Read Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi Online
Authors: James Kahn
Pero Solo no era tan impresionable. Cabalgó la cresta de la ola de sus impresiones hasta que se apaciguó la resaca, sumergiendo la masa de sus recuerdos y dejando solamente que flotaran en la superficie los restos más recientes: la traición de Lando Calrissian, al que antaño llamó amigo; su achacosa nave; la última visión de Leía; su captura a manos de Boba Fett, el Caza-recompensas con su acerada máscara a quien...
Mas... ¿Dónde se hallaba ahora? ¿Qué había pasado?
Su última imagen era aquella de Boba Fett viéndole convertirse en carbonita. ¿Le habría descongelado Boba Fett para seguir vejándolo? El aire rugía en sus oídos. Su respiración era desacompasada y anormal. Golpeó con la mano el espacio a la altura de su cara.
Boushh intentó tranquilizarlo.
—Te has liberado de la carbonita y padeces el síndrome de la hibernación. Tu vista se recobrará con el tiempo. Vamos; hemos de apresurarnos en abandonar este lugar.
Reflexionando, Han aferró al Cazador de Recompensas y palpó la fría rejilla de su máscara. Entonces lo soltó. —No voy a ninguna parte, ni siquiera sé dónde estoy —dijo, mientras comenzaba a transpirar profusamente a medida que su corazón bombeaba sangre nuevamente y la mente le bullía con mil interrogantes.
—De todos modos, ¿quién eres tú? —preguntó con desconfianza. Quizá, pese a todo, era el propio Fett.
El Cazador de Recompensas, acercándose, se quitó el casco, revelando bajo él el rostro inconfundible de la Princesa Leia.
—Alguien que te ama—susurró, acariciando tiernamente la cara de Han con sus manos enguantadas y besándole largamente en los labios.
Han forzó la vista intentando distinguir el rostro de la Princesa, pero su visión era semejante a la de un recién nacido.
—¡Leia! ¿Dónde estamos? —dijo.
—En el palacio de Jabba. Tengo que sacarte de aquí en seguida —contestó ella.
Han se sentó, temblando.
—Todo es tan difuso... No voy a serte de gran ayuda.
Leia observó largo rato a Han, su gran amor. Había viajado decenas de años luz para encontrarlo; había arriesgado su vida y perdido un tiempo vital para la causa Rebelde. Un tiempo que no debiera emplearse en cuestiones personales e intereses privados..., pero lo amaba. Sus ojos se empañaron de lágrimas.
—Lo conseguiremos —susurró Leia.
Apasionadamente, le abrazó y besó de nuevo. La emoción embargó a Han. Volvía de la muerte para hallarse entre unos cálidos brazos, los mismos que le sustrajeron de las garras del negro vacío. Se sintió abrumado de felicidad, incapaz de moverse y de hablar, mientras la estrechaba con firmeza, cerrando sus ojos a todas las sórdidas realidades que pronto —bien lo sabía— se precipitarían sobre ellos.
¡Y tan pronto! Mucho antes de lo que imaginara Han, los acontecimientos vinieron a su encuentro.
Un inesperado y repelente zumbido brotó tras ellos. Han abrió de par en par los ojos, enfrentándose a un mar de negrura. Leia, girando con rapidez, lanzó una horrorizada mirada al habitáculo contiguo. La cortina se había alzado, dejando al descubierto una compacta reunión formada por los más repugnantes secuaces de Jabba; todos gruñendo, babeando, haciendo muecas burlonas.
Leia se tapó la boca con la mano para ahogar un gemido.
—¿Qué es lo que pasa? —dijo Han, asiéndose la Princesa. Algo debía de ir tremendamente mal y él no podía siquiera perforar sus tinieblas.
Un cloqueo agudo y obsceno resonó al extremo de la habitación. Un cloqueo Huttés. Han inclinó la cabeza y cerró de nuevo los ojos, como si pudiera apartar de sí, por un momento, lo inevitable. —Conozco esa risa —dijo.
