Read Otoño en Manhattan Online
Authors: Eva P. Valencia
Daniela abrió la puerta de su apartamento con lágrimas aún
en sus grandes ojos verdes. Nada más ver a Gabriel, se abalanzó sobre él en un
intenso abrazo, apoyando su cara en sus fuertes pectorales. No sabía por qué,
pero con él se sentía segura y a salvo, como en una imaginaria burbuja que nada
ni nadie podía destruir.
—Vamos Daniela... cálmate... —le dijo acariciando su espalda
una y otra vez.
Poco a poco Gabriel consiguió serenarla y cuando ésta ya se
mostró más relajada, le invitó a pasar a su apartamento.
Él la siguió hasta la cocina sentándose en uno de los dos taburetes
que había junto a la mesa. Daniela comenzó a preparar café y té. Sabía que le
gustaba el café solo bien cargado, a ella en cambio le apetecía más tomarse un
té bien calentito.
Gabriel la observaba en silencio.
Lo poco que la conocía sabía que era una chica muy
sensible, pero hasta el extremo de afectarle tanto la muerte de su padre, era
como poco, inverosímil, difícil de comprender.
Cuando el café estuvo a punto, se acercó a la mesa y lo
sirvió en una taza.
—Gracias.
—De nada —le respondió. Aún con el pulso tembloroso.
Dio media vuelta y fue a preparar su té. Esperó a que el
agua estuviera hirviendo para añadir unas cuantas cucharadas de té verde y
azúcar. Lo comenzó a remover y pasados unos segundos introdujo hojas frescas de
menta verde en su interior. Apagando el fuego, colocó la tetera sobre una
bandejita y se sentó frente a Gabriel.
—¿Quién te ha enseñado a preparar el té así? —le preguntó
con curiosidad levantando la tapa de la tetera e inspirando el aroma a menta.
—Una amiga de Barcelona que nació en Marrakech. Sus padres
emigraron a España cuando tan solo tenía tres años. Así que prácticamente no
recuerda nada de su país, pero muchas de sus costumbres le han sido inculcadas
desde muy pequeña.
—Interesante... —dijo sorbiendo de su café sin dejar de
mirarla.
Gabriel necesitaba saber por qué se había puesto tan
nerviosa. Ella aún no le conocía lo suficiente como para tener un sentimiento
tan profundo por él y por el fallecimiento de su padre. Otra cosa debía ser,
algo más debía perturbarla. Tenía la necesidad de preguntárselo y así lo hizo,
sin andarse por las ramas.
—Y ahora... ¿piensas decirme lo que te pasa de verdad?
Daniela casi derramó el té, su pregunta la pilló
desprevenida. ¿Tan transparente era para Gabriel? Ella no quería preocuparle con
sus problemas, bastantes ya tenía él.
Claudia en ese momento cruzó por la puerta de la cocina, se
acercó hasta Daniela y le entregó su teléfono móvil de mala gana.
—Si no quieres contestar al menos podrías apagarlo, estoy
intentando leer y no para de sonar todo el tiempo.
El rostro de Daniela cambió de golpe.
Su menudo cuerpo comenzó a temblar ligeramente. Gabriel se
dio cuenta de que quizás su estado de ánimo tenía mucho que ver con aquellas
llamadas telefónicas.
Claudia tras prepararse un sándwich de jamón y queso y
abrir una lata de CocaCola, salió de la cocina y se encerró de nuevo en su
habitación.
Gabriel entonces aprovechó para preguntar lo que le rondaba
desde hacía bastante rato por la cabeza.
—¿Estás así por esas llamadas no? —Le preguntó intentando
adivinar su reacción a través de sus ojos—. O mejor dicho, estás así por la
persona que realiza esas llamadas y que evitas contestar...
Daniela agachó la cara avergonzada. Sí, era cierto. Se
sentía angustiada por aquellas llamadas que desde la mañana no dejaban de
intimidarla.
—No es nadie.
—Pues para no ser nadie te tiene muy alterada.
—Quiero decir, que no es nadie importante.
