Más Allá de las Sombras

 

El opresor ha muerto y su ejército ha sido vencido. La rebelión del pueblo de Cenaria ha triunfado, pero a un coste muy alto. El país entero está en ruinas, y los supervivientes apenas podrían defenderlo. El hambre y la desesperación se adueñan del reino.

Para evitar que estalle una guerra civil, Logan, el legítimo heredero, cede el trono a una de las nobles que encabezó la causa rebelde. Mientras, en el norte, se alza un nuevo rey dios. Su plan es una auténtica locura, aunque si logra sacarlo adelante nadie podrá pararle jamás los pies.

Kylar ha de prepararse ante la contienda definitiva. Para salvar a sus amigos (e incluso también a sus enemigos) deberá realizar lo imposible: asesinar a una diosa. Si fracasa, condenará a medio continente. Si gana, tal vez podría perder lo único por lo que le merecía la pena vivir.

Es la última jugada. La partida está a punto de acabar.

Brent Weeks

Más Allá de las Sombras

El Ángel de la Noche 3

ePUB v1.2

Anónimo
 
14.07.11

Para Kristi, por todos los motivos de costumbre.

Y también...

Para mi padre, por tu excelencia e integridad, y por criar niños que susurran:
¡Piip!
.

Capítulo 1

Logan de Gyre estaba sentado en medio del lodo y la sangre, en pleno campo de batalla de la arboleda de Pavvil, cuando Terah de Graesin fue a verlo. Apenas había pasado una hora desde que habían provocado la desbandada de los khalidoranos, cuando el monstruoso ferali forjado para devorar al ejército cenariano se había vuelto contra sus amos norteños. Logan había dado las órdenes que le habían parecido más urgentes y después había concedido permiso a todo el mundo para sumarse a los festejos que estaban apoderándose del campamento de Cenaria.

Terah de Graesin llegó sola. Logan estaba sentado en una piedra baja, sin preocuparse del barro. De todas formas, su elegante ropa ya estaba manchadísima de sangre y cosas peores. El vestido de Terah, en cambio, estaba limpio a excepción del dobladillo de la falda. Llevaba calzado alto, pero ni siquiera eso podía mantenerla del todo a salvo de la gruesa capa de fango. Se detuvo ante Logan, que no se puso en pie.

Terah fingió que no se daba cuenta. Logan fingió no reparar en que los guardaespaldas de la reina, inmaculados tras la batalla, estaban escondidos entre los árboles a menos de cien pasos de distancia. Terah de Graesin solo podía tener un motivo para buscarlo: se preguntaba si seguía siendo la reina.

Si Logan no hubiese estado tan derrengado, le habría hecho gracia. Terah acudía a él sola, como muestra de vulnerabilidad o de arrojo.

—Hoy habéis sido un héroe —le dijo—. Habéis parado a la bestia del rey dios. Dicen que la habéis matado.

Logan meneó la cabeza. Él había atacado al ferali, y entonces el rey dios lo había abandonado; pero otros soldados le habían causado heridas más graves que él. Algo había parado al rey dios, pero no Logan.

—Habéis ordenado al monstruo que destruya a nuestros enemigos, y ha obedecido. Habéis salvado Cenaria.

Logan se encogió de hombros. Le parecía que todo había sucedido mucho tiempo atrás.

—Supongo que la cuestión es —prosiguió Terah de Graesin— si habéis salvado Cenaria para vos, o para todos nosotros.

Logan le escupió ante los pies.

—No me vengas con gilipolleces, Terah. ¿Te crees que vas a manipularme? No tienes nada que ofrecer, nada con lo que amenazar. ¿Que tienes una pregunta para mí? Muestra un poco de respeto y hazla sin tanto puto rodeo.

Terah estiró la espalda, alzó la barbilla e hizo un amago de movimiento con la mano, pero entonces se contuvo.

