Por qué fracasan los países (69 page)

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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

El peso demasiado presente del Partido Comunista y las instituciones extractivas de China nos recuerdan las muchas similitudes entre el desarrollo soviético de los años cincuenta y sesenta y el desarrollo chino actual, aunque también haya diferencias notables. La Unión Soviética logró crecer bajo instituciones económicas extractivas e instituciones políticas extractivas porque asignaba forzosamente recursos a la industria bajo una estructura de mando centralizada, sobre todo armamento e industria pesada. Este crecimiento fue factible, en parte, porque faltaba mucho por hacer. El crecimiento bajo instituciones extractivas es más fácil cuando la destrucción creativa no es una necesidad. Las instituciones económicas chinas, sin duda, son más inclusivas que las que había en la Unión Soviética, pero las instituciones políticas chinas todavía son extractivas. El Partido Comunista es todopoderoso en China y controla toda la burocracia estatal, las fuerzas armadas, los medios de comunicación y grandes partes de la economía. El pueblo chino tiene pocas libertades y muy poca participación en el proceso político.

Muchas personas hacía tiempo que creían que el desarrollo en China iba a conducir a la democracia y a un mayor pluralismo. En 1989, se creía realmente que las manifestaciones de la plaza de Tiananmen conllevarían una mayor apertura y quizá incluso el fin del régimen comunista. Sin embargo, se dio la orden de sacar los tanques contra los manifestantes, y los libros de historia no hablan de una revolución pacífica, sino de la masacre de la plaza de Tiananmen. En muchos aspectos, las instituciones políticas chinas se hicieron más extractivas después de Tiananmen; reformadores como Zhao Ziyang, que, como secretario general del Partido Comunista, dio su apoyo a los estudiantes de la plaza de Tiananmen, fueron purgados y el Partido redujo radicalmente las libertades civiles y de prensa con un mayor rigor. Zhao Ziyang fue puesto bajo arresto domiciliario durante más de quince años y su registro público fue borrado paulatinamente con el objetivo de que ni siquiera fuera un símbolo para aquellos que daban apoyo al cambio político.

Hoy en día, el control del Partido sobre los medios de comunicación, incluso Internet, no tiene precedentes. Gran parte de este control se logra a través de la autocensura, es decir, los medios de comunicación saben que no deben mencionar a Zhao Ziyang ni a Liu Xiaobo, el crítico del gobierno que pide una mayor democratización, que todavía languidece en la cárcel incluso después de que se le concediera el Premio Nobel de la Paz. La autocensura recibe el apoyo de un aparato orweliano que puede controlar conversaciones y comunicaciones, cerrar sitios webs y periódicos e incluso bloquear selectivamente el acceso a historias de noticias individuales en Internet. Todo esto se puso de manifiesto cuando salió a la luz la noticia sobre las acusaciones de corrupción contra el hijo del secretario general del Partido desde 2002, Hu Jintao, en 2009. El aparato del Partido de inmediato pasó a la acción y no solamente fue capaz de impedir que los medios de comunicación chinos cubrieran el caso, sino que también logró bloquear selectivamente informaciones sobre el caso en los sitios webs de
The New York Times
y el
Financial Times
.

A causa del control del Partido sobre las instituciones económicas, el alcance de la destrucción creativa queda fuertemente reducido, y continuará así hasta que se produzca una reforma radical de las instituciones políticas. Igual que en la Unión Soviética, la experiencia china del crecimiento bajo instituciones políticas extractivas se facilita, en gran medida, porque todavía queda mucho camino por andar. La renta per cápita en China todavía es una fracción de la de Estados Unidos y Europa occidental. Evidentemente, el crecimiento chino está considerablemente más diversificado que el crecimiento soviético, no se basa solamente en armamento o industria pesada y los emprendedores chinos están mostrando mucho ingenio. De todas formas, este crecimiento perderá ímpetu a menos que las instituciones políticas extractivas den paso a instituciones inclusivas. Mientras las instituciones políticas continúen siendo extractivas, el crecimiento estará inherentemente limitado, como ha ocurrido en todos los demás casos similares.

Sin embargo, la experiencia china plantea varias cuestiones interesantes sobre el futuro del crecimiento chino y, más importante, la deseabilidad y la viabilidad del crecimiento autoritario. Este crecimiento se ha convertido en una alternativa popular al «consenso de Washington», que hace hincapié en la importancia de la liberalización del comercio y el mercado y de ciertas formas de reforma institucional para activar el crecimiento económico en zonas mucho menos desarrolladas del mundo. Aunque parte del atractivo del crecimiento autoritario llega como reacción al consenso de Washington, quizá su mayor encanto (sin duda, para los gobernantes que presiden las instituciones extractivas) es que les da carta blanca para mantener e incluso reforzar su control del poder y legitima su extracción.

