Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta

 

La Nueva República vive una era de tranquilidad. La reconstrucción de Coruscant, desvastada por los poderes del Emperador resucitado, casi ha llegado a su fin; y los dispersos restos del Imperio, derrotados una y otra vez, han buscado refugio en las oscuras profundidades del Núcleo. Cada día que pasa, nuevos mundos presentan su solicitud de ingreso en la Nueva República, atraídos por los ideales de libertad, justicia e igualdad que los antiguos rebeldes han convertido en la nueva bandera de su gobierno galáctico. Además, por primera vez desde la derrota del Imperio, la Nueva República ha edificado un poderío militar lo bastante grande para poder sentirse segura y disuadir a sus eventuales enemigos de cualquier idea de atacarla: la Quinta Flota, recién salida de los astilleros, defenderá los ideales de solidaridad e independencia en cualquier confín de la galaxia.

Pero la paz, con su nuevo énfasis en la rutina cotidiana y los pequeños problemas de cada día, también tiene sus aspectos desagradables. La guerra hizo que todos olvidaran sus dudas e inquietudes personales en aras del gran objetivo común de derrotar al Imperio, pero una vez alcanzada esa meta, los héroes de la Rebelión empiezan a descubrir que el futuro sigue repleto de desafíos.

Luke, que nunca ha conseguido librarse de los fantasmas del pasado y que sigue sin encontrar la paz interior, ve surgir una oportunidad de averiguar por fin qué fue de su madre. Cuando ya había decidido alejarse de todo para convertirse en un ermitaño, la visitas de una misteriosa joven llamada Akanah le revela que su madre era una fallanassi y que quizá siga con vida. Luke, acompañado por Akanah, decide emprender una peligrosa peregrinación en busca de los secretos del pasado y de ese enigmático pueblo que conocía y dominaba los secretos de la Corriente.

Y Leia, que sigue luchando con los mil obstáculos gubernamentales de cada momento, recibe otra visita: Nil Spaar, el virrey de la poderosa Liga de Duskhan, ha venido a Coruscant para entablar negociaciones con la Nueva República en representación de los mundos yevethanos que forman la Liga. Las negociaciones, que al principio parecen no ser sino otro de los escollos diplomáticos de costumbre, no tardarán en adquirir un cariz cada vez más tenebroso y amenazador a medida que Nil Spaar vaya revelando su cara oculta y la de su especie. Los yevethanos son orgullosos, altivos y xenófobos, y están decididos a no compartir lo que consideran su legítemo territorio, el Cúmulo de Koornacht, con ninguna otra raza de seres inteligentes. Leia, Han y la Nueva República no tardarán en verse atrapados en una complicada trama de traiciones y amenazas, mucho más terrible que cualquiera de las conspiraciones del Imperio. Sin la ayuda de Luke y sin poder contar con su viejo amigo Lando, que ha emprendido una peligrosa misión secreta en el espacio profundo, Han, Leia y la Nueva República se enfrentan a un nuevo e incomprensible horror.

Michael P. Kube-McDowell

Antes de la tormenta

Trilogía de la Flota Negra 1

ePUB v1.0

LittleAngel
02.11.11

Título Original:
The Black Fleet Crisis: Before the Storm

1997, Editorial Martínez Roca

Traducción: Albert Solé

Prólogo

Ocho meses después de la batalla de Endor.

El astillero orbital de reparaciones que el Imperio había construido en N'zoth, conocido en código con el nombre de Negro 15, era del diseño imperial estándar, con nueve grandes diques dispuestos formando un cuadrado. La mañana de la retirada de N'zoth, los nueve estaban ocupados por navíos de guerra imperiales.

Normalmente, la visión de nueve Destructores Estelares juntos habría dejado aterrado a cualquier espectador que pudiera llegar a encontrarse delante de sus cañones.

Pero la mañana de la retirada de N'zoth, sólo uno de esos nueve Destructores Estelares estaba preparado para hacerse al espacio. Ésa era la triste realidad que ocupaba la mente de Jian Paret, comandante de la guarnición imperial de N'zoth, mientras contemplaba el astillero desde su centro de mando. Las órdenes que había recibido hacía unas horas todavía parecían flotar delante de sus ojos.

