Otra aventura de los Cinco (8 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

—Podéis reíros, si os parece bien —dijo
Jorge
con tono resentido—. No os estáis portando bien conmigo. Yo sé que tengo razón en comportarme así con el señor Roland. Desde el principio me causó mala impresión. Y lo mismo le ocurrió a
Timoteo
.

—Eres tonta
Jorge
—dijo Dick—. Lo único que te ha ocurrido es que te ha dado rabia que el señor Roland te llame Jorgina y de que no le haya resultado simpático
Timoteo
. Me atrevería a decir que no puede evitar el sentir antipatía hacia los perros. Al fin y al cabo, hubo un hombre famoso, que se llamaba lord Roberts, que no podía soportar a los gatos.

—Oh, los gatos son distintos —dijo
Jorge
—. Pero si a una persona no le gustan los perros, sobre todo si no le gusta un perro como
Timoteo
, a la fuerza tiene que tener malos sentimientos.

—Es inútil discutir con
Jorge
—dijo Julián—. ¡Cuando se le mete algo en la cabeza, cualquiera la hace cambiar de opinión!

Jorge
salió de la habitación con un gesto de altivez. Los otros pensaron que se estaba portando algo estúpidamente.

—Estoy realmente sorprendida —dijo Ana—. Con lo agradable que era en el colegio. Ahora se ha vuelto lo mismo de rara que cuando la conocimos este verano.

—Yo entiendo que el señor Roland se ha portado muy bien preparando el árbol y todo lo demás —dijo Dick—. A veces no me resulta del todo simpático; pero tengo que reconocer que es divertido. En realidad, creo que deberíamos pedirle que nos tradujera aquellas misteriosas palabras de la tela antigua; claro que eso no quiere decir que tengamos que revelarle nuestro secreto.

—A mí me gustaría una enormidad que él compartiera con nosotros el secreto —dijo Ana, que estaba muy atareada confeccionando una maravillosa felicitación navideña para el preceptor—. Es un hombre terriblemente inteligente. Estoy segura de que podrá decirnos en seguida dónde está el camino secreto. Es mejor que le preguntemos lo que significan todas aquellas palabras y signos.

—Está bien —dijo Julián—. Le enseñaré el trozo de tela. Ésta es la noche de Navidad y estoy seguro de que él pasará a solas con nosotros mucho rato, pues tía Fanny estará muy atareada preparando nuestros regalos.

Aquella noche, antes de que apareciera el señor Roland, Julián sacó el trozo de tela antigua, lo desenvolvió y lo extendió sobre la mesa.
Jorge
quedó estupefacta.

—El señor Roland vendrá en seguida —dijo—. Es mejor que guardes la tela cuanto antes.

—Es que vamos a pedirle que nos traduzca estas palabras latinas —dijo Julián.

—¡No, eso no lo podemos hacer! —gimió
Jorge
—. ¡No podemos revelarle nuestro secreto! ¿Eres capaz de hacer una cosa así?

—Bien. Lo que nos interesa a nosotros es averiguar en qué consiste el secreto, ¿no es así? —dijo Julián—. No tenemos necesidad de contarle cómo y dónde hemos encontrado esta tela, sino simplemente pedirle que nos traduzca las palabras y nos descifre las señales. El que le pidamos que use su inteligencia en descifrar esos enigmas no quiere decir que le revelemos el secreto.

—Nunca creí que fueses capaz de enseñarle la tela —dijo
Jorge
—. Y estoy segura de que él, una vez le hayas preguntado qué significado tienen esas palabras y esos signos, no parará hasta enterarse de todo, ¡ya lo verás! Es un individuo muy entrometido.

—¿Por qué dices eso? Yo no he notado que sea ni un tanto así de entrometido.

—Pues yo le vi ayer registrando el despacho cuando no había nadie —dijo
Jorge
—. Él no me vio. Pero yo estaba agazapada en la ventana con
Timoteo
. Estaba fisgoneando por todo lo alto.

—Ya sabes lo interesado que está en el trabajo de tu padre —dijo Julián—. ¿Qué importancia tiene que estuviera echando una ojeada al despacho? Tu padre es muy amigo suyo. Lo que te pasa es que no sabes hacer otra cosa que inventar cosas desagradables contra el señor Roland.

—Oh, haced el favor de dejar de discutir —dijo Dick—. Es Nochebuena. Basta ya de chillar y decir cosas desagradables.

Justo en aquel momento entró el preceptor en la habitación.

—¡Hola! ¡Veo que estáis muy atareados! —dijo, con labios que aparecían sonrientes bajo el bigote—. ¿Acaso encontráis muy complicado redactar felicitaciones de Navidad?

—Señor Roland —empezó a decir Julián—. Quisiéramos que nos ayudara usted a resolver un enigma. Hemos descubierto un trozo de tela antigua donde hay marcados unos signos que no podemos entender. Hay también unas palabras que, al parecer, están escritas en latín, pero tampoco podemos interpretar su significado.

Jorge
no pudo evitar una exclamación de disgusto cuando vio a Julián extender la vieja tela sobre la mesa ante la vista del señor Roland. Se levantó y salió de la habitación dando un portazo.

