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Authors: Douglas Coupland

Microsiervos (8 page)

Y eso me ha hecho pensar. He mirado a mi alrededor y me he dado cuenta de que si alguien tomara todas las cosas vivas del Campus de Microsoft, las separara en montones y analizara la biomasa, el resultado sería:

• 38 % hierba

• 19 % seres humanos

• 0,003 % Bill

• 8 % abeto de Douglas y abeto balsámico

• 7 % cedro de Virginia

• 5 % cicuta

• 23 % otros: cuervos, abedul, insectos, gusanos, microbios, peces de los acuarios de los
nerds
, plantas decorativas de los vestíbulos...

He vuelto a casa temprano, a las 17.30, y no había nadie. Susan había puesto dos mesas de jugar a las cartas sin abrir en el vacío comedor a la espera de las cosas de picar. Abe le había dejado a Susan su pasada de equipo Dolby THX para la fiesta, además de sus dos sillas Adirondack hechas con esquís viejos. El lugar seguía pareciendo un poco desnudo. Era como el Día Sin Gente.

Al caer la noche, la cosa ha empezado a animarse un Poco más. Abe ha vuelto de navegar y ha puesto viejas canciones de la Human League, que se ha dedicado a cantar mientras se duchaba. Susan ha vuelto con bolsas de comida de la tienda de cátering y la he ayudado a meterlas y colocarlas: pasta
a la puttanesca, fid
éos tailandeses,
calzones
, Cheetos y pepinillos. Bug y algunos de sus amigos amargados y chiflados han llegado con un gran surtido de cervezas, se han sentado por todas partes en una débil parodia de
Hard Copy
y
A Current Affair
, partiéndose de risa y zampándose la mitad de la comida de la fiesta de Susan mientras ella se estaba vistiendo.

A partir de las 20.00 han empezado a llegar otros invitados con botellas de vino y, a partir de las 21.00, la casa, pozo de desolación apenas dos horas antes, rebosaba alegría y U2.

A eso de las 21.30, Susan estaba hablando con sus amigos, diciéndoles que había que amortizar las acciones en el momento preciso: «Llevo los últimos dieciocho meses saltando del diestrolobulismo al siniestrolobulismo y no habría podido seguir programando mucho tiempo más. De todos modos, creo que la época de las amortizaciones se está acabando.» Justo entonces ha sonado el teléfono de mi habitación. (Tenemos nueve líneas en casa. Pacific Bell nos adora o nos odia.) Me he excusado y he ido a contestar.

Era mi madre.

Al parecer, a mi padre le había dado un arrebato y había tomado un avión desde Palo Alto a Seattle. Mi madre acababa de volver de su trabajo en la biblioteca y había encontrado una nota en la puerta. Le he preguntado a qué hora llegaba el vuelo y me ha dicho que tenía que estar llegando al aeropuerto de SeaTac en ese momento.

Así que he ido a sentarme en el bordillo frente a la casa. Hacía un poco de frío, y sólo llevaba puesta mi chaqueta del equipo de baloncesto de la universidad.

Karla subía la colina desde su casa, la he saludado y se ha sentado a mi lado, llevaba un paquete de doce botellas de cerveza, enormes en sus pequeños brazos. De mi lenguaje corporal ha deducido que algo iba mal, pero no me ha preguntado nada. Me he limitado a decirle: «Mi padre acaba de tomar un avión hacia aquí... Está trastornado. Creo que está a punto de llegar.» Nos hemos quedado sentados, mirando las copas de los árboles y oyendo el susurro del viento.

«He oído que has estado todo el día en algo de marketing con Kent», le he dicho.

«Sí. Ha sido una pérdida de tiempo. Un muermo. Es un pelota.»

«He pasado todo el día deseando partirle la cara, ¿sabes?»

«¿De verdad?», ha dicho y me ha mirado con el rabillo del ojo. «Sí, de verdad.»

«Bueno, eso no es demasiado lógico, ¿no?» «No.»

Entonces me ha cogido la mano y nos hemos quedado en silencio, juntos. Hemos bebido un poco de la cerveza que había comprado, hemos saludado a Mishka el Perro, que pasaba de visita, y luego hemos ido a tumbarnos debajo de la cama elástica. Y nos hemos dedicado a mirar los coches que llegaban a la casa, uno por uno, a la espera del coche que contendría a mi padre.

No ha tardado en llegar, en un coche alquilado, completamente trompa (no sé cómo lo ha logrado), con aspecto cansado y asustado, grandes ojeras y un poco desquiciado.

Ha aparcado bruscamente al otro lado de la calle. Nos hemos sentado y hemos visto cómo respiraba hondo y se echaba para atrás en el asiento, con la cabeza inclinada hacia delante. Entonces nos ha mirado y, por la ventana abierta, ha dicho, ligeramente avergonzado: «Hola.» «Hola, papá.»

Y ha desviado la mirada hacia su regazo. «Papá, te presento a Karla», le he dicho, sin levantarme todavía.

Ha vuelto a mirarnos. «Hola, Karla.» «Hola.»

