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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Preludio a la fundación (23 page)

–¿Todo interior?

–Y con rabia. Resumiendo: lo que producen es: proteínas y sutiles condimentos, de forma que su microalimento no se parece a ningún otro mundo. Conservan un volumen relativamente bajo y el precio altísimo. Nunca lo he probado y seguro que tú tampoco, pero se venden grandes cantidades a la burocracia Imperial y a las clases superiores de otros mundos. Mycogen depende de tales ventas para su desarrollo económico; o sea, ellos desean que todo el mundo sepa que ellos son la fuente de tan valioso alimento. Eso, al menos, no es ningún secreto.

–Entonces, Mycogen debe ser muy rico.

–No son pobres, pero sospecho que no persiguen la riqueza, sino la protección. El Gobierno Imperial les protege porque, sin ellos, esos microalimentos, que añaden sabores sutiles, especies exquisitas, a cada plato, no existirían. Lo cual significa que Mycogen puede seguir con su peculiar forma de vida y mostrarse altanero con los vecinos, que, probablemente, los encuentran insoportables.

Dors miró en derredor.

–Viven con austeridad. He observado que no tienen holovisión, ni libro-películas.

–He visto uno en la parte de arriba del ropero. – Seldon tendió la mano y miró el título-: ¡Un libro de cocina! – exclamó, abiertamente disgustado.

Dors le ayudó a manipular las teclas. Tardaron un poco, porque el orden no era del todo ortodoxo, pero al fin consiguió iluminar la pantalla e inspeccionar las páginas. Dijo:

–Hay pocas recetas, pero en su mayor parte parece ser un conjunto de ensayos filosóficos sobre gastronomía.

Lo cerró y le dio la vuelta para mirarlo.

–Creo que se trata de una sola unidad. No veo cómo se puede expulsar la microtarjeta e insertar otra… ¿Un
scanner
para un sólo libro? ¡Bueno, esto sí que es malgastar!

–Quizá piensan que éste es el único ejemplar que la gente necesita. – Tendió la mano hacia la mesita que estaba entre las dos camas y recogió otro objeto-. Podría ser un micrófono, pero no hay pantalla.

–Tal vez consideren que basta con la voz.

–¿Cómo funcionará? – Seldon lo levantó y lo miró por distintos lados-. ¡Has visto algo parecido en tu vida?

–Una vez, en un museo…, suponiendo que se trate de lo mismo. Mycogen parece que quiera permanecer arcaico deliberadamente. Supongo que consideran que es otra forma de mantenerse alejados de los llamados hombres tribales que los rodean en gran número. Su arcaísmo y sus extrañas costumbres les hacen intratables, por así decirlo. Hay una especie de lógica perversa en todo ello.

Seldon, que seguía jugando con el aparatito, exclamó:

–¡Hurra! ¡Funciona! O se ha disparado algo. Pero no puedo oír nada.

Dors frunció el ceño y recogió un pequeño cilindro forrado de fieltro que seguía sobre la mesilla. Se lo acercó al oído.

–Hay una voz que sale de aquí. Toma, pruébalo -dijo a Seldon, entregándoselo.

–Oh, ha hecho «clic». – Escuchó un momento-. Sí, me ha hecho daño en el oído. Deduzco que pueden oírme… Sí, ésta es nuestra habitación… No, no sé el número. Dors, ¿tienes idea de cuál es nuestro número?

–Hay uno en el micrófono. Tal vez sirva -respondió Dors.

–Puede -asintió Seldon, y volviéndose al micrófono dijo-: El número del aparato es 6LT-3648A. ¿Vale…? Bien, ¿dónde puedo encontrar el modo de servirme del aparato como es debido, y cómo funciona la cocina…? ¿Qué quiere decir con eso de que «Todo funciona normalmente»…? No me sirve… Oiga, soy de una tribu, soy un huésped, y no conozco el sistema normal… Sí, lamento mi acento y me alegra que pueda reconocer a un forastero cuando lo oye… Mi nombre es Hari Seldon.