Se le ordena evacuar la guarnición planetaria hasta el último hombre, a la máxima velocidad posible, utilizando cualesquiera y todas las naves que estén en condiciones de navegar. Destruya el astillero y cualesquiera y todas las instalaciones restantes antes de retirarse del sistema.

Esa triste realidad también era conocida por Nil Spaar, el líder de la resistencia yevethana, y ocupaba un lugar muy importante en sus pensamientos mientras viajaba a bordo de la lanzadera de inspección que había despegado de la superficie con el primer grupo de comandos a bordo. Las órdenes que había dado hacía unas horas todavía resonaban en sus oídos. «Notifiquen a todos los grupos que se ha ordenado una evacuación imperial. Ejecuten inmediatamente el plan primario. Hoy es el gran día de la venganza. Hemos comprado esos navíos con nuestra sangre, y ahora por fin serán nuestros. Que cada uno de nosotros pueda honrar el nombre de Yevetha en este día.»

Nueve naves. Nueve grandes trofeos de los que apoderarse. El Destructor Estelar más gravemente dañado, el
Temible
, había padecido un castigo terrible durante la retirada de Endor. En cuanto a las otras naves, había desde viejos cruceros de tamaño mediano que estaban siendo modernizados para volver a entrar en servicio hasta el
EX-F
, un soporte de armamento y propulsión experimental que había sido instalado en el casco de un Destructor. La clave de todo era el gigantesco Destructor Estelar
Intimidador
, que estaba atracado en uno de los diques abiertos al espacio. Capaz de navegar, pero todavía no utilizado en ninguna batalla, el
Intimidador
había sido enviado a Negro 15 desde el Núcleo para la finalización de su puesta a punto, lo cual había permitido que se pudiera desocupar un dique de la clase Súper en el astillero del complejo central.

A bordo había espacio más que suficiente para toda la guarnición, y el
Intimidador
tenía potencia de fuego sobrada para destruir el astillero y todas las naves que había dentro de él. Paret se había trasladado al puente del
Intimidador
una hora después de haber recibido sus órdenes.

Pero el
Intimidador
no podía abandonar el astillero tan deprisa como le hubiese gustado a Paret. Sólo disponía de un tercio de una tripulación estándar, lo que equivalía a un solo turno de guardia, y eso significaba que una dotación tan reducida tardaría bastante tiempo en preparar la nave para su salida del astillero. Además, nueve de cada diez trabajadores de Negro 15 eran yevethanos. Paret despreciaba a aquellos esqueletos de rostros multicolores. Le habría gustado poder sellar todas las compuertas de la nave en beneficio de la seguridad, o reclutar trabajadores adicionales para poder acelerar el proceso. Pero cualquiera de esos dos actos habría alertado prematuramente a los yevethanos de que la fuerza de ocupación estaba a punto de abandonar N'zoth, y eso habría supuesto un grave peligro para la retirada desde la superficie.

Lo único que podía hacer era ordenar una partida por sorpresa y esperar mientras se iban desarrollando las largas comprobaciones y procesos de cuenta atrás, y permitir que los trabajos normales siguieran adelante hasta que los transportes de tropas y la lanzadera del gobernador hubieran despegado y estuvieran en camino. Entonces, y sólo entonces, podría ordenar a su tripulación que cerrara las compuertas, cortara las amarras y diera la espalda a N'zoth. Nil Spaar estaba al corriente del dilema al que se enfrentaba el comandante Paret. Sabía todo lo que sabía Paret, y muchas cosas más. Llevaba más de cinco años haciendo cuanto podía para introducir aliados de la resistencia en el contingente laboral reclutado a la fuerza. Nada importante ocurría sin que Nil Spaar se enterase rápidamente de ello, y Spaar había utilizado toda la información que había ido reuniendo para tramar un plan muy elegante con ella.

