Sin historial (5 page)

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Authors: Lissa D'Angelo

Tags: #Ciencia ficción, #Romántico, #Juvenil

Las pisadas resuenan cada vez más fuerte sobre las baldosas y el sonido desencadena en mí una serie de emociones. Primero, miedo, por supuesto, sé que si me atrapan acá, estaré en serios problemas, pero luego razono de que no estoy realmente segura de qué tan serios éstos puedan ser. Vale, me atrapan en propiedad privada después del toque de queda ¿Y luego qué?

Lo que me lleva automáticamente a mi siguiente emoción, curiosidad. Por lo general no soy entrometida, a pesar de que sé más cosas que el resto, he vivido mi vida intentando ignorar lo que no parece correcto, lo que no luce normal, pero en este instante, mientras escucho las pisadas acercarse y mi corazón bombear más deprisa, sé que tengo que hacer algo: no ser descubierta, no aún, antes debo encontrar a Emil.

Los siguientes minutos son los más largos de mi vida, movimientos bruscos por aquí y por allá, rayos de luz zigzagueando a través de las paredes y siluetas esbeltas dibujándose una tras otra rebasando el cristal de la ventana.

Llevo una mano mi boca, como si mi respiración pudiera ser suficiente para que nos puedan atrapar, cosa que si lo piensas bien, es bastante probable.

—¿Siempre escondes cosas ahí? —pregunto a Jarvia una vez que el peligro a pasado y la observo sacar una pastillita blanca de su escote y observarla con una determinación letal.

—Sólo la mayor parte del tiempo —responde sin dejar de ver la esfera blanca.

—Me trajiste aquí para esconderme.

Ella niega antes de que termine mi línea.

—Nos traje aquí para salvar nuestro pellejo.

—¿Nuestro pellejo? —frunzo el ceño, nunca antes he oído esa expresión.

—Nuestras vidas —se corrige cabreada.

Ahora que lo veo, su look de siempre parece más desordenado de lo normal, como si no le hubiera tomado un montón de horas ordenar sus trenzas, como si la maldita masa de su cabeza fuera natural.

Al cabo de unos minutos salimos en silencio de la habitación, sólo por si acaso. Un sinfín de ideas, la mayor parte de ellas dudosas, revolotea en mi cabeza: «¿Podré huir?, ¿Será realmente necesario?»

Si lo hice antes, no veo por qué no conseguiré lograrlo ahora, excepto que de todos mis intentos, jamás he salido airosa. De ninguno.

—¿Qué hacías ahí? —escupe molesta, moviendo su cabeza en dirección al establecimiento que acabábamos de abandonar. Me pregunto si será seguro decirle lo que hacía, lo que planeaba hacer antes de colapsar.

—¿y tú?

—Responder con otra pregunta es grosero

—¿Quién lo dice?

—La persona que te salvo la vida, por supuesto.

Volteo mis ojos y me doy la media vuelta en dirección al bosque, sin importarme pisar las petunias, lo que me recuerda.

—¡Virgen! —me arrodillo frente al jardín y comienzo a orar en voz baja.

—¿Qué diablos?

No hago caso a su grosería y continúo implorando piedad y perdón por mi falta de juicio. Los restos de las mártires de otros tiempos descansan en estas tierras, el terreno es sagrado y yo lo he mancillado.

Cuando termino, me seco los ojos y me preparo para enfrentar a Jarvi.

—No te debo la vida, ellas no iban a hacerme nada.

—No luces muy segura —cruza los brazos encima de su pecho y eleva una ceja con expresión arrogante—.

Además ¿Por qué me odias tanto?

Pestañeo irritada, esa pregunta es obvia.

—No te odio, sólo no me gustas.

—Para no odiarme, me tratas bastante mal —rueda sus ojos—. Antes, en el pasillo, la gigante de tu amiga

casi me reventó el cráneo cuando me azotó contra la pared.

—¿Qué esperabas? Fuiste a buscarnos con tremenda tragedia en la punta de la lengua, y tuviste el descaro de hacerte de rogar antes de decirnos qué diablos pasaba.

Otra vez esa maldita expresión, lo juro, ni siquiera es la gran cosa, pero actúa como si poseyera los secretos del universo.

—¿Maldices mucho, no?

—Y lo dice la que me interrumpió en plena plegaria…

—Oye, yo no quería interrumpirte, pero no tenía caso rogar una vez que las plantas ya fueron destrozadas.

—En serio, tengo que irme.

—¿Al bosque?

Me giro hacia ella, el pánico irrumpiendo otra vez en mis terminaciones nerviosas. Ella no tenía cómo saber…

—¿De dónde sacas eso?

Jarvi hace castañear su lengua antes de hablar, la muy…

—No es difícil adivinarlo por la dirección hacia donde te encaminas. Tranquila Aya, estoy contigo.

—No —niego, sin importar el miedo que sienta, debo lucir tranquila. Observo el cielo, extrañando como nunca mi reloj. ¿Dónde lo habré dejado?

—Estoy sola en esto.

—Yo puedo ayudarte a salir de aquí —frunce el ceño¬¬—. ¿Buscas esto?

