Matazombies (23 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Un rugido que les llegó desde arriba hizo que Félix levantara la vista. Maldijo. Krell descendía en picado desde el cielo, sobre el lomo de su serpiente alada no muerta, y se dirigía en línea recta hacia los tres enanos.

—¡Matadores! —gritó Félix.

Gotrek, Rodi y Snorri se lanzaron hacia los lados cuando el monstruo hecho de retales se posó con un violento golpe sobre la precaria torre y casi la arrancó de los rodetes. Necrófagos y hombres bestia desollados cayeron girando por el aire y se estrellaron contra el suelo, mientras los matadores se sujetaban como lapas, y del interior llegaban crujidos y rechinos aún más ominosos.

—¡Mío! —rugió Rodi cuando Krell desmontó y le lanzó un tajo con su hacha negra.

La mano enfundada en guantelete y el antebrazo que Gotrek le había cercenado antes parecían haber vuelto a crecer en su totalidad.

—¡Encuentra tu propio fin, Balkisson! —rugió Gotrek, al mismo tiempo que se lanzaba hacia delante—. ¡Este es el mío!

—¡Tómalo si puedes, Gurnisson! —rió Rodi, y también cargo.

Krell bloqueó ambos ataques con un rechinar de acero, pero Gotrek le embistió las piernas y lo lanzó de espaldas contra la serpiente alada. La fea bestia se elevó por el aire, aleteando, y dejó al rey espectral tendido al borde de la torre, mientras los matadores avanzaban.

—¡Snorri quiere que éste sea su fin! —gritó Snorri, cojeando tras ellos.

Un hombre bestia desollado trepó hasta la parte superior en la que se libraba la lucha, y se lanzó a interponerse en el camino de Snorri mientras Krell y los matadores chocaban. Snorri reventó la cabeza del hombre bestia con el martillo, pero se encontró con que más de aquellos enormes horrores trepaban para rodearlo por todas partes, todos aún unidos entre sí como un macabro brazalete de amuletos que hubiese cobrado vida.

—¡Apartaos del camino de Snorri! —gritó Snorri.

Félix maldijo. Tenía que llevarse a Snorri de la torre antes de que acabara muerto. Por desgracia, había más de una veintena de necrófagos en el camino.

—¡Hacedlos retroceder! —les gritó a los espadones—. ¡Expulsadlos de las murallas!

Los, espadones lo aclamaron, y el sargento canoso recogió a orden.

—¡Sí, muchachos! ¡Hacedlos retroceder de vuelta a la sepultura!

Los espadones cayeron sobre los necrófagos como un solo hombre, sus armas ascendiendo y descendiendo como sí fueran una, causando terribles heridas en cabezas, hombros y cuellos, con Félix y Kat luchando en el centro. A pesar de todo, Félix no estaba seguro de que fueran lo bastante rápidos.

Sobre la inclinada torre, Snorri luchaba en medio de un puñado de hombres bestia desollados, rugiendo jubilosamente, mientras Gotrek y Rodi acometían a Krell con tajos desde lados opuestos. El rey de los muertos giraba entre ellos para devolver los tajos, y su hacha de obsidiana creaba una sofocante nube de polvillo a su alrededor. Rodi absorbió una bocanada y se tambaleó, tosiendo, momento en que Krell le asestó un golpe tan potente que, aunque lo bloqueó lanzó al joven matador hasta el borde mismo de la torre.

—¡Ja! —gruñó Gotrek al mismo tiempo que cargaba—. ¡Ahora vamos a ver de quién será el fin!

Krell retrocedió ante el hacha de Gotrek, convertida en un borrón, y su negra armadura antigua no tardó en quedar marcada por una veintena de profundas líneas en las que se veía brillar el metal; pero la acometida también estaba pasándole factura a Gotrek. Volvía a tener la respiración agitada, y la cara tan roja como ascuas encendidas.

