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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Olvidé olvidarte (24 page)

Aquella noche fue terrible para la ciudad de Toronto. Hubo más de dieciséis réplicas del terremoto y, tras catorce horas de grabación en directo, Luis recibió una llamada del Canal 43 que les indicaba que dejaran de cubrir la noticia. Con los ojos llenos de lágrimas, Shanna se despidió de algunas madres que aún esperaban que aparecieran sus hijos. Muerta de tristeza, caminaba hacia el coche junto a Luis y Fredy. De pronto, se empezaron a oír gritos. Eran los bomberos. Pedían luces. Creían haber encontrado a alguien con vida. Todos corrieron nerviosos y se arremolinaron al lado del cordón policial. De pronto, varios bomberos, ennegrecidos por el polvo, consiguieron sacar con vida a varios niños de corta edad, además de dos mujeres y un anciano. Todos comenzaron a aplaudir y a llorar.

Cuando Shanna se sentó en el coche del canal, miró su móvil. Tenía más de cuarenta llamadas perdidas. De sus amigas, de su madre y de George. Sin embargo, estaba tan cansada que decidió que las devolvería más tarde.

Cuando llegaron a los estudios del canal, les felicitaron por el trabajo realizado. Tras soltar los equipos, Shanna cogió su bolso y se marchó en dirección a su coche. Antes de llegar, sonó el teléfono. Era Elsa.

—Por Dios, Shanna, dime que estás bien —pidió una preocupada Elsa al borde del infarto.

Pero Shanna estaba mal. Había pasado mucho miedo y necesitaba cariño con urgencia.

—Sí, estoy bien, aunque… agotada —susurró emocionada al oír la voz de su amiga—. Ha sido horrible, Elsa. La tierra se movía y… He visto niños muertos y gente…

—No llores, cariño. Tú estás bien. Por favor, no llores —dijo con afecto Elsa intentando no llorar ella también.

—Sí, pero esa gente… Ellos…

—Shanna, los bomberos han hecho todo lo que han podido por ellos. En las noticias han dicho que Toronto hoy ha sido un caos. No pienses más en eso, por favor.

—Ya lo sé. —Tragó saliva—. Pero ha sido muy duro ver a todas aquellas personas sin vida, Elsa. Los niños y… —no pudo continuar. Se le quebró la voz.

—Siento no poder estar allí contigo —susurró Elsa con sinceridad.

Reponiéndose al berrinche, Shanna se montó en el coche. Estaba agotada, y pensar en llegar a su casa y estar sola era lo que menos le apetecía.

—No te preocupes. Estoy bien —murmuró apoyando su cabeza en el volante—. Estas cosas ocurren y no se puede hacer nada. A veces la vida es muy injusta. Lo que ha pasado hoy en Toronto es un ejemplo, y no es el único.

Elsa, mirando hacia el vacío, asintió con los ojos llenos de lágrimas.

—Sí, cariño, tienes razón.

Tras unos segundos de silencio, Shanna susurró:

—Sé que no es el momento de decirte esto, pero creo que deberías hablar con Javier.

—Prefiero no pensar en eso, Shanna —susurró apenada. No había ni un solo día que no pensara en él—. Ya sabes que no me gustan las mentiras.

—¿Y quién dice que Javier te mintió?

—Yo —afirmó con rotundidad Elsa.

—¿En qué te basas para pensar eso? ¿Le has dado la oportunidad de explicarse?

Elsa, tras resoplar, dijo:

—Una vez hicimos un pacto para ser sinceros. Le expliqué que cuando me enteré de que Peter me engañaba con otra, me sentí dolida, humillada y decepcionada. Y te recuerdo que vosotras me tuvisteis que ayudar a salir de la enorme depresión que aquello me provocó. —Tras oír a Shanna suspirar, siguió—: Él me ha decepcionado, Shanna, y no quiero volver a sufrir.

Metiendo la llave en el contacto, Shanna arránco el coche.

