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Authors: Mark Bowden

Matar a Pablo Escobar (40 page)

La más espectacular ocurrió el 11 de octubre, después de que Centra Spike localizara a Pablo en una colina alta cerca del poblado de Aguas I rías, un barrio residencial de categoría. Desde la finca encaramada a aquella cima podía divisarse en línea recta el edificio de apartamentos en el que vivía la familia de Pablo, lo cual explicaba por qué la había elegido. Desde la operación fallida del seminario, la voz de Pablo no aparecía en ninguna frecuencia. De hecho el Bloque de Búsqueda temía que lo hubieran asustado tanto que ya no se volviera a comunicar por radio. Pero unos días más tarde se puso en contacto con su hijo a la hora prevista y no dio pruebas de que algo fuera de lo normal le hubiera ocurrido.

Pero la verdad era que Pablo se encontraba en baja forma. Tal y como la periodista Guillermoprieto había señalado, su otrora rico y poderoso imperio había sido diezmado y se hallaba bajo el feroz acoso de Los Pepes. En las dos semanas precedentes habían muerto cinco de sus familiares y varios de sus socios de confianza habían sido raptados y asesinados. Y los autores eran probablemente Los Pepes. Los secuaces del cártel que no estaban muertos se hallaban presos o a la fuga. En un último esfuerzo por reunir fondos para financiar la guerra contra el Estado y mantener a Pablo escondido, sus banqueros liquidaban sin cesar sus bienes diseminados por distintos países. En un parte de la DEA fechado en octubre se comunicaba que un doctor que atendía a la familia Escobar viajaba constantemente vendiendo las propiedades del capo: un terreno maderero de veintiocho mil hectáreas situado en Panamá, mansiones en la República Dominicana y dos solares de ocho hectáreas en el sur del estado de Florida. También se estaba intentando por todos los medios vender su colección de arte y sus joyas (incluida una colección de esmeraldas en bruto, cuyo valor se estimaba en unos doscientos mil dólares). Para Pablo la peor separación fue la de su hijo adolescente. Del mismo modo que Martínez daba caza a Pablo con su hijo Hugo al lado, Pablo y Juan Pablo tramaban diariamente modos de evadir a sus rivales. A esas alturas, Pablo y el muchacho se comunicaban unas cuatro veces al día, y el coronel sabía que mientras el Bloque de Búsqueda tuviese ubicado al hijo del capo, nunca perdería de vista al padre.

Durante dos días seguidos tanto Centra Spike como las unidades de telemetría colombianas daban como punto de emisión la cima de la colina de Aguas Frías. Era un paraje espectacular, una colina pequeña y densamente poblada de árboles, en la vasta Cordillera Occidental; un territorio escarpado y de una vegetación abundante. El acceso a la finca —un racimo de casas de campo alrededor de la casa principal— podía realizarse por un solo camino. Así que el coronel mandó a un equipo de técnicos en telemetría para que sobrevolaran el área en helicóptero. Cuando el helicóptero llegó al punto indicado, Pablo hizo otra llamada y el equipo señaló que la señal provenía de la finca que estaba directamente debajo de ellos. El mayor a cargo del vuelo temió lo peor y ordenó al piloto volver de inmediato a la base. Al aterrizar, el mayor le dio al coronel las buenas noticias y las malas: Pablo estaba en la finca, pero probablemente ya se habría marchado. El coronel decidió lanzar un asalto a la finca si Pablo volvía a romper el silencio aquella tarde.

Martínez presentía que a Pablo se le estaba acabando la suerte. De hecho, cuando el sargento Vega de la Fuerza Delta se marchó de Medellín cumpliendo con su rotación mensual, el coronel le advirtió:

—Se lo va a perder, Vega. Lo vamos a atrapar muy pronto.

A diario, Martínez consultaba sus piedras y otros objetos rituales en los que leyó las profecías del final de la aventura. Pero la certeza de que todo acabaría no era sólo intuición, también había sido un cálculo. El coronel comprendía que Pablo no podría aguantar mucho más tiempo: sus posibilidades de huir eran cada vez más limitadas, frente a los efectivos de Martínez cada día mayores. En Aguas Frías pareció que todos los esfuerzos se hubieran sincronizado. La unidad de vigilancia electrónica lo había encontrado en uno de sus posibles escondites y había notificado su presencia. Todos los aparatos detectores también lo aseveraban: aquel día lo cogerían.

La hora estipulada para la llamada de Pablo eran las 16.00 horas. Así pues, con la colina rodeada de helicópteros que sobrevolaban alelados para no ser oídos, y con policías apostados en las laderas, preparados para escalar y asaltar la finca a toda prisa, el coronel y sus oficiales de confianza se reunieron en el centro de operaciones en un círculo alrededor de un receptor, esperando que la voz de Pablo surgiera mezclada con el chisporroteo de la radio. Pero a las 16.00 horas 110 llamó. Los hombres contenían el aliento, listos para atacar. Pasaron cinco minutos y nada. Daba la impresión de que el fugitivo había puesto pies en polvorosa una vez más. Siete minutos después de la hora sonó la voz de Pablo y la fuerza de asalto irrumpió en la finca.