Tal y como destaca nuestra teoría, sobre todo en sociedades que han experimentado algún grado de centralización estatal, este tipo de crecimiento bajo instituciones extractivas es posible y puede incluso ser el escenario más probable para muchos países, desde Camboya y Vietnam hasta Burundi, Etiopía y Ruanda. No obstante, también implica que, como todos los ejemplos de crecimiento bajo instituciones políticas extractivas, no se podrá mantener.

En el caso de China, el proceso de crecimiento basado en actualización, importación de tecnología extranjera y exportación de productos de manufactura de gama baja es probable que continúe algún tiempo. Sin embargo, también es probable que el crecimiento chino acabe, sobre todo una vez que China logre el nivel de vida de un país de renta media. El panorama más probable podría ser que el Partido Comunista chino y la élite económica china cada vez más poderosa consigan mantener su estrecho control del poder en las décadas siguientes. En este caso, la historia y nuestra teoría sugieren que el crecimiento con destrucción creativa y la innovación verdadera no llegarán y los índices de crecimiento espectaculares de China se evaporarán lentamente. No obstante, este resultado no está predeterminado, ni mucho menos; se puede evitar si China hace la transición a instituciones políticas inclusivas antes de que su crecimiento bajo instituciones extractivas alcance su límite. Sin embargo, como veremos más adelante, hay pocas razones para esperar que una transición de China hacia instituciones políticas más inclusivas sea probable o que tenga lugar automáticamente y sin dolor.

Algunas voces dentro del propio Partido Comunista chino reconocen los peligros del futuro próximo y están lanzando la idea de que es necesario efectuar una reforma política (es decir, una transición a instituciones políticas más inclusivas, para usar nuestra terminología). El poderoso primer ministro Wen Jiabao recientemente ha alertado del peligro de que el crecimiento económico se vea obstaculizado a menos de que se ponga en marcha una reforma política. Consideramos que el análisis de Wen es profético, aunque algunas personas duden de su sinceridad. No obstante, muchas voces en Occidente no están de acuerdo con los pronunciamientos de Wen porque consideran que China revela un camino alternativo al crecimiento económico sostenido bajo el autoritarismo en lugar de bajo instituciones políticas y económicas inclusivas. Pero se equivocan. Ya hemos visto las destacadas raíces del éxito chino: un cambio radical en las instituciones económicas lejos de las rígidamente comunistas y hacia instituciones que proporcionan incentivos para comerciar y aumentar la productividad. Visto desde esta perspectiva, no hay nada fundamentalmente diferente entre la experiencia de China y la de los países que han logrado alejarse de instituciones económicas extractivas y dirigirse hacia instituciones económicas inclusivas, también cuando esto se efectúa bajo instituciones políticas extractivas, como en el caso chino. Por lo tanto, China ha logrado un crecimiento económico no gracias a sus instituciones políticas extractivas, sino a pesar de ellas: el éxito de su experiencia de crecimiento durante las tres últimas décadas se debe a un cambio radical al pasar de instituciones económicas extractivas a unas instituciones económicas significativamente más inclusivas, que se hizo más difícil, no más fácil, por la presencia de instituciones políticas extractivas altamente autoritarias.

 

 

Un tipo de apoyo distinto del crecimiento autoritario reconoce su naturaleza poco atractiva pero afirma que el autoritarismo es solamente una etapa pasajera. Esta idea procede de una de las teorías clásicas de la sociología política, la teoría de la modernización, formulada por Seymour Martin Lipset, que defiende que todas las sociedades, cuando crecen, se dirigen a una existencia más moderna, desarrollada y civilizada y, en particular, hacia la democracia. Muchos defensores de esta teoría también afirman que, igual que ocurre con la democracia, las instituciones inclusivas aparecerán como consecuencia del proceso de crecimiento. Además, aunque la democracia no sea sinónimo de contar con instituciones políticas inclusivas, las elecciones regulares y la competencia política relativamente sin barreras es probable que aporten el desarrollo de instituciones políticas inclusivas. Distintas versiones de la teoría de la modernización también afirman que la mano de obra con estudios también conducirá de forma natural a la democracia y a mejores instituciones. En una versión algo posmoderna de la teoría de la modernización, el columnista de
The New York Times
Thomas Friedman llegó a sugerir que, cuando un país tiene suficientes McDonald's, aparecen sin duda la democracia y las instituciones. Todo esto ofrece una perspectiva optimista. Durante los sesenta últimos años, la mayoría de los países, incluso los que tienen instituciones extractivas, han experimentado cierto crecimiento y han sido testigos de aumentos notables en el logro educativo de su mano de obra. Así, mientras sus rentas y sus niveles educativos continúan aumentando, de uno u otro modo, deberían surgir todas las demás cosas positivas, como democracia, derechos humanos, libertades civiles y derechos de propiedad seguros.

