Muerte de la luz (21 page)

Read Muerte de la luz Online

Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

—La vida de él está en juego, y la de Gwen —insistió Vikary—. Hay que decírselo.

—¿Todo?

—Se acabaron las adivinanzas.

Ruark y Gwen hablaron al unísono.

—Jaan…, ¿qué…?

—¿Adivinanzas, vida, cacería…, de qué cuernos está hablando? ¡Dígame!

Jaan Vikary se volvió para decirle.

Capítulo 7

—Dirk, Dirk… No puede ser que esté hablando en serio. Me niego a creerlo. Desde que le conozco he pensado…, bueno, que usted era mejor que ellos. ¡Y ahora me sale con esto! No…, estoy soñando. ¡Es una locura! —Ruark se había recobrado un poco. Enfundado en una larga bata de seda sintética verde, con lechuzas bordadas, ahora se parecía más a sí mismo, aunque en medio del caos del taller lucía totalmente fuera de lugar. Estaba sentado en un taburete alto, de espaldas a las oscuras pantallas rectangulares de la consola del computador. Tenía los pies cruzados, calzados con pantuflas, a la altura de los tobillos. Sus manos rollizas sostenían una copa de vino verde de Kimdiss. La botella estaba detrás de él, al lado de dos copas vacías.

Dirk estaba sentado en una ancha mesa de plástico, acodado en un sensor, las piernas dobladas. Había corrido el sensor a un costado y una pila de diapositivas al otro para hacerse lugar. El cuarto estaba completamente desordenado.

—No veo dónde está la locura —dijo tercamente, mientras hablaba, miraba de un lado al otro.

Era la primera vez que veía el taller. Era casi del mismo tamaño que la sala de los kavalares, pero parecía mucho más pequeño. Contra una pared había una hilera de computadoras pequeñas. Enfrente, un enorme mapa multicolor de Worlorn, plagado de alfileres y señales. En el medio estaban las tres mesas de trabajo; aquí era donde Gwen y Ruark organizaban los conocimientos fragmentarios adquiridos en las selvas del agonizante mundo del Festival, aunque a Dirk el sitio le parecía un cuartel militar.

Aún no atinaba a comprender por qué estaban allí. Después de la extensa explicación de Vikary y una agresiva discusión entre Ruark y los dos kavalares, el kimdissi había bajado a su departamento llevándose consigo a Dirk. El momento no había parecido oportuno para hablar con Gwen. Pero en cuanto Ruark se cambió de ropas y se tranquilizó con un sorbo de vino, insistió para que Dirk le acompañara arriba, al taller. Trajo tres copas, pero Ruark era el único que bebía. Dirk aún recordaba la última vez, y tenía que conservarse lúcido para pensar en su situación. Además, si la mezcla de los vinos kimdissi y kavalar producía resultados análogos al del contacto del kimdissi con los kavalares, beber uno después del otro equivaldría a un suicidio.

—La locura es que usted se bata a duelo con un kavalar —dijo Ruark después de otro sorbo del licor verde—. ¡Le juro que no puedo creerle a mis oídos! Jaantony…, bueno. Garsey, naturalmente. Y más aún esos Braith. Son gente violenta, animales xenófobos. ¡Pero usted! Dirk, usted, un hombre de Avalon, no puede rebajarse a tanto. Piénselo. Se lo suplico. Sí, se lo suplico, por mí, por Gwen, por usted mismo. ¿Cómo puede tomar en serio esa decisión? Dígame, debo saberlo… ¡De Avalon! Usted creció a la par que la Academia del Conocimiento Humano, sí, con el Instituto de Avalon para el estudio de la inteligencia No-Humana, también. El mundo de Tomás Chung, la base de operaciones del Proyecto Kleronomas. Usted ha vivido rodeado de historia y conocimientos que no se conservan en ninguna parte salvo quizás en la Vieja Tierra o Nueva Ínsula. Usted ha viajado, es un hombre culto que ha visto diversos mundos y muchos pueblos diferentes. ¡Sí, usted tiene discernimiento! ¿O no? ¡Sí!

Dirk frunció el ceño.