Entre sus manos, mi precioso reloj caoba descansa de cara a su palma.

—¿Has salido antes al menos? —la malicia en sus ojos me dice que ella sí, que lo ha hecho.

—De verdad no sabes nada, cierto.

—No es asunto tuyo.

—¿A no? Pues entonces no te molestará que les mencione a las hermanas lo que planeabas hacer antes de que te encontrara.

—No te creerán —me sorprendo por la burla que sale de mi voz—. Ni siquiera estás segura de lo que planeaba hacer.

—Aya, estabas gritando cosas como “por favor” y “Emil” mientras llorabas, perdóname si no te creo.

—De todos modos no te creerán —reafirmo, pero esta vez se nota la falta de convicción en mi voz.

—Quién sabe —dice mirando el reloj—, podríamos probar mi teoría ¿No te parece?

Lo siguiente que hace es comenzar a gritar “Auxilio” y “Socorro”.

Los focos que rodean las paredes de La Grata se encienden y puedo escuchar las sirenas comenzar a rechinar.

—Si pensabas entregarme desde el principio ¿por qué me ayudaste?

Algo extraño y siniestro se desliza en su rostro, no es burla. No, esto es más fuerte que eso, parece más espeso y tenebroso.

—Momento equivocado, lugar equivocado.

La compresión comienza a escurrirse dentro de mi cerebro.

—No estabas ayudándome, ¿cierto?

Niega.

—Entonces, ¿qué hacías ahí?

—Eso no te compete, dejémoslo en que se trata de una lamentable coincidencia.

Las voces de las guardias se hacen más fuerte, pero justo entonces suenan las doce y me doy cuenta que se trata de guardias nocturnos. Tiemblo pensando en lo que pasará, pero oigo a Jarvia soltar un grito indecible.

Casi al instante, su cuerpo colapsa de forma insólita contra el piso y ella empieza a convulsionar sobre la tierra.

—Son las doce —susurro, pensando que si ella fuera normal debería estar dormida a estas horas, sino de forma natural, entonces de forma inducida.

—Dime que tomaste tu dosis de valeriana…

Ella hace un gran esfuerzo a la hora de negar y entonces veo su boca, un montón de cosas blancas esparcidas en ella, pastillas.

¿En qué momento las ingirió?

—¿Qué tomaste?

La veo pestañear asustada, lágrimas negras caen por sus ojos gracias a los kilos de maquillaje que insiste en usar.

—¡Dime que puedo hace para ayudarte!

Pero entonces es tarde, a medida que los guardias se acercan, las luces reflectoras se hacen más y más enceguecedoras y las sirenas me han vuelto más nerviosa de lo que estaba.

Dejo el cuerpo tembloroso de Jarvia en el suelo y le doy una última mirada, ha vomitado sobre sí misma y parece estar ahogándose.

Esa es la última vez que la veo.

06:00

Los días pasan lentos. O tal vez es la sensación de vacío lo que convierte los cada segundo en horas.

He intentado todo, por las noches me escabullo para espiar, pero los cuartos de iniciación no muestran señales de cambio, peor aún, ni atisbos de Emil.

Por el día me limito a fingir normalidad para no levantar sospechas, pero todos siguen su vida, todos actúan como si nada aunque mi compañera ya no esté aquí.

Dejo sobre mi cama la bufanda que comencé a tejer ayer por la noche y escondo mi cabeza en la almohada. Estoy desesperada y los deseos de gritar están cerca de sobrepasarme, por lo demás la tela ayuda a amortiguar mi voz.

Las cosas nunca han sido realmente fáciles, pero ahora me doy cuenta de que se han salido de control. Estoy completamente sola, no he vuelto a ver a Jarvia Roth desde esa fatídica noche y ya han pasado dos semanas desde eso. ¿Lo peor de todo? Bien, no sé si sea normal hacer una lista de calamidades, pero estoy inspirada y puedo hacer las notas sin necesidad de pensar.

Pensé que lo peor sería estar sola, pero la verdad es que nunca me he sentido realmente acompañada, así que la soledad sólo ocupa el tercer lugar.

Lo segundo es más fácil: está claro que algo no va bien, la pastilla que tomó Jarvi, la forma en que su cuerpo colapsó. ¿Qué rayos estaba haciendo ahí? Y, si de verdad pensaba delatarme, ¿por qué esperó hasta que estuviéramos lejos para hacerlo?, ¿Por qué no gritó y ya?

Siento algo tibio resbalar por mi mejilla, las gotas con sabor a sal se han vuelto un hábito molesto en mí, me pregunto cuándo acabarán. En realidad, me pregunto un montón de cosas, lo que me lleva al número uno de mi lista: No sé qué hacer.

«Qué hacer».

Francamente, parece fácil, casi irrisorio. Pero, luego de pensarlo detenidamente, me doy cuenta de que tengo una leve idea, entonces la cosa se pone más difícil aún. Sé qué hacer, joder, ¡Por supuesto que lo sé!

Tengo que salir de aquí, ¿lo he intentado antes no? Salvo que las cosas han cambiado, querer huir es una cosa, tenía motivos antes: manejaba esta idea absurda de vivir en las montañas y correr con linces.