La teoría de la modernización tiene un amplio seguimiento tanto dentro como fuera del ámbito académico. Las recientes actitudes estadounidenses frente a China, por ejemplo, han estado marcadas por esta teoría. George H. W. Bush resumió la política estadounidense hacia la democracia china como «comercia libremente con China y el tiempo se pondrá de nuestro lado». La idea era que mientras China comerciara libremente con Occidente crecería, y que este crecimiento aportaría democracia y mejores instituciones a China, tal y como predecía la teoría de la modernización. Sin embargo, el rápido aumento del comercio entre Estados Unidos y China desde mediados de los ochenta ha hecho poco por la democracia china y la integración incluso más estrecha que es probable que llegue durante la próxima década hará igualmente poco.

Muchos otros autores, basándose en la teoría de la modernización, también se mostraban optimistas sobre el futuro de la sociedad iraquí y la democracia tras la invasión liderada por Estados Unidos. A pesar de sus desastrosos resultados económicos bajo el régimen de Saddam Hussein, Irak no era tan pobre en el año 2002 como muchos países del África subsahariana, y tenía una población comparativamente bien formada, así que se consideró que estaba maduro para el desarrollo de la democracia y las libertades civiles, e incluso quizá para lo que describiríamos como pluralismo. Estas esperanzas quedaron rápidamente frustradas cuando el caos y la guerra civil asolaron a la sociedad iraquí.

La teoría de la modernización es incorrecta y poco útil para pensar cómo abordar los problemas centrales de las instituciones extractivas de las naciones que fracasan. La prueba más sólida a favor de la teoría de la modernización es que los países ricos son los que tienen regímenes democráticos, respetan los derechos humanos y civiles, disfrutan de mercados que funcionan y, en general, de instituciones económicas inclusivas. Sin embargo, interpretar que esta asociación apoya la teoría de la modernización es pasar por alto el efecto principal de las instituciones políticas y económicas inclusivas sobre el crecimiento económico. Como hemos comentado a lo largo del libro, son las sociedades con instituciones inclusivas las que han crecido durante los últimos trescientos años y las que se han hecho relativamente ricas hoy en día. El hecho de que esto explique lo que vemos a nuestro alrededor es evidente si observamos los hechos de una forma ligeramente distinta: mientras los países que han construido instituciones políticas y económicas inclusivas durante los últimos siglos han logrado un crecimiento económico sostenido, los regímenes autoritarios que han crecido más rápidamente durante los últimos sesenta o cien años, al contrario de lo que afirmaría la teoría de la modernización de Lipset, no han pasado a ser más democráticos. Y, de hecho, esto no es de extrañar. El crecimiento bajo instituciones extractivas es posible precisamente porque no implica necesaria ni automáticamente la desaparición de esas mismas instituciones. De hecho, se genera a menudo porque los que controlan las instituciones extractivas ven el crecimiento económico no como una amenaza, sino como un apoyo para su régimen, como ha hecho el Partido Comunista chino desde los ochenta. Tampoco es de extrañar que el crecimiento generado por aumentos del valor de los recursos naturales de una nación, como Gabón, Rusia, Arabia Saudí y Venezuela, es poco probable que conduzca a una transformación fundamental de estos regímenes autoritarios hacia instituciones inclusivas.

La historia es todavía menos generosa con la teoría de la modernización. Muchos países relativamente prósperos han sucumbido y apoyado dictaduras represivas e instituciones extractivas. Tanto Alemania como Japón estuvieron entre los países más ricos e industrializados del mundo en la primera mitad del siglo
XX
, y tenían ciudadanos comparativamente bien formados. Esto no impidió el surgimiento del Partido Nacional Socialista en Alemania ni de un régimen militarista en expansión territorial a través de la guerra en Japón, lo que hizo que tanto las instituciones políticas como las económicas dieran un giro radical hacia instituciones extractivas. Argentina también era uno de los países más ricos del mundo en el siglo
XIX
, tan rico o más que Gran Bretaña, porque era el beneficiario del
boom
de recursos mundial; además, tenía la población mejor formada de América Latina. Sin embargo, la democracia y el pluralismo seguramente no tuvieron más éxito en Argentina que en gran parte del resto de América Latina. Había un golpe de Estado tras otro, y, como vimos en el capítulo 11, incluso los líderes elegidos democráticamente actuaron como dictadores depredadores. Ni siquiera más recientemente se han producido avances significativos hacia las instituciones económicas inclusivas, y, como vimos en el capítulo 13, los gobiernos argentinos del siglo
XXI
todavía pueden expropiar la riqueza de sus ciudadanos con impunidad.

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