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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (8 page)

»Pero ya te puedes esperar una factura detallada.

Glenn sonrió.

—¿Qué? —dije yo, entornando los ojos por el vaivén del sol.

Él levantó un hombro y luego lo dejó caer.

—Pareces tan… organizada —dijo, y cuando Jenks se rio con disimulo, yo estiré la mano y pegué un coscorrón a Glenn en el hombro con el revés del puño.

—Solo por eso te has quedado sin kétchup —murmuré mientras me encorvaba. Él agarró el volante con más fuerza y entonces supe que le había dado donde más le dolía.

—No te preocupes, Glenn —bromeó Jenks—. La Navidad ya está cerca. Te compraré un bote de jalapeños para caerse de culo si Rachel te deja de traer tomates.

Glenn me miró de reojo.

—Bueno, de hecho tengo una lista —dijo mientras rebuscaba en un bolsillo interior del abrigo y sacaba una cinta estrecha de papel escrito con su característica y perfecta letra. Yo arqueé las cejas al cogerlo: kétchup picante, salsa barbacoa con especias, pasta de tomate y pico de gallo. Lo de siempre.

—Necesitas un nuevo par de esposas, ¿verdad? —dijo con nerviosismo.

—Sí —dije, de repente mucho más despierta—. Pero si puedes conseguir alguna de esas bridas de plástico que utiliza la SI para evitar que las brujas de líneas luminosas invoquen su magia, sería genial.

—Veré lo que puedo hacer —dijo él, y yo asentí con la cabeza, satisfecha.

Aunque el cuello rígido de Glenn indicaba que se sentía incómodo con el trueque de herramientas policíacas por kétchup, me parecía curioso que a aquel humano estoico y mojigato le diese vergüenza entrar en una tienda que vendía tomates. Los humanos los evitaban como la peste, lo cual era comprensible después de saber que había sido un tomate lo que había transmitido el virus que mató a una parte considerable de su población hacía cuarenta años y reveló las especies sobrenaturales que antes escondían una gran cantidad de seres humanos. Pero se había visto obligado a comer pizza, pizza de verdad, no la mierda de Alfredo que sirven los humanos, y desde entonces todo había ido cuesta abajo.

No quería hacerle pasar un mal trago por eso. Todos teníamos nuestros miedos. El hecho de que el de Glenn fuese que anhelaba algo que el resto de los humanos del planeta rechazaba era la menor de mis preocupaciones.
Y si con esto consigo algunas bridas de plástico que algún día me pueden salvar la vida
, pensaba mientras me volvía a acomodar en los asientos de cuero,
entonces es un secreto bien guardado
.

4.

La morgue estaba tranquila y fresca, como si hubiésemos pasado rápidamente de julio a septiembre, y me alegré de llevar puestos unos vaqueros. Mis sandalias crujían al pisar los escalones sucios de cemento mientras bajaba de lado y la luz fluorescente de la escalera le daba un aspecto todavía más sombrío. Jenks estaba sobre mi hombro en busca de calor y Glenn hizo un giro rápido a la derecha al llegar abajo, siguiendo las flechas azules que estaban pintadas en la pared después de los anchos ascensores, mientras se dirigía a las puertas dobles que proclamaban alegremente: «Morgue de Cincinnati, un servicio con igualdad de oportunidades desde 1966».

Entre la penumbra subterránea y el café que me había dado Glenn y que todavía llevaba en la mano me sentía mejor, pero la mayor parte de mi buen humor se debía a la placa identificativa temporal como Dios manda que Glenn me había dado al empezar a bajar las escaleras. No era la típica tarjeta amarilla laminada de diez por quince que le daban a todo el mundo, sino una placa de plástico pesado con mi nombre grabado. Jenks también tenía una y estaba insoportablemente orgulloso de ello, aunque la llevase yo puesta justo debajo de la mía. Era lo único que podía permitirme entrar en la morgue. Bueno, además de estar muerta.

No me gustaba mucho la AF1 pero, de alguna manera, me había convertido en su niña bonita: la pobre brujita que huyó de la tiranía de la SI para tomar su propio camino. Fueron los que me dieron mi coche en lugar de una compensación económica cuando la SI me sancionó después de haber ayudado a la AFI a resolver un crimen que la SI no había conseguido resolver. Desde entonces, se dictaminó que como yo no estaba en nómina con la AFI, la AFI me podía contratar igual que cualquier otra empresa o individuo.
Chúpate esa
.

Esas cosas pequeñas son las que te alegran el día.

Glenn abrió una de las puertas dobles y se echó a un lado para que yo pudiese entrar primero. Entré haciendo ruido con las chanclas e inspeccioné la gran sala de recepción, que era más rectangular que cuadrada. La mitad de ella estaba vacía y la otra mitad tenía archivadores verticales y un horrible escritorio de acero del que se deberían haber deshecho ya en los setenta. Detrás estaba sentado un chico en edad universitaria vestido con una bata de laboratorio. Tenía los pies sobre el escritorio atestado de papeles y en las manos una videoconsola portátil. Una camela tapada con una sábana que contenía un cuerpo esperaba su atención pero, al parecer, primero tenía que ocuparse de algunos alienígenas del espacio.

