Reamde (77 page)

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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Yuxia volvió al puente a hacer compañía a Marlon y asegurarse de que no se quedara dormido de pie, y Csongor dedicó más tiempo a explorar los contenidos de la bodega. No hacía falta ser Sherlock Holmes para leer la historia reciente de ese barco. Durante muchos años había pertenecido a pescadores que habían acumulado el material y suministros que cabía esperar: redes, cabos, bandejas de plástico apilables, tablas de cortar de polietileno, cuchillos, piedras de afilar, todo tipo de herramientas, pintura, lubricantes, disolventes y similares. Como sustento para viajes más largos también había barriles de plástico con lo que supuso habría sido agua potable, y sacos de arroz y unos cuantos alimentos más como salsa de soja y aceite para cocinar.

Luego, en algún momento, el barco había sido adquirido por los yihadistas, que lo habían convertido en un arsenal flotante: probablemente no lo suficiente para librar una guerra, o una insurrección, pero de sobra si el único objetivo era volar un edificio o planear un tiroteo al estilo Bombay. Así que había una tarima con un negro barril de acero de lo que Csongor supuso que era fueloil, y otro con gruesos sacos de plástico con un polvo blanco identificado como FERTILIZANTE: nitrato de amonio, presumiblemente. Esos dos ingredientes, mezclados entre sí, componían un alto explosivo que, como Csongor sabía por haberlo leído en los periódicos, se podía hacer estallar si tenías unos detonadores preparados. Csongor no tenía ni idea de qué aspecto tenían los detonadores, pero pronto lo averiguó, ya que había una caja llena en un estante junto a una caja de plástico transparente llena de teléfonos, todos de la misma marca y modelo.

Otras cajas y tarimas estaban llenas de munición, sobre todo cartuchos sueltos de rifles en cajas de acero negras o verde oscuro. Pero los habían saqueado y vaciado antes, cuando Jones y sus hombres hicieron sus rápidos preparativos para marcharse. Ya sabía que faltaban todas las armas, ya que las habían buscado cuidadosamente antes.

Suponiendo que tarde o temprano los detuviera un barco de la marina o la guardia costera, Csongor no quería que lo pillaran a bordo con estas cosas, y por eso empezó a considerar cómo sería más fácil arrojarlo todo por la borda. Al alzar la cabeza, advirtió que gran parte de la cubierta delantera estaba compuesta por una gran compuerta de carga, y por eso se acercó a ver cómo podía abrirla, y luego se pasó unos minutos iluminando con la linterna el equipo colocado encima: cajas y cabrestantes y cables que obviamente habían sido puestos allí para facilitar meter y sacar las cosas de la compuerta, si tan solo pudiera descubrir cómo moverlos y usarlos. Algunos de los cabrestantes tenían manivela, y por eso calculó que podía hacerse a base de músculo si era necesario. Ahora que había salido de China, empezaba a sentir cómo se hacían las cosas en el país, y comprendía que tenían un genio especial para ese tipo de tecnología sencilla que no requería ningún manual de instrucciones. Iba a ayudarlos durante este viaje.

Tras regresar a la bodega, empezó a dividir las cosas en tres grupos: basura (por ejemplo, las cajas de cartón vacías), cosas que podrían usar (comida), y objetos peligrosos o incriminatorios de los que había que librarse. Encontró cuatro cajas, en un retráctil, llenas de ramen instantáneo. Luego tres cajas de raciones militares: comidas preparadas selladas en bolsas negras. Al abrir una de ellas para ver qué era, descubrió que estaba hambriento y se lo comió todo allí de pie, metiéndose la comida en la boca con las manos sucias.

Encontró cigarrillos y botiquines de primeros auxilios y los pasó a la pila de «conservar».