Estábamos separados por la calle. Detrás de nosotros, la casa se había convertido en una enorme pecera de jolgorio. Mi padre no levantaba la mirada del regazo, así que Karla y yo nos hemos incorporado y nos hemos dirigido hacia él y, entonces, nos hemos dado cuenta de que estaba sujetando algo con fuerza en el regazo, algo que, al acercarnos, ha sujetado aún con más fuerza. Parecía como si, fuera lo que fuese, tuviera miedo de que se lo quitáramos; al aproximarnos, nos hemos dado cuenta de que estaba sujetando el viejo casco de fútbol americano de Jed, un casco de niño, de color dorado y verde, los colores de la escuela.

«Danny —me ha dicho, pero no a la cara, sino al casco que pulía con sus grandes manos de adulto—. Sigo echando de menos a Jeddie. No puedo sacármelo de la cabeza.»

«Yo también lo echo de menos, papá —le he dicho—. Pienso en él todos los días.»

Ha apretado todavía con más fuerza el casco contra el pecho.

«Venga, papá, sal del coche. Vamos a la casa. Allí podremos hablar.»

«No puedo seguir fingiendo que no pienso en él Eso me está matando.»

«A mí me pasa lo mismo, papá. ¿Sabes una cosa? Tengo la sensación de que aún está vivo y de que siempre camina tres pasos por delante de mí, como un rey.»

He abierto la puerta del coche y, entre Karla y yo, hemos cogido a mi padre por los costados, mientras él seguía sosteniendo el casco contra el pecho, y nos hemos dirigido a casa, donde su presencia ha generado poco interés entre la multitud. Hemos subido a la habitación de Michael y lo hemos colocado sobre la cama.

Se ha enrollado un poco: «Es curioso cómo todas las cosas que pensabas que nunca se acabarían son las primeras que desaparecen: IBM, los Reagan, el bloque comunista. A medida que te vas haciendo viejo, se convierte en esencial sobrevivir lo mejor que puedas.»

«Aún falta mucho para eso, papá.»

Le he quitado los zapatos y, durante un rato, Karla y yo nos hemos quedado sentados a su lado en dos sillas de oficina. Las máquinas de Michael zumbaban a nuestro alrededor, y la única fuente de luz era la lamparilla de la mesita de noche. Nos hemos quedado sentados, contemplando cómo cruzaba y volvía a cruzar la membrana de la conciencia.

Me ha dicho: «Eres mi tesoro, hijo. Eres el primogénito. Cuando los médicos apartaron las manos de tu madre y te levantaron hacia el cielo, fue como si sacaran un tesoro de perlas, diamantes y rubíes, un recubierto de sangre pegajosa.»

Le he dicho: «Papá, no hables así. Descansa un poco. Encontrarás un trabajo. Siempre estaré a tu lado. No te sientas mal. Hay un montón de cosas a tu alcance. Ya verás.»

«Ahora éste es vuestro mundo —ha dicho, con la respiración más profunda, dándose la vuelta hacia la pared, donde resonaban la música y los gritos de los invitados—. Es vuestro mundo.»

Y, al poco, se ha quedado dormido sobre la cama, la cama de Michael en la habitación de Michael.

Antes de salir de la habitación, hemos apagado la luz y echado una última ojeada a la cálida forma negra de mi padre tumbado sobre la cama, iluminado sólo por la constelación de diodos de luz de las máquinas durmientes y soñadoras de Michael.

2
Oop
Lunes

Ha llovido todo el día (32 mm, según Bug). He leído un volumen de
Inside Mac
. Me he acercado con el coche a la tienda de excedentes de Boeing y he comprado cinc y algunas tarjetas plastificadas con las instrucciones de seguridad de los aviones de la compañía.

Martes

He ido a la oficina y he jugado al Doom durante una hora. He borrado unos cuantos mensajes de correo electrónico.

Morris, de Word, está en Amsterdam, así que le he pedido que pruebe la hamburguesa vegetariana en algún McDonald's de allí.

Esta tarde el Hornet Sportabout estaba cubierto de hojas de arce mojadas. Los tonos anaranjados eran increíbles y durante un cuarto de hora debo de haber parecido un colgado alucinando con el coche. Ha sido de lo más relajante.

Susan ha estado hablando hoy de arte, de ese surrealista que pintaba hombrecitos de negocios flotando en el cielo y manzanas que ocupaban habitaciones enteras: Magritte. Ha dicho que si el surrealismo existiera hoy, «duraría diez minutos y luego lo fagocitarían las agencias de publicidad para vender llamadas telefónicas a larga distancia y esprays de queso». Es probable que sea cierto.

Luego ha dicho que el surrealismo fue algo fascinante en el momento en que surgió, porque la sociedad acababa de descubrir el inconsciente y que ése era el primer modo visual que la gente encontraba para expresar su comportamiento.

Luego ha seguido diciendo que, hoy, la GRAN cuestíón es que las imágenes que vemos en la televisión y las revistas, aunque parecen surrealistas, «en realidad no lo son, porque son aleatorias y debajo no hay ningún inconsciente que las genere».

