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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Resurrección (32 page)

—¿Cómo va la cacería del apache?

Fabel puso cara de desconcierto.

—El tipo que arranca cueros cabelludos… ¿Ya estás a punto de cogerlo?

—Me parece que no. —Fabel se encogió de hombros en un gesto de abatimiento—. Me siento como si estuviera empantanado con un montón de basura. Recuerdos genéticos… terroristas… y podría escribir un libro sobre la costumbre de arrancar cueros cabelludos en las diferentes épocas de la humanidad.

—Ya lo cogerás, Jannick —dijo Dirk—. Siempre lo haces.

—No siempre… —Pensó en que Roland Bartz también le había llamado Jannick—. Estoy pensando en largarlo, Dirk.

—¿El trabajo? Jamás lo harías. Es tu vida.

—Ya no estoy tan seguro de eso —dijo Fabel—. Ni siquiera de que alguna vez lo haya sido. Me han ofrecido otra cosa. La posibilidad de volver a ser un civil.

—No lo veo claro, Jan…

—Yo sí. Estoy harto de la muerte. La veo a mi alrededor todo el tiempo. No lo sé. Tal vez tengas razón, este caso me está afectando.

—¿A qué te referías con lo de recuerdos genéticos? ¿Qué tiene que ver con los asesinatos?

Fabel le hizo un resumen lo más breve y coherente que pudo sobre el trabajo al que se dedicaba la víctima Gunter Griebel.

—¿Sabes algo, Jan? Yo lo creo. Creo que hay algo de cierto en eso.

—¿Tú? —Fabel sonrió con escepticismo—. Bromeas…

—No… —replicó Dirk con una expresión seria—. Sí que lo creo. Recuerdo una vez, cuando yo llevaba sólo un par de años en la fuerza, que nos llamaron por un robo en una casa. Era invierno y había nevado. El tipo había salido por la ventana trasera en medio de la noche y había dejado sus huellas en la nieve. Eran las únicas huellas que había, de modo que lo único que teníamos que hacer era seguirlas. Lo rastreamos por la nieve, moviéndonos rápido para alcanzarlo. Y finalmente lo hicimos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Fabel con recelo, como si esperara el remate de un chiste.

—Es sólo que, mientras lo hacíamos, mientras nos movíamos rápido y de noche, persiguiendo a otro ser humano, tuve una sensación muy extraña. No era agradable. Realmente sentí que lo había hecho antes. Lo sentía, pero no podía recordarlo.

—No me digas que ahora crees en la reencarnación… —dijo Fabel.

—No. No tiene nada que ver con eso. Era como un recuerdo que no me pertenecía, pero que alguien me había transmitido. —Dirk se echó a reír, sintiéndose repentinamente avergonzado—. Ya me conoces… siempre he tenido un lado místico. Fue extraño… eso es todo.

15.00 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO

El edificio estaba discretamente ubicado en una esquina del Schanzenviertel. El estilo de su arquitectura era
Jugendstil
y Fabel notó que detrás de los desagradables graffiti se veía una elegante mampostería con refinados rasgos
Art Decó
. No había ninguna placa en la puerta ni cartel en la pared que indicara las funciones de las oficinas del interior y, después de gritar su nombre y la naturaleza del asunto que lo traía por el altavoz del interfono, Fabel tuvo que aguardar unos segundos antes de que el zumbido y el ruido metálico de la puerta le indicaran que podía entrar.

Ingrid Fischmann lo esperaba en lo alto de la corta escalera. Era una mujer de unos treinta y cinco años con un pelo largo, lacio y castaño claro. Su rostro podría haber sido bonito si no fuera por la pesadez de sus rasgos, que lo hacían casi masculino. El pelo, que le llegaba hasta los hombros, la falda larga y holgada y la blusa se combinaban entre sí dándole un aspecto vagamente hippie que parecía discordante con su edad.

Ella sonrió cortésmente y extendió la mano como saludo.

—Herr Fabel, pase, por favor.