Rodi se puso trabajosamente de pie y comenzó a subir otra vez por la inclinada superficie, pero los cadáveres de hombres bestia desollados también empezaban a rodearlo.

—¡Espera, Gurnisson!

Gotrek tosió e hizo retroceder a Krell hasta el borde.

—¡Un matador no espera!

Un tacón de las botas del paladín no muerto resbaló en el borde irregular de la torre de asedio, y Gotrek lo aprovechó para rebanarle un buen trozo de la greba derecha. Krell se lanzó hacia un lado para evitar otro golpe, y Gotrek se volvió para ir tras él, golpeando como un tanque de vapor.

En el mismo momento, Félix, Kat y los espadones mataron, por fin, al último de los necrófagos, y saltaron sobre las almenas para acometer a la sarta de hombres bestia desollados que rodeaban a Snorri, y a quien encontraron en un terrible aprieto.

La pata de palo se le había metido entre dos tablones, al borde mismo de la inclinada plataforma, y no podía sacarla. Asestaba potentes golpes con el martillo de guerra a las bestias muertas que lo acometían desde todas partes, pero no podía desplazarse ni esquivar, y lo estaban haciendo pedazos con las garras.

Félix, Kat y los espadones cargaron, asestando tajos al círculo de hombres bestia, pero había muchos y eran demasiado grandes. No iban a lograrlo antes de que Snorri fuera arrojado al vacío.

—¡Gotrek! —gritó Félix—. ¡Snorri!

Gotrek miró al viejo matador en el momento en que golpeaba las piernas de Krell y lo hacía caer y rodar por la pendiente. Vaciló, y Félix leyó su expresión. Si iba tras el rey de los muertos, podría matarlo y tachar un millar de agravios del ancestral libro de los enanos. Podría ser conocido por siempre más como el Matador de Krell el Vencedor de Fortalezas. Pero si lo hacía, Snorri caería y moriría.

Con un gruñido salvaje, Gotrek cargó hacia Snorri y se estrelló contra la muralla de hombres bestia que lo rodeaban, desjarretando con el hacha a uno, al que empujó fuera de la plataforma. Se detuvo con brusquedad y se meció como un ahorcado al tensarse la cuerda que lo unía a sus compañeros. El siguiente de la cuerda dio un traspié hacia un lado a causa del tirón, y Gotrek también lo empujó. Con eso bastó. Cuando el segundo hombre bestia cayó al vacío, su peso, combinado con el del primero y el pronunciado ángulo de inclinación de la plataforma, arrastró a los demás, uno tras otro, en rápida sucesión. Fue como observar una sarta de feas salchichas precipitarse por el borde de un barranco.

Pero al caer el último cadáver de hombre bestia, éste quedó empalado en una rama de un árbol seco que asomaba a través de las pieles tensadas del costado de la torre, y se detuvo en seco. De repente, todo el peso de las bestias de la sarta le dio un fuerte tirón hacia la izquierda a la torre ya herida, y algo vital se rompió en su interior.

Gotrek maldijo y avanzó hacia Snorri con paso tambaleante para liberar la pata de palo de las tablas en el preciso momento en que la torre comenzaba a caer, lenta pero inexorablemente de lado.

—Retrocede, Muerdenarices —jadeó, y lo empujó hacia Félix y Kat, que se lo llevaron de vuelta a las almenas.

—¿Adónde han ido los hombres bestia? —preguntó Snorri.

—Olvídate de los hombres bestia, Snorri —le espetó Kat.

Gotrek se volvió a mirar a Krell. Rodi ya estaba allí, haciéndolo retroceder por la plataforma cada vez más inclinada con brutales tajos, mientras el rey de los muertos lanzaba rugidos hacia el cielo. Gotrek se precipitó tras él, jadeando y resollando, pero antes de que pudiera llegar, su montura descendió a toda velocidad, con las alas desplegadas, y Krell saltó sobre la silla de montar.

