Texas

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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela Negra

 

En Texas, novela negra que no es negra ni tiene delitos en el sentido explícito, hay situaciones narradas que están entre lo mejor del mejor Jim Thompson. Baste como ejemplo la que refiere al encuentro de Mitch con su madre y su amante y a la consecuente resolución de la tensión mediante diálogo que es acción. Ésta como muchas otras secuencias del libro, componen un fresco de las relaciones sociales norteamericanas evidenciadas en sus extremos; el clima es explosivo. Pero también hay situaciones inusuales en Thompson: un amor tierno, no mercenario y francamente correspondido, que nace, a la manera de los sueños adolescentes, en un asiento de tren. La maldad no pasa del chantaje, que es el modo más cruel del intercambio de dinero y que eufemísticamente se ha dado en llamar comisión. Esta relación de dinero forzado termina por destruir cualquier pretendida rectitud, menos la fidelidad a sí mismo.Texas, a mi juicio una de las mejores novelas de Jim Thompson, fue escrita en 1965, un año después que su obra maestra Pop. 1280. Aún le quedaría tiempo y energía para escribir otros libros antes de morir en 1977, y ya entonces su producción sería más espaciada y meditada. Esta madurez, que no serenidad, del escritor maldito que fue Jim Thompson, es claramente apreciable en este libro difícil de olvidar. (Carlos Sampayo)

Jim Thompson

Texas

ePUB v1.1

JackTorrance
30.03.12

Título original:
Texas By the Tail

Jim Thompson, 1965

Presentación

La ilusión de la falta de confines hace de Texas una tierra de despropósitos. Extensiones usurpadas a sus anteriores dueños, quienes a su vez las habían usurpado a los aún anteriores, en una cadena de apropiaciones basadas en la sangre y el plomo, Texas (al sur, Tejas) es el lugar desafortunado donde alguien mató a John F. Kennedy, se situó el lugar argumental de la serie televisiva de éxito mundial llamada Dallas, y causaron idéntico daño los colonos, los bandidos, el ferrocarril y el petróleo, encontrado, según se dice, mientras se buscaba agua. Texas es la tierra de los saxofonistas de un jazz vigoroso que hoy se llama «escuela del saxo tenor texano», cuyo máximo exponente lleva el nombre de Arnett Cobb, pero también la es del trombonista Jack Teagarden, un romántico que tenía mezcla de sangre india, alemana e inglesa y que murió en una habitación de hotel, en una ciudad del norte, solo y víctima del alcohol. Las normas vigentes en Texas están determinadas por la extensión y la pretendida infinitud y fundadas en el preconcepto de la abundancia, que tiene la contraparte de la carencia más absoluta. El Texas de Dallas no es el de Houston. En el Houston de Jim Thompson, ciudad millonaria, nadie hace ostentación de riqueza. «Ciudad donde hay que ser blanco…»

Las biografías de Jim Thompson, y su autobiografía, hablan de una juventud texana llena de aventuras extravagantes. La juventud de Mitch Corley, protagonista de
Texas
, tiene muchas coincidencias con la de su autor, pero sobre todo una: se hizo hombre como botones de hotel. El lector pensará que quizás ésa no sea la mejor manera de madurar pero, según cuenta el mismo Thompson, supo jugársela como tal a la misma mafia en la época de la prohibición, birlándole a una banda un importante cargamento del codiciado licor.

Mitch Corley, según Thompson, rodeado de todas las tentaciones propias de los de su oficio, es capaz de comportarse y mantener su trabajo. Las normas: avanzar hacia una posición de responsabilidad. Mediante los contactos conseguidos en el mismo hotel, conseguir un buen empleo fuera del mismo. Saber que el chico del hotel no tiene edad. Su empleo temprano como botones le lleva al «laberinto pavloviano de las apuestas fuertes» y de repente el valor relativo del dinero adquiere para él, jugador profesional y persona fundamentalmente honesta, una dimensión parecida a la del territorio de Texas.