—Nuestra simpática Jorgina no parece estar esta noche de muy buen humor —dijo el señor Roland, acercándose a la tela—. ¿De dónde habéis sacado esto? Parece una cosa muy antigua.

Nadie contestó. El señor Roland estudió detenidamente las letras y señales que había en la tela y después profirió una exclamación.

—¡Ah!, ahora comprendo por qué el otro día me preguntasteis el significado de aquellas palabras latinas, aquellas que significaban «camino secreto». Están escritas aquí, al principio de todo.

—Sí —dijo Dick.

Todos estaban agrupados en torno del señor Roland, esperando que éste pudiera descifrar por lo menos algo del misterio.

—Sólo queremos saber qué significan esas palabras, señor —dijo Julián.

—Esto es en realidad muy interesante —dijo el preceptor mientras seguía examinado la vieja tela—. Al parecer se trata de una clave para hallar la entrada de un camino secreto.

—¡Eso es lo que nosotros habíamos supuesto! —dijo Julián con excitación—. Exactamente lo que habíamos pensado. Oh, señor, por favor, tradúzcanos la clave.

—Pues bien: estos ocho cuadrados representan los recuadros de un entrepaño de madera, a lo que parece —dijo el preceptor, señalando los toscos cuadrados que había dibujados en la tela—. Esperad un poco, que no es tan fácil traducir esto. Es algo fascinante.
Solum lapideum parles ligneus. Y esto ¿qué significa?;
cellula. ¡Ah, sí! ¡
Cellula!

Los chicos estaban todos pendientes de las palabras del preceptor. ¡Un entrepaño de madera! Seguramente se trataba de los recuadros que había en el vestíbulo de la granja Kirrin.

El señor Roland siguió examinando la tela con el ceño fruncido. Luego encargó a Ana que fuera a pedirle prestada a su tío una gran lupa que éste tenía en su despacho. A poco, estaba ya de vuelta con la enorme lupa y los chicos pudieron observar las palabras a su través.

—Bien —dijo el preceptor al fin—. En lo que está a mi alcance, esto quiere decir: «Una habitación orientada al Este; ocho recuadros de madera, uno de ellos deslizable, que es este que está señalado con una cruz; un suelo de piedra...» Sí, creo que es eso: un suelo de piedra, y un armario. Todo suena a cosa extraordinaria y fantástica. ¿De dónde habéis sacado esto?

—Oh, nos la encontramos —dijo Julián después de una pausa—. Señor Roland, muchísimas gracias. Nosotros nunca hubiéramos podido descifrar el significado de esas letras y signos. O sea que, según parece, la entrada del camino secreto está en una habitación orientada al Este.

—Eso parece —dijo el señor Roland, volviendo a examinar la tela—. ¿Dónde decís que la habéis encontrado?

—No podemos decírselo —contestó Dick—. Se trata de un secreto.

—No os preocupéis. A mí podéis decírmelo —dijo el señor Roland fijando sus azules y brillantes ojos en Dick—. Yo sé guardar muy bien los secretos. No podéis haceros idea de cuántos de ellos me confían.

—Bien —dijo Julián—. En realidad, no vemos por qué no vamos a poder decirle dónde hemos encontrado la tela. La hemos encontrado en la granja Kirrin, dentro de una vieja petaca. Supongo que el camino secreto no estará muy lejos de allí, pero ¿dónde, exactamente? Y ¿a dónde llevará?

—¡Habéis encontrado la tela en la granja Kirrin! —exclamó el señor Roland—. Caramba, caramba, aquello parece un lugar antiguo y muy interesante. Me gustaría ir un día allí para verla de cerca.

Julián enrolló la tela y la guardó en el bolsillo del pantalón.

—Muy bien, muchas gracias, señor —dijo—. Usted nos ha ayudado a resolver una parte del misterio, pero nos queda todavía encontrar el camino secreto. Un día, después de Navidad, lo intentaremos.

—Yo iré con vosotros a la granja Kirrin —dijo el señor Roland—. Seguramente os podré ayudar en algo. Claro que eso será si no os importa que participe de vuestro fascinante secreto.

—Está bien. Usted nos ha hecho un gran favor traduciéndonos esas misteriosas palabras —dijo Julián—. A nosotros nos gustaría que usted nos acompañase, si es que quiere, señor.

—Sí. Nos gustaría mucho —dijo Ana.

—Está bien. Entonces iremos todos a averiguar dónde está el camino secreto —le dijo el señor Roland—. Será muy interesante empezar a palpar la pared hasta que aparezca la misteriosa abertura...

—No creo que
Jorge
quiera que vayamos allí con el señor Roland —murmuró Dick a Julián—. No le hemos consultado sobre eso. Seguramente no querrá: ya sabes cómo le odia.

—Sí, lo sé —dijo Julián, molesto—. Pero no debemos preocuparnos por eso.
Jorge
cambiará seguramente después de Navidad. ¡No va a pasarse enfurruñada todas las vacaciones!