—Arkin, usted no comprende. Yo no busqué la pelea. Es una especie de malentendido. Traté de disculparme, pero Bretan no quiso escuchar razones. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

—¿Hacer? Caramba, ¡marcharse, por supuesto! Llévese a la dulce Gwen y márchese; váyase de Worlorn en cuanto pueda. Ella le pertenece, Dirk. Y usted lo sabe. Ella lo necesita, sí, y nadie más que usted puede ayudarle. ¿Y cómo quiere ayudarle? ¿Portándose tan mal como Jaan? ¿Haciéndose matar? ¿Eh? Dígame, Dirk. Dígame.

Todo volvía a ser confuso. Mientras bebía con Janacek y Vikary, la situación parecía totalmente clara y fácil de aceptar. Pero ahora Ruark afirmaba precisamente lo contrario.

—No sé —repuso Dirk—. Es decir, rechacé la protección de Jaan, así es que debo protegerme por mi cuenta, ¿no es verdad? ¿Quién más es responsable? Ya he hecho las elecciones, todo. El duelo está fijado y no puedo echarme atrás.

—¡Claro que puede! —dijo Ruark—. ¿Quién podría impedírselo? ¿Con qué derecho, eh? En Worlorn no hay ninguna ley. Ninguna, ¡de veras! ¿Cómo se las arreglarían para cazarnos esas bestias, si hubiera una ley? Pero no, no la hay. Y todo el mundo tiene problemas. Pero no hay obligación de batirse a duelo si uno no quiere…

La puerta se abrió con un chasquido, y al volverse Dirk se encontró con Gwen. Entornó los ojos, mientras los de Ruark se animaban de súbito.

—Ah, Gwen —dijo el kimdissi—, ven aquí; convence a t'Larien. Este necio pretende batirse a duelo, de veras, como si fuera el mismo Garsey.

Gwen entró y se quedó de pie entre ambos. Vestía pantalones tornasolados (ahora gris oscuro), y un jersey negro, y llevaba el cabello anudado con un pañuelo verde. La cara recién lavada lucía una expresión adusta.

—Bajé con el pretexto de verificar ciertos datos —dijo, relamiéndose nerviosamente los labios—. No sé qué decir. Le pregunté a Garse acerca de Bretan Braith Lantry. Dirk, es muy probable que él te liquide.

Las palabras de Gwen le dejaron helado. Dichas por ella, sonaban diferente.

—Lo sé —dijo—. Eso no cambia las cosas, Gwen. Es decir, si sólo me interesara no correr riesgos, podría ser
korariel
de Jadehierro, ¿verdad?

—De acuerdo —convino ella—. Pero te negaste. ¿Por qué?

—¿Qué me dijiste en el bosque? ¿Y más tarde, otra vez? Acerca de los nombres… No quería ser propiedad de nadie, Gwen. No soy
korariel
—la miró; a Gwen se le ensombreció la cara, echó una fugaz mirada al jade-y-plata.

—Comprendo —dijo ella con un hilo de voz.

—Yo no —barbotó Ruark—. Sea
korariel
si es necesario. ¿Qué hay con eso? ¡Es sólo una palabra! Pero conservará la vida, ¿eh?

Gwen observó al kimdissi sentado en el taburete. Enfundado en la bata verde, aferrando la copa y tosiendo, tenía un aire de vaga comicidad.

—No, Arkin —dijo Gwen—. Ese fue mi error. Pensé que
betheyn
era sólo una palabra.

El kimdissi se sonrojó.

—¡Muy bien, de acuerdo! De modo que Dirk no es
korariel
, bien. No es propiedad de nadie. Eso no significa que deba batirse, desde luego que no. El código de honor kavalar es una insensatez, una flagrante demostración de imbecilidad. ¿Qué? ¿Usted está obligado a ser imbécil, Dirk? ¿A morir como un imbécil?

—No —dijo Dirk—. Tengo que hacerlo, es todo. Es lo que corresponde.

Las palabras de Ruark le molestaban. Tampoco él creía en el código de Alto Kavalaan. ¿Por qué, entonces, le molestaban? Estaba lejos de saberlo. Como demostración de algo, pensó. Pero ignoraba qué, ni a quién.

—¡Palabras! —estalló Ruark.

—Dirk, no quiero que te maten —dijo Gwen—. Por favor…, no resistiría un trago tan amargo.

El regordete Ruark lanzó una risita amable.

—No. Le disuadiremos, ¿verdad? —sorbió vino—. Escúcheme Dirk, al menos escúcheme.