En una vida nómada de lujo, en compañía de su tan bella como angustiante compañera Red, con un hijo en una escuela militar —de donde quieren echarle porque les ha llegado la noticia de que su madre es puta—; con una ex esposa (la puta) que lo chantajea permanentemente; y con Red que no sabe que la ex esposa existe, y que tiene una absoluta confianza en su Mitch… que ha comenzado a fallarle por alguna razón oculta; Mitch comienza a crearse un equilibrio por encima de la zozobra. Este equilibrio, magistralmente tratado por Thompson a lo largo de la extensión del libro, es su verdadero protagonista. Como en el famoso jugador de Dostoyevski, aquí también el tiempo parece detenido y las situaciones se recrean a partir de su estaticidad. Pero Texas no es un ámbito cerrado: «exceptuando quizá Tulsa y la ciudad de Oklahoma, Texas era el único prado que quedaba para que pastaran los jugadores a gran escala. Sólo aquí había siempre otra metrópoli a la que poder ir, exuberante de verde y resueltamente resistente a la plaga de las tarjetas de crédito y el cárguelo a mi cuenta». En este encendido y bucólico caldo de cultivo, Mitch trata de resolver sus problemas que, como en el ajedrez, juego que desconoce, se van haciendo más complejos e intrincados a medida que él avanza y retrocede en su extensión, haciendo permanente referencia a su infancia, sus relaciones familiares y su autoafirmación como ser humano.

En
Texas
, novela negra que no es negra ni tiene delitos en el sentido explícito, hay situaciones narradas que están entre lo mejor del mejor Jim Thompson. Baste como ejemplo la que refiere al encuentro de Mitch con su madre y su amante y a la consecuente resolución de la tensión mediante diálogo que es acción. Ésta como muchas otras secuencias del libro, componen un fresco de las relaciones sociales norteamericanas evidenciadas en sus extremos; el clima es explosivo. Pero también hay situaciones inusuales en Thompson: un amor tierno, no mercenario y francamente correspondido, que nace, a la manera de los sueños adolescentes, en un asiento de tren. La maldad no pasa del chantaje, que es el modo más cruel del intercambio de dinero y que eufemísticamente se ha dado en llamar comisión. Esta relación de dinero forzado termina por destruir cualquier pretendida rectitud, menos la fidelidad a sí mismo. En el otro extremo del comisario estólido e ignorante que en
Pop. 1280
mata basándose en justificaciones de tipo moral, Mitch es fiel a una idea de la vida que, como en todo jugador, está señalada por el fatalismo.
Texas
no es una novela negra porque las situaciones extremas no están bañadas de sordidez sino invadidas de una tensión que puede apaciguarse mediante la razón. Pero es una novela cruel, y lo es fundamentalmente con el lector; como es cruel la pasión del juego y de la lectura. La relación de los gastos de Mitch, que necesitan de introitos inmediatos, es un motivo de zozobra que obliga a hacer cuentas: le timan tres mil en una timba de lujo, tiene que pagar cinco mil en un aparta-hotel, le manda tres mil a su ex mujer, y embadurna con dos mil a un profesor de su hijo, todo en menos de una semana. «En este negocio había que anticiparse a los desastres a los que no había razón lógica para temer.» Esta manipulación de cifras crea en el lector una sensación de inminencia muy propia de Thompson y muy incómoda en la resolución del problema del argumento. El gran escritor que fue este duro e incomprendido, que comenzó a publicar en edad madura y que tenía graves problemas con el alcohol, soluciona el dilema accionando los resortes de una narratividad que si bien le era natural como virtud, sólo se resuelve en esa síntesis que es la escritura como representación de la vida propia, más allá de los cánones rígidos de la autobiografía.

Texas
, a mi juicio una de las mejores novelas de Jim Thompson, fue escrita en 1965, un año después que su obra maestra
Pop. 1280
, aún le quedaría tiempo y energía para escribir otros libros antes de morir en 1977, y ya entonces su producción sería más espaciada y meditada. Esta madurez, que no serenidad, del escritor maldito que fue Jim Thompson, es claramente apreciable en este libro difícil de olvidar.

