Nivel 5 (40 page)

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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Se interrumpió de pronto y miró la pantalla.

«Buenas noches, Guy Carson. Tiene usted un mensaje no leído.»

Rápidamente, Carson abrió la ventana del correo electrónico.

«
Ciao
, Guy.

»No he podido evitar el observar el endemoniado tiempo de CPU que ha absorbido al llamar a primeras horas de esta mañana el programa de modelación. Me complace comprobar que se pasa la noche trabajando, pero a partir de las conexiones en línea no me ha quedado claro qué estaba haciendo con exactitud.

»Estoy seguro de que no se dedicaría a perder su tiempo, o el mío, sin tener una buena razón para ello. ¿Acaso ha conseguido un avance importante? Así lo espero por el bien de ambos. No necesito de bonitas imágenes, lo que necesito son resultados. El tiempo es cruelmente muy corto.

»Ah, sí, casi lo olvidaba: ¿por qué este repentino interés por la PurBlood?

»Espero su respuesta.

»Brent.»

—¡Jesús, fíjese en eso! — exclamó Susana—. Casi puedo sentir su aliento en la nuca.

—El tiempo es cruelmente corto —murmuró Carson—. Si él supiera…

Deslizó un disco óptico en la ranura de la terminal y copió en él los resultados de los datos sobre el fluido cerebroespinal. Luego pulsó el modo de conferencia de la red.

—¿Se ha vuelto loco? — musitó ella—. ¿Con quién demonios se va a poner en contacto?

—Cierre el pico y observe —le dijo Carson mientras tecleaba.

«Objetivo charla: Guy Carson @ Biomed. Dragón. GeneDyne.»

—Pues sí sé que se ha vuelto loco. ¿Solicita hablar consigo mismo?

—Levine me dijo que si alguna vez necesitaba hablar con él, sólo tenía que enviar una solicitud de conferencia conmigo mismo a través de la red, y usarme a mí mismo como receptor y emisor al mismo tiempo —explicó Carson—. Eso iniciará un subprograma de comunicaciones que él ha introducido en la red y que permite conectar con su terminal.

—¿Le va a enviar la información sobre PurBlood?

—En efecto. Él es la única persona que puede ayudarnos.

Carson esperó, esforzándose por mantener la calma. Se imaginó al pequeño demonio introduciéndose clandestinamente en la red de GeneDyne, para salir a un servicio de acceso público y conectar con el ordenador de Levine, que estaría recibiendo ahora un mensaje. Suponiendo que estuviera conectado a la red y que Levine estuviera cerca para oírlo.

«Hola. He estado esperando su llamada.»

Carson tecleó frenéticamente.

«Doctor Levine, preste atención. Hay una crisis en Monte Dragón. Tenía usted razón con respecto al virus. Pero es más que eso, mucho más. Desde aquí no podemos hacer nada al respecto y necesitamos su ayuda. Es de la máxima importancia que actúe usted con rapidez. Voy a transmitirle un documento que he preparado y que explica la situación, junto con archivos de información de apoyo. Debo añadir otra cosa: por favor, haga todo lo posible por sacarnos de aquí cuanto antes. Nos encontramos en verdadero peligro. Y haga todo lo que tenga que hacer para arrebatar al personal de Monte Dragón todas las reservas de gripe X y ponerlas a buen recaudo. Como verá por la información que le transmito, todo el personal requiere inmediata atención médica. Comienzo ahora mismo la transmisión de datos utilizando protocolos estándar de la red.»

Inició la transmisión de los archivos tras pulsar unas teclas y se encendió el piloto de acceso en la placa frontal de la terminal. Carson permaneció sentado, a la expectativa, mientras observaba la transmisión de datos. Incluso con la máxima compresión y la anchura de banda más amplia que permitiera la red, tardaría casi cuarenta minutos en pasarlo todo. Era muy probable que la próxima vez que Scopes asomara la nariz a la red, se diera cuenta del fuerte uso que se había hecho de los recursos. O que uno de sus lacayos de la red se lo indicara. ¿Cómo demonios iba a contestar entonces al correo electrónico de Scopes?

De repente, el flujo de información se interrumpió.

«¿Guy? ¿Está usted ahí?»

«Estamos aquí. ¿Qué ocurre?»

«¿Quiénes están? ¿Hay alguien más con usted?»

«Mi ayudante de laboratorio, que está al corriente de la situación.»

«Muy bien. Ahora escuche. ¿Hay alguien ahí que pueda ayudarle?»

«No. Dependemos de nosotros mismos. Doctor Levine, permítame continuar con la transmisión.»

«No hay tiempo para eso. Ya he recibido lo suficiente para comprender el problema, y lo que no tengo puedo conseguirlo de la red de GeneDyne. Gracias por haber confiado en mí. Me ocuparé de que las autoridades tomen cartas inmediatamente.»

«Escuche, doctor Levine, necesitamos salir de aquí. Creemos que el inspector de la OSHA que vino aquí pudo ser asesinado.»