Dirk accedió a regañadientes.

—Bien. Primero, responda a esto: ¿cree usted en el duelo de honor como institución social, o como norma moral? Contésteme con franqueza.

—No —dijo Dirk—. Pero tampoco creo que Jaan crea en él, a juzgar por algunos comentarios. No obstante, se bate cuando no le queda más remedio. De lo contrario, sería un cobarde.

—No. Nadie piensa que usted sea un cobarde, ni él tampoco. Jaantony puede ser kavalar, con todo lo malo que eso significa. Pero ni siquiera yo lo tildo de cobarde. Hay diferentes clases de valor, ¿no? Si esta torre se incendiara, tal vez usted arriesgaría la vida para salvar a Gwen, posiblemente a mí, y también a Garse, quizá…, ¿no es cierto?

—Creo que sí —dijo Dirk.

Ruark asintió con la cabeza.

—¿Ve? Usted es un hombre valiente. No necesita suicidarse para demostrarlo.

Gwen aprobó las palabras de Ruark.

—Recuerda lo que me dijiste esa noche en Kryne Lamiya, Dirk. Acerca de la vida y la muerte. Después de eso no puedes matarte porque sí, ¿no te parece?

—Cuernos, no se trata de un suicidio.

Ruark rió.

—¿No? Es lo mismo. O algo muy parecido. ¿Piensa usted acaso que derrotará a Bretan?

—Bueno, no. Pero…

—Si a él se le cayera la espada porque los dedos le transpiran o por cualquier otra causa, ¿lo mataría usted?

—No —dijo Dirk—. Yo…

—Eso estaría mal, ¿verdad? ¡Sí, claro que sí! Bueno, dejar que él lo mate a usted está igualmente mal. O darle la oportunidad. Es una idiotez. Además, usted no es kavalar, así es que ni me mencione a Jaantony. Por digno que sea, él es capaz de matar. Usted es diferente, Dirk. Y él tiene una excusa para luchar, una causa, el afán de transformar a su pueblo. Tiene un gran complejo mesiánico. Pero en fin, no nos burlemos de él. Usted Dirk, en cambio, no. ¿O sí?

—Creo que no. Pero maldito sea, Ruark, él hace lo correcto. Usted no se veía tan suelto de cuerpo cuando él le contó cómo los Braith le habrían dado caza si Jadehierro no lo protegiera.

—No, claro que no me cayó nada de bien. Para qué mentir. Pero eso no cambia las cosas. Tal vez soy
korariel
, tal vez los Braith son peores que los Jadehierro, tal vez Jaan recurre a la violencia para impedir una violencia peor. ¿Le da eso la razón, tal vez? Ah, no sabría decirlo. ¡Una opción moral muy difícil, sin duda! Es posible que los duelos de Jaan sirvan a un propósito, sí; para su pueblo, para nosotros. Pero el duelo de usted es una locura, no sirve de nada, sólo para que lo maten. Y Gwen permanecerá con Jaan y con Garsey para siempre, hasta que quizá pierdan algún duelo. Para ella no será nada agradable…

Ruark se calló y terminó el vino, luego giró sobre el taburete para servirse otra copa. Dirk estaba muy tieso, sintiendo la mirada ansiosa que Gwen le clavaba en los ojos. La cabeza le palpitaba. Ruark lo trastocaba todo, pensó de nuevo. Tenía que hacer lo que correspondía, pero no sabía qué. De pronto, toda su resolución se había evaporado. Un silencio espeso flotaba en el taller.

—No esquivaré el bulto —dijo finalmente Dirk—. De ningún modo. Pero tampoco me batiré. Iré a comunicarles mi decisión. Me negaré a pelear.

El kimdissi agitó el vino y rió.

—Bien. Esa actitud refleja cierta valentía moral. Sin duda. Jesucristo y Sócrates y Erika Stormjones, y ahora Dirk t'Larien: grandes mártires de la historia. Sí. Tal vez el poeta de Acerorrojo le dedique a usted algunos versos.

Gwen le respondió con más seriedad.