Pasó un montón de tiempo maniobrando alrededor del barril de acero negro de fueloil, y finalmente (pues quizá la energía de la comida estaba llegando por fin a su cerebro), advirtió que los motores del barco probablemente lo quemarían. ¿Cómo pasarlo a los tanques de combustible? Elaboró una descabellada idea que implicaba usar la grúa del barco para izar el barril y luego canalizar su contenido en las escotillas de cubierta. Sin embargo, tras pensárselo un poco mejor (pues tal vez la visión china de la tecnología lo estaba afectando), advirtió que un sifón debería funcionar, ya que el tanque de combustible del barco estaba situado por debajo de la altura del barril de fueloil. Así que se agenció una manguera y consiguió montarlo todo y tras varios comienzos en falso y de derramar un poco de combustible pudo hacer funcionar el sifón que vaciaba el barril durante la siguiente media hora.

Luego volvió a medir el tanque, esperando obtener un triunfal y dramático aumento en el nivel de combustible, y descubrió que todos sus esfuerzos no habían servido para nada: en el tiempo que había tardado en hacerlo, habían quemado tanto como había añadido.

El cielo se aclaraba por el este cuando terminó. Subió al puente y encontró a Yuxia allí sola, pilotando el barco con rumbo este y llorando en silencio. Marlon al parecer estaba durmiendo en uno de los camarotes.

No hizo falta ningún gran esfuerzo de imaginación para que Csongor comprendiera por qué las lágrimas le caían por la cara. Habían corrido riesgos terribles y dedicado las últimas horas a escapar de China. Al repasar la historia en su memoria, Csongor no pudo ver ningún momento en que hubieran podido decidir de otro modo. Marlon y él no podrían haber abandonado a Yuxia al destino que los yihadistas hubieran tenido en mente para ella. Cuando consiguieron inesperadamente el control de este barco de pesca, tuvieron que hacer algo con él, y salir de la República Popular China pareció una buena idea. Para Csongor, esto era sinónimo de acercarse a casa. Marlon no parecía especialmente apurado por esta rápida partida sin planificar de su tierra natal: para él debía de ser una aventura de las que encandilan a cualquier joven. Además, necesitaba poner un poco de distancia con respecto al apartamento donde había creado REAMDE, y esto era una forma excelente de conseguirlo. Pero Yuxia se había visto arrastrada a esto solo por su deseo de hacerse amiga de unos occidentales despistados que había encontrado perdidos en la calle. Tenía familia en Yongding, familia que debía de estar preocupada por ella, y tenía que estar preguntándose ahora mismo si volverían a verla.

Aunque lo hiciera, ¿cómo podría explicarles ciertas cosas? ¿La lucha en el muelle? ¿La tortura en el cubo de agua salada? ¿Apuntar con una pistola a Mohamed y tratar de dispararle?

No era extraño que estuviera hecha polvo.

—Yo me encargo de esto —dijo Csongor—. Ve a comer algo. Duerme.

Ella no se movió.

—Todo saldrá bien. Lo resolveremos de algún modo. Nada de esto ha sido culpa tuya. Volverás a casa algún día.

Con estas palabras pretendía consolarla, pero lo único que consiguió fue que Yuxia saliera corriendo del puente con un sollozo en la garganta. Csongor empezó a seguirla, temiendo que fuera a arrojarse al mar, pero ella bajó los escalones de metal, se metió en un camarote y cerró la puerta.

Csongor continuó dirigiendo el barco hacia el amanecer mientras hurgaba los controles del GPS, tratando de comprender dónde estaban. La luz de la mañana que se filtraba por las ventanas frontales hacía mucho más fácil ver el puente, y advirtió un fajo de cartas náuticas que no habían advertido en la oscuridad. Empezó a desplegarlos y a tratar de encontrarles sentido. La mayoría eran representaciones a gran escala de rasgos complejos de la costa de China, y le resultó difícil comprender su contexto. Pero un mapa llamó su atención porque mostraba un grupo de islitas cuyas formas recordó; las había visto antes mientras estudiaba el GPS. En la carta quedaban identificadas como las Pescadores. Estaban en mitad de los estrechos de Taiwán, más cerca de Taiwán que del continente, pero a unos buenos cincuenta kilómetros más cerca de la actual posición del barco que de la costa de la isla. Y el GPS parecía decir que estas islitas estaban bastante cerca del rumbo que estaban siguiendo de todas formas. Así que parecía obvio que deberían dirigirse a las Pescadores. Por consiguiente, Csongor alteró el rumbo, desviándose un poco más hacia el sur. Por lo que pudo entender de las cartas y el GPS, llegarían al grupo de islitas a eso de las cuatro de la tarde. Suponiendo, claro está, que no se quedaran sin combustible por el camino.