Había dos salas principales que salían de la diminuta recepción. Era evidente que una de ellas se utilizaba exclusivamente para almacenar expedientes y materiales de referencia, mientras que la otra era la oficina de Frau Fischmann. A pesar de que estaba abarrotada de archivadores y bibliotecas, y de los tableros con fechas, citas y noticias que estaban en las paredes, seguía dando la sensación de la sala de una vivienda que alguien había convertido en despacho.

—Mi apartamento está a dos calles de aquí —le explicó Frau Fischmann mientras se sentaba detrás de su escritorio. Fabel vio que en la pared, junto a la única ventana de la oficina, había una copia del cartel de la policía de 1971 sobre la banda Baader-Meinhof. Diecinueve caras en blanco y negro bajo el título Anarchistische Gewalttáter-Baader/Meinhof Bande. Aquel poster había adquirido un nivel casi icónico, como símbolo de un momento y un ánimo particular de la historia alemana—. Alquilo estas oficinas. No sé por qué, pero siempre creí necesario separar mi vivienda del ambiente de trabajo. Por otra parte, uso esta dirección para recibir toda la correspondencia profesional. Teniendo en cuenta la sensibilidad de algunas de las personas sobre las que escribo, no es buena idea anunciar dónde vivo. Por favor, Herr Fabel, siéntese.

—¿Puedo preguntarle por qué escribe lo que escribe? Quiero decir, la mayor parte de todo aquello sucedió antes de su época, en realidad.

Fischmann sonrió, revelando unos dientes un poco demasiado grandes.

—¿Sabe por qué accedí a encontrarme con usted, Herr Fabel?

—Para ayudarme a atrapar a un asesino psicótico, espero.

—Desde luego. Pero en primer lugar soy periodista. Me huelo una historia detrás de todo esto, y espero recibir algo a cambio.

—Me temo que no me interesa realizar un intercambio con usted, Frau Fischmann. Mi única preocupación es atrapar al asesino antes de que se pierdan más vidas. Para mí las vidas son más importantes que las noticias de los periódicos.

—Por favor, Herr Fabel. Accedí a encontrarme con usted porque llevo varios años exponiendo la hipocresía de los que tuvieron algo que ver o participaron activamente en el terrorismo interno de los años setenta y ochenta, y que ahora buscan puestos públicos o éxito comercial. En todos mis estudios no he encontrado aún ni una sola razón firme e inteligente de por qué estos mocosos malcriados de clase media jugaron a ser revolucionarios. Lo que me más me ofende es la forma en que algunas figuras de la izquierda intentaron intelectualizar el asesinato y la mutilación de ciudadanos inocentes. —Hizo una pausa—. Como policía de Hamburgo, sabrá usted que la Polizei de esta ciudad sufrió lo suyo a manos de la Fracción del Ejército Rojo y sus simpatizantes. Seguramente sabe que el primer policía alemán asesinado por la Fracción era un agente de la Polizei de Hamburgo.

—Por supuesto. Norbert Schmidt, en 1971. Tenía apenas treinta y tres años.

—Seguido en mayo de 1972 por un tiroteo entre la Polizei y la Fracción del Ejército Rojo en el que el Hauptkommissar Hans Eckhardt fue herido y más tarde murió.

—Sí, también lo sé.

—Y luego, por supuesto, el otro tiroteo entre agentes de la policía de Hamburgo y miembros de un grupo escindido, el Grupo de Acción Radical, en 1986, después del asalto fallido a un banco. Un policía murió y otro sufrió heridas muy graves. El agente herido tuvo mucha suerte y sobrevivió. Hirió de muerte a Gisela Frohm, que estaba con los terroristas. Tan pronto usted dijo su nombre, supe quién era, Herr Fabel. Su nombre surgió en mi investigación sobre Hendrik Svensson y el Grupo de Acción Radical. Fue usted quien disparó y mató a Gisela Frohm, ¿verdad?

—Sí, por desgracia. No tenía alternativa.

—Lo sé, Herr Fabel. Cuando me enteré de que usted estaba investigando el homicidio de Hauser, como ya he admitido, sentí que había una historia allí que me interesaba.