Hubo un pausa y Seldon miró a Dors con expresión de sufrida resignación.

–Dice que tiene que buscarme. Suponte que me diga que no me encuentra… Oh, ¿ya me tiene? ¡Bien! ¿En tal caso puede informarme…? Sí… Sí… Sí… ¿Y cómo puedo hablar con alguien de fuera de Mycogen…? Oh, ¿qué le parece si me pone en comunicación con Amo del Sol Catorce, por ejemplo…? Bien, pues con su adjunto, su ayudante, lo que sea. Oh, que ha… Gracias.

Dejó el micrófono, desprendió el auricular de su oído con cierta dificultad y lo desconectó todo.

–Verán de enviar a alguien que nos enseñe todo lo que debemos saber. No se puede llamar al exterior desde Mycogen…, por lo menos no con esto; así que si necesitamos a Hummin nos será imposible contactar con él. Y si deseamos hablar con Amo del Sol Catorce, hay que pasar por trámites complicados. Puede que ésta sea una sociedad igualitaria, pero me parece que hay ciertas excepciones que, estoy seguro, nadie admitirá abiertamente.

Miró su reloj.

–En todo caso, Dors, no voy a tocar el libro de cocina y los sabios ensayos mucho menos. Mi reloj me dice aún la hora de la Universidad, de modo que no sé si es la hora de acostarse oficial, aunque tampoco me importa. Llevamos despiertos la mayor parte de la noche y me gustaría dormir.

–Me parece perfecto. También yo estoy cansada.

–Gracias. Y cuando empiece un nuevo día, después de haber recuperado el sueño perdido, voy a solicitar que me den una vuelta por sus plantaciones de microcomida.

Dors se asombró.

–¿Te interesan?

–No, en realidad, pero si es algo de lo que están orgullosos deberían sentirse dispuestos a hablar sobre ello. Una vez les tenga lanzados a conversar, entonces, ejerciendo todo mi encanto, quizá pueda lograr que me hablen de sus leyendas. Personalmente, creo que será una estrategia inteligente.

–Así lo espero, aunque me temo que los mycogenios no caerán en la trampa con tanta facilidad.

–Veremos -murmuró Seldon, sombrío-. Estoy dispuesto a conseguir esas leyendas.

39

A la mañana siguiente, Hari volvió a dedicarse al aparato de llamar. Estaba furioso, sobre todo porque tenía hambre.

Su intento de ponerse al habla con Amo del Sol Catorce se frustró, pues alguien insistía en decir que no se le podía molestar.

–¿Y por qué no? – preguntó Seldon, airado.

–Obviamente no hay necesidad de contestar a esa pregunta -respondió una voz helada.

–No nos han traído aquí para ser prisioneros -protestó Seldon con igual frialdad-. Ni para morirnos de hambre.

–Aseguraría que su cocina contiene gran cantidad de comida.

–Sí, desde luego. Y no sé cómo funciona, ni cómo preparar la comida. ¿La comen cruda, frita, hervida, asada…?

–No puedo creerle tan ignorante en este asunto.

Dors, que estaba paseando arriba y abajo durante el coloquio, hizo ademán de coger el aparato, pero Seldon la apartó:

–Cortará la comunicación si una mujer trata de hablarle -murmuró. Entonces, con más firmeza que nunca, dijo al micrófono-: Lo que usted crea o no crea no me importa lo más mínimo. Envíenos a alguien…, a alguien que pueda hacer algo por remediar nuestra situación, o cuando pueda hablar con Amo del Sol Catorce, y lo haré más tarde, usted pagará por esto.

No obstante, pasaron dos horas antes de que alguien apareciera (para entonces, Seldon estaba hecho un salvaje y Dors se desesperaba tratando de calmarle).

El recién llegado era un joven cuya calva cabeza era ligeramente pecosa, lo que indicaba que, quizás, hubiera sido pelirrojo.

Llevaba varios recipientes y ya se disponía a explicarle su uso cuando, de pronto, pareció turbarse y, alarmado, volvió la espalda a Seldon.