Gotrek y Rodi se lanzaron hacia él, pero llegaron demasiado tarde. La serpiente alada se arrojó al vacío y se alejó en vuelo descendente. En ese momento, la torre se inclinó de manera drástica.

—¡Cobarde! —rugió Gotrek.

—¡Vuelve y lucha! —vociferó Rodi.

—¡Matadores! —llamó Félix—. ¡Bajad de ahí!

—¡Deprisa! —gritó Kat.

Durante un agónico segundo los matadores se quedaron quietos, con los ojos fijos en Krell, pero luego dieron media vuelta y volvieron a las almenas en el preciso momento en que la torre, por fin, caía bajo ellos. Gotrek tenía la cara caliente y su pecho subía y bajaba con violencia, pero su único ojo era tan duro y frío como Félix no lo había visto jamás.

A lo largo de la muralla, los hombres que empujaban escaleras y luchaban contra los zombies lanzaron una aclamación cuando la torre se estrelló en el foso, aplastando decenas de no muertos y necrófagos, y a esa aclamación hizo eco otra cuando la segunda torre también cayó, ardiendo como una corneta dentro de un horno; pero los enanos no parecían estar de humor para celebraciones.

Snorri, que sangraba por una docena de heridas de garras, miraba a Gotrek con el ceño fruncido mientras se esforzaba por ponerse de pie.

—Snorri no cree que hayas hecho bien, Gotrek Gurnisson, al impedirle que…

—¡Y a Gotrek Gurnisson le importa un ardite lo que piense Snorri! —bramó Gotrek a la cara del viejo matador—. ¡Hasta que no recuerde su vergüenza, Gotrek no quiere oír una sola palabra más que salga de la boca de Snorri!

Félix, Kat y Rodi retrocedieron, mientras Snorri parpadeaba, perplejo ante el estallido de Gotrek. Los espadones no parecían saber adónde mirar.

—¿Y qué si Snorri piensa que le gustaría aplastar la fea cara de Gotrek Gurnisson de un puñetazo? —preguntó Snorri al mismo tiempo que cerraba los puños.

Las cejas de Gotrek descendieron, pero antes de que pudiera inspirar suficiente aire para responder, Von Volgen y un par de caballeros lo empujaron al pasar corriendo en dirección a Von Geldrecht.

—¡Señor comisario! —llamó Von Volgen—. ¡El puerto! ¡Mirad hacia el puerto!

Félix, Kat y los matadores se volvieron y bajaron la mirada hacia los muelles, para saber a qué se refería Von Volgen. Félix frunció el ceño. El balandro continuaba ardiendo, y en torno a él seguían cayendo rocas y cadáveres en llamas que hacían saltar el agua del río, pero no vio ninguna nueva amenaza.

—¿Qué sucede? —preguntó—. No veo nada.

—¡Allí! —dijo Kat, y señaló hacia el agua, por el lado de los muelles.

Félix siguió su mirada. El agua estaba llena de las cabezas que se mecían y manos que chapoteaban, pertenecientes a hombres que intentaban subir a los muelles.

No. No eran hombres.

—Zombies —jadeó Gotrek con voz ronca—. Han pasado por debajo de la puerta del río.

12

—¡Sangre de Sigmar! —maldijo Félix—. ¿Cómo han entrado? ¡La habíamos cerrado!

Los zombies subían ya en masa a los muelles como cangrejos cubiertos de sedimentos que pasaran unos por encima de otros para escapar de una agitada olla de estofado. Las enormes formas de los hombres bestia muertos trepaban entre ellos, con el inmundo pelaje chorreando agua, y avanzaban con paso tambaleante hacia las puertas del cuerpo de guardia principal, mientras que los cadáveres humanos arrastraban los pies en dirección a las escaleras que subían hasta lo alto de las murallas, y trepaban con las garras por los laterales del barco en llamas, en tanto los guardias fluviales les asestaban tajos y los empujaban hacia atrás.

—Son tantos… —gimió Kat—. ¿Qué hacemos ahora?