El extremo de la cortina se alzó de improviso y mostró a Jabba, Ishi Tit, Bib, Boba y a varios guardias Gamorreanos riéndose y mofándose hasta el escarnio.
—¡Vaya, vaya! ¡Qué escena tan romántica! —ronroneó Jabba—. Han, camarada, han mejorado mucho tus gustos, aunque tu suerte no siga igual camino.
Aun ciego, Solo era capaz de fanfarronear con más volubilidad que un papagayo.
—Escucha, Jabba: yo venía hacia aquí para pagarte mi deuda, cuando me surgieron unos asuntillos..., pero estoy seguro de que podremos solucionar el problema...
Jabba ahogó una auténtica carcajada.
—Demasiado tarde, Solo. Quizá hayas sido el mejor contrabandista de la galaxia, pero ahora no vales ni como forraje para un Bantha. —Borró de golpe su sonrisa y ordenó a los guardias con gesto imperioso—. ¡Cogedlo!
Los guardias apresaron a Leia y Han y sacaron a rastras al pirata Corelliano, mientras Leia quedaba forcejeando en el sitio.
—Más tarde decidiré cómo matarlo —musitó Jabba
—Te pagaré el triple —chilló Solo—. Jabba, estás tirando una fortuna, no seas estúpido. Con esto, Han fue arrastrado fuera de escena.
Saliendo de la fila de los guardias, Lando avanzó sobre Leia con rapidez e intentó llevársela aparte, pero Jabba los detuvo.
—¡Espera! ¡Tráemela! —ordenó.
Lando y Leia se detuvieron a mitad de camino. Lando estaba en tensión, inseguro de cómo proceder. Aún no era el momento oportuno para actuar. Los pronósticos no eran los adecuados: Sabía que su posición era idéntica a la de un as en la manga, y un as en la manga es una baza que hay que saber utilizar en el momento oportuno.
—No me pasará nada—susurró Leia.
—No estoy tan seguro —replicó él. La ocasión ya había pasado; ya nada se podía hacer. Él e Ishi Tib, el pájaro-lagarto, empujaron a Leia hasta situarla frente a Jabba.
3PO, que había seguido la escena desde su punto de observación detrás de Jabba, fue incapaz de seguir mirando y se dio la vuelta acongojado.
Sin embargo, Leia permaneció orgullosamente firme, encarándose al odioso monarca. Su cólera era extrema. Toda la galaxia estaba en guerra, y estar detenida en ese diminuto y polvoriento planeta por un tratante de escoria, era más ultrajante de lo que podía tolerar. Pese a todo, mantuvo serena la voz porque ella era, en el fondo, una princesa.
—Tenemos poderosos aliados, Jabba. Pronto lamentarás tu actitud —amenazó.
—Seguro, seguro —el viejo gánster bullía de júbilo—. Pero mientras tanto disfrutaré plenamente del placer de tu compañía.
Jabba asió con lujuria a la princesa, y tiró de ella hasta aproximar su rostro al de él, mientras que su aceitosa piel de serpiente comprimía el esbelto talle de Leia.
Ella quiso matarlo de un golpe, allí mismo y en ese preciso momento. Pero contuvo su rabia porque sabía que las restantes sabandijas la harían pedazos antes de que pudiera escapar con Han. Más adelante tendrían mejores oportunidades. Tragando saliva, aguantó lo mejor que pudo el contacto con la enorme babosa.
3PO lanzó una mirada furtiva e inmediatamente retiró la cabeza de nuevo.
—¡Oh no! No soy capaz de ver esto—-dijo avergonzado.
La asquerosa bestia, sacando su gruesa lengua viscosa, imprimió un brutal beso en los labios de la princesa.
Han fue arrojado con rudeza a una mazmorra y la puerta se cerró con estruendo tras él. Cayó al suelo en plena oscuridad, se recobró lentamente y se sentó reclinado contra la pared. Durante unos instantes, desesperado, golpeó el suelo con los puños. Luego se apaciguo y trató de ordenar sus pensamientos.