–Miembro de la tribu -dijo, claramente descompuesto-. Tu cubrecabeza no está bien ajustado.

Seldon, cuya impaciencia había llegado al límite, estalló:

–¡Me tiene sin cuidado!

Pero Dors intervino.

–Deja que te lo ajuste, Hari -ofreció-. Lo llevas demasiado levantado del lado izquierdo.

–Puedes volverte, joven -barbotó Seldon después-. ¿Cuál es tu nombre?

–Soy Nube Gris Cinco -respondió el mycogenio, indeciso, al volverse y mirar a Seldon, cauteloso-. Soy un novicio. Os he traído una comida… -vaciló- de mi propia cocina, miembro de la tribu, donde mi mujer la cocinó.

Dejó los recipientes encima de la mesa. Seldon levantó la tapadera y olfateó el contenido con suspicacia. Sorprendido, alzó la vista hacia Dors.

–Sabes -dijo-, no huele nada mal.

–Tienes razón -asintió Dors-. Yo también la huelo.

–No está tan caliente como debiera -se excusó Nube Gris-. Se ha enfriado en el camino. Debéis tener vajilla y cubiertos en la cocina.

Dors portó lo necesario. Después de haber comido, mucho y un tanto golosamente, Seldon volvió a sentirse civilizado.

Dors, que se daba cuenta de que el joven se sentía angustiado al encontrarse a solas con una mujer e incluso más angustiado si ella le dirigía la palabra, descubrió que le incumbía a ella llevar los cacharros sucios a la cocina y fregarlos…, una vez hubo descifrado los mandos del dispositivo de lavado. Entretanto, Seldon preguntó la hora local.

–¿Quieres decir que estamos en mitad de la noche? – exclamó algo avergonzado.

–En efecto, miembro de la tribu -respondió Nube Gris-. Por eso hemos tardado un poco en satisfacer tus necesidades.

Seldon comprendió de pronto por qué no se podía molestar a Amo del Sol. Entonces pensó en la esposa de Nube Gris, teniendo que despertarse para prepararle una comida, y le remordió la conciencia.

–Debes perdonarme. No somos más que miembros de tribu y no sabíamos cómo utilizar la cocina, ni cómo preparar la comida. Por la mañana, ¿puedes hacer que venga alguien a instruirnos debidamente?

–Miembros de la tribu, lo mejor que puedo hacer es que os envíen a dos Hermanas -le tranquilizó Nube Gris-. Te pido perdón por las inconveniencias de tener que soportar una presencia femenina, pero son ellas las que saben esas cosas.

Dors, que había salido ya de la cocina, intervino en la conversación (antes de recordar su puesto en aquella sociedad masculina mycogenia).

–Magnífico, Nube Gris. Nos encantará conocer a las Hermanas.

Nube Gris la miró turbado e indeciso, mas no dijo nada.

Seldon, convencido de que el joven mycogenio se negaría, por principio, a dar por oído lo que una mujer le había dicho, le repitió la observación:

–Magnífico, Nube Gris. Nos encantará conocer a las Hermanas.

La expresión del joven varió al instante.

–Las mandaré tan pronto sea de día.

Cuando Nube Gris hubo salido, Seldon exclamó satisfecho:

–Las Hermanas son exactamente lo que necesitamos.

–¿De veras? ¿En qué aspecto, Hari?

–Bueno, de seguro que si las tratamos como si fueran seres humanos, estarán lo bastante agradecidas como para hablarnos de sus leyendas.

–Si las conocen -dijo Dors, escéptica-. No sé por qué, no confío en que los mycogenios se molesten en educar muy bien a sus mujeres.

40

Las Hermanas llegaron unas seis horas después de que Seldon y Dors hubieran dormido algo, con la esperanza de reajustar sus relojes biológicos.

Las Hermanas entraron en el apartamento, vergonzosas, casi de puntillas. Sus túnicas (que resultaron llamarse kirtles en dialecto mycogenio) eran de un tierno gris aterciopelado, cada una decorada solamente por un sutil diseño de un gris ligeramente más oscuro. Los kirtles no carecían de gracia, y, desde luego, eran de lo más eficaces cubriendo cualquier forma humana.