—Pero Javier te quiere, Elsa. —Y tras un gemido dijo—: Hoy, en medio de tanto horror, me he dado cuenta de que la vida es para vivirla y disfrutarla, y si es con alguien que te quiere a tu lado, mejor.

Elsa sabía que su amiga tenía razón. Pero era demasiado terca para dar su brazo a torcer. Durante unos segundos, ambas permanecieron calladas hasta que Elsa, cambiando de tema, dijo:

—Creo que te han llamado las chicas.

—Lo sé. Más tarde o mañana las llamaré. —Limpiándose las lágrimas de los ojos, añadió antes de despedirse—: Ahora sólo quiero irme a casa, darme un baño caliente y meterme en la cama.

—De acuerdo, cielo, descansa. Mañana hablamos —dijo Elsa antes de colgar.

Con horror, Shanna condujo hasta su casa viendo la devastación que el terremoto había ocasionado en la ciudad. Pisos derrumbados, gente sentada en las aceras llorando… Aquello era un caos. Era horrible.

Cuando llegó a su edificio vio que estaba intacto. Tras indicarle el portero que podía meter el coche en su plaza de aparcamiento, pero que no cogiera el ascensor, aparcó y, cuando se disponía a subir andando por las escaleras, una voz tras ella la llamó.

—¡Shanna!

Volviéndose rápidamente su corazón comenzó a latir desbocado. Era George, ¡su George! Sin pensárselo dos veces, corrió hacia él para abrazarlo, mientras las lágrimas le corrían por las mejillas al sentirse junto a él.

—Gracias por venir —susurraba abrazada a él—. Gracias por venir.

George, incapaz de contestar, aspiró su perfume y suspiró. Había sido horroroso no poder contactar con ella durante aquellas terribles horas y, sintiendo la necesidad de buscarla, no se lo pensó, cogió el primer vuelo que iba hacia Toronto y allí se presentó. Ahora que la tenía entre sus brazos y sabía que estaba bien, por fin había podido tranquilizarse. Tras besarla como llevaba meses deseando volver a hacer, dijo:

—Cariño, ¿quieres casarte conmigo? —Al ver la cara de ella, le susurró—. No estoy dispuesto a aceptar un no como respuesta.

—¿Qué has dicho, George? —preguntó sin saber si había oído bien.

Él, sonriendo al ver cómo ella le miraba, prosiguió:

—Lo he pensado mucho y lo que siento por ti me hace perder el control de todo. No me centro en mi trabajo, no dejo de pensar en ti, estoy mal, te necesito, Shanna, y me gustaría —dijo poniéndole un anillo que sacó de su bolsillo— que me hicieras el honor de ser mi mujer.

—Yo…

Shanna no se lo podía creer. Con la boca seca, miró el anillo. No era capaz de apartar su mirada de aquella joya.

—Lo compré en el aeropuerto —dijo George—. Si no te gusta, no pasa nada, cielo, se puede cambiar. Te compraré el que tú quieras pero…

Shanna le besó. No sabía si reír o llorar y, tras separarse de él, susurró, mientras le acariciaba aquel bonito pelo tan alborotado:

—Me encanta el anillo, cariño, y por supuesto que quiero ser la señora O’Neill.

28

Siete días después…

—¡Dios mío,
miarma
! Todavía no me creo que estemos en Las Vegas —dijo Rocío cogiendo a Aída por el brazo. Ya se le notaba su embarazo, estaba de siete meses.

—El hotel es el Marriot Las Vegas —informó Elsa mientras buscaba un taxi a la salida del aeropuerto—. Dejad de hacer el tonto y cojamos el taxi. Sois peores que las crías de quince años.

Celine, retirándose el pelo de la cara mientras encendía un nuevo cigarrillo, preguntó:

—La señorita Rotenmeyer. ¿Lleva mucho tiempo así?

—Desde que volvimos de Oklahoma, hace ya cinco meses. Pero estos dos últimos están siendo tremendos —respondió Rocío bajito para que Elsa no la oyera.