Gabriel se quedó pensativo. No quería presionarla. Pero por
otro lado no soportaba verla así. Con las únicas personas que podía contar en
Nueva York, era con su compañera de piso, y con él. Su familia estaba a miles
de kilómetros y Claudia, estaba a solo unos pocos metros, en su habitación,
pero era como si estuviese a años luz, no parecía importarle demasiado que
Daniela estuviese llorando o se encontrase mal.
—Daniela, sabes que puedes confiar en mí ¿verdad? —Ella
asintió un par de veces con la cabeza—. Pero si no me lo cuentas, no podré
ayudarte.
Ella se mordió el labio mientras lo meditaba.
Claro que confiaba en él, solo que tampoco podría ayudarle.
O al menos eso era lo que ella creía. Dejó pasar unos segundos mientras seguía
meditando.
Él había acabado su café y ella su té, así que recogió las
tazas sucias y las llevó al fregadero. Para cuando se quiso dar la vuelta,
Gabriel se había levantado y ya estaba a su lado.
—No quiero que nadie te haga daño... —le susurró con calma.
Sus palabras le acariciaron el alma.
Daniela había tenido tan mala suerte con los hombres, que
la amabilidad y la comprensión de Gabriel le aturdían por completo. No estaba
acostumbrada a que nadie la tuviese en cuenta. Ni mucho menos que la tratase
con tanto respeto. Siempre se había considerado como un juguete roto al que
nadie quería jugar.
Por fin, retomó aire y se armó de valor, había llegado el
momento de ahuyentar sus fantasmas. Confiaba en Gabriel, aunque hiciera tan
poco que le conocía. Podía ver a través de sus ojos un alma limpia y noble.
Alzó la vista y comenzó a hablar.
—Quién ha estado llamando durante todo este tiempo es...
Ismael.
Gabriel frunció el ceño. Hasta ahora nunca había oído
hablar de él, así que se mantuvo quieto y en silencio para escuchar lo que le
tenía que decir.
—Él es mi primo... —negó con la cabeza—. Bueno, en realidad
no es mi primo. Soy adoptada, así que no es mi primo biológico.
—Entiendo.
Gabriel cada vez estaba más intrigado. Y Daniela comenzó a
relatar su historia:
—Cuando tenía nueve años, mi primo Ismael vino desde
Mallorca para alojarse temporalmente en casa de mis padres y así poder estudiar
ingeniería en la Universidad de Barcelona. Sus padres no tenían recursos
suficientes para pagarle un piso de alquiler, ni siquiera aunque fuese
compartido con otros estudiantes.
Daniela inspiró hondo y comenzó a hablar muy bajito.
—Dando comienzo aquel semestre, empezó a asistir a la
universidad por las mañanas, obteniendo las mejores notas de clase. Mis padres,
por supuesto, estaban encantados con él. Ismael se portaba bien con ellos. Le
ayudaba en las tareas domésticas. Incluso había encontrado un trabajo a tiempo
parcial para ayudarles con los gastos de la casa. —Tragó saliva costosamente e
inspiró hondo un par de veces para proseguir con la voz temblorosa—: Pero nadie
podía sospechar lo que realmente ocurría por las noches en mi habitación...
Ismael, aprovechaba que mis padres dormían para meterse en mi cama.
Gabriel abrió los ojos desconcertado.
Imaginándose a ese bastardo meterse entre las sábanas de
una niña de tan solo nueve años. Sintió nauseas.
—Solo me tocaba, jamás me penetró... Supongo que eso lo
hubiese delatado, los desgarros hubiesen alertado a mi madre. Pero era
demasiado astuto, lo hizo en silencio y lo hizo durante cuatro malditos largos
años...
—¡Hijo de puta...! —masculló con rabia.
Gabriel sintió asco por lo que le hizo y quiso abrazarla,
pero Daniela se apartó dando unos pasos hacia atrás. No quería que la tocara,
no en esos momentos, se sentía sucia y avergonzada. Aguantó las lágrimas en un
acto de valentía, porque ya había llorado bastante, porque no quería seguir
derramando ni una sola lágrima más por aquel malnacido.