—Estos son Braith, Dirk. Altoseñores de Braith de la vieja escuela. En Alto Kavalaan tal vez nunca te retarían a duelo pues los consejos de altoseñores reconocen que los extranjeros no adhieren al mismo código. Pero aquí es diferente. El arbitro se pronunciará en tu contra, y Bretan Braith y sus hermanos de clan te matarán o te cazarán. A ojos de ellos, si te rehúsas a luchar, te conviertes en Cuasi-hombre.

—No puedo huir —insistió Dirk; de pronto, no tenía más argumentos, sólo le quedaba una emoción oscura, la resolución de afrontar de algún modo las circunstancias.

—Usted se empeña en renunciar a su cordura. De veras. No es cobardía, Dirk. Es la elección más valiente, piénselo así; arriesgarse a que le desprecien por huir. Aun así no faltarán riesgos. Tal vez lo persigan… Bretan Braith, si vive. O los otros, en caso contrario. Pero usted vivirá, y así quizá los eluda y ayude a Gwen.

—No puedo —dijo Dirk—. Se lo he prometido a Jaan y a Garse.

—¿…que les ha prometido? ¿Qué? ¿Que moriría?

—No. Sí. Es decir, Jaan me hizo prometer que sería el hermano de Janacek. Ellos no estarían en este enredo si Vikary no hubiera intentado mejorar de algún modo mi situación.

—…después de que Garse hiciera todo lo posible por empeorarla —dijo Gwen con amargura; Dirk se sobresaltó al percibir que esa voz calma era repentinamente insidiosa.

—Podrían morir mañana, también —dijo Dirk, con incertidumbre—. Y yo seré el responsable. Pero tú me pides que les abandone…

Gwen se le acercó y levantó las manos. Le rozó ligeramente las mejillas con los dedos para apartarle el pelo de la cara, y lo miró fijamente con sus ojos verdes. De pronto él recordó otras promesas; la joya susurrante. Y momentos del pasado que se agolpaban en su memoria; el mundo giraba, el bien y el mal se confundían irremediablemente.

—Dirk, escúchame —dijo lentamente Gwen—. Jaan se ha batido en seis duelos por mi causa. Garse, que ni siquiera me ama, ha participado en cuatro. Han matado por mí, por mi orgullo, por mi honor. Yo no pedí que lo hicieran, así como tú, que no les pediste protección. Luchaban por el concepto de honor que tienen
ellos
, no yo. Aun así, esos duelos significaban tanto para mí como éste para ti. Y pese a todo, me pediste que les dejara, que regresara a ti y que volviera a amarte…

—Sí —dijo Dirk—. Pero, no sé… Siempre he dejado una estela de promesas sin cumplir —la voz se le sofocó—. Jaan me nombró
keth.

—Si le nombrara
cena
—gruñó Ruark—, ¿se metería usted de un salto dentro del horno?

Gwen meneó la cabeza tristemente.

—¿Qué sientes? ¿Un deber? ¿Una obligación?

—Supongo que sí —dijo Dirk, no muy convencido.

—Entonces, tú mismo acabas de responder por mí, Dirk. Me has dado la respuesta que yo debía darte a ti. Si te sientes tan obligado a cumplir los deberes de un
keth
de duración limitada, un vínculo que ni siquiera tiene vigencia en Alto Kavalaan, ¿cómo puedes pedirme que deje de lado el jade-y-plata?
Betheyn
significa más que
keth.

Le quitó las manos de la cara y retrocedió.

Dirk estiró su brazo con brusquedad y apresó a Gwen por la muñeca. La muñeca izquierda. Cerró el puño sobre el metal frío y el jade pulido.

—No —dijo.

Gwen guardó silencio. Esperó.

Para Dirk, Ruark había dejado de existir. El taller se había evaporado en las sombras. Sólo estaba Gwen, mirándole con esos enormes ojos verdes llenos de… ¿qué? ¿De promesas? ¿De amenazas, sueños perdidos? Ella esperó en silencio mientras él tropezaba con las palabras, sin saber qué decir; sentía en la mano el jade-y-plata. Recordaba:

Other books

Airships by Barry Hannah, Rodney N. Sullivan
The Right Way to Do Wrong by Harry Houdini
Allegiance by Timothy Zahn
She's Gone: A Novel by Emmens, Joye
The Ghost of Valentine Past by Anna J McIntyre
The Shepherd File by Conrad Voss Bark
Ellie's Song by Lisa Page
Scare Me by Richard Parker
Andy by Mary Christner Borntrager