El chico rubio levantó la vista al oírnos entrar y, después de mirarme de arriba abajo, dejó el videojuego y se puso de pie. Allí dentro olía a pino y a tejido muerto.
Puaj
.

—¿Qué pasa, Iceman? —dijo Glenn, y Jenks lanzó un gruñido de sorpresa cuando el puritano detective intercambió un saludo consistente en brazo, puño, codo y palmada con el tío del escritorio.

—Glenn —dijo el chiquillo rubio sin dejar de mirarme—. Tienes unos diez minutos.

Glenn le dio un billete de cincuenta y Jenks carraspeó.

—Gracias. Te debo una.

—Tranqui. Tan solo hazlo rápido —dijo, y le dio a Glenn una llave encadenada a una Betty Mordiscos desnuda. Nadie saldría de allí con la llave de la morgue.

Le lancé una sonrisa indecisa y me dirigí a otro par de puertas dobles.

—¡Señorita! —gritó el chaval, y su colorido acento adoptado se convirtió en el de un chico de granja cantando
country
alternativo.

Jenks soltó una risita.

—Alguien quiere una cita.

Arrastrando los pies, me giré y vi que Iceman nos seguía.

—Señorita Morgan —dijo el tío mirando mis dos placas identificativas—. Si no le importa, ¿podría dejar el café aquí fuera? —Al ver mi rostro carente de expresión, añadió—: Podría despertar a alguien demasiado temprano y, con el enfermero vampiro fuera comiendo, podría… —dijo, haciendo una mueca de dolor—, podría ser malo.

Yo separé los labios cuando lo comprendí.

—Claro —dije mientras se lo daba—. No hay problema.

Él se relajó de inmediato y dijo:

—Gracias. —Se dio la vuelta para dirigirse a su escritorio y luego dudó—. Ah, usted es Rachel Morgan, la cazarrecompensas, ¿verdad?

Jenks se río disimuladamente desde mi hombro.

—Vaya, somos famosos.

Pero yo le proferí una sonrisa resplandeciente y miré al chico de frente mientras Glenn se movía con nerviosismo. Podía esperar. No me reconocían muy a menudo y eran menos todavía las ocasiones en las que sí lo hacían y no tenía que salir corriendo.

—Sí, soy yo —le dije, dándole la mano con entusiasmo.

—Encantado de conocerla.

Iceman tenía las manos calientes y sus ojos delataban su satisfacción.

—Guay —dijo, dando saltitos—. Espere aquí. Tengo algo para usted.

Glenn apretó más fuerte a Betty Mordiscos hasta que se dio cuenta de dónde tenía los dedos y luego trasladó la mano hasta la diminuta llave. Iceman había vuelto a su escritorio y estaba revolviendo en un cajón.

—Está aquí —dijo—. Deme un segundo. —Jenks empezó a tararear la canción de
Jeopardy
! y terminó cuando el chico cerró de golpe el cajón con aire triunfante—. Lo encontré.

Volvió corriendo hacia nosotros y a mí se me quedó cara de póquer cuando vi lo que me estaba enseñando totalmente orgulloso. ¿
Una etiqueta de identificación de cadáveres, de esas que se les ponen en los dedos de los pies
?

Jenks salió volando de mi hombro y casi mata de un susto a Iceman al aterrizar en mi muñeca para verla de cerca. No creo que se hubiese dado cuenta de que Jenks estaba allí.

—¡Joder, Rachel! —exclamó Jenks—. ¡Lleva escrito tu nombre! ¡Incluso en tinta! —Y se echó a volar riéndose—. ¡Qué dulce! —dijo burlándose, pero el tío estaba demasiado nervioso como para darse cuenta.

¿
Una etiqueta para cadáveres
? La cogí sin apretarla, desconcertada.

—Mmm…, gracias —conseguí decir.

Glenn emitió un ruidito burlón desde el fondo del pecho. Yo estaba empezando a sentirme como el blanco de una broma, cuando Iceman sonrió y dijo:

—Estaba trabajando la noche de Navidad del año pasado cuando explotó aquel barco. La hice para usted, pero no vino y la guardé de recuerdo. —Su rostro pulcro de repente mostró nerviosismo—. Pensé que quizá le gustaría tenerla.

Entonces lo comprendí, me relajé y la metí en el bolso.

—Sí, gracias —dije, y luego le toqué el hombro para que supiese que no pasaba nada—. Muchas gracias.

—¿Podemos entrar ya? —gruñó Glenn. Iceman me sonrió avergonzado antes de volver a su escritorio a un paso tan rápido que hizo que se le enrollase la bata de laboratorio que llevaba abierta. El detective de la AFI soltó un suspiro y luego me abrió una de las puertas dobles para que pasase.

En realidad estaba encantada de tener aquella etiqueta. Había sido hecha con la intención de ser utilizada y, por lo tanto, estaba impregnada con la gran conexión que un encantamiento de línea luminosa podría utilizar para atacarme. Mejor tenerla yo que otra persona. Me desharía de ella de una forma segura cuando tuviese tiempo.