Se suponía que existía algo más, algún lugar y a estas alturas, no me importaría ya que no se tratara de un igual donde no me sintiera una rareza, porque nunca me he sentido igual al resto, porque nunca he pertenecido a este género. Ahora en cambio, no importa si tengo o no un objetivo claro, tengo miedo.

Seco mis ojos con la manga de mi pijama, éstos arden, pero mi pecho arde aún más. Así que salgo de mi cama en un acto de extremo masoquismo y avanzo hasta la puerta, cuando la abro la caricatura que dibujamos con Emil, me sonríe con crueldad.

Las mejillas de Emil están teñidas de un rubor cálido, como las rosas silvestres, como mis ojos ahora, no es un rictus cruel sino uno genuino… a pesar de que al día siguiente de dibujarlo ignorara por completo el impacto que traería a mi vida. En contraste, la caricatura de al lado es tan diferente, tan carente de vida, supongo que es porque la hice yo.

Nunca he tenido un talento destacable, pero no es eso lo que transforma nuestro retrato en algo siniestro, sino la mueca de mi boca, es tan grande por lo mismo, mi nariz luce diminuta, pero los labios. Esos labios no son los míos, quería plasmar en ellos la alegría del momento, la felicidad que me invadía cada vez que estábamos juntas, cada vez que me recordaba, aunque fuera por unos pocos minutos, aunque se limitara al momento, pero hoy, demasiado tarde, comprendo que cosas como esas no se pueden guardar, los recuerdos son sólo eso. No es real, no es tangible y merecen ser olvidados.

Rompo el papel, que no sé en qué momento llegó a mis manos, mientras me digo a mí misma que la solución no es huir, no es escapar, lo intenté una vez y resultó mal. No merece la pena correr el riesgo, porque al igual que la sonrisa de mi dibujo ahora convertido en una veintena de pedazos… terminaré más rota.

Y la verdad es que no me quedan fuerzas.

Luego de estar treinta minutos intentando conciliar el sueño, sin resultados, observo la bufanda en mi cama, está casi completa, me he comido un montón de puntos y la maldita cosa está repleta de agujeros, pero la lana es cálida y suave. Camino hacia ella y la anudo a mi cuello, pero no es suficiente y tiro un poco más, y más.

Es asombroso lo bien que se siente, el ardor en mi piel me reconforta y el dolor físico hace que olvide el espiritual.

Yo podría continuar haciéndolo toda la noche, mis oídos laten tan fuerte y mi garganta parece secarse, me falta el aire, me falta Emil y sé estoy bastante segura que merezco morir por ser una cobarde.

¿De qué me sirven los recuerdos si no los puedo compartir?

—Aya —la voz de Cecania brota suave a través de la puerta. Noto que no debe ser tan suave si consigo oírla, corro hacia ésta para abrirle y evitar que la descubran, observo la ventana casi por instinto y descubro que es de día, así que no hay problema de que Ceca esté aquí. También veo la gran torre, pero desvío mi atención rápidamente, no necesito más dolor.¿En qué momento perdí la noción del tiempo?

A fuerza de voluntad consigo llegar hasta la entrada de mi cuarto, es difícil y me aclaro la garganta durante todo el proceso.

Ceca ni siquiera espera a que le ofrezca pasar, irrumpe en mi cuarto como un tornado revolviéndolo todo. Ropa, almohadones, golosinas olvidadas bajo mi catre, nada se salva de sus manos.

Al final, se sienta sobre mi cama y me mira con una expresión inescrutable.

—Tu cara da asco —para ser un saludo deja bastante que desear, pero lo dejo pasar ya que probablemente ella esté en lo cierto. No debo lucir muy aceptable con mi pelo revuelto, los ojos rojos e hinchados y el pijama arrugado.

—Pensé que estabas enferma.

Frunzo el ceño, porque la verdad es que no me siento nada bien. Alegar enfermedad podría ser una excusa convincente, incluso cuando Ceca me cae bien y hace reír, sigue sin ser Emil, ella no tiene idea de lo que está mal conmigo, de lo anormal que soy… y menos de lo mucho que duele. Por eso me simpatiza, con ella todo es fácil, no hay culpas ni rencores entre nosotras. Además, no quiero entrometerla en todo esto, menos después de lo que sucedió con Jarvia.

—Lo estoy, me dormí con la ventana abierta y pesqué un resfrío.

La forma en que me mira me dice un montón de cosas, con las cejas alzadas y la boca fruncida, sé que no me cree incluso antes de que ponga sus ojos en blanco. Odio ese gesto, porque me recuerda a Emil.

Ceca se cruza de brazos, esperando. Hay algo infantil en su expresión malhumorada, supongo que el hecho de que su tez canela se vuelva sonrosada ayuda en algo…

—Lástima que no te crea.

—Lástima que no me importe.

—¿Qué es eso que noto en tu cara?

Me doy la vuelta y salto sobre mi cama, al lado opuesto de Ceca, es la segunda vez que hago esto en menos de cinco minutos, me resulta inquietante lo bien que se siente.

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