digna de ser mencionada!

—Hummm...

Dennie miró a Toshio. Tenía el brazo sobre los ojos y respiraba muy despacio, como si estuviera a punto de dormirse, pero vio cómo palpitaba una pequeña arteria de su sien y cómo, de vez en cuando, su puño se crispaba.

Estaba tumbada en la penumbra mirándole. ¡Le hubiera gustado sacudirlo, obligarle a escucharla!

¿Por qué le molesto de este modo?, se preguntó ella de pronto. Es un asunto importante, sí, pero es completamente científico, y Toshio lleva todo el peso de este rincón del mundo sobre sus hombros. Es muy joven, y sin embargo está llevando a cabo las tareas de un hombre fuerte.

¿Cuáles son mis sentimientos ante esto?

Una sensación de náusea le dio la respuesta. Le estoy importunando porque necesito atención.

Necesito su atención, se corrigió. De una manera torpe estoy intentando darle oportunidad para...

Con nerviosismo, Dennie hizo frente a su propia estupidez.

Sí yo, que soy mayor que él, no consigo expresarme con más claridad, difícilmente puedo esperar que capte el mensaje, pareció entender por fin.

Alargó la mano, pero la detuvo justo antes de alcanzar el pelo negro y brillante cuyos largos y mojados mechones caían sobre sus sienes. Temblando, analizó de nuevo sus sentimientos, y vio que sólo la frenaba el miedo de ser rechazada.

Como siguiendo un impulso propio, la mano de Dennie se movió para acariciar el suave vello de la mejilla de Toshio. El joven se sobresaltó y la miró con los ojos muy abiertos.

—Toshio —dijo ella con voz entrecortada—, tengo frío.

78
TOM ORLEY

Cuando llegó un momento de relativa calma, Tom tomó nota mentalmente. Recordar la próxima vez, se dijo a sí mismo, que no he de acercarme a los nidos de avispas.

Aspiró por el extremo de su tubo improvisado. El otro extremo emergía en la superficie de una pequeña abertura en el paisaje vegetal. Por fortuna, no tenía que aspirar con mucha fuerza para completar el aire que le suministraba la máscara. En aquella zona, había más oxígeno en disolución.

Los rayos de la batalla volvían a brillar sobre su cabeza, y de la guerra en miniatura le llegaban débiles gritos. Por dos veces, el agua tembló debido a explosiones cercanas.

Al menos esta vez no tengo que preocuparme de que me alcance un tiro perdido, pensó para consolarse. A esos rezagados sólo les quedan armas de mano.

Tom sonrió ante tal ironía. Todo lo que tienen son armas de mano.

En aquella primera escaramuza abatió a dos tandu antes de que ellos pudieran desenfundar sus pistolas de partículas y dispararlas. Y lo que era más importante, se las arregló para hacer blanco en el peludo Episíarca antes de sumergirse de cabeza en el agujero entre las hierbas.

Había escapado por los pelos. Un disparo le produjo quemaduras de segundo grado en la planta del pie izquierdo. En ese último instante, vislumbró al Episíarca levantándose ofendido; un nimbo de irrealidad destellaba como un halo ardiente alrededor de su cabeza. Tom creyó ver durante unos momentos estrellas a través de ese brillo ondulante.

Los tandu se debatían para mantenerse en pie sobre aquel suelo tan salvajemente castigado. Aquello fue probablemente lo que les hizo fallar su tan acreditada puntería y, en consecuencia, la causa de que él siguiera vivo.

Tal como esperaba, el ánimo de venganza de los tandu los había llevado hacia el oeste. De vez en cuando, Tom aparecía por sorpresa para mantener vivo su interés con breves ráfagas de su rifle de agujas.

Luego, mientras nadaba de abertura en abertura de la vegetación, la batalla pareció continuar sin él. Oyó ruidos de combate, y dedujo que sus perseguidores habían entrado en contacto con otro grupo de ETs.

Fue entonces cuando decidió sumergirse en busca de alguna treta que poner en práctica.

