Star Wars Episodio V El imperio contraataca (3 page)

Un delgado rayo de luz blanquiazul surgió de uno de los apéndices del robot de exploración, el intenso calor que emitió taladró el montículo blanco y dispersó brillantes partículas de nieve en todas direcciones. El montículo empezó a temblar y después se estremeció. Lo que estaba debajo se sintió profundamente molesto por el rayo láser explorador del robot.

Grandes trozos de nieve cayeron del montículo y en un extremo aparecieron dos ojos en medio de la masa blanca.

Unos enormes ojos amarillos observaron como puntos gemelos de fuego al ser mecánico que siguió disparando sus dañinos rayos. Los ojos ardían con un odio primitivo hacia la cosa que había interrumpido su sueño.

El montículo volvió a temblar y lanzó un rugido que estuvo a punto de destruir los sensores auditivos del androide de exploración. Este retrocedió algunos metros y amplió la distancia que lo separaba del otro ser. El androide nunca se había topado con un wampa, la criatura del hielo, y sus computadoras le aconsejaron que acabara prontamente con la bestia.

El androide hizo un ajuste interno para regular la potencia de su rayo láser. En menos de un segundo, éste alcanzó su intensidad máxima. La máquina apuntó con el láser a la criatura y la envolvió en una enorme nube de llamas humeantes. Poco después, los vientos helados arrastraron las pocas partículas que quedaban del wampa.

El humo se dispersó y no quedaron pruebas materiales —con excepción de una profunda depresión en la nieve— de que alguna vez hubiese habido allí una criatura del hielo.

Pero su existencia ya estaba correctamente registrada en la memoria del androide de exploración, que ya había reanudado la misión que tenía programada.

Los rugidos de otro wampa despertaron finalmente al joven y magullado comandante rebelde.

A Luke le daba vueltas la cabeza, le dolía intensamente y, a juzgar por lo mal que se sentía, creía que le iba a estallar. Con un gran esfuerzo logró centrar la mirada y se dio cuenta de que estaba en una garganta de hielo, cuyas paredes serradas reflejaban la luz del crepúsculo.

Súbitamente notó que colgaba cabeza abajo, con los brazos estirados y las puntas de los dedos a unos treinta centímetros del suelo nevado. Tenía los tobillos entumecidos. Estiró el cuello y vio que sus pies estaban cubiertos de hielo congelado y colgaban del techo y que el hielo formaba estalactitas en sus piernas. Sentía la máscara congelada de su propia sangre pegada a la cara en los puntos donde la criatura del hielo le había golpeado cruelmente.

Luke volvió a oír los gemidos bestiales, que sonaron más intensamente al retumbar en el estrecho y profundo pasadizo de hielo. Los rugidos del wampa eran ensordecedores.—Se preguntó qué lo mataría primero, si el frío o los colmillos y las garras de la bestia que habitaba esa garganta.

Tengo que liberarme, pensó, tengo que librarme del hielo. Aún no había recuperado por completo las fuerzas, pero hizo un decidido esfuerzo, se irguió y se estiró hacia las ligaduras. Como todavía estaba muy débil, Luke no pudo romper el hielo, por lo que volvió a quedar colgado y el suelo blanco, se le acercó vertiginosamente.

Relájate —se dijo—. Relájate. Las paredes de hielo se rompieron a causa de los bramidos cada vez más estrepitosos del animal que se acercaba. Sus patas aplastaban el terreno helado y se acercaban aterradoramente. En poco tiempo, el horror blanco y peludo estaría de regreso y probablemente calentaría al joven guerrero aterido de frío en las tinieblas de su panza.

La mirada de Luke recorrió la garganta y finalmente divisó las herramientas que había llevado para cumplir esa misión y que ahora se encontraban inutilizadas y en desorden en el suelo. El equipo estaba a casi un inalcanzable metro de distancia. Éste incluía un aparato que llamó poderosamente la atención de Luke: una sólida pieza con mango, provista de un par de pequeños interruptores y de un disco de metal colocado encima. El objeto le había pertenecido a su padre, un ex caballero jedi que fue traicionado y asesinado por el joven Darth Vader. Pero ahora era de Luke y Ben Kenobi se lo había regalado para que lo esgrimiera con honor contra la tiranía imperial.

Desesperado, Luke hizo esfuerzos extraordinarios por girar lo suficiente su cuerpo dolorido para llegar hasta el sable de luz. Pero el insoportable frío que recorría su cuerpo le frenó y le debilitó. Estaba a punto de aceptar su destino cuando oyó que la gruñona criatura del hielo se acercaba. Sus últimas esperanzas prácticamente habían desaparecido cuando percibió esa presencia.

Pero no fue la presencia del gigante blanco la que dominó la garganta de hielo.

Se trataba de esa relajante presencia espiritual que solía visitar a Luke en momentos de tensión o de peligro. La presencia que se le apareció por primera vez sólo después de que el viejo Ben, una vez más en su papel jedi de Obi-Wan Kenobi, se desvaneciera en unos pliegues de túnicas oscuras después de caer abatido por el sable de luz de Darth Vader. La presencia que a veces semejaba una voz conocida, un susurro casi mudo que se dirigía a la mente de Luke.