Fue ese gesto abortado lo que llamó la atención de Logan. Si hubiese llegado a levantar la mano, ¿habría sido la señal para que sus hombres atacasen? Logan miró detrás de ella, al bosque que bordeaba el campo de batalla, pero lo primero que vio no fueron los hombres de Terah, sino los suyos. Los Perros de Agon, entre ellos dos de los diestros arqueros que Agon había armado con arcos ymmuríes y convertido en cazadores de brujos, habían tomado posiciones con sigilo a espaldas de los guardaespaldas de Terah. Los dos cazadores de brujos tenían los arcos armados pero no tensos. Era evidente que ambos se habían cuidado de colocarse donde Logan pudiera verlos con claridad, porque no distinguía a primera vista a ninguno de los demás Perros.

Un arquero iba alternando entre mirar a Logan y a un blanco entre los árboles. Logan siguió su mirada y avistó al arquero oculto de Terah, que le apuntaba esperando un gesto de su señora. El otro cazador de brujos tenía la vista fija en la espalda de la propia reina. Estaban esperando una señal de Logan. Tendría que haber adivinado que sus seguidores, que se las sabían todas, no lo dejarían solo cuando Terah de Graesin andaba cerca.

Miró a Terah. Era delgada, guapa, con unos ojos verdes imperiosos que le recordaban a los de su madre. Terah creía que Logan no estaba al corriente de la presencia de sus hombres en el bosque. Pensaba que Logan no sabía que ella jugaba con ventaja.

—Esta mañana me habéis jurado lealtad en unas circunstancias poco propicias —dijo Terah—. ¿Pretendéis ser fiel a vuestro juramento, o deseáis coronaros rey?

No podía preguntarlo a las claras, ¿verdad? No estaba en su naturaleza, ni siquiera cuando creía tener un control absoluto sobre Logan. No sería una buena reina.

Logan creía haber tomado ya una decisión, pero vaciló. Recordó la sensación de impotencia que había experimentado en el Agujero, la desesperanza que había sentido cuando asesinaron a Jenine, con la que acababa de casarse. Recordó el desconcertante placer que le había procurado ordenar a Kylar que matase a Gorkhy y ver cumplido su deseo. Se preguntó si sentiría el mismo gozo viendo morir a Terah de Graesin. Con un mero gesto de cabeza a esos cazadores de brujos, lo descubriría. Nunca volvería a sentirse impotente.

Su padre le había dicho que un juramento es la medida del hombre que lo presta. Logan había visto lo que pasaba cuando hacía lo que sabía correcto, por estúpido que pareciera en su momento. Eso era lo que había unido a los ojeteros en torno a él. Eso era lo que le había salvado la vida cuando estaba con fiebre y apenas consciente. Eso era lo que había hecho que Lilly, la mujer que los khalidoranos metamorfosearon en el ferali, se volviese contra sus amos. En última instancia, haciendo lo correcto Logan había salvado a toda Cenaria. Sin embargo, su padre, Regnus de Gyre, había vivido fiel a sus juramentos cargando con un matrimonio infeliz y un servicio infeliz a un rey mezquino y malicioso. Tragaba sapos todo el día y dormía bien cada noche. Logan no sabía si era tan hombre como su padre. No podría hacerlo.

De modo que vacilaba. Si Terah levantaba la mano para ordenar a sus hombres que atacaran, estaría rompiendo el pacto entre señora y vasallo. Si lo rompía, Logan sería libre.

—Nuestros soldados me han proclamado rey —dijo Logan con tono neutral.
Pierde los nervios, Terah. Ordena el ataque. Ordena tu propia muerte.

Los ojos de Terah se encendieron, pero mantuvo la voz firme y la mano inmóvil.

—Los hombres dicen muchas cosas en el ardor de la batalla. Estoy dispuesta a perdonar esa indiscreción.

¿Para esto me salvó Kylar?

No. Pero esto es el hombre que soy. Soy hijo de mi padre.

Se puso en pie poco a poco para no alarmar a los arqueros de ningún bando y luego, con lentitud, se arrodilló y tocó los pies de Terah de Graesin en señal de sumisión.