Sin embargo, Elsa, a la que no se le escapaba una, dijo tras parar un taxi:

—Dejad de cotillear y coged las maletas, ¿o acaso pensáis que también os las voy a meter yo en el taxi?

—No, cariño, no —respondió Aída, que acercándose a Celine, murmuró—. Mi pobre hermano está destrozado. Pero nada, a Elsa parece darle todo igual.

—La mía puedes cargarla si te hace ilusión —se mofó Celine mirando a Elsa.

Rocío, al ver el gesto de Elsa y la guasa de Celine, señaló con una sonrisa en la boca:

—No digas tonterías,
siquilla
. —Al ver que Celine sonreía, añadió—: Haz el favor de coger tu jodida maleta de Loewe y no metas cizaña, que el horno no está para bollos.

—Vamos a ver, pandilla de petardas —dijo Elsa—. ¿Vais a estar conmigo normales o me vais a seguir tratando como a un ser tonto durante todo este viaje? —Todas la miraron.

Aquel comentario levantó una carcajada general. Era la primera vez que se reían desde la noche anterior, cuando todas se habían encontrado en Los Ángeles.

Una semana antes, Shanna les había llamado una por una para decirles que necesitaba tenerlas a su lado el sábado siguiente en Las Vegas. ¡Se iba a casar! Elsa, que se encontraba en Sacramento preparando la boda de Nick y Shasha, se quedó sin habla cuando su amiga la telefoneó para darle la noticia y pedirle ayuda para preparar su boda en siete días.

Celine, al oír aquello, primero la insultó, cosa normal en ella, pero, finalmente y al darse cuenta de la alegría de Shanna, se rindió y prometió dejarlo todo para asistir a la ceremonia. Sin embargo, no pudo resistir el decirle que estaba loca antes de colgar. Cuando Aída recibió la llamada de Shanna lo primero que hizo fue llorar de felicidad y lo segundo reprenderla por casarse como una cabaretera, en Las Vegas. Aquello no iba a ser una boda en condiciones. En cambio, cuando Rocío se enteró, empezó por partirse de risa pensando que era todo broma. Luego comentó que ella quería ir vestida como Dolly Parton y, por último, exigió que el padrino fuera Elvis Presley. Cuando colgó, sin creérselo todavía, llamó a Aída, que se lo confirmó. Rocío alucinó.

Elsa, encargándose personalmente de todo, había reservado una gran habitación en el hotel Marriot. Al entrar en la espaciosa estancia, Rocío silbó al ver un enorme salón con varios sillones y un bar acristalado. Desde ese salón se accedía a dos habitaciones en las que se distribuyeron Celine y Rocío en una y Elsa y Aída en la otra. Sobre las ocho de la tarde y con retraso aparecieron los flamantes novios. Shanna estaba feliz y George no abandonó su sonrisa ni un momento. Juntos cenaron y George se ganó la simpatía de las chicas. Shanna no cabía en sí de gozo. Tras algunas copas de más, los novios se marcharon y las chicas se animaron y fueron a jugar al casino.

—¡Virgencita! —murmuró Rocío al ver alejarse a Shanna con su novio—. Qué ansiosos están por darle al meneíto.

—Uff… —suspiró Aída abriendo su móvil—. Ya terminará hasta el moño de él cuando la vea planchar o cocinar, o recoger la casa, y se le insinúe con cara de bobo. ¡Hombres!

—Mmmmm, ¿en serio? —rió Celine.

—¡Ya te digo! —Volvió a hacerlas reír Aída—. Mi ex, al que espero que su madre aguante para el resto de sus días, se ponía pesado, pesado, pesado.

—¿Por qué todas las mujeres casadas decís eso? —preguntó Rocío—. Mi prima Edel cuenta lo mismo de José, su marido. Según ella, lo único que quiere es meneíto a todas horas.