Había puesto fin a la racha de pequeños «errores» y «accidentes», y había exigido que quienes trabajaban para el Imperio mostraran diligencia y trataran de hacerlo todo lo mejor posible..., al mismo tiempo que se iban enterando de cuanto podían acerca de las naves y de su funcionamiento. Se había asegurado de que los yevethanos se ganaran la confianza de sus superiores y acabaran siendo indispensables para los jefes de cuadrilla del astillero de la Flota Negra.

Era esa confianza la que había permitido que el ritmo de los trabajos se fuera frenando poco a poco durante los meses transcurridos desde la batalla de Endor sin que nadie se diera cuenta de lo que ocurría. Era esa confianza la que había puesto en manos de sus yevethanos tanto el control del astillero como las naves atracadas en los diques. Y era la paciente y calculada utilización de esa confianza la que había llevado a Nil Spaar y a quienes le seguían hasta aquel instante. Spaar sabía que ya no debía temer al
Acoso
, el Destructor Estelar de la clase Victoria que había estado protegiendo el astillero y patrullando el sistema. El
Acoso
había recibido la orden de partir con rumbo al frente hacía tres semanas, y se había unido a la fuerza imperial que estaba siendo lentamente derrotada en una acción de retaguardia en Notak. También sabía que Paret no podría impedir que sus hombres subieran al
Intimidador
ni siquiera ordenando un bloqueo general de los puestos de combate. Técnicos yevethanos habían manipulado los circuitos de más de una docena de escotillas externas de las Secciones 17 a la 21 para que transmitieran la información de que tenían activados sus sistemas de bloqueo cuando en realidad éstos se hallaban desconectados, y para que asegurasen que estaban cerradas cuando no lo estaban. Sabía que incluso en el caso de que el
Intimidador
lograse salir del dique en el que estaba atracado, no tendría ninguna posibilidad de escapar o volver sus cañones hacia los navíos abandonados. Los paquetes de explosivos ocultos dentro del casco del
Intimidador
lo harían pedazos con tanta facilidad como si fuese una cáscara de huevo en cuanto los escudos de la nave entraran en acción y bloquearan la señal continua que mantenía inactivas las bombas. Mientras la lanzadera se iba aproximando al muelle de atraque, Nil Spaar no sentía ni la más mínima sombra de miedo o aprensión. Todo lo que podía hacerse había sido hecho, y había una especie de alegre inevitabilidad en el combate que no tardarían en librar. No albergaba ninguna duda de cómo terminaría. Nil Spaar y el primer grupo de comandos yevethanos entraron en el
Intimidador
a través de las escotillas de la Sección 17, mientras que Dar Bille, su primer oficial, y el grupo de apoyo, entraban por la Sección 21.

No se dijo ni una sola palabra. No era necesario. Cada miembro de los dos grupos conocía la estructura de la nave tan bien como cualquier tripulante imperial. Los yevethanos avanzaron por ella como si fueran fantasmas, corriendo por pasillos cerrados o que habían sido despejados por amigos de las cuadrillas de trabajadores, deslizándose por conductos de acceso y subiendo por escalerillas que no aparecían en ningún plano de construcción. Unos pocos minutos bastaron para que llegaran al puente..., sin que nadie hubiera tratado de detenerles, y sin que se hubiera desenfundado una sola arma o se hubiese hecho un solo disparo. Pero los yevethanos entraron en el puente con las armas desenfundadas, sabiendo con toda exactitud qué puestos estarían ocupados, dónde estaba el centro de guardia y quién podía hacer sonar la alarma general. Nil Spaar no gritó ninguna advertencia, no hizo ningún anuncio melodramático y no exigió ninguna rendición. Se limitó a cruzar el puente con paso rápido y decidido hacia donde estaba el oficial ejecutivo, y después alzó su desintegrador y le calcinó la cara. Mientras lo hacía, el resto del grupo de comandos se desplegó detrás de él, con cada yevethano apuntando al objetivo que se le había asignado. Seis miembros de la dotación del puente del
Intimidador
fueron eliminados durante los primeros segundos, sentados en sus puestos, debido al poder que podía ser convocado por las yemas de sus dedos. Los demás, el comandante Paret incluido, se encontraron rápidamente tumbados de bruces en el suelo, con las manos atadas a la espalda.

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