Él no daba crédito.
Su confesión le había descolocado. Se le encogió el corazón
sin saber qué hacer, cómo debía actuar o cómo podía ayudarla. Estaba muy
enfadado, quería arrancarle las manos a aquel cabrón para que no volviera a
tocar a ningún niño nunca más.
—Durante muchos años traté de reunir coraje para contárselo
a mi madre, pero no podía... me repudiaba a mí misma, me sentía tan sucia y me
daba tanto asco, que jamás fui capaz.
Hizo una pausa para poder continuar:
—Hoy ha llamado mi madre y me ha dicho que Ismael y su
mujer acaban de adoptar a una niña de tres años... —negó llevándose las manos a
la cabeza—: Enseguida me he visto reflejada en esa niña pequeña y he vuelto a
sentir sus asquerosas manos por todo mi cuerpo... Y me he dado cuenta de que
había llegado el momento de decírselo, así que se lo he confesado todo a mi
madre... No quiero que esa niña pase por lo mismo que pasé yo...
Daniela se estremeció y se abrazó a sí misma. Gabriel
volvió a acercarse lentamente para abrazarla. Esta vez sí que se dejó
abrazar.
—¡Dios!... Lamento tanto que tuvieras que pasar por todo
aquello... Maldito hijo de puta...
El teléfono interrumpió su abrazo y Gabriel se acercó a
cogerlo.
—No Gabriel... por favor, no contestes... —le suplicó.
Él ignoró su comentario y vio reflejado en la pantalla un
número internacional. No dudó, ni siquiera se lo pensó, contestó sin más:
—Sí, ¿Quién eres?
—Ismael... ¿Y quién coño eres tú y dónde está Daniela?
—Soy Gabriel, un amigo.
Ismael guardó silencio unos segundos.
—Pásame con ella...
Gabriel se rió.
—Intuyo que eres el hijo de puta que le gusta abusar de
niñas pequeñas...
Volvió a escucharse un silencio al otro lado del teléfono.
—Ya veo, por lo visto te has quedado mudo... Los cobardes
como tú, solo se atreven con seres más débiles... Pues, escúchame con
atención... como te atrevas a tocar un solo pelo de un solo niño más, pienso ir
a por ti, pero no pienso matarte, no vas a tener tanta suerte... Haré que tu
vida sea un completo infierno... Supongo que eres listo y sabrás lo que les
hacen en la cárcel a los que abusan de niños... Así que... mantente al
margen... Si me entero de que vuelves a llamar, o a ponerte en contacto con
ella de cualquier manera... Te jodo la vida... ¿Queda claro?
Ismael tragó saliva, no se atrevió siquiera a contestar.
—¡¿Queda claro, hijo de puta?! —le espetó en tono
amenazador.
—Sí.
Gabriel cortó la llamada y apretó el teléfono entre sus
manos, tentado de lanzarlo contra la pared, pero no lo hizo. Daniela se había
tenido que sentar porque las piernas le temblaban como gelatina. Él se acercó y
la envolvió entre sus brazos. Y entonces por fin, pudo desahogar su ira.
J
essica presionó el botón de su mando a distancia y la verja se abrió por
completo. Condujo por el camino adoquinado hasta llegar al porche de su
mansión. Nada más aparcar su BMW X6 de color negro, su ama de llaves salió a
recibirla.
—Buenas tardes señorita Orson, ¿ha tenido buen viaje de
vuelta? —le preguntó abriendo el maletero y recogiendo su ligero equipaje de
mano.
—Sí, gracias Geraldine... —le sonrió—. ¿Alguna novedad?
¿Alguna llamada importante?
—Ha llamado el señor Andrews y me ha dado orden de preparar
la cena para ustedes dos a las diez en punto.
«¿Robert?»
, pensó
ella.
¿Qué querría un jueves por la noche? Justamente esta semana
tenía previsto disfrutar unos días de la compañía de su hija Nicole. Desde el
verano que no se habían visto y ahora que había comenzado el semestre en la
Universidad de Harward, sería aún más complicado.