Eso me ha hecho pensar... ¿y si las máquinas tienen un inconsciente? ¿Y si las máquinas son ahora como bebés humanos, con cerebro pero sin capacidad para expresarse, salvo por medio del llanto (colgándose)? ¿A qué se parecerá el inconsciente de una máquina? ¿Cómo digiere lo que le damos? Si las máquinas pudieran hablar, ¿qué dirían?

Me he quedado mirando mi MultiSync y mi PowerBook, preguntándome... «¿Qué es lo que pasa por sus cabezas?»

Con esta finalidad, estoy creando un archivo de palabras aleatorias que me vienen a la cabeza y estoy metiéndolas en un archivo del ordenador personal llamado I
NCONSCIENTE
.

He limpiado los armarios de la cocina. He leído un rato la guía telefónica. He leído un
Wall Street Journal
. He escuchado la radio.

Karla lleva viviendo aquí tres semanas. Temo acabar jodiéndolo todo. Es algo tan nuevo. Karla es un cielo. ¡Lo que tiene que ser perder el cielo!

Ordenador personal

Soy tu ordenador personal

Hola

Deja de ser un loro

CNN

666

LensCrafters

airbag

tarjeta magnética de identificación

número de empleado

fideos instantáneos

nacimiento

dodecaedro

cajero automático

Sal de ajo Lawry

808 Honolulú

702 Las Vegas

503 Klamath Falls

206 Tacoma

604 Victoria

916 Shasta

copos de avena

laxantes

antiácidos sabor a cereza

envases Rubbermaid

sala de hologramas

Courtyard Marriott

Sierra

Gran Trago

NCC-1701

dinero líquido

Schroder Wagg/Londras

Rank Xerox

Miércoles

Todd y yo hemos atado con una cuerda nuestras placas de Lucite a la parte de atrás de mi AMC Hornet Sportabout de tres puertas y las hemos arrastrado durante una hora por las afueras de Bellevue y Redmond. Resultado neto: unas cuantas muescas y unos pocos arañazos. Son escalofriantemente indestructibles.

Intento imaginar a alguien o alguna nueva especie dentro de cincuenta millones de años desenterrando una de esas pequeñas gemas profundamente no biodegradables e intentando deducir algo de valor de la especie y la cultura que la había creado.

«De lo que no cabe duda es de que no es una especie contemporánea, sino que vivió en un tiempo muy remoto. Y, obviamente, los individuos que la fabricaron estaban muy atrasados en su propia civilización; de otro modo, no habrían creado este sorprendente utensilio que no se degrada.»

«Sí, Yeltar. Y, además, grabaron un texto profundo, importante y trascendente en esta placa milagrosamente conservada; por desgracia, el mensaje seguirá siendo críptico para siempre»:

CADA VEZ QUE SALE UN PRODUCTO,

NOS ACERCAMOS UN PASO MÁS A LA VISIÓN:

UN ORDENADOR EN CADA DESPACHO

Y EN CADA CASA.

Mi padre ha telefoneado para preguntarme cómo conectar un módem. Está entrando ahora en la Red. El mes pasado, acabó quedándose tres días con nosotros, durmiendo interminablemente en el sofá de pana verde del salón. O viniendo conmigo a la oficina mientras terminábamos de depurar y de arreglarlo todo para la entrega. Parecía que eso le gustaba, pero era tan frágil... Y, cuando Karla y yo lo acompañamos al aeropuerto SeaTac, no dejó de castañetear en el asiento de atrás como una pila de placas conmemorativas de la casa Franklin Mint.

Mi madre sigue mandándome recortes sobre la superautopista de la información y los multimedia interactivos. Recorta cosas del
San José Mercury News
(su alma de bibliotecaria). Esto de la autopista... es una broma, ¿verdad? No paras de oír hablar de ella, pero en realidad qué es... ¿pases de diapositivas con música? De pronto, está en todas partes. EN TODAS.

Morris me ha contestado desde Amsterdam:

>He probado una y no son muy buenas, así que no las idealices. Tienen gusto a curry y están llenas de *guisantes* congelados (¡guisantes!). Ademas, si comes "hamburguesas" quieere decir que sigues enganchado a la idea de la carne. Los perritos calientes de tofu son solo un isótopo de la carne.

>Si eres vegetariano y sigues soñando con hamburguesas, lo que eres en realidad es un criptocarnivoro.

He ido a los almacenes Nordstrom's. He visto un episodio de
Wings
, los documentales sobre aviación del canal A&E.

Bug ha pasado todo el día de mal humor en su cuarto, escuchando a Chet Baker y restaurando su kit electrónico de Radio Shack y memorizando la sintaxis C++. Susan busca casa. Todd vive en el gimnasio Pro Club. Abe ha sido reasignado a un subgrupo encargado de diseñar una barra de herramientas. ¡Yuuupi!

Creo que están castigando a Abe por haberse largado a navegar con sus amigos un día de la semana en que todos estábamos rascando a tope. No lo vemos mucho: está de vuelta otra vez al espacio/tiempo Microsoft. Llega tarde a casa, alimenta a sus neones con escamas de pobres desgraciados pulverizados y liofilizados, nos regaña a todos por no mostrar más iniciativa y luego se va a dormir.

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