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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (24 page)

—Todo lo que ocurre en esta nave me atañe —respondió Copperfield—. ¡Steerforth, no puedes hacerme esto! Me has herido en lo más profundo.

—Créeme, David, no tienes nada que aportar a esta discusión y una vez que decida sobre las acciones que tomemos, serás el primero en saberlo.

—Muy bien —dijo Copperfield hoscamente, remedando en lo posible lo que parecía un puchero —. Pero me ofende, Steerforth. Me ofende profundamente.

—Lamento que te sientas así, David —dijo Cole, y cortó la conexión—. ¿Rachel?

—Sí, señor.

—No me pase más transmisiones excepto de Bertha Salinas y de los cuatro capitanes hasta que ordene lo contario. ¿Entendido?

—Sí, señor.

Cole se sentó tras su escritorio y suspiró profundamente.

—¿Quién habría pensado que empezarían a morir así? —dijo por fin—. Quiero decir, diablos, están rodeados de sus doctores, hemos trasladado las máquinas a las naves, hemos traído sus medicaciones…

—A la gente sana le cuesta adaptarse al estrés —replicó Sharon—. Y estamos estresando a personas gravemente enfermas. Y seres.

—Lo sé —dijo Cole—. Pero no podemos dejar que mueran tres y cuatro al día. Diablos, si están estresados y tienen problemas para aclimatarse a los cambios, van a empezar a morir en mayor cantidad.

Jacovic entró en el despacho y saludó elegantemente.

—He oído que hemos perdido más pacientes —dijo—. ¿De eso trataba nuestra reciente conversación y de lo que va a tratar esta reunión?

—Sí. No los hemos sacado de la línea de fuego sólo para que mueran como resultado de nuestras acciones. Teníamos buenas intenciones, pero evacuarlos ha resultado ser tan peligroso para ellos como dejarlos donde estaban. —Hizo una mueca—. Bueno, casi tan peligroso —se corrigió.

—¿No hay instalaciones médicas en ningún mundo cercano de la Frontera? —preguntó el teroni.

—Ninguna que pueda hacerse cargo de la cantidad y la diversidad de los pacientes —dijo Cole mientras Forrice entraba en el despacho—. Por eso he convocado esta reunión.

—Gracias por darme cinco minutos para pillar algo de comida —dijo el molario.

—No te estás muriendo de hambre —apuntó Cole—. Puedes comer igual cuando la reunión haya acabado.

—He asistido a muchas de tus reuniones de oficiales —replicó el molario—. No sé cómo, pero suelen quitarme el apetito. No creo que ésta vaya a ser diferente.

Las imágenes de los capitanes de las cuatro naves más pequeñas se materializaron súbitamente, seguidas por la de Bertha Salinas.

Christine entró en el despacho, saludó a todo el mundo rápidamente y se apoyó contra un mamparo.

—Bien, ya estamos todos aquí —dijo Cole—. Conocen la situación. Nos hallamos a cuatro días del mundo de la Frontera Interior más próximo que tenga un hospital en el que podamos ingresar a los evacuados, y no tenemos ni idea de cuánto tiempo o espacio pueden proporcionarnos. —Miró a cada uno de ellos sucesivamente—.¿Estamos todos de acuerdo en que los pacientes son nuestra responsabilidad?

—Creo que estás echando demasiada culpa sobre ti, capitán —dijo Sharon—. Si los hubiéramos dejado en el hospital espacial, los habrían hecho pedazos.

—No son nuestra responsabilidad por una decisión que tomáramos o dejáramos de tomar —dijo Cole—. Son nuestra responsabilidad porque no pueden defenderse por sí mismos, nos necesitan y estamos aquí. Es tan simple como eso. Sé que somos mercenarios, pero hemos sido formados para ayudar a los indefensos y no se puede estar mucho más indefenso que toda esta gente.

—Estamos intentando ayudarles, Wilson —dijo Forrice.

—Pues no lo estamos haciendo muy bien —dijo Cole—. Tendremos que esforzarnos más.

—¿Cómo? —preguntó el molario.

—Está claro que tiene algo en mente, señor —dijo uno de los capitanes—, pero no tengo idea de qué es.

Cole se volvió hacia Jacovic.

—¿Qué dice usted, comandante? ¿Qué haría?

—Exactamente lo mismo que va a hacer usted —respondió Jacovic tranquilamente—. Estamos a cuatro días de un hospital en la Frontera que pueda encargarse de los evacuados. Pero creo que estamos sólo a unas horas Ejido, que pertenece a la República. Entiendo que tiene una instalación médica importante. Vamos a tener que transferir a los pacientes y sus médicos allí.

—Usted no tiene que hacer nada —dijo Bertha Salinas—. Sólo denos las coordenadas e iremos allí por nuestra cuenta. No creo que la República nos rechace.

—No es de la República de quienes se tienen que preocupar —dijo Cole—. Ejido está en una zona de guerra. Si se topan con alguna nave teroni, probablemente serán una presa fácil.

—Mostraremos nuestras insignias médicas —dijo Bertha Salinas.

Cole se dio la vuelta Jacovic.