Robert y la madre de Nicole, convivieron juntos durante
diez años. Nunca llegaron a contraer matrimonio. Los constantes devaneos por
parte de él, fueron los causantes de su ruptura. Rebecca, era capaz de pasar
por alto sus pequeñas infidelidades. Sabía que era un hombre con grandes
necesidades sexuales y que de vez en cuando tenía que echar alguna "canita
al aire". Pero lo que jamás pudo perdonar fue la relación paralela que
mantuvo con Jessica.
Llegaron a un acuerdo consensuado. Ella se quedaría con la
custodia de Nicole más el 25% de las acciones de la empresa Andrews&Smith y
por su parte ella evitaría cualquier escándalo mediático. Por supuesto él
aceptó, su reputación era lo primero.
Jessica, tenía tan solo veinticinco años cuando conoció a
Robert. Era guapo, apuesto y asquerosamente rico. Comenzó a trabajar como su
ayudante personal en Andrews&Smith. Enseguida cayó tentada en sus redes.
Era persuasivo, encantador y no estaba acostumbrado a aceptar un "no"
por respuesta. Jamás le habló de su mujer ni de su hija y hasta bien avanzada
la relación, ella no lo supo. Entonces trató de abandonarle en varias
ocasiones, pero él siempre regresaba con las mismas promesas. Le perjuraba una
y otra vez, que había dejado a Rebecca y que quería casarse con ella. Pero no
eran más que eso, mentiras.
Jessica subió a su habitación. Miró al reloj de pared, la
manecilla pequeña marcaba las nueve de la noche. Comenzó a desvestirse dejando
su traje sobre el sofá de tres plazas de color marfil. Recogió su larga melena
en un moño alto y abrió el grifo para llenar la bañera de hidromasaje. Tiró
sales de baño, abrió una botella de
Cabernet Sauvignon
y se sirvió una
copa. Encendió su iPod sonando como primera melodía el Preludio de
Bach. Bebió de la copa sintiendo el agua acariciar su piel y se relajó
cerrando los ojos.
Gabriel esperó a Daniela en el balcón mientras se fumaba un
cigarrillo. Estaba empezando a oscurecer y la noche se presentaba algo fría.
Ella fue a buscar una chaqueta tejana, se la puso mientras se miraba al espejo.
—¿Vas a salir con Gabriel? —le preguntó Claudia
mirando a través de sus gafas de lectura.
—Vamos a ir a cenar.
—Pues disfruta del postre —se rió divertida.
—Solo somos amigos... o al menos por su parte...
—Y eso ¿por qué?
Daniela se encogió de hombros.
—Supongo que no debo ser su tipo o quizás porque tenga
novia.
—O porque es gay.
—No... No lo creo —sonrió levantando ambas cejas.
—Bueno, eso nunca se sabe, a veces es quién menos te lo
esperas.
Daniela negó con la cabeza mientras se cepillaba el pelo.
Miró a través del espejo a Claudia como se levantaba, abría su primer cajón de
la mesita, cogía algo de su interior y se acercaba hasta ella.
—Abre la mano.
Ella hizo lo que le pidió, y Claudia le puso un par de
preservativos en su palma. Daniela abrió mucho los ojos, mirando aquellos
envoltorios plateados.
—No me mires así. Tienes veintiún años. Eres joven, guapa y
vas a salir con el tío más macizo que he visto en años, que digo en años...que
he visto en toda mi vida... Y además aseguras de que no es gay... pues entonces
y por si acaso, debes ir prevenida.
—Claudia, ¡por Dios...! No seas bruta. No podría acostarme
con él. Además, si ni siquiera nos hemos besado.
—Bueno, eso tiene solución... le besas y ya está.
—Esta conversación está siendo totalmente surrealista —le
devolvió los preservativos.
Claudia los miró, negó con la cabeza y se los guardó en el
bolsillo del pantalón.
—Bueno, pues al menos déjame que te maquille. Tienes unos
ojos preciosos y casualmente hice un curso de maquillaje este verano... Así
podré practicar...
—Vale, pero con la condición de que no parezca una buscona.