Las Tinieblas. Bueno: ¡al diablo con ellas! La ceguera es la ceguera. De nada sirve buscar rocío en un meteorito..., pero era tan frustrante... revivir de la hibernación, ser salvado por la persona que...
¡Leia! El estómago del capitán estelar se encogió ante la idea de qué podría estarle sucediendo. Si tan sólo supiera dónde demonios se encontraba él ahora. Tanteando, golpeó la pared donde se apoyaba. Era de roca sólida.
¿Qué es lo que podía hacer? ¿Un trato? Quizá. Pero ¿con qué iba a hacer un trato? «Pregunta estúpida —pensó—. ¿Cuándo tuve jamás necesidad de poseer algo para negociar con ello?»
Y, de todos modos, ¿qué? ¿Dinero? Jabba tenía más del que podía contar. ¿Placeres? Nada complacería tanto a Jabba como profanar a la princesa y matarle a él. No, las cosas estaban tan mal que, de hecho, no podían ir peor.
Y entonces oyó el gruñido. Un bufido grave y terrorífico que surgía de las densas tinieblas en el extremo opuesto de la celda. El gruñido de una enorme y furiosa bestia. Todos los pelos de Solo se erizaron. Rápidamente se levantó, dando la espalda a la pared.
—Parece que tengo compañía —musitó.
La salvaje criatura bramó con demencial rugido: «Groawwrrgrr», y saltó sobre Solo, al que alzó por los aires al tiempo que le abrazaba violentamente cortando su respiración.
Han se quedó paralizado durante largos segundos. Apenas daba crédito a sus oídos.
—Chewie ¿eres tú? —exclamó.
El gigantesco Wookiee ladró jubiloso. Por segunda vez en una hora, la felicidad embargó a Han, aunque esta vez por muy distinto motivo.
—Muy bien, muy bien. Espera un segundo: ¡me estás aplastando! —protestó.
Chewbacca depositó en el suelo a su amigo y Han se irguió para rascar el pecho de la peluda criatura. Chewie ronroneó como un gatito.
—Okey, ¿qué ha pasado por ahí durante mi ausencia?
Prontamente fue puesto al día. Podía considerarse extremadamente afortunado; estaba con alguien con quien poder desarrollar un buen plan de fuga, y ese alguien sea nada menos que el amigo más fiel de la galaxia. Chewie continuó informándole sin parar:
—Arf arararg graoor rrorg rrowa auowvargs groprasp —ladró.
—¿Que Lando planea algo? ¿Qué demonios hace él aquí? —se asombró Han. Chewbacca ladró un buen rato.
—¡Luke está loco! —dijo, meneando la cabeza—. ¿Por qué le escuchaste? Ese chico apenas sabe cuidar de sí mismo; luego mucho menos rescatar a nadie.
—Rowr arrgr grooarr rrárwar grrff —porfió Chewbacca.
—¿Un caballero Jedi? ¡Venga ya! Salgo un rato y la gente comienza a hacerse ilusiones... exclamo escéptico, Han.
Chewbacca rugió con insistencia y Han, en la oscuridad, asintió dubitativamente.
—Me lo creeré cuando lo vea —comentó mientras andaba hacia la pared—. Si me permites la expresión.
El metálico portón principal del palacio de Jabba, engrasado sólo por el tiempo y la arena, chirrió con estrépito al abrirse. De pie, en medio del vendaval de arena, con la vista fija en la cavernosa entrada, estaba Luke Skywalker.
Iba envuelto con el traje de los Caballeros Jedi —una sotana en realidad—, pero no llevaba ni pistola ni espada de láser. Permaneció inmóvil, sin precipitarse, estudiando el lugar antes de entrar. Ahora era, en verdad, un hombre. Más sabio y más adulto. Envejecido no tanto por el transcurso de los años como por las pérdidas sufridas. Había perdido ilusiones y amigos en la guerra. Había perdido sus posesiones. Le faltaban el sueño y los motivos de regocijo. Había perdido también su mano. Pero de todas sus pérdidas, la mayor radicaba en su conciencia: le era imposible olvidar cuanto sabía. Deseaba no haber aprendido tanto; había envejecido con el peso de sus conocimientos.