“Luke —el susurro volvía a estar acosadoramente presente—, piensa en el sable de luz en tu mano.” La cabeza dolorida de Luke latió a causa de las palabras. Después experimentó un repentino retorno de las fuerzas, un sentimiento de confianza que le impulsó a seguir luchando a pesar de su situación aparentemente desesperada. Fijó la mirada en el sable de luz. Estiró dolorosamente la mano y la congelación que sufrían sus miembros cobró su precio.

Cerró los ojos con fuerza para concentrarse. Pero el arma seguía fuera de su alcance. Supo que necesitaría hacer algo más que forcejear para llegar hasta el sable de luz.

Tengo que relajarme —se dijo Luke—, he de relajarme... —La cabeza de Luke giró al oír las palabras de su protector incorpóreo: “Luke, deja fluir la Fuerza.” ¡La Fuerza! Luke vio cómo se cernía la imagen invertida y semejante a un gorila de la criatura del hielo y sus brazos en alto que acababan en unas brillantes y enormes garras. Vio por primera vez el rostro simiesco y se estremeció al ver los cuernos parecidos a los de un carnero y la temblorosa mandíbula inferior con los colmillos salientes.

En ese momento el guerrero apartó de sus pensamientos a la criatura. Dejó de forcejear para coger el arma, relajó el cuerpo y dejó que su espíritu asumiera la sugerencia de su maestro. Sintió que le recorría ese campo de energía generado por todos los seres vivos y que unía a la totalidad del universo.

Como Kenobi le había enseñado, la Fuerza estaba en su interior para que Luke la utilizara como considerara conveniente.

El wampa extendió sus garras negras y ganchudas y avanzó pesadamente hacia el joven colgado.

Súbitamente, como por arte de magia, el sable de luz saltó hasta la mano de Luke. En ese mismo instante apretó un botón de color del arma y descargó un haz parecido a una hoja que cortó rápidamente sus heladas ataduras.

Mientras Luke caía con el arma en la mano, la monstruosa figura que se cernía sobre él retrocedió un paso cautelosamente. Los ojos sulfurosos de la bestia parpadearon con incredulidad ante el zumbante haz de luz, pues era un espectáculo desconcertante para su cerebro primitivo.

A pesar de que tenía dificultades para moverse, Luke se puso en pie de un salto, esgrimió su sable de luz ante la masa de músculos y pelo blanco como la nieve y la obligó a retroceder un paso y después otro. Bajó el arma y cortó la piel del monstruo con la hoja de luz. La criatura del hielo, el wampa, chilló y su terrible rugido de agonía hizo temblar las paredes de la garganta. Se volvió, salió a toda prisa y su masa blanca se fundió con el terreno lejano.

El cielo estaba mucho más oscuro y, junto con la penumbra que todo lo invadía, llegaron los vientos más gélidos. La Fuerza acompañaba a Luke, pero ni siquiera ese misterioso poder podía darle calor en ese momento. Cada paso que daba para salir de la garganta le costaba más trabajo que el anterior. Por último, mientras su visión disminuía con la misma rapidez que la luz del día, Luke trastabilló en un terraplén de nieve y perdió el conocimiento antes de llegar al fondo.

En el muelle del hangar principal de la sub-superficie, Chewie preparaba el Millennium Falcon para el despegue. Apartó la mirada del trabajo y vio un par de figuras bastante extrañas que acababan de surgir de un rincón próximo para participar en la actividad rebelde que solía desarrollarse en el hangar.

Ninguna de las figuras era humana, aunque una de ellas tenía forma humanoide y parecía un hombre con una armadura dorada de caballero. Sus movimientos eran precisos, casi demasiado para ser humanos, mientras avanzaba tiesamente por el pasillo. Su compañero no necesitaba piernas como las de los seres humanos para moverse, ya que se las ingeniaba bastante bien haciendo rodar su cuerpo más corto y parecido a un barril con unas ruedas en miniatura.

El más bajo de los dos androides lanzaba bips y silbidos agitados.

—No es culpa mía, lata que funciona mal —afirmó el androide alto y antropomórfico, y señaló con una mano metálica—. No te pedí que encendieras el calentador termal. Sólo comenté que en la cámara de ella hacía un frío de congelarse. Pero se supone que es de congelarse. ¿Cómo secaremos todas sus cosas? ¡Ah...! Hemos llegado.

See-Threepio, el androide dorado de forma humana, se detuvo para fijar sus sensores ópticos en el Millennium Falcon.

Artoo-Detoo, el otro robot, contrajo sus ruedas y su pata frontal y posó su fornido cuerpo metálico en el suelo. Los sensores del androide más pequeño leían las conocidas figuras de Han Solo y su compañero wookie mientras continuaban con la tarea de remplazar los elevadores centrales del carguero.