Los ruidos de la batalla sonaban lejos de su posición actual. Por lo que había visto una hora antes, creía que en aquella escaramuza participaban media docena de gubru y tres deterioradas máquinas de transporte con ruedas neumáticas. Tom no pudo discernir si estaban dirigidas por robots o por tripulantes, pero era evidente que no podían adaptarse a la accidentada superficie a pesar de su potencia de arrastre.

Escuchó durante un minuto, y después enroscó el tubo y lo pasó por el cinturón.

Emergió sin ruido a la superficie de la pequeña charca, y se arriesgó a levantar los ojos al nivel de las rizadas enredaderas.

En sus desplazamientos, se había aproximado a la nave cascara de huevo. Ahora veía que se encontraba sólo a unos cientos de metros de distancia. Dos cascotes humeantes le hablaron del destino de las máquinas con ruedas. Mientras observaba, ambas se hundieron lentamente, una tras otra, hasta desaparecer de su vista. Tres gubru cubiertos de barro, al parecer los últimos de su grupo, pataleaban sobre el pantano en dirección a la nave. Tenían las plumas pegadas al delgado cuerpo, y parecían terriblemente abatidos.

Tom se incorporó y vio más destellos de batalla en dirección sur.

Tres horas antes, había llegado una pequeña patrulleras soro abriendo fuego contra todo lo que se le ponía delante, hasta que surgió de las nubes un caza atmosférico tandu con alas delta para interceptarla. Empezaron a dispararse desde lejos, hostigados por pequeñas armas de fuego desde abajo, hasta que por fin chocaron en medio de una fuerte explosión y cayeron al mar envueltos en llamas.

Al cabo de una hora la historia se repitió. Esta vez, los participantes fueron una pesada nave de rescate de los pthaca y una desvencijada nave-arpón de los Hermanos de la Noche. Los restos de ambas se unieron a las humeantes ruinas que poco a poco se apagaban en todas direcciones.

Sin comida ni sitio para esconderme, y la única raza de fanáticos a la que en realidad me gustaría ver, es la que no está representada en este osario, Notó la bomba de mensajes bajo el cinturón. De nuevo, pensó que le gustaría saber si debía utilizarla o no.

En estos momentos, Gillian debe estar muy preocupada, pensó. Gracias a Dios, al menos ella está a salvo.

Y la batalla aún continúa. Lo que significa que todavía hay tiempo. Aún tenemos una oportunidad.

Sí. Y a los delfines les gusta salir a dar largos paseos por la playa.

Bueno, veamos si puedo seguir causando problemas.

79
GALÁCTICOS

Krat, la soro, lanzaba maldiciones ante el esquema de estrategia. Sus pupilos tomaron la precaución de mantenerse alejados mientras ella aplacaba su cólera arrancando tiras de su cojín de vletur.

¡Cuatro naves perdidas! ¡Por sólo una de los tandu! ¡La última batalla había sido un desastre!

Y mientras, en la superficie del planeta, sus pequeñas naves de apoyo desaparecían de una en una o por parejas.

Parecía que los reducidos grupos rezagados de supervivientes de todas las flotas vencidas, que estaban escondidos en lunas o planetoides, habían decidido que los terrestres se hallaban ocultos en la mitad norte de Kithrup, cerca del volcán. ¿Por qué lo creían?

Porque, con toda seguridad, nadie podía ser atacado por algo inexistente, ¿verdad? La escaramuza tenía impulso propio ahora. ¿Quién iba a pensar que las alianzas vencidas tenían reservada la suficiente cantidad de municiones para llevar a cabo un último y desesperado intento?

Krat dobló su espolón nupcial de pura rabia. No podía ignorar la posibilidad de que quizá tuvieran razón. ¿Y si la llamada de socorro procedía, en efecto, de la nave terrestre? Era sin duda una forma de perturbación de aquellos humanos demoníacos, pero no podía arriesgarse ante la posibilidad de que los fugitivos estuvieran allí en realidad.

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