Mas el Conocimiento produce beneficios, por supuesto. Ahora era menos impulsivo. La madurez le confería una mayor perspectiva; una estructura dónde fijar los eventos de su vida. Esto es: una cuadrícula de coordenadas que abarcaban toda su existencia, desde sus primeros recuerdos hasta sus cien posibles futuros. Un enrejado repleto de huecos, acertijos e intersticios a través de los cuales Luke podía curiosear cada instante de su vida, observando con justa perspectiva. Una cuadrícula compuesta por sombras y rincones que se extendía hasta el límite del horizonte de la mente de Luke. Y eran sombrías retículas las que, precisamente otorgaban perspectiva a las cosas..., aunque también cierta lobreguez a su vida.
No una lobreguez terrible, por supuesto. Cualquiera podría decir que estos aspectos sombríos conferían profundidad a su personalidad precisamente ahí donde poseía menor relieve. Pero una reflexión semejante seguramente provendría de algún crítico desencantado que reflejara una época igualmente desencantada. Pese a todo, ahora sí que existía cierta oscuridad en la galaxia.
También existían otras cualidades que era necesario adquirir: la racionalidad, la elegancia y la capacidad de elegir. De las tres, la última era la más importante, aunque fuera una espada de doble filo.
Ahora, Luke estaba más preparado. Su precocidad inicial se había transformado en dominio casi completo de la disciplina Jedi.
Todos estos atributos eran realmente codiciables; además, Luke sabía que habrían de desarrollarse como sucede con todo lo viviente. Pese a ello, arrastraba cierta tristeza, cierto sentimiento de lástima. Mas, ¿quién soportaría ser como un niño en los tiempos que corrían?
Resueltamente, Luke entró en el arcado vestíbulo.
Casi inmediatamente, dos guardias Gamorreanos le interceptaron el camino y uno de ellos vociferó en tono que no admitía réplica:
—¡No chuba!
Luke alzó la mano señalando a los guardias. Antes que ninguno pudiera desenfundar la pistola, cayeron de rodillas boqueando, asfixiándose, sujetándose la garganta con las manos.
Luke bajó la mano y continuó su camino. Los guardias, capaces de respirar de nuevo, se desplomaron sobre los enarenados escalones sin intentar perseguir a Luke.
Antes de llegar al siguiente cruce, Bib Fortuna se dirigió hacia Luke lanzando un confuso tropel de palabras. El joven Jedi, impasible, siguió andando. Bib, quedándose con la palabra en la boca, hubo de volver tras sus pasos para poder alcanzar a Luke y proseguir su monserga.
—Tú debes de ser el llamado Skywalker. Su Excelencia no quiere verte—advirtió Bib.
—Hablaré con Jabba ahora mismo. —Luke habló quedamente y sin detener su marcha. Adelantaron a varios guardias que estaban en un corredor y éstos comenzaron a seguirlos.
—El gran Jabba está dormido —explicó Bib—. Me instruyó para que te diga que no acepta ningún trato.
Luke se detuvo bruscamente y miró, con fijeza, a Bib. Alzó apenas la mano mientras giraba levemente la muñeca.
—Me conducirás a Jabba en seguida —ordenó.
Bib hizo una pausa, inclinando la cabeza. ¿Cuáles eran sus instrucciones? ¡Oh, sí! Ahora recordaba.
—Te llevaré inmediatamente a presencia de Jabba —asintió.
Se dio la vuelta y recorrió el zigzagueante pasillo, que conducía a la cámara del trono. Luke lo siguió, adentrándose en la oscuridad.
—Eres un buen siervo de tu amo —susurró en el oído
—Soy un buen siervo de mi amo —afirmo Bib, muy convencido.