El avión seguía lo que a Zula le parecía que era un plan de vuelo sin nada de particular: ganó lentamente altura, siguiendo un rumbo recto que lo alejó del continente chino y enfiló hacia el sur sobre el mar del Sur de China. Unas montañas asomaron la cabeza por el horizonte oriental, y supuso que debían de ser de Taiwán, pero rápidamente quedaron atrás.

No pudo decidir si abrir la puerta o permanecer enclaustrada allí dentro. Un fuerte instinto le decía que se quedara simplemente acurrucada en la oscura y privada crisálida de la cabina de Ivanov. Pero tarde o temprano tendría que orinar, y el jet solo tenía un cuarto de baño, que estaba en la parte de proa.

Mientras estuviera sola, parecía sensato hacer inventario de lo que tenía a su disposición. Aunque pequeña, la cabina tenía un aparador. Comprobó los cajones y no encontró nada aparte de almohadas y mantas de repuesto. Ivanov se habría llevado todas sus cosas consigo, naturalmente. También había un pequeño escritorio abatible, lo bastante grande para alojar un portátil, y encima, dentro del mueble, un aparato que era obviamente un intercomunicador. Tenía una fila de botones, con las indicaciones CABINA, CARLINGA, ALTAVOZ, y HABLAR. Al lado había un dial para el volumen.

Bajó el volumen al máximo, y luego pulsó el botón de CARLINGA. Descubrió que si presionaba con fuerza, se quedaba fijo, iluminando una pantalla LED que decía MONITOR. Experimentó entonces con subir el volumen lentamente y empezó a oír hablar: Pavel y Sergei se comunicaban entre sí en ruso. Naturalmente, ella no entendió ni una palabra. Pero de vez en cuando oía algo que reconocía, como «jumbo» o «Taipéi». Y ocasionalmente una voz en inglés sonaba en la radio: controladores del tráfico aéreo, supuso, que se comunicaban con ellos o con otros aviones, desde las torres del continente.

Zula no comprendía realmente el propósito o el contenido de estas transmisiones, pero después de unos minutos pudo detectar ciertas pautas. Muchas de las transmisiones empezaban con una voz con acento chino que decía «Centro de Xiamen» seguido por el nombre de un fabricante de aviones como «Boeing» o «Airbus» o «Gulfstream» seguido de una serie de letras y números. Luego una serie de lacónicas instrucciones referidas a la altitud o la dirección o la frecuencia de radio. Dedujo que esas transmisiones se originaban en un centro de control del tráfico responsable del espacio aéreo de Xiamen y que daban órdenes a diversos aviones. En casi todos los casos, otra voz respondía directamente, repitiendo la serie de letras y números que parecía ser el indicativo de su avión, y luego obedecía la orden dada con un «Roger» seguido por una repetición de las instrucciones en voz alta, presumiblemente solo para asegurarse de que entendían bien las especificaciones. Sin embargo, de vez en cuando, una transmisión no era reconocida y entonces el Centro de Xiamen tenía que repetirla; y si eso fallaba, podía pedir a otro avión que transmitiera el mensaje. Todo se hacía con calma absoluta, lo cual tenía sentido ya que esto era lo que esta gente hacía todo el día, cada día, igual que quien mete la compra en bolsas o conduce un camión. Dos veces reconoció Zula la voz de Pavel reconociendo una de esas transmisiones, y de ese modo se enteró del indicativo del avión en el que era pasajera, o más bien prisionera.

