Tetrammeron (23 page)

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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Relato

No es que María quisiera comprobar nada, pero se sentía tranquila porque estaba con el señor Piedad. Así que tampoco se preocupó cuando él se agachó a verlo y dijo:

—Sí, es abundante, pero completamente normal. ¿Quieres comprobarlo? Espera.

Lo de esperar era porque él era viejo, y ya le costaba bajarse sus propios pantalones, no digamos ponerse a tono. Y todo lo quería hacer a mata caballo, como diría mi padre, empujándola contra el sofá, cogiéndola de aquí y de allí sin importarle que ella chillase «piedad, piedad», porque el señor Piedad se llamaba así para que, llegado ese momento, nadie se intrigara de los gritos y todos creyeran que la niña, simplemente, lo estaba llamando.

(La señora Lefó ríe. El señor Formas ríe.)

Y he aquí que el señor Piedad se hallaba enfrascado en el tema, sordo a las súplicas, cuando sintió un dolor agudísimo en su propia
cosa
. La sacó, se la miró y, horrorizado, advirtió que tenía la punta como mordida: se veía muy bien la huella roja de unos dientecitos. Soltó una blasfemia.

Y por entre el espeso vello oscuro de María asomó un ser de ojos amarillos y dientes verdes, como una ardilla deforme, que masticaba aún el trozo ensangrentado.

Entonces fue el señor Piedad quien gritó su apellido mientras aquella criatura saltaba desde el cuerpo de María al suyo y continuaba mordiendo. Varios cristales del colegio se rompieron con esos gritos, lo juro.

(El señor Formas se ríe. El Obispo se ríe.)

Había en el despacho unas escaleras hacia el sótano. En la baranda se apoyó María mientras acababa todo: ella, de vestirse; él, de morir. Y mientras, le habló con toda tranquilidad.

—Usted merece morir, porque no ve más allá de sus deseos. Porque cree que los cuentos son solo cuentos. Porque piensa que por dentro somos igual que por fuera. Que el interior es como el exterior. Pero ahora mi interior ha salido, viejo caduco. Y lo devora. ¡Ni siquiera es digno de su apellido!

(Todos ríen.)

María se quedó mirando por la ventana hasta que la criatura acabó. Para entonces, el ser estaba todo cubierto de sangre. María, que lo ve, exclama muy alegre:

—¡Mi primera regla!

Y colorín, colorado.

(Fuertes carcajadas, lágrimas de risa.)

Soledad se ríe a más no poder. Los ojos se le llenan de lágrimas pero sigue riendo. El señor Formas se desternilla echándose hacia atrás y abriendo mucho la boca mientras sus pétreos rasgos semejan disolverse. La señora Lefó, por el contrario, se inclina hacia delante apoyando la cabeza en los flacos brazos y estos en la mesa mientras las flores de su pelo se desprenden como en un acceso agudo de otoño. El señor Obispo se balancea, indeciso, adelante y atrás.

Cesan al fin las risas, pero el ambiente parece depurado de tensión. Las miradas, enrojecidas, van de uno a otro, brillantes y alegres como las velas.

—¿Y ahora? —dice el Obispo, y se seca las lágrimas en su rostro carnoso.

«Mi primera regla», vuelve a pensar Soledad. Pero esta vez no ríe. Entonces coge la copa de la señora Güín. En un salto sube a la mesa y allí se queda, de pie en el centro del círculo de salamandras, una mano en la cintura, la otra alzando la copa, las piernas abiertas, mientras sus tres compañeros la observan embobados, respetuosos.

—¿Ahora? —dice—. Pues seguir contando cuentos. Pase lo que pase, seguir contando cuentos. Para siempre.

Y sus ojos destellan vigorosos mientras los otros tres alzan las copas con ella.

Mira: esto contiene la caja final.

El peligro del que te previne. Pero creo que ya puedes enfrentarte a él.

Abre los ojos y mira.

Un pequeño espejo.

Te refleja a ti.

JOSÉ CARLOS SOMOZA
, (La Habana, 1959). Está considerado uno de los autores renovadores de la literatura de misterio y fantasía en castellano, con obras en las que busca romper la barrera entre los géneros. Ha publicado las novelas
Silencio de Blanca
(premio La Sonrisa Vertical 1996),
La ventana pintada
(premio Café Gijón 1998),
Cartas de un asesino insignificante
(1999),
Dafne desvanecida
(finalista del premio Nadal 2000),
La caverna de las ideas
(premio Gold Dagger 2002 a la mejor novela de suspense en Inglaterra, finalista del Independent Foreign Fiction Prize),
Clara y la penumbra
(premio Fernando Lara 2001, premio Dashiell Hammett 2002 a la mejor novela policíaca, designada por la prestigiosa Lire entre las diez mejores novelas del año),
La dama número trece
(2003),
La caja de marfil
(2004),
Zigzag
(2006, finalista del John W. Campbell Memorial en Estados Unidos),
La llave del abismo
(2008, premio Ciudad de Torrevieja de Novela) y
El cebo
(2010). También ha escrito novela corta, relatos y piezas teatrales radiofónicas como
Langostas
(1994) y escénicas como
Miguel Will
(1997, premio Cervantes de Teatro). Su obra ha sido traducida a más de treinta idiomas. Vive en Madrid con su esposa y sus dos hijos.

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