Félix se volvió para formularle a Gotrek la misma pregunta. El Matador caminaba detrás de Von Volgen, y Snorri lo seguía. Félix le dirigió a Snorri una mirada de inquietud, temeroso de que pudiera estar aún enfadado con Gotrek, pero el rostro del viejo matador era tan plácido como siempre; como si su más viejo amigo no acabara de gritarle a la cara. Félix suspiró. Esa era una de las ventajas del problema de memoria de Snorri, según supuso. Olvidaba los insultos con la misma rapidez que olvidaba cualquier otra cosa.

Félix saludó al sargento de espadones cuando él y Kat se volvieron para seguir a los matadores.

—Gracias, sargento.

El hombre corpulento le dedicó una sonrisa tímida.

—Gracias a vos,
mein herr
—dijo—. Gracias por hacernos volver.

—¿Le estáis dando las gracias, sargento Leffler? —sonó una voz detrás de ellos—. ¿Por revocar una orden mía?

Al volverse, se encontraron con Bosendorfer que echaba fuego por los ojos.

—Si os digo que retrocedáis, vosotros retrocedéis —dijo al mismo tiempo que avanzaba—. Si os digo que defendáis las murallas, defendéis las murallas. ¿Está claro?

—Sí, capitán —replicó el sargento—. Muy claro.

—Bien —continuó Bosendorfer, y luego señaló las murallas, que entonces estaban desiertas—. ¡Defended las murallas!

Los hombres vacilaron, y Leffler miró a Félix como para pedirle permiso. Félix asintió de forma automática con la cabeza, y luego vio que Bosendorfer había presenciado aquella comunicación y se ponía rígido de furia.

El sargento se apresuró a saludar, y condujo a los otros de vuelta a las almenas.

Félix retrocedió un paso, con la sensación de que debería decir algo, pero luego dio media vuelta, junto con Kat, gruñendo. Sintió los ojos de Bosendorfer sobre él durante todo el camino que recorrió tras los matadores por la escalera que bajaba de las murallas.

—No creo que haya hecho un amigo de él —comentó.

—¿Y quién quiere un cobarde por amigo? —se burló Kat.

Encontraron a los matadores en lo alto de la torre situada más al este, esperando con impaciencia mientras Von Geldrecht daba órdenes a los oficiales, con Von Volgen a su lado, susurrándole consejos.

—¡Uno de cada cinco de los hombres que ocupan la muralla debe bajar a defender el cuerpo de guardia! —gritó Von Geldrecht, y luego se volvió a mirar a Von Volgen, con el ceño fruncido—. ¿Uno de cada cinco? ¿Estáis seguro? ¿Podrán defender las murallas los que quedan?

—Al haber caído las torres de asedio —explicó Von Volgen, con calma—, los zombies de las escalas pueden ser contenidos. La brecha del puerto es vuestra mayor amenaza, señor comisario. Hay que cerrarla y defender el cuerpo de guardia, porque si cae éste, vamos a tener que retirarnos a la torre del homenaje, y eso implicará una gran pérdida de vidas y tesoros.

—Pero ¿cómo vamos a cerrar el agujero? —preguntó Von Geldrecht, y Félix se dio cuenta de que estaba al borde mismo del pánico—. Pensaba que ya habíamos bloqueado la puerta.

—Dejad eso en nuestras manos —dijo Gotrek, cuya respiración volvía a la normalidad con lentitud—. Vosotros mantened los cadáveres fuera del cuerpo de guardia, y nosotros os taparemos ese agujero.

Von Geldrecht dejó escapar un suspiro de alivio.

—Gracias, matadores. Tendréis toda la ayuda que os sea precisa.

—Cuerda, aceite de lámparas, cargas hechas con tubería y mecha lenta —gruñó Gotrek—. Y también un bote de remos, y algunos hombres que mantengan alejados a los zombies mientras trabajamos.

—Así se hará —prometió Von Geldrecht—. Y vais a tener al espadón Bosendorfer para defenderos.

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