—¡Ja, ja, ja...! No te preocupes... —se rió.
Fue a buscar su estuche de maquillaje y en solo cinco
minutos, dio color y luminosidad al rostro de Daniela. Cuando esta se miró al
espejo, no se reconocía. Había conseguido realzar su belleza natural solo con
unos simples toques de maquillaje.
—¡Guau...! Estás preciosa Daniela... —exclamó orgullosa de
su creación.
—Gracias... —dijo tímidamente tocando su rostro mientras se
miraba al espejo.
—Pero, hay un inconveniente...
—¿Cuál?
—Tu ropa...
—¿Qué le pasa a mi ropa?
—Nada. Si tienes quince años y te gusta Justin Bieber.
Daniela se rió con ganas.
—Me gusta ir cómoda.
—Sí, y a mí también —le sermoneó—. Pero, cuando tienes a
ese Adonis esperándote para salir... tienes que estar a la altura y vestirte
como una mujer...
Claudia no esperó respuesta. Fue a su armario y rebuscó
entre su ropa. Descartando los tejanos y las camisas anchas. Recordaba un
vestido blanco tipo camisola con un ligero estampado en tono camel. Al
encontrarlo, lo descolgó de la percha y se lo enseñó.
—Toma... Creo que tenemos la misma talla.
—¿Estás segura?
—Totalmente... Este vestido siempre me ha traído muy buena
suerte —le guiñó el ojo—. Voy a buscar el cinturón.
Removió el interior de los cajones del armario buscando
aquel cinturón mientras Daniela se desnudaba, quitándose la chaqueta tejana y
la camiseta por encima de la cabeza quedándose en sujetador.
Claudia al acercarse de nuevo, quedó muy sorprendida al ver
una extraña marca de nacimiento en uno de sus pechos, tenía la forma de una
flor. Era como un pequeño tatuaje en unos tonos algo más oscuro que el de su
propia piel.
—Qué bonita marca... —le dijo señalando con el dedo casi
rozando con su yema—. Parece una margarita...
Daniela se miró el pecho y se ruborizó levemente.
—Tengo otra en la parte interna del muslo... Supongo que mi
madre tuvo muchos antojos estando embarazada —sonrío tratando de vestirse
rápidamente para no permanecer demasiado tiempo desnuda.
—Sí, seguramente...
* * *
Gabriel estaba pensativo mirando al horizonte.
La noche perpetuaba el cielo de Manhattan. Al escuchar unos
tacones replicar el suelo del balcón, se volvió y se encontró con una Daniela
muy cambiada. Sin poderlo evitar, sus ojos se abrieron y comenzaron a examinar
su cuerpo de arriba abajo. Ese vestido realzaba sus curvas y sus pechos, y los
zapatos de tacón le daban un aire sexy y femenino. Gabriel tragó saliva y
Daniela se ruborizó al sentir sus ojos verdes sobre su cuerpo, al tiempo que
disimuló una sonrisa.
—Estás muy guapa —le dijo mientras apagaba el cigarrillo.
—Gracias...
Gabriel cogió su chaqueta para colocársela.
—Qué te apetece... ¿Italiano, mejicano o japonés?
—Hum... Comida basura... una hamburguesa grasienta o un
perrito caliente, con mucha mostaza y mucho
ketchup
...
Gabriel se rió con ganas.
—De acuerdo... las damas primero...
—
dijo realizando una especie de reverencia graciosa.
* * *
Ya eran cerca de las diez. Jessica ultimaba los retoques de
su maquillaje frente al espejo, cuando escuchó como alguien golpeaba la puerta
de la habitación.
—Adelante.
La puerta se abrió de par en par y apareció Robert.
Impecable como siempre, vestido con un elegante traje negro de Armani, camisa
blanca, chaleco a juego y una corbata de seda en tonos azules.
—Estas preciosa Jessica... impresionante.
—Gracias, tú también —le sonrió acercándose hasta él—. Y...
¿a qué se debe tu visita?
—Tengo algo importante que proponerte.
—Tú dirás.