Por supuesto, sus cabezas eran calvas y sus rostros limpios de cualquier afeite. Lanzaban miradas fugaces y curiosas al breve trazo azul en la comisura de los ojos de Dors y el ligero tinte rojo de sus labios.

Por unos segundos, Seldon se preguntó cómo se podía estar seguro de que las Hermanas eran realmente Hermanas.

La respuesta la tuvo al instante, cuando las Hermanas saludaron formal y correctamente. Ambas gorjearon. Seldon, al recordar la voz grave del Amo del Sol y el tono de barítono, nervioso, de Nube Gris, sospechó que las mujeres, a falta de la obvia identificación de sexo, estaban obligadas a cultivar voces características y manierismos sociales.

–Soy Gota de Lluvia Cuarenta y Tres -gorjeó una de ellas- y ésta es mi hermana menor.

–Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco -trinó la otra-. Hay muchas «Gotas de Lluvia» en nuestra cohorte. – Y se rió.

–Estoy encantada de conoceros a las dos -dijo Dors con gravedad-. Ahora, quiero saber cómo debo llamaros. No puedo decir solamente Gota de Lluvia, ¿verdad?

–No -convino Gota de Lluvia Cuarenta y Tres-. Si estamos las dos aquí, deberás decir el nombre completo.

–¿Qué os parece Cuarenta y Tres y Cuarenta y Cinco? – intervino Seldon.

Ambas le dirigieron una mirada rápida, pero no dijeron nada.

–Yo me arreglaré con ellas, Hari -observó Dors dulcemente.

Seldon dio un paso atrás. Era probable que fueran solteras, y, posiblemente, se suponía que no debían hablar a los hombres. La mayor parecía la más seria de las dos y quizá fuese la más puritana. Era difícil juzgar por las pocas palabras intercambiadas y una fugaz mirada, pero él tenía aquella impresión y estaba dispuesto a dejarse llevar por ella.

–El caso es, Hermanas -explicó Dors-, que nosotros, tribales, no sabemos servirnos de esta cocina.

–¿Quieres decir que no sabes cocinar? – Gota de Lluvia Cuarenta y Tres pareció sorprendida y escandalizada. Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco disimuló una risita (Seldon decidió que su juicio inicial de ambas era correcto).

–Una vez tuve una cocina propia, y no era como ésta -aclaró Dors-. Además, tampoco conozco los alimentos, ni sé cómo prepararlos.

–Es muy fácil -respondió Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco-. Podemos enseñarte.

–Te prepararemos una buena y nutritiva comida -ofreció Gota de Lluvia Cuarenta y Tres-. Bueno, la prepararemos…, para los dos -vaciló antes de añadir las últimas palabras. Le costaba un gran esfuerzo reconocer la presencia de un hombre.

–Si no os importa, me gustaría estar en la cocina con vosotras, y os agradecería que me lo fuerais explicando todo con exactitud. Después de todo, Hermanas, no puedo esperar que vengáis tres veces al día para cocinar por nosotros.

–Te lo enseñaremos todo -aseguró Gota de Lluvia Cuarenta y Tres con firmeza-. Sin embargo, puede ser difícil para una miembro de tribu aprenderlo. Te faltará el…, digamos, el instinto para ello.

–Lo intentaré -declaró Dors con una sonrisa amable.

Desaparecieron en la cocina. Seldon, se las quedó mirando y trató de desarrollar
in mente
la estrategia que pensaba seguir.

9. Microgranja

Mycogen. – … Las microgranjas de Mycogen son legendarias, pero sobreviven hoy en día aunque sólo sea como referencia: «ricas como las microgranjas de Mycogen» o «sabrosa como la levadura de Mycogen». Dichos encomios tienden a intensificarse con el tiempo, claro, pero Hari Seldon visitó esas microgranjas en el curso de La Huida y hay referencias en sus memorias que tenderían a confirmar la opinión popular…

Enciclopedia Galáctica

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