CAPÍTULO VIII

Lo que ocurrió la noche del día de Navidad

El día de Navidad empezó del modo más agradable. Los chicos despertaron muy temprano y saltaron rápidamente de la cama para coger los regalos que les habían dejado amontonados sobre las sillas de sus dormitorios. Pronto quedó todo inundado de gritos de felicidad y alegría.

—¡Oh! ¡Una estación de ferrocarril! ¡Justo lo que yo quería! ¿Quién me habrá regalado esta estación tan maravillosa?

—¡Una muñeca que abre y cierra los ojos! Se llamará Betsy-May.

—Vaya, qué libro más enorme. Trata de aeroplanos. Me lo regala tía Fanny. ¡Qué acierto ha tenido!

—¡
Timoteo
, fíjate lo que te ha regalado Julián! Un collar rodeado de púas. ¡Quedarás magnífico con él! ¡Ve en seguida a darle las gracias!

—¿De quién es este regalo? ¿Dónde está la esquela? Oh, es del señor Roland. ¡Qué acierto ha tenido! Fíjate, Julián, un cortaplumas de tres hojas.

Entre gritos y exclamaciones pasaron todos alegremente una hora abriendo paquetes y disfrutando de los regalos.

Cuando los chicos salieron del dormitorio, ¡ciertamente que estaba todo alborotado y en desorden!

—¿Quién te ha regalado ese libro sobre perros,
Jorge
? —dijo Julián al ver un magnífico libro dedicado a los canes entre el montón de regalos de
Jorge
.

—El señor Roland —dijo
Jorge
brevemente.

Julián sentía curiosidad por saber si su prima aceptaría el regalo. Opinaba que no. Pero la muchachita había decidido no estropear a los demás el día de Navidad y no quería ser «difícil». Por eso, cuando todos empezaron a darle al preceptor las gracias por sus regalos, ella se unió a los demás, aunque su agradecimiento fue expresado torpemente y en voz baja.

Jorge
no le había regalado nada al preceptor, pero los otros sí, y éste les había dado las gracias muy sincera y efusivamente, dando la impresión de estar muy contento. Le dijo a Ana que su postal navideña era la más bonita que hasta entonces le habían regalado, y ella estaba radiante de contento.

—¡Bien! ¡Es magnífico estar juntos en Navidad! —dijo el preceptor cuando todos estuvieron sentados alrededor de la mesa dispuestos a tomar la suculenta comida navideña—. ¿Quiere que le sirva, señor Quintín? Me gusta mucho hacerlo.

Tío Quintín le dio el cuchillo y el tenedor muy satisfecho.

—Es una suerte que esté usted con nosotros —dijo efusivamente—. Todos hemos congeniado mucho con usted. ¡Para nosotros es como un amigo de toda la vida!

Realmente, el día de Navidad se presentaba muy bien. No habría que dar clases, desde luego, y al día siguiente tampoco. A la alegría de los chicos contribuía no poco el magnífico festín que se estaban dando, saboreando ricos dulces y en la ansiosa espera de que encendieran el árbol de Navidad.

El árbol, una vez encendido, resultaba magnífico. Las luces refulgían en medio de la oscuridad del vestíbulo, lo mismo que los brillantes adornos.
Timoteo
se sentó ante él y empezó a contemplarlo extasiado.

—Le gusta tanto como a nosotros —dijo
Jorge
. En realidad,
Timoteo
estaba disfrutando aquel día más que los propios chicos.

Estaban totalmente exhaustos cuando llegó la hora de irse a la cama.

—Me voy a dormir en un santiamén —dijo Ana dando un bostezo—. Oh,
Jorge
, qué bien ha resultado todo, ¿verdad? ¡Qué bonito es el árbol de Navidad!

—Sí, todo ha quedado muy bien —dijo
Jorge
metiéndose en la cama—. Ya llega mamá para darnos las buenas noches. ¡
Timoteo
! ¡Métete en la cesta!

Timoteo
se metió en su cesta, que estaba bajo la ventana. Siempre se metía en ella cuando la madre de
Jorge
se acercaba para dar las buenas noches a las chicas, pero en cuanto ésta se marchaba, el can, de un salto, subía a la cama de
Jorge
. Allí era donde dormía siempre, con la cabeza apoyada en los pies de su amita.

—¿No crees que
Timoteo
debería dormir esta noche abajo? —dijo la madre de
Jorge
—. Juana dice que se ha hinchado a comer en la cocina, y que debe estar ahíto.

—Oh, no, mamá —dijo
Jorge
al momento—. ¿Cómo va a dormir
Timoteo
abajo esta noche? ¡Se llevaría un disgusto enorme!

—Oh, muy bien —dijo su madre riendo—. Sólo era una sugerencia. Ahora, a dormir mucho, Ana y
Jorge
. Es muy tarde y debéis de estar muy cansadas.

Acto seguido se dirigió al dormitorio de los chicos y les dio también las buenas noches. Estaban ya casi dormidos.

Dos horas después todos los de la casa estaban ya en la cama. La casa quedó silenciosa y oscura.
Jorge
y Ana dormían plácidamente, lo mismo que
Timoteo
.

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