—Antes, prefiero que disfrutemos de la cena... Geraldine,
ha hecho tu plato preferido, no podrás negarte a probarlo...
Le sostuvo la puerta hasta que Jessica pasó. Le ofreció el
brazo y ella lo aceptó. Se agarró para bajar juntos por las escaleras de
mármol.
* * *
Gabriel y Daniela, llegaron a un pequeño restaurante donde
cocinaban todo tipo de comida rápida, perritos calientes, hamburguesas, kebabs.
El local estaba abarrotado, lleno de gente hasta los topes, pero tuvieron
suerte y encontraron una mesa junto a la ventana. Una pareja acababa de dejarla
libre. Tomaron asiento y en seguida una camarera recogió la mesa y la limpió.
—¿Os tomo nota chicos?
Gabriel hizo un gesto a Daniela para que ella tomase la
iniciativa.
—Ehm... pues —dijo ojeando la carta que estaba sobre la
mesa— Un perrito caliente y patatas fritas.
—Yo pediré lo mismo.
—¿Y para beber? —dijo mientras tomaba nota.
—Yo una CocaCola con hielo y limón.
—Una cerveza.
—Ok, marchando unos perritos calientes... —dijo divertida
mientras desaparecía colgando su pedido en la pinza de una rueda giratoria
junto a la barra.
Gabriel aprovechó ese momento previo a la cena para conocer
un poco más sobre la vida de Daniela. Tenía curiosidad por saber algo más de su
pasado. De su familia, incluso de sus padres biológicos.
—Dijiste que eras adoptada.
—Sí —asintió con la cabeza—. Tenía tan solo unos meses
cuando me dieron en adopción.
—Y... ¿Sabes algo de tu madre?
Daniela negó con la cabeza.
—Nada. Mis padres jamás me han querido contar nada. Por
mucho que he intentado averiguar cosas, siempre me han puesto mil excusas.
—Qué extraño...
—Sí. Solo sé que era muy joven cuando me dio a luz, ella
era prácticamente una niña... unos trece o catorce años y sé que le obligaron a
renunciar a mí.
—Joder... Y ¿no hay forma de saber nada más?
—No. Estuve una vez en contacto con un detective privado,
pero la pista se perdía fuera de España.
—¿Quieres decir que tus padres no son españoles?
—Eso me temo.
Gabriel frunció el ceño.
La camarera regresó con una enorme bandeja, colocando uno a
uno los diferentes platos sobre la mesa.
—Aquí tenéis... los perritos, las patatas y las bebidas...
Que aproveche, chicos —dijo con una amplia sonrisa desapareciendo de nuevo.
* * *
Intrigada, a mitad de la cena, Jessica quiso conocer el
motivo de la inesperada visita de Robert a su casa. Dejó los cubiertos sobre la
mesa, se limpió con la servilleta la comisura de los labios y alzó la vista
para mirarle a los ojos.
—Vamos Robert... ¿Vas a decirme de una vez qué es lo que te
pasa? —bebió de su copa de vino.
—¿No puedo venir a ver a mi preciosa ex mujer un jueves por
la noche?
—Déjate de tonterías Robert, no tengo tiempo para eso.
Deberías de estar con tu hija Nicole y no aquí conmigo.
—A Nicole la veré mañana.
—Y si quieres, a mí también puedes verme todos los días...
—le interrumpió.
Robert esbozó una media sonrisa.
—Veo que sigues siendo tan impaciente como siempre.
—Al grano, Robert.
—Está bien... Había pensado a esperar a los postres, con
unas copas de champagne, desnudos en tu jacuzzi...
Jessica se rió.
—Como siempre tan tentador...
—Ya sabes que sí, cariño...
Robert buscó algo en su bolsillo de la americana mientras
se reclinaba para aproximarse más a Jessica. Al moverse, el olor de su caro
perfume se mezcló con el de ella. Le cogió de la mano con suavidad. Se la abrió
y dejó una cajita de
Cartier
forrada de terciopelo rojo sobre la palma
de su mano.
—¿Qué coño significa esto? No será lo que creo que es...
—le espetó confundida.