Pero Pablo no estaba allí.

El coronel acordonó la colina entera durante cuatro días estableciendo dos perímetros de centinelas, uno externo y otro interno, y con-troles de carretera y escuadrones de búsqueda... Al final del tercer día, helicópteros del Bloque de Búsqueda lanzaron gases lacrimógenos y taladraron el bosque que rodeaba la finca con sus ametralladoras. Más de setecientos policías rastrillaron sin éxito los alrededores con sabuesos. Pablo había escapado milagrosamente otra vez. Las unidades de asalto imaginaron que Pablo estaría en la casa principal, pero lo ocurrido —y de esto se enteraron al escuchar las llamadas que Pablo hizo los días siguientes al asalto a la finca— fue que para captar mejor la señal de su hijo, Pablo se alejaba a pie de la finca en dirección a los bosques colina arriba. Así que el capo había gozado de una platea preferencial para ver aterrizar los helicópteros, luego se había escondido en el bosque y al amparo de la oscuridad había sorteado a aquellos que lo buscaban. Más tarde le enviaría a su esposa una pila de la linterna con la que iluminó la senda por la que huyó. Le dijo a María Victoria que la guardara, «porque me salvó la vida».

A pesar del fracaso de la operación de Aguas Frías, la cantidad de pruebas de que Pablo se había ocultado allí llenó de orgullo a las unidades de vigilancia electrónica. En la casa principal se encontró la base de un radioteléfono del que faltaba el auricular portátil. La radio estaba sintonizada en la frecuencia que Pablo había estado utilizando durante las últimas cuatro semanas para hablar con Juan Pablo. La vivienda, a punto de derrumbarse, estaba provista del flamante baño al que la policía estaba acostumbrada. Al entrar en la casa, el equipo de asalto se encontró con dos mujeres que confirmaron la presencia de Pablo durante unos cuantos días, y agregaron —no sin cierto deleite— que Pablo había estado «de novio» con la más joven de ellas, de dieciocho años. La otra mujer ejercía de cocinera. Ambas insistieron en que Pablo no pudo haberse encontrado muy lejos cuando aterrizaron los helicópteros y les dieron a los efectivos del Bloque de Búsqueda una descripción. Al huir, Pablo llevaba puesta una camisa de franela roja, pantalones negros y zapatillas de deporte. El cabello lo llevaba muy corto, dijeron las testigos, y una barba tupida, sin bigote. Entre los objetos de la casa la policía halló: ocho «porros», una gran cantidad de aspirinas («lo cual sugiere estrés excesivo», según las especulaciones volcadas en el informe de la incursión escrito por la DEA), una peluca, un videocasete del edificio de apartamentos donde se alojaban su esposa e hijos, varias cintas de música, dos fusiles automáticos (un AK-47 y un Colt AR-15), algo más de siete mil dólares en efectivo y fotos de Juan Pablo y de Manuela. La policía también encontró documentos de identidad falsos y una lista de matrículas de coches, evidentemente compilada por Juan Pablo de vehículos que parecían pertenecer al Bloque de Búsqueda.

Esta documentación probaba que Pablo estaba pasando apuros y que la seguridad de su familia le preocupaba. Una de las cartas escritas por María Victoria expresaba que necesitaba dinero para seguir financiando a los efectivos de la fiscalía y a los guardaespaldas que los protegían a ella y a sus hijos. María Victoria se quejaba de que era muy caro alimentar a sesenta personas y que recientemente había tenido que comprarles camas. La carta también culpaba al coronel Martínez del reciente ataque con un lanzagranadas al edificio, cuya autoría Los Pepes habían reconocido. La policía también encontró cartas sin enviar dirigidas a antiguos socios de Medellín en las que exigía dinero y amenazaba: «Sabemos dónde están vuestras familias». Otra carta escrita por un amigo de Pablo, afirmaba la aceptación del pedido de asilo para María Victoria y los niños por Israel (información desmentida por aquel Gobierno). El agente Murphy de la DEA escribió entonces:

Una noticia optimista: la información obtenida durante la redada y las últimas interceptaciones de radio Title III [vigilancia electrónica indican que Escobar ya no goza de la libertad económica que alguna vez tuvo.Aunque puedan seguir siendo terratenientes, Escobar y los miembros de su organización carecen cada vez más de dinero en metálico. Lo cual se deduce de cartas de extorsión requisadas en el lugar en cuestión, y del hecho que Roberto Escobar está despidiendo a algunos de sus trabajadores.

Al día siguiente de la redada, los equipos de escucha esperaron que Pablo volviera a comunicarse por radio, pero no lo hizo. Juan Pablo, frenético, intentaba contactar con su padre a las horas establecidas. Instaba a su padre a que simplemente pulsara el botón del micrófono para indicar que estaba vivo, si hablar era demasiado peligroso. Al no recibir respuesta, Juan Pablo comenzó a insultar y a amenazar al Bloque de Búsqueda por la radio que —como bien había sospechado Juan Pablo— estaba escuchando la conversación.