De vez en cuando la instrucción era algo como «Contacte con el Centro de Hong Kong» o «Contacte con el Centro de Taipéi» seguido de una serie de dígitos, que supuso debía de ser una frecuencia de radio. Entonces el piloto se identificaba y repetía las instrucciones como de costumbre y se despedían con un «Gracias» o «Nos vemos» o «Cierro», para no volver a ser oído. Al menos en este canal. Así que Zula supuso que se trataba de los aviones que salían y eran entregados de un centro de control de tráfico a otro.

Llegó el momento en que el Centro de Xiamen recitó la identificación del avión en el que estaba Zula y dio la orden de transferirlo a la responsabilidad del Centro de Hong Kong. Pavel respondió del modo habitual y se despidió del Centro de Xiamen. Pavel y Sergei intercambiaron entonces unas cuantas frases en ruso.

De repente el avión se agitó bajo los pies de Zula con una brusquedad inesperada en un vuelo comercial. Tuvo que extender ambas manos para impedir ser lanzada contra la puerta de la cabina. El avión no descendía normalmente, es decir, reduciendo la aceleración y perdiendo altitud en vuelo controlado, sino que caía en picado, usando la potencia de sus motores para lanzarse directamente hacia el mar.

El picado aumentó hasta el punto en que Zula quedó tendida en el suelo de la cabina. Pudo oír el equipaje y demás cosas revoloteando, y a los hombres adormilados gritando alarmados, y a los despiertos riendo encantados.

Al principio pensó que solo se trataba de una maniobra temporal para perder altura, pero a medida que continuaba y continuaba, comprendió que Pavel y Sergei habían decidido suicidarse estrellando el avión en el mar. Esto no podía continuar mucho más: sus oídos le habían estallado ya tres veces.

Pero entonces, con la misma brusquedad con que había iniciado el picado, el avión lo terminó, lanzándola contra la puerta, y entonces a la esquina entre la puerta y el suelo, y finalmente al suelo mismo con lo que parecían varios ges de aceleración mientras alzaba el morro y regresaba a lo que parecía un vuelo nivelado. Cuando Zula pudo moverse de nuevo, se levantó del suelo, asomó la cabeza por encima de la cama, y miró por la ventanilla y lo vio todo blanco, y gotas de lluvia salpicando el cristal. Se arrastró sobre la cama apoyándose en los codos, acercó la cara a la ventanilla, y miró. Las nubes y la bruma eran tan intensas que no le permitían ver mucho, pero a través de algún hueco ocasional pudo atisbar la superficie gris del océano pasando a no más de treinta metros por debajo.

El avión viró y cambió de rumbo: un largo giro a la izquierda.

Había una pantalla plana de televisión montada en el mamparo al pie de la cama. Zula no había intentado encenderla, porque no le gustaba la televisión, pero ahora se le ocurrió que era una tontería. Así que la encendió y se encontró con un menú que incluía un DVD, una selección de videojuegos, y «MAPA». Escogió esto último y se encontró con un mapa del mar del Sur de China, al parecer generado por el mismo software que se usaba a bordo de los aviones comerciales, ya que los tipos de letras y el estilo de la presentación resultaban familiares para quien hubiera hecho un vuelo de largo recorrido. El punto de origen había sido programado en Xiamen, y el destino era el Aeropuerto Internacional Sanya Phoenix, que estaba en el extremo sur de una enorme isla elíptica, comparable en tamaño con Taiwán, que se encontraba en la costa meridional china. Zula estaba segura de que se llamaba isla de Hainan y que era parte de la República Popular. En el mapa había trazado un plan de vuelo que conectaba Xiamen con Sanya por medio de dos tramos rectos de más o menos la misma longitud. El primer tramo corría sur-suroeste desde Xiamen, más o menos en paralelo a la costa meridional china. Luego se desviaba hacia el oeste para seguir hasta el extremo sur de Hainan. A primera vista, parecía que el rumbo había sido trazado para mantenerse apartados de la zona Hong Kong/Shenzhen/Macao/Guangdong, que estaba justo en medio. Al parecer el espacio aéreo de alrededor estaba extraordinariamente abarrotado y era mejor evitarlo.

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