—Mira que sois criticonas —rió Elsa al ver que Aída hablaba por teléfono. Sabía que era Javier quien estaba al otro lado. Él y su compañero de casa, Carlos, se habían quedado con los niños. Aída, tras hablar con su hermano colgó y se acercó hasta las chicas.

—¡Todo controlado, chicas! Niño dormido y niñas viendo una película. Sólo espero que Javier sepa seleccionar lo que mis hijas ven en la televisión a estas horas.

Y dicho aquello, salieron del restaurante y se perdieron durante horas por las calles iluminadas de Las Vegas.

—¡Virgen del suspiro! —exclamó Rocío haciéndolas reír—. ¿Hemos ganado trescientos dólares?

—Para ser más exactos, trescientos veintiocho dólares —puntualizó Elsa.

Celine estaba agotada. En dos días había viajado desde Bruselas a Nueva York, donde se encontró con Rocío, y desde allí hasta Los Ángeles, donde las esperaban Elsa y Aída para ir a Las Vegas.

—Yo no quiero ser aguafiestas, pero me caigo de sueño. Si no os importa, me voy para el hotel.

—¡Estás mayor, Tempanito! —gritó Rocío—. ¿Cómo puedes decir que estás cansada, cuando te rodean tanta luz y sonido?

Aída, que estaba como loca jugando a las tragaperras, gritó:

—¡Vamos a aquella máquina, Rocío! Oh, Dios, ¿ésa es una foto de Mel Gibson?

Celine y Elsa se miraron con complicidad. Sus amigas corrían como chiquillas entre las máquinas.

—Chicas, me voy con Celine para el hotel. Tened cuidado.

Con tranquilidad, ambas caminaron por las calles de Las Vegas mientras Celine le preguntaba a Elsa por su último trabajo en Sacramento. Con una sonrisa, Elsa le comentó con curiosidad la boda judía de Nick y Shasha. Por lo visto, sus padres habían redactado un precontrato matrimonial llamado
Tnaim
años atrás. Éste sólo se podía romper por causas mayores, ya que anular un compromiso era considerado un deshonor para la familia. Entre bromas, Elsa le explicó lo difícil que fue decidir la fecha de la boda, pues tenían que tener en cuenta que una celebración así nunca se podía llevar a cabo cuando comenzaba el shabat (día de descanso), ni el Yom Kipur (día de perdón), ni el Passover (cuando los judíos salieron de Egipto), etcétera.

—¿Qué es una
jupa
? —preguntó Celine interesada mientras caminaban juntas.

—Es como un palio de tela sujeto por cuatro lados. Según la cultura judía simboliza el techo y el inicio de un nuevo hogar. Y una de las cosas más curiosas fue el baño que la novia se tuvo que dar el día antes de la boda, el
mikve
, que consiste en que se moje siete veces en las aguas rituales para que Dios la santifique ofreciéndole luz, salud y prosperidad.

—Oh, qué tierno —se mofó Celine mientras encendía un cigarro.

—Pues lo creas o no, fue una bonita ceremonia. El rabino leyó la
Ketuba
, que es un pacto matrimonial escrito en arameo. La tía de Nick nos comentó que aquel escrito hablaba sobre las obligaciones de los novios: debían ser fieles, ayudarse en todo lo que necesitasen, etcétera.

—Uff… no me creo nada —rió Celine.

Elsa prosiguió tras darle un puñetazo.

—Créetelo, porque tras aceptar las obligaciones bebieron de la copa de vino que el rabino les ofreció y después firmaron tapados con el
talit
. Así se convirtieron en una sola persona. —Al ver la cara de su amiga, Elsa explicó—. El
talit
es el chal de rezos, que la familia de Shasha había regalado al novio. Es una costumbre de hace siglos, según nos explicó la abuela de Nick.

—Otros dos pringados que con su firma la han cagado —rió Celine con su irónica manera de hablar.

—Mira que eres bruja y mala —señaló Elsa sonriendo.

Celine, divertida por lo que Elsa le contaba, la animó a continuar.

—Sigue, sigue, que en el fondo me excita lo que me estás contando.

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