C
ARLOS
S
AMPAYO

1

Nubes de humo, como pelusas mezcladas con los vapores suaves de un whisky muy bueno, envolvían a los cuatro hombres y de vez en cuando se alejaban en remolinos con las explosiones blandas de algunas terribles palabrotas. Era la noche del último día del internacionalmente conocido Rodeo de Fort Worth y del Show Fat Stock. La habitación era una de las mejores del hotel, una ganga —según el criterio del encargado— de treinta dólares por día.

Mientras el hombre que estaba a su lado tiraba los dados, Mitch Corley sacó la cartera y, deliberadamente, miró al interior con atención a través de unas gafas de montura metálica pasadas de moda. Se estaba haciendo el paleto aquí en Fort Worth, la rana grande dentro del charco, el rico de pueblo. Vestía un sombrero de tipo ranchero, un traje que le sentaba mal, una camisa apestosa y lazo de pajarita (y completaba el cuadro con gestos amanerados). Mirando cautelosamente a los otros tres hombres, atrincherado en su cartera, parecía tener quince años más de los treinta y cinco que tenía.

—Chicos, ¿qué os parece —preguntó— si suelto doscientos?

—¿Doscientos? —dijo con voz quejumbrosa el contratista de perforación, el de la cara congestionada—. ¡Joder, echa dos mil si quieres!

—¿Qué diablos os pasa? —dijo, ceñudo, el tratante de ganado—. Pensaba que erais jugadores de dados, chicos. ¡Supongo que sabéis que estáis hablando de un juego fuerte!

Mitch titubeó para que creciera la irritación en ellos, después contó con parsimonia cinco de veinte que dejó caer sobre la cama.

—Creo que será mejor que ponga cien —dijo—. Esta noche no me siento muy afortunado.

Hubo un coro de quejas y maldiciones. Con obstinada paciencia, el de los negocios de arrendamiento sugirió que Mitch haría bien en retirarse.

—Creo que el juego es un poco demasiado rápido para usted, Corley. Quizá sería mejor que se volviera a Pancake Junction o de allá de donde venga y eche peniques al aire con el alcalde.

—Vamos, no irán a divertirse a mi costa —dijo Mitch quejándose—. Ya he perdido esta noche trescientos dólares, y pretendo recuperarlos.

—¡Entonces, tira de una puta vez! ¡Tira los dados o abandona el juego!

Mitch dijo que iba a tirar, y que lo iba a hacer, después de todo, con doscientos. Volvió a abrir la cartera y dio una ojeada al reloj mientras contaba otros cien. Casi ocho minutos todavía: ocho minutos antes del arreglo de cuentas y el cobro. Tendría que aflojar un poco.

Recogió los dos dados con torpeza y dejó caer uno al suelo. Eso, en total, le llevó un minuto, lo que le dejó aproximadamente siete más. De nuevo —ahora por tercera vez— volvió a sacar la cartera.

¡Dios santo! El contratista de perforaciones se dio una palmada en la frente.

—¿Qué pasa ahora?

—Voy a soltar otros cien. ¡Eso es lo que pasa! Pensáis que soy un roñoso, ahora vais a ver.

—¡Tira! ¡Tira quinientos si quieres!

—Ya sé que piensa que no lo haré. —Mitch le miró airadamente—. Ya sé que piensa que no tengo los quinientos.

—Chicos —dijo el tratante de ganado, con tono cansado—. Por amor de Dios, chicos.

—¡De acuerdo! —Mitch puso violentamente más billetes sobre la cama—. ¡Pongo quinientos!

Recogió los dados y con un movimiento invisible de los dedos los colocó en la posición adecuada. Los sacudió —o fingió hacerlo—. De hecho, los dados permanecieron en la misma posición: él sólo los golpeaba uno contra otro. Los tiró con fingida dificultad.

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