«Sacarles de ahí será mi más alta prioridad. Usted y De Vaca continúen como hasta ahora y no hagan ningún intento por escapar. Sólo manténganse en calma. ¿De acuerdo?»

«De acuerdo.»

«Guy, su trabajo ha sido brillante. Dígame cómo ha descubierto esto.»

Cuando Carson se preparaba para teclear la respuesta, un escalofrío le recorrió la espalda. «Usted y De Vaca», decía el texto. Pero él nunca había mencionado ese nombre.

«¿Quién es usted?», tecleó.

De repente, la imagen de la pantalla empezó a disolverse en nieve. El altavoz de la terminal se puso en marcha con un quejido de estática. Susana abrió la boca, sorprendida. Carson, pegado a la silla, observó la pantalla con incredulidad, y sus extremidades parecieron pesarle como el plomo. ¿Era el sonido de una risa estridente, que se mezclaba con el chirrido de la estática? ¿Era un rostro lo que se formaba lentamente en la pantalla, un rostro de orejas puntiagudas, gruesas gafas y un impertinente mechón de cabello?

De repente, la pantalla quedó en blanco, y el siseo de la estática se interrumpió. La habitación quedó sumida en una silenciosa oscuridad. Y entonces Carson oyó el solitario ulular de la alarma general de Monte Dragón, que reverberaba a través del desierto.

TERCERA PARTE

Carson miró a Susana a los ojos.

—Vámonos de aquí —dijo en voz baja, al tiempo que apagaba la terminal con un movimiento brusco del dedo.

Salieron del laboratorio de radiología y cerraron la puerta tras ellos. Rápidamente, Carson escrutó la zona circundante. A lo largo de toda la verja del perímetro se habían encendido luces de emergencia. Mientras miraba, otras luces intensas se encendieron con brillo marfileño, primero en la torre delantera de guardia, luego en la trasera. Los focos gemelos empezaron a barrer lentamente la zona. No había luna, y las instalaciones se hallaban sumidas en una oscuridad impenetrable. Indicó a Susana que se dirigieran hacia las sombras de los talleres. Avanzaron agachados a lo largo de la fachada del edificio, doblaron una esquina y se escabulleron por una pasarela hacia una zona oscura situada detrás del edificio del incinerador.

Oyeron un grito y el sonido de pasos presurosos en la distancia.

—Tardarán unos minutos en organizarse —dijo Carson—. Es nuestra única oportunidad de escapar de aquí. — Se tocó el bolsillo, para asegurarse de que llevaba los discos ópticos que contenían las pruebas—. Creo que va a tener oportunidad de poner a prueba sus habilidades para hacer un puente. Larguémonos en un Hummer. — Ella vaciló—. ¡Vamos! ¿A qué espera?

—No podemos —susurró ella con fiereza—. No sin haber destruido antes las existencias de gripe X.

—¿Está loca?

—Si nos marchamos, el virus de la gripe X quedará en manos de estos locos, y no sobreviviremos aunque escapemos de aquí. Ya vio lo que le ocurrió a Vanderwagon, y lo que le está ocurriendo a Harper. Sólo se necesita que una persona salga del Tanque de la Fiebre con un frasco de gripe X para provocar una catástrofe.

—Pues no podemos llevarnos…

—Escuche. Sé cómo podemos destruir la gripe X y escapar al mismo tiempo.

Carson vio las oscuras siluetas de los guardias correr entre las instalaciones; empuñaban armas de asalto. Atrajo a Susana para que se ocultara más entre las sombras.

—Tenemos que entrar en el Tanque de la Fiebre —explicó ella.

—Olvídelo. Nos atraparían como ratas.

—Escuche, ése es precisamente el último lugar donde nos buscarán.

Carson lo pensó un momento.

—Probablemente tiene razón —admitió—. Ni siquiera un loco entraría allí en este momento.

—Confíe en mí.

Ella le cogió de la mano y tiró de él alrededor del lado oculto del incinerador.

—Espere, Susana…

—Mueva el culo,
cabrón
.

Carson la siguió a través del oscuro patio, en dirección al perímetro central. Se fundieron entre las sombras del edificio de operaciones, jadeando.

De repente sonó un disparo que reverberó en la noche. Siguieron otros disparos, en rápida sucesión.

—Disparan contra las sombras —dijo Carson.

—O quizá se disparan entre ellos —replicó ella—. ¿Quién sabe hasta dónde puede haber llegado la locura de algunos?

El haz de un foco trazaba un arco lento que se dirigía hacia ellos, que se agacharon tras el edificio de operaciones. Tras un apresurado reconocimiento, corrieron por el pasillo desierto y se metieron en el ascensor que conducía a la entrada del Nivel 5.

—Será mejor que me explique su plan —dijo Carson mientras descendían.

Ella le miró con ojos encendidos.