Acababa octubre y Centra Spike había vuelto a entrar en escena, por lo que el Bloque de Búsqueda ahora recibía una cantidad ingente de información contradictoria. Cada vez que las unidades de asalto Helaban de las incursiones con las manos vacías, el coronel les llevaba a la sala de operaciones y les pedía las coordenadas de las posiciones de Pablo anteriores a la acción. Martínez solía sacar de su pila de fotografías aéreas la de la zona correspondiente y después sus hombres marcaban con un lápiz grueso la coordenadas donde supuestamente habían localizado a Pablo. Todas las marcas se restringían a una cierta área, pero las coordenadas nunca eran las mismas. Las que suministraban Centra Spike y Hugo por lo general estaban en total desacuerdo con las de la CÍA. Sus agentes negaban que sus coordenadas lucran erróneas, y Hugo y Freddie Ayuso, el representante de Centra Spike, defendían las suyas. Dada la rivalidad entre la CÍA y Centra Spike, Ayuso había comenzado a suministrarle información directamente a Hugo, un acuerdo que en principio movió a los agentes de la CÍA a protestar y finalmente a abandonar Medellín, furiosos. Su abandono de la persecución importó poco por aquellos días, porque desde el asalto a la finca de Aguas Frías la voz de Pablo se había desvanecido de las ondas.

Tras quince meses de operaciones inútiles, Martínez y los suyos sufrían el ataque constante de los periodistas y los medios. ¿Cómo podían no encontrar a un hombre? El fiscal general De Greiff era su enemigo más locuaz. En público los llamaba ineptos y en privado presionaba para que Martínez fuese destituido y procesado con el resto de los criminales de Los Pepes. A mediados de noviembre surgieron nuevas acusaciones de corrupción que ponían en duda la integridad de Martínez y de otros miembros del Bloque de Búsqueda. En una conversación grabada entre un senador que actuaba como informante de la DEA y Gilberto Rodríguez Orejuela, uno de los capos del cártel de Cali, éste informó al político de «la cooperación» de su cártel con Martínez y con el general Octavio Vargas, superior directo de Martínez y el segundo mando más importante de la PNC.

«Rodríguez Orejuela aseguró [al informante] que tenían a criminales trabajando conjuntamente con el Bloque de Búsqueda e identificó a un tal Alberto y a un tal Bernardo —escribió el agente Murphy—. Rodríguez Orejuela describió a Bernardo como una persona feísima carente de tacto y de conciencia. El informante advirtió que Rodríguez Orejuela alegó haber acordado con el general Vargas y el coronel Martínez de la PNC una recompensa por la captura de Escobar. Según el capo de Cali, su organización estaba dispuesta a pagar diez millones de dólares por la captura de Pablo, vivo o muerto. De los diez millones ocho serían destinados al Bloque de Búsqueda y los dos restantes a los informantes que facilitasen su captura.»

Aquella información perturbó especialmente a Joe Toft, jefe de la delegación de la DEA, quien intuyó que el gran esfuerzo por capturar a Pablo quizá acabara fortaleciendo el nexo entre los narcotraficantes y las instituciones colombianas.

Entretanto, Hugo estaba a punto de rendirse. Había fallado, decepcionado a su padre y lo había expuesto a burlas y acusaciones de corrupción. Todo el inocente entusiasmo y la confianza del alférez se habían disipado. El maldito equipo que tanto defendía no producía los resultados esperados y quizá nunca lo hiciera.

Con lo que Hugo no contaba, sin embargo, era con un ferviente converso al que había deslumbrado.

—La única manera que tenemos de encontrarlo es con tus detectores —le insistió su padre—. ¡La tecnología es nuestra única ventaja sobre él! ¡La tecnología!

Y seguidamente el coronel levantó el ánimo de su hijo enviándolo .« por un objetivo más fácil. Martínez tenía un amigo radioaficionado en Bogotá que, durante meses, había estado escuchando las conversaciones de un hombre llamado Juan Carlos Zapata, un extravagante traficante bogotano que se había hecho construir un falso castillo en las afueras, al este de la capital. Zapata no era más que un intermediario del cártel de Medellín y, aunque hubiera dejado Bogotá y ahora viviera allí mismo, estaba lo suficientemente alejado del círculo íntimo del imperio de Pablo como para escapar a ambos azotes, el del Bloque de Búsqueda y el de Los Pepes. Comparativamente Zapata era un traficante de poca monta, pero el amigo de Martínez lo tenía localizado y conocía las frecuencias de radio que más usaba. Zapata representaba un objetivo real que Hugo podía vigilar mientras esperaba a que Pablo rompiera el silencio en el que se había sumido.

Lo primero que Hugo hizo fue estudiar las cintas, familiarizándose mu la voz de Zapata y las palabras clave que utilizaba para realizar sus negocios. Rastrear a Pablo era en extremo difícil en especial porque el capo, lógicamente, era muy precavido y hablaba por muy poco tiempo, saltaba de una frecuencia a otra constantemente y nunca se quedaba quieto. A su lado, espiar a Zapata era un juego de niños.

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