—Amo Solo, señor —dijo Threepio, que era el único miembro de la pareja robótica equipado con una imitación de la voz humana—. ¿Puedo hablar con usted? Han no estaba de humor para que le molestasen, menos aún para ser fastidiado por ese androide.

—¿Qué quieres?

—El ama Leia ha intentado ponerse en contacto con usted a través del comunicador —le informó Threepio—. Seguramente funciona mal.

Han sabía que no era así.

—Lo he desconectado —replicó bruscamente, mientras seguía reparando la nave—. ¿Qué desea ahora su Señoría? Los sensores auditivos de Threepio identificaron el tono desdeñoso de la voz de Han, pero no lo comprendieron. El robot imitó un gesto humano al agregar:

—Está buscando al amo Luke y supuso que estaría aquí, con usted. Al parecer nadie sabe...

—¿Aún no ha regresado Luke? Han se mostró preocupado. Notó que el cielo que veía más allá de la entrada de la caverna de hielo se había oscurecido considerablemente desde que Chewbacca emprendiera las reparaciones del Millennium Falcon. Han sabía cuánto bajaba la temperatura de la superficie al caer la noche y lo letales que podían resultar los vientos. Bajó de un salto del elevador del Falcon y ni siquiera dio la vuelta para mirar al wookie.

—Chewie, échale el cerrojo. ¡Oficial de cubierta! —gritó Han, se acercó el intercomunicador a la boca y preguntó—: Control de seguridad, ¿ya ha comunicado su entrada el comandante Skywalker?

La respuesta negativa hizo que Han frunciera el ceño.

El sargento de cubierta y su ayudante respondieron presurosamente a la llamada de Solo.

—¿El comandante Skywalker ha regresado? —preguntó Han con la voz cargada de tensión.

—No le he visto —respondió el sargento de cubierta—. Es posible que pasara por la entrada sur.

—¡Compruébelo! —ordenó Solo, aunque oficialmente no estaba autorizado a dar órdenes—, ¡Es urgente!

Mientras el sargento de cubierta y su ayudante se volvían y corrían pasillo abajo, Artoo emitió un silbido de preocupación cuya intensidad se agudizó inquisitivamente.

—No sé, Artoo —respondió Threepio volvió tiesamente el torso y la cabeza a Han—. Señor, ¿me permite preguntarle lo que ocurre?

La ira creció en el interior de Han mientras respondía con un gruñido al robot.

—Ve a decirle a tu preciosa princesa que, a no ser que aparezca pronto, Luke es hombre muerto.

Artoo silbó histéricamente ante la funesta predicción de Solo y su dorado compañero, que a esas alturas ya estaba asustado, exclamó:

—¡Oh, no!

El túnel principal bullía de actividad cuando Han Solo entró a la carrera. Vio a un par de soldados rebeldes que utilizaban todas sus energías para contener a un tauntaun nervioso que intentaba escapar.

Desde el otro extremo, el oficial de cubierta corrió hasta el pasillo y paseó su mirada por la cámara hasta que vio a Han.

—Señor —dijo frenético—, el comandante Skywalker no ha pasado por la entrada sur. Quizás olvidó registrar su entrada.

—Lo dudo —replicó Han—. ¿Están listos los vehículos?

—Todavía no —respondió el oficial de cubierta—. Ha sido difícil adaptarlos al frío. Tal vez por la mañana...

Han le interrumpió. No se podía perder tiempo con máquinas que podían averiarse y que probablemente lo harían.

—Tendremos que salir con tauntauns. Cubriré el sector cuatro.

—La temperatura disminuye demasiado deprisa.

—Ya lo sé —protestó Han—. Pero Luke está afuera.

El otro oficial se ofreció espontáneamente:

—Cubriré el sector doce. Que control prepare la pantalla alfa.

Han comprendió que no había tiempo para que control hiciera funcionar sus cámaras de vigilancia, menos aún ahora que Luke probablemente agonizaba en los desolados llanos de arriba.

Se abrió paso entre los soldados rebeldes reunidos, cogió las riendas de uno de los tauntauns adiestrados y montó en el lomo de la bestia.

—Se desencadenarán las tormentas nocturnas antes de que cualquiera de vosotros pueda llegar al primer marcador —advirtió el oficial de cubierta.

—En ese caso nos veremos en el infierno —gruñó Han, tiró de las riendas de su montura e hizo salir al animal de la cueva.

Nevaba copiosamente mientras Han Solo cabalgaba presuroso por el yermo montado en el tauntaun.

Estaba a punto de caer la noche y los vientos ululaban y atravesaban su ropa de abrigo. Sabía que sería tan inútil como un carámbano a menos que pronto encontrara al joven guerrero.

El tauntaun había empezado a padecer las consecuencias de la disminución de la temperatura.

Una vez caída la noche, ni las capas de grasa aislante ni el pelaje gris enmarañado podían protegerlo de la intemperie. La bestia resollaba y su respiración se hacía cada vez más dificultosa.

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