—¿Respetarán eso los teronis?

—Si lo hicieran, no habría abandonado la Flota —respondió Jacovic.

—Ahí tiene la respuesta —dijo Cole—. Tenemos la esperanza de que no haya naves teronis en la zona, pero sus transportes no tienen absolutamente ningún medio de defensa, y no están diseñados para huir de ellas. Vamos a tener que acompañarles como escolta.

—¿Una nave que está buscada en toda la República? —preguntó—. Usted dice que nos protegerá. Pero ¿quiénes les protegerán a ustedes?

—Tiene parte de razón, Wilson —dijo Forrice— Aún hay una recompensa de diez millones de créditos por tu cabeza, y un botín de veinticinco millones de créditos para la nave que destruya o inhabilite a la
Teddy R
.

—Eso lo hará más difícil —admitió Jacovic—. Pero no hay alternativa si queremos salvar a la mayoría de los pacientes.

—Tiene razón —dijo Christine—. Desearía que no la tuviera, pero la tiene.

—Opino lo mismo —dijo Bertha Salinas con tristeza—. No me hace feliz, pero debemos llegar a una instalación sanitaria, y si realmente estamos entrando en una zona de guerra, no tenemos otra opción más que aceptar su ayuda.

—¡Lo sabía! —dijo Sharon—. ¿Por eso convocaste esta falsa reunión, no? Ibas a dirigirte a la República de todos modos. Sólo querías que Jacovic o alguien más te lo sugiriera para que pudieras decir que no fue una decisión unilateral.

—Tomar decisiones unilaterales es algo que va con el cargo de capitán —respondió Cole—, pero las cosas son más fluidas cuando los demás ven que quien está al mando tiene razón.

—No sé si la tienes… —dijo el molario.

—Habla, Cuatro Ojos —dijo Cole—. Esto es un foro abierto, y todo el mundo es libre de expresarse. Eso va también para los cuatro capitanes —añadió, porque estaba claro que les resultaba incómodo hablar cuando hacía tan poco que se habían unido a él—. Hasta que salgamos del despacho. Entonces hablaremos todos con una sola voz.

—No me gusta —dijo Forrice, abatido.

—¿Qué te molesta, además de lo obvio?

—Los números —dijo Forrice.

—Lo sé. La Armada tiene un par de centenares de millones de naves, y nosotros tenemos cinco. Pero es una galaxia grande, nosotros sólo estaremos en la República unas pocas horas y la mayoría, si no todas sus naves, estarán en otras zonas de batalla o en bases militares.

—No me refería a esos números —dijo Forrice—. Si fuéramos sólo tú yo diría, claro, corramos el riesgo y entremos en el territorio de la República. Después de todo, tenemos trescientos pacientes que están seriamente heridos. —Se detuvo—. Pero no somos sólo tú y yo. Tenemos a sesenta y cinco tripulantes en la
Teddy R
. y en las otras cuatro naves. Así que no estamos arriesgando a dos hombres sanos para salvar a trescientos enfermos, la mayoría de los cuales no se pueden salvar. No creo que el balance entre las posibilidades de fracaso y la recompensa sea muy bueno.

—Me gustaría hallar una manera de hacer que los números parecieran un poco mejores —dijo Cole—, pero no podemos esperar mucho más. Cuando esta reunión termine, el piloto tiene que alterar el rumbo y llevarnos a la República por la ruta más corta posible, que es a través del agujero de gusano de Chabon. No tenemos opción. Christine, lamento que tenga que quedarse despierta, pero quiero que se ocupe de las comunicaciones hasta que hayamos completado la maniobra. Sé que ahora mismo tenemos a Rachel en su puesto, y es buena, pero para esta operación quiero a lo mejor.

—Sí, señor —dijo Christine.

—Comandante Jacovic…

—¿Sí?

—Si prefiere quedarse atrás, puede disponer de la
Kermit
. No creo que sea una exageración decir que una vez que estemos dentro de la República, el comandante de la Quinta Flota Teroni no será recibido con los brazos abiertos.

—Gracias por la oferta —dijo Jacovic—. Es extremadamente considerado de su parte. Pero no es necesario.

—¿Está seguro?

Jacovic sonrió.

—¿Cree que van a averiguar quién está a bordo de la
Theodore Roosevelt
antes de empezar a disparar?

—Tiene razón —dijo Forrice.

—Y si saben quién está a bordo —apuntó Sharon—, ¿a quién crees que dispararán primero, a Jacovic o a Wilson Cole?

—Bien —dijo Cole—. Creía que le debía la oportunidad de decir no. —Echó un vistazo a los reunidos—. ¿Hay alguna otra pregunta? ¿Capitanes? ¿Salinas? ¿No? Entonces doy por terminada la reunión. —Las cinco imágenes holográficas se desvanecieron—. Christine dígale al piloto que nos lleve a Ejido lo antes posible. Y una vez que tenga las coordenadas, que se asegure de que el señor Briggs las transmite a todas las otras naves.

—Sí, señor —dijo, saludó y se encaminó a la puerta. Sharon y Jacovic la siguieron. Forrice se quedó.