—Escuche con atención. ¿Recuerda al viejo Pavel, el que me arregló el reproductor de CD? Me he encontrado con él algunas veces en la cantina para jugar al backgammon. Le gusta hablar, probablemente más de lo que debiera. Me dijo que cuando los militares crearon este lugar hicieron instalar un dispositivo de destrucción infalible, algo que protegiera contra una posible liberación catastrófica de algún agente nocivo. El sistema se desconectó cuando Monte Dragón pasó a ser una instalación privada, pero los mecanismos no fueron desmantelados. Pavel me explicó incluso con qué facilidad se podían reactivar.

—Pero ¿cómo podríamos…?

—No me interrumpa. Vamos a volar esta jodida chingadera. El dispositivo de destrucción infalible se llamaba alerta de fase cero, y consiste en invertir el flujo de aire laminar del incinerador de aire, para inundar el actual Tanque de la Fiebre con aire a mil grados de temperatura, esterilizándolo todo. De eso sólo están enterados los más antiguos, como Singer y Nye. — Sonrió a la débil luz del ascensor—. Cuando ese aire recalentado alcance los combustibles que se almacenan ahí, se producirá una bonita explosión.

—Sí, claro. Y también nos freirá a nosotros.

—No. El flujo de aire tardará varios minutos en invertirse. Sólo tenemos que ponerlo en marcha, disparar la alerta, salir y esperar a que se produzca la explosión. Luego, en la confusión, huiremos en un Hummer.

La puerta del ascensor susurró al abrirse a un pasillo en sombras. Avanzaron con rapidez hacia la puerta metálica gris que conducía al Tanque de la Fiebre. Carson pronunció su nombre ante el detector de voz y la puerta se abrió.

—Como usted sabe, podrían estar observándonos ahora mismo —dijo mientras se ponía el traje.

—En efecto —asintió ella—. Pero si tenemos en cuenta todo el infierno que se ha desatado aquí, creo que estarán controlando otras cámaras más importantes.

Se comprobaron mutuamente los trajes, siguiendo las normas de seguridad, y entraron en descontaminación. Mientras Carson se encontraba bajo la lluvia de desinfectante y miraba la figura extrañamente vestida de Susana, una sensación de absurdo empezó a apoderarse de él. Hay gente que nos busca, que nos dispara. Y encima nos metemos en el Tanque de la Fiebre. Notó que el creciente temor claustrofóbico se instalaba una vez más en su pecho. Nos encontrarán. Quedaremos atrapados como ratas, y… Conectó la manguera de aire y se llenó los pulmones con bocanadas entrecortadas por el pánico.

—¿Se encuentra bien, Carson?

La voz serena de Susana por el canal privado le permitió recuperarse. Asintió con un gesto y entró en la antecámara de secado.

Dos minutos más tarde entraron en el Tanque de la Fiebre. La alarma global reverberaba en los pasillos vacíos, y el distante desquicio de los chimpancés resonaba sordamente. Carson levantó la mirada hacia las paredes blancas, en busca de un reloj: eran casi las doce y media. Las luces del pasillo eran de baja intensidad, y se mantendrían así hasta que llegara el equipo de descontaminación, a las dos de la madrugada. Sólo que esta vez, con un poco de suerte, no habría nada para descontaminar.

—Tenemos que acceder a la subestación de seguridad —dijo ella—. Sabe dónde está, ¿verdad?

—Sí.

Carson la conocía muy bien. La subestación de segundad del Nivel 5 se hallaba situada en el nivel más bajo, directamente debajo de la zona de cuarentena.

Se movieron con rapidez a lo largo de los pasillos, hacia el vestíbulo central. Carson dejó que Susana bajara primero, luego se agarró a los pasamanos y descendió por el tubo. Por encima de su cabeza observó el enorme dispositivo de absorción de aire que, dentro de pocos minutos, introduciría aire supercaliente en toda la instalación.

La subestación era una estancia circular y atestada, con sillas giratorias y un techo bajo. Los monitores se alineaban en hileras que reseguían la curva de la pared, mostrando centenares de imágenes del Tanque de la Fiebre. Desde el suelo ascendió una consola de mando.

Susana se sentó ante ella y empezó a teclear.

—¿Qué demonios hacemos ahora? — preguntó Carson al tiempo que conectó una manguera de aire fresco en la válvula de su traje.

—Sea lógico,
cabrón
—dijo ella—. Todo es como Pavel dijo que sería. Todos los dispositivos de seguridad están para impedir que se produzca un escape. Nunca pensaron en instalar medidas de seguridad contra alguien que pusiera en marcha deliberadamente una falsa alarma. ¿Por qué iban a hacerlo? Voy a introducir los parámetros de crisis fase cero y a disparar la alerta.

—¿De cuánto tiempo dispondremos para salir de aquí?

—Del suficiente, créame.

—¿Cuánto es eso exactamente?

—Deje de incordiarme, Carson. ¿No ve que estoy ocupada? Unas pocas órdenes más y todo se pondrá en marcha.

Carson la vio teclear.

—Susana —dijo—, pensemos por un momento en lo que vamos a hacer. ¿Es esto realmente lo que queremos? ¿Destruir toda la instalación del Nivel 5? ¿Todo aquello por lo que hemos trabajado?

Ella dejó de teclear y se volvió a mirarle.

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