Esa noche, un pelotón de khalidoranos atacó el campamento cenariano y mató a docenas de hombres borrachos en plena celebración antes de huir al amparo de la oscuridad. Por la mañana, Terah de Graesin mandó a Logan de Gyre y a mil de sus hombres a darles caza.

Capítulo 2

El centinela era un sa’ceurai veterano, un señor de la espada que había matado a dieciséis hombres, cuyos mechones delanteros había atado a su cabello de un rojo encendido. Escudriñaba sin tregua la oscuridad allá donde se encontraban el bosque y el robledal y, cuando se volvía, escudaba sus ojos de las fogatas bajas de sus camaradas para proteger su visión nocturna. A pesar del viento fresco que azotaba el campamento y arrancaba gemidos de los grandes robles, no llevaba casco que entorpeciera su oído. Sin embargo, no tenía ninguna oportunidad de detener al ejecutor.

Ex ejecutor
, pensó Kylar, equilibrado usando un solo brazo sobre una gruesa rama de roble. Si todavía fuese un asesino a sueldo, mataría al centinela y problema resuelto. Kylar se había convertido en algo diferente, el Ángel de la Noche —inmortal, invisible y casi invencible—, y solo administraba la muerte a quienes la merecían.

Aquellos espadachines del país cuyo nombre mismo significaba
la espada
, Ceura, eran los mejores soldados que Kylar había visto. Habían acampado con una eficiencia que evidenciaba años de campañas. Habían arrancado los matorrales que pudieran ocultar una incursión enemiga, habían amontonado tierra junto a cada hoguera para reducir su visibilidad y habían distribuido sus tiendas de campaña de tal modo que protegiesen a sus caballos y sus oficiales. Cada fogata calentaba a diez hombres, cada uno de los cuales conocía a todas luces sus responsabilidades. Se movían como hormigas en el bosque y, una vez terminadas sus tareas, cada hombre se alejaba como mucho hasta una hoguera adyacente. Jugaban apostando, pero no bebían ni alzaban la voz. El único borrón en la eficiencia de los ceuríes parecía proceder de su armadura. Con las piezas ceuríes de bambú lacado, un hombre podía armarse solo. Sin embargo, para ponerse las armaduras khalidoranas que habían robado una semana antes en la arboleda de Pavvil hacía falta ayuda. Había escamas de acero mezcladas con cota de malla y hasta corazas, y los ceuríes no podían decidir si debían dormir con la armadura puesta o si debían organizar a los hombres en parejas para que se hicieran de escuderos.

Al ver que se permitía a cada pelotón que decidiera por sí mismo cómo arreglar el problema, sin perder tiempo consultando a instancias superiores, Kylar supo que su amigo Logan de Gyre no tenía nada que hacer. El adalid Lantano Garuwashi acompañaba el amor ceurí por el orden con un sentido de la responsabilidad individual, lo que explicaba en buena medida por qué nunca había perdido una batalla. Por ese motivo debía morir.

De modo que Kylar avanzó entre los árboles como el aliento de un dios vengativo, agitando las ramas solo cuando coincidía con un golpe de viento. Los robles crecían en filas rectas y espaciadas, interrumpidas solo por los árboles jóvenes que se habían abierto hueco a codazos entre sus mayores para después volverse a su vez ancianos. Se acercó tanto como pudo a la punta de una rama y espió por entre las copas mecidas por el viento a Lantano Garuwashi, que a la tenue luz de su hoguera tocaba la espada que tenía en el regazo con el júbilo que proporciona una adquisición reciente. Si Kylar conseguía pasar al roble siguiente, podría descender a meros pasos de su muriente.

¿Puedo seguir llamando “muriente” a mi blanco aunque ya no sea un ejecutor?
Resultaba imposible pensar en Garuwashi como en un
blanco
. Kylar todavía podía oír la voz de su maestro, Durzo Blint:
Los asesinos —decía con tono despectivo— tienen blancos, porque los asesinos a veces fallan
.

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