—¿Vamos a discutir algo más? —preguntó Cole.

—No —dijo el molario—. Has tomado tu decisión. El tiempo para hablar contigo se terminó hace cinco minutos. Lo intenté, fracasé, fin.

—Bien —dijo Cole—. No me apetecía discutir más. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Sólo quería explicarte algo —dijo Forrice—. Probablemente debería habértelo explicado hace mucho tiempo.

Cole le miró con curiosidad.

—Adelante.

—Hay otras cuatro naves en nuestra pequeña flota, sin contar la
Esfinge Roja
. Val quiso una nave desde que perdió la
Pegasus
, y ahora tiene una. No puedo imaginar que Jacovic no quiera una después de comandar una flota militar entera, y por supuesto, obtendrá una con el tiempo. Pérez era el capitán de la
Esfinge Roja
; también merece una. —El molario hizo una pausa—. Por rango, yo debería haber tenido una nave antes que nadie.

—No estoy en desacuerdo con eso —dijo Cole—. ¿Es eso a lo que querías llegar?

—No —dijo Forrice—. Si quisiera una, la hubiera pedido.

—Yo me he lo he planteado de vez en cuando —admitió Cole—. Imaginaba que sólo estabas esperando una mejor, algo más sustancial que la
Esfinge Roja
. Echaría de menos trabajar codo con codo contigo pero, por supuesto, tendrás una en el momento en que la quieras.

—Ésa es exactamente la cuestión —dijo Forrice—. No la quiero. He visto lo que te hace estar al mando. —Calló unos instantes—. Cada decisión a vida o muerte te afecta no sólo a ti, sino a las tripulaciones de cinco naves, seis, si Val se reúne con nosotros alguna vez. Sólo ahora tienes que tomar una decisión que sin duda afecta a las vidas y posiblemente a las muertes de casi cuatrocientos pacientes y médicos.

—Forma parte del trabajo.

—No quiero ese trabajo, ni siquiera el trabajo más pequeño de dirigir sólo una nave y su tripulación. Oh, si aún estuviéramos en la Armada, querría una, aunque únicamente fuera por la paga extra y el prestigio. Pero no soportaría tener la responsabilidad última por las victorias o los fracasos. —El molario volvió a detenerse, ordenando sus pensamientos—. Ahí fuera, eres el primer eslabón de la cadena. Yo no. Pero duermo bien por las noches. ¿Te has mirado en el espejo últimamente? Tienes bolsas debajo de los ojos, estás desarrollando tics y gestos nerviosos, y has perdido un montón de peso. —Forrice se dirigió a la puerta —se volvió y dijo—: La idea de comandar una nave propia me gusta, pero me gusta más poder dormir bien todas las noches.

Después, Cole se quedó a solas. Se sentó, preguntándose si se le había escapado alguna alternativa, preguntándose si había tomado la decisión correcta. ¿Y si los llevaba al hospital y todos morían igualmente? ¿Y si abatían a la
Teddy R
. en el camino de regreso? No habría salvado ni a unos ni a otros. Pero por otra parte…

—¿Señor? Wxakgini finalmente ha localizado el agujero de gusano de Chabon. Parece que se ha movido del lugar en el que los mapas lo situaban originalmente. Dice que podríamos entrar en él en cincuenta y un minutos estándar.

—¡Bien! —dijo Cole—. Dé las coordenadas a las otras cuatro naves y a los transportes medicalizados.

—Ya está hecho, señor.

Cole pasó las siguientes dos horas recorriendo la nave, inspeccionando el arsenal, conversando con las otras naves, repasando los planos de los accesos médicos del hospital de Ejido para que supieran exactamente adónde ir una vez que llegaran. Intentó avisar al hospital, pero algo en la estructura del agujero de gusano se lo impidió. Los agujeros de gusano eran así; algunos se movían constantemente, algunos eran estacionarios, otros permitían enviar mensajes, otros eran opacos.

Y salieron del agujero de gusano y se adentraron en la República.

Exactamente once minutos después, Cole recibió un mensaje de Jack, quien había sustituido a Christine en el centro de comunicaciones.

—Señor, nos han divisado —dijo—. Según la teniente Domak, una flota de doce naves se encamina directamente hacia nosotros.

«¡Maldita sea! —pensó Cole—. Tenías razón, Cuatro Ojos. Tampoco voy a volver a dormir hoy.»

Capítulo 25

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Cole.

—Nos alcanzarán en unas dos horas estándar aproximadamente, señor —dijo Jack—. ¿Despierto a Christine para que venga?

—No —dijo Cole—. No voy a despertarla dos veces en el mismo día. ¿Está Forrice ahí?

—Dice que está en camino, señor.

—Vale. Pregúntele si hay agujeros de gusano a mano, no el que acabamos de abandonar, sino uno que nos permita esquivar estas naves y saltar a otro mundo de la República que tenga instalaciones médicas.

Una breve pausa.

—Señor, dice que no. Sólo hay dos agujeros de gusano en las proximidades: uno que nos lleva de regreso a la Frontera Interior y otro que nos dejará entre un par de gigantes azules sin planetas habitables en un radio de doscientos años luz.

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