—Pero estos homicidios tal vez no tengan nada que ver con su investigación. Es sólo que las dos víctimas, Hauser y Griebel, eran contemporáneos y habían participado, en grado diferente, en las actividades radicales. He examinado su pasado y no he podido encontrar ninguna conexión directa entre ellos. Pero por otra parte las mismas figuras aparecen una y otra vez en esas historias. Una de ellas es Bertholdt Müller-Voigt, el senador de medio ambiente de Hamburgo. Entiendo que usted ha investigado la historia como activista de Müller-Voigt.

—Su historia como terrorista. —Había amargura en la voz de Fischmann—. Müller-Voigt tiene ambiciones políticas que van más allá del Senado de Hamburgo. Grandes ambiciones. Ya le ha declarado la guerra al que era su aliado político más cercano, el Erster Bürgermeister Hans Schreiber, sólo porque lo considera un rival potencial para el futuro… un futuro que él espera que lo lleve a Berlín. Su ambición me ofende porque no tengo absolutamente ninguna duda de que él era el chófer del vehículo en el que el industrial Thorsten Wiedler fue secuestrado y luego asesinado.

—Estoy enterado de sus acusaciones contra el senador Müller-Voigt. También sé que la esposa de Hans Schreiber la cita a usted. Pero ¿tiene alguna prueba?

—En cuanto a Frau Schreiber… Las ambiciones políticas de su marido me resultan apenas un poco menos repugnantes que las de Müller-Voigt. Ella me está usando para sus propios fines, pero está generando un nivel de conciencia pública que yo no podría haber logrado sola. Pero para responder a su pregunta… No, no tengo ninguna prueba que pudiera presentarse en un tribunal. Pero estoy trabajando en ello. Estoy segura de que usted sabrá lo difícil que es trabajar en un caso viejo, en el que el rastro se ha enfriado.

—Es cierto. —Fabel sonrió con amargura. Pensó en los numerosos casos fríos que había reabierto durante su carrera. También pensó en su abandonada búsqueda de la familia del adolescente que había yacido enterrado en la arena seca del puerto durante sesenta años.

—Todo lo demás que he hecho en mi carrera hasta ahora, todos aquellos pasados políticos que he revelado… Todo ello ha sido un preparativo para destruir la carrera de Müller-Voigt y, con suerte, llevarlo a un tribunal por sus crímenes. Algo que tal vez podamos lograr trabajando juntos, Herr Hauptkommissar.

—Pero ¿por qué Müller-Voigt? ¿Por qué lo ha escogido a él?

Había una resolución fría y dolorosa en la expresión de Ingrid Fischmann. La periodista abrió el cajón de su escritorio, sacó dos fotografías y se las entregó a Fabel. En la primera se veía una gran limusina negra Mercedes de un modelo de los años setenta. Estaba aparcada delante de un edificio de oficinas y un chófer de uniforme negro estaba abriéndole la puerta a un hombre de mediana edad con gruesas gafas de montura negra.

—¿Thorsten Wiedler? —preguntó Fabel.

Fischmann asintió.

—Y su chófer.

La segunda fotografía era del mismo vehículo, pero más de cerca, y aparcado en una entrada para coches con suelo de gravilla. El Mercedes brillaba a la luz del sol y había un cubo y un paño delante de la rueda delantera. Fabel miró la foto y lo entendió todo. El chófer había hecho un intervalo mientras limpiaba el coche y se había acuclillado para hablar con una niña pequeña, de unos seis o siete años. Su hija.

—Y aquí, de nuevo —dijo Ingrid Fischmann—, está el chófer de Herr Wiedler: Wilhelm Fischmann.

—Ya veo —dijo Fabel. Le devolvió las fotografías—. Lo siento mucho.

—La muerte de Thorsten Wiedler llegó a los titulares. Mi padre quedó paralizado por el ataque y no recibió más que una mención pasajera. Murió por sus heridas, Herr Fabel, pero tardó más de cinco años. Fue una experiencia que también destrozó a mi madre. Yo crecí en un hogar en el que no se sabía qué era la alegría. Todo porque una panda de chicos de clase media con ideas mal concebidas y robadas se sintieron justificados para destruir cualquier vida que casualmente estuviera allí cuando ellos llevaban a cabo lo que llamaban sus misiones.