Después de la puerta había otra, a modo de esclusa de aire. Cada vez olía más a muerto y Jenks aterrizó sobre mi hombro y se pegó a mi oreja y a las gotas de perfume que me había puesto antes.

—¿Pasas mucho tiempo aquí? —le pregunté a Glenn mientras entrábamos en la morgue propiamente dicha.

—Bastante. —No me estaba mirando, ya que le interesaban más los números y las fichas que había atadas a las puertas de los cajones del tamaño de una persona. Se me estaba poniendo la piel de gallina. Nunca había estado en la morgue municipal e, indecisa, miré la disposición de unas sillas de aspecto confortable que estaban colocadas alrededor de una mesita de café situada al otro extremo y que parecía la recepción de la consulta de un médico.

La sala era larga y tenía cuatro filas de cajones a cada lado del ancho espacio de en medio. Solo estaba destinada a almacén y autorreparación, nada de autopsias, necropsias ni reparación asistida de tejidos. Humanos a un lado e inframundanos al otro, aunque Ivy me había dicho que todos llevaban dentro una etiqueta, por si acaso se producía un error al cumplimentar los datos.

Seguí a Glenn hasta el lado correspondiente al inframundo y observé como comprobaba dos veces la tarjeta con un trozo de papel antes de abrir el cerrojo y luego la puerta.

—Entró el lunes —dijo, elevando su voz por encima del ruido de metal que produjo la bandeja al deslizarse hacia afuera—. A Iceman no le gustó la atención que le dieron, así que me llamó.

El lunes… ¿Ayer?

—No habrá luna llena hasta la semana que viene —dije yo, evitando el cuerpo envuelto en la sábana—. ¿No es un poco temprano para que se suicide un hombre lobo?

Mis ojos dieron con sus ojos marrones y vi que, con tristeza, opinaba igual que yo.

—Eso es lo que yo pensé también.

Sin saber lo que iba a ver, bajé la mirada mientras Glenn retiraba la sábana.

—¡Joder! —exclamó Jenks—. ¿Es la secretaria del señor Ray?

Mi rostro adoptó una expresión amarga. ¿Cuándo se había convertido el puesto de secretaria en una profesión de riesgo? Vanessa no podía haberse suicidado. No era una alfa, pero estaba muy cerca.

La sorpresa de Glenn se convirtió en comprensión.

—Así es —dijo con voz cavernosa—. Tú robaste aquel pez de la oficina del señor Ray.

De repente me sentí molesta.

—Pensaba que lo estaba rescatando. Y no era su pez. David dijo que Ray lo había robado primero.

Glenn frunció el ceño y parecía pensar que aquello no cambiaba nada.

—Entró convertida en mujer lobo —estaba diciendo. Actuaba de forma profesional y sus ojos solamente se fijaron en las partes desgarradas y amoratadas de su cuerpo desnudo. Un pequeño pero precioso tatuaje de una carpa japonesa de color naranja y negro nadaba a lo largo de la parte superior del pecho, una señal permanente de su inclusión en la manada de Ray.

»E1 procedimiento estándar consiste en volver a convertirlos después de una primera exploración. Es más fácil encontrar la causa de la muerte en una persona que en un lobo.

El olor a muerto en un bosque de pinos me estaba revolviendo el estómago. Tampoco ayudaba que tuviese el estómago varío. El café ya no me estaba sentando tan bien. Y conocía el procedimiento operativo estándar, ya que había salido alguna vez con un tío que hacía los hechizos para convertir a la gente de nuevo en humano. Era un
friki
, pero estaba forrado… No era un trabajo fácil y nadie lo quería.

Jenks me estaba dando frío en el cuello y, al no ver nada fuera de lo normal, aparte de que estuviese muerta y que tuviese el brazo destrozado hasta el hueso, yo murmuré:

—¿Qué es lo que tengo delante?

Glenn asintió y se dirigió hacia un cajón bajo que había al final de la sala y, tras comprobar la etiqueta, lo abrió.

—Este es un suicidio de una mujer lobo que entró el mes pasado —dijo—. Puedes observar las diferencias. Ya debería de haber sido incinerada, pero no sabemos quién es. Aquella misma noche entraron otras dos más sin identificar y les están dando un poco más de tiempo.

—¿Entraron todas juntas? —pregunté, mientras me acercaba para verla.

—No —dijo él suavemente y mirándola con pena—. No hay ninguna conexión aparte del momento en que murieron y que ninguna de ellas aparece en el ordenador. Nadie las ha reclamado y no encajan con ningún informe de personas desaparecidas… en todo Estados Unidos.

Desde mi hombro oí la voz apagada de Jenks decir:

—No huele a mujer lobo. Huele a perfume.

Hice un gesto de dolor cuando Glenn abrió la cremallera de la bolsa para mostrarme que el cuerpo de la mujer estaba destrozado.

—Autoinfligido —dijo—. Encontraron tejido entre sus dientes. No es raro, aunque normalmente no son tan brutales y simplemente se cortan una vena y se desangran. Un tío que estaba corriendo la encontró en un camino en Cincinnati. Llamó a la perrera.

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