—Entiendo. Y realmente lo lamento. ¿Usted está totalmente convencida de que Müller-Voigt participó en ello?

—Sí. El grupo que realizó el ataque no era la Fracción del Ejército Rojo. Era una de las numerosas pandillas escindidas que surgieron en aquella época. Lo único que los diferenciaba del resto era que habían elegido un nombre más poético. A todos los demás los obsesionaban las iniciales… Por cierto, ¿sabía que una de las razones por las que la Fracción del Ejército Rojo,
Rote Armee Fraktion
en alemán, eligió ese nombre era que compartía las iniciales con la RAF, la
Royal Air Force, o
Fuerza Aérea Real? Una broma macabra, ¿sabe? La
Royal Air Force
echó a bombazos a los nazis de Alemania. La nueva RAF consideraba que su función era poner bombas y asesinar para echar al fascismo y al capitalismo del Estado de Alemania Occidental. Y, por supuesto, usted tuvo contacto directo con el GAR, dirigido por Svensson. Pero esta pandilla tenía una mentalidad más esotérica. Se llamaban Los Resucitados. Su líder era Franz Mülhaus, también conocido como Franz
el Rojo
.

Fabel sintió una punzada de reconocimiento. El otro Franz
el Rojo
. El objeto de un terror muy especial. Franz
el Rojo
Mülhaus y su grupo eran considerados lo más extremista de lo extremista. Volvió a recordar la imagen que había visto en la oficina de Severts del original Franz
el Rojo
, el cuerpo momificado que había dormido durante siglos en el oscuro y frío tremedal cerca de Neu Versen.

—Mülhaus y su grupo eran muy difíciles de clasificar —continuó Ingrid Fischmann—. Hasta los otros grupos de la izquierda anarquista y extremista les tenían desconfianza. Algunos incluso sostenían que no tenían nada que ver con la izquierda. Eran una manifestación del radicalismo ecologista que muchas veces iba de la mano con los grupos izquierdistas. Pero no se consideraba que Franz
el Rojo
y sus Resucitados estuvieran haciendo una contribución seria al movimiento.

—¿Por qué?

Ingrid Fischmann frunció los labios.

—Por muchas razones. No exhibían una orientación marxista clara. Por supuesto que había otros grupos que tampoco eran claramente marxistas pero sí eran aliados de Baader-Meinhof o se alineaban con ellos, como el Movimiento 2 de Junio, de Berlín Occidental, que tenía una filosofía más anarquista. Los Resucitados no estaban expresamente relacionados con Baader-Meinhof y su posición era ecologista. En aquella época había dos áreas comunes para los marxistas, los anarquistas y los ecomilitantes: las protestas antinucleares a partir de los años sesenta, y, por supuesto, Vietnam.

—¿Pero todavía había dudas sobre cuál era el terreno común que compartían los Resucitados? —preguntó Fabel.

—Exacto. Al igual que los otros grupos, su blanco preferido eran los industriales. Pero no específicamente porque eran capitalistas, sino más bien por el daño que percibían que sus empresas hacían al medio ambiente. Mismos objetivos, razones diferentes… En cierta manera, los Resucitados no iban por el mismo camino que la RAF y otros grupos izquierdistas, sino más bien por un camino paralelo que coincidía en algunas cosas. Un buen ejemplo es el secuestro y posterior asesinato de Hans-Martin Schleyer en octubre de 1977 a cargo de Baader-Meinhof-RAF y el de Thorsten Wiedler de principios de noviembre a cargo de los Resucitados. Los dos formaron parte del llamado Otoño Alemán de ese año. La diferencia es que Schleyer fue escogido porque a) era un ex nazi y había sido un SS Hauptsturmbannführer en Checoslovaquia durante la guerra y b) era un industrial adinerado, principal ejecutivo de Daimler-Benz y jefe de la federación de empresarios de Alemania Occidental, con fuertes contactos políticos con el partido dirigente, la Unión Demócrata Cristiana. Y, por supuesto, el contexto de las seis semanas de secuestro de Schleyer y su asesinato era todo aquel asunto del secuestro de Mogadiscio y los suicidios de Raspe, Baader y Ensslin en la prisión de Stammhein.

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