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Authors: Nick Hornby

Un gran chico (36 page)

—¿De veras? —preguntó Ali.

—Sí. No sé por qué, pero he pensado que eso lo solucionaría todo. Claro que tu madre es muy diferente. Está más entera que la mía.

—¿Y todavía te gustaría que se casara con tu madre?

—Eh, un momento. ¿Es que no tengo yo nada que decir? —preguntó Will.

—Qué va —repuso Marcus, sin hacer caso de Will—. No creo que sea ésa la manera.

—¿Por qué no?

—Porque... ¿Tú te has fijado en cómo se hacen esas pirámides humanas? Ése es el modelo de vida que a mí me interesa ahora.

—Marcus, ¿se puede saber de qué estás hablando? —preguntó Will. Y no fue una pregunta retórica.

—Cuando eres chico estás más seguro si todo el mundo es amigo de todo el mundo. Luego, cuando la gente se empareja..., no sé, todo es más inestable. Mira cómo están las cosas ahora mismo. Tu madre y mi madre se llevan bien. —Y era cierto. Fiona y Rachel se veían con frecuencia, lo cual producía una agonizante zozobra en Will—. Y Will también se ve con ella, y yo te veo a ti, y a Ellie y a Zoe, y a Lindsey y a mi padre. Ahora tengo las cosas muy claras. Si tu madre y Will se emparejan, te parecerá que estás a salvo, pero no es verdad, porque terminarán por separarse, o Will se volverá loco, o cualquier otra cosa.

Ali asintió con gesto de sabiduría. Las ganas que tuvo Will de arrojarle a Marcus el café hirviendo por encima dieron paso a un deseo apremiante de pegarle un tiro, y luego volarse la tapa de los sesos.

—¿Y si Rachel y yo no nos separamos? ¿Y si seguimos juntos para siempre?

—Estupendo. Sensacional. Demostraría que puedes. Yo no creo que el futuro esté en manos de las parejas.

—Ah, caramba, pues gracias... Einstein. —Will quiso que su voz sonara más áspera. Quiso pensar en el nombre de algún experto en relaciones socioculturales que los dos chicos, a sus doce años, pudieran reconocer en el acto, pero todo lo que se le ocurrió decir fue «Einstein». Supo que se había equivocado.

—¿Qué tiene que ver Einstein con todo esto?

—Nada, nada —murmuró Will, y ante la mirada compasiva de Marcus, añadió—: Y deja de tratarme con tanta condescendencia, ¿de acuerdo?

—¿Qué significa condescendencia? —preguntó Marcus con toda seriedad. Más claro, agua. A Will estaba tratándolo con condescendencia alguien que ni siquiera tenía edad suficiente para entender qué significaba eso.

—Significa que no me trates como si fuera idiota.

Marcus lo miró como si fuese a decirle: ¿y de qué modo quieres que te trate? Y Will contó con toda su simpatía. Se estaba desviviendo por mantener intacto el salto generacional que los separaba; el aire de autoridad de Marcus, ese tono que denotaba que «yo he estado ahí y he hecho tal y cual cosa», resultaba tan convincente que Will no supo cómo discutir con él. Tampoco tenía ganas de hacerlo. Aún no había perdido toda su credibilidad: le quedaba un trocito, más o menos del tamaño de un sello, y deseaba conservarlo.

—La verdad es que parece mucho mayor —dijo Fiona una tarde, después de que Will lo llevara a casa y se metiera en su dormitorio con el habitual «muchas gracias» y un brusco «hola» dirigido a su madre.

—¿En qué nos habremos equivocado? —preguntó Will en tono plañidero—. A ese chico se lo hemos dado todo, y ya ves cómo nos lo agradece.

—Me siento como si estuviera perdiéndolo —dijo Fiona. Will seguía sin saber cómo hacer un chiste con ella. Lo que salía de sus labios con el peso y la sustancia que tiene la espuma en un buen capuchino, a ella le entraba por los oídos como si fuera un budín de sebo—. Ahora no hace más que hablar de los Smashing Pumpkins y de Ellie y Zoe y... creo que ha empezado a fumar.

Will soltó una carcajada.

—No tiene gracia —masculló Fiona.

—Hombre, sí. En cierto modo la tiene... ¿Cuánto habrías dado hace tan sólo unos meses para que a Marcus lo pillaran fumando con sus compañeros?

—Nada. Aborrezco el tabaco.

—Ya, pero... —Desistió. Fiona parecía empeñada en no captar lo que él trataba de decirle—. ¿Te fastidia perderlo?

—¿Por qué lo preguntas? Pues claro que me fastidia.

—Lo digo porque últimamente... No quisiera ser tosco, pero últimamente te encuentro mucho mejor.

—Y creo que estoy mucho mejor. No sé qué será, pero me parece que la realidad me agota menos.

—Eso es estupendo.

—Creo que vuelvo a estar por encima de las circunstancias, pero sigo sin saber por qué.

Will pensó que conocía al menos una de las razones, pero también era consciente de que no sería inteligente ni amable darle muchas más vueltas. La verdad era que Marcus, en su nueva versión de sí mismo, ya no resultaba tan difícil de tratar. Tenía amistades, sabía cuidar de sí mismo, le habían salido defensas, justo las que Will acababa de perder. Había pegado un estirón, estaba tan robusto y era tan poco llamativo como cualquier otro chico de doce años. Los tres debían perder unas cosas para adquirir otras. Will había perdido su caparazón, su frialdad y su distanciamiento, y se encontraba asustado y vulnerable, pero a cambio estaba con Rachel; Fiona había perdido un buen pedazo de Marcus, pero a cambio estaba bien lejos de la sala de urgencias de un hospital; Marcus se había perdido a sí mismo, pero a cambio era capaz de volver del colegio a casa con las deportivas puestas.

Marcus salió enfadado de su habitación.

—Me aburro. ¿Puedo ir a alquilar un vídeo?

Will fue incapaz de resistir la tentación. Tenía una teoría que deseaba poner a prueba.

—Oye, Fiona, ¿por qué no sacas las partituras y probamos a destrozar «Both Sides Now»?

—¿Te apetece?

—Sí, desde luego. —Al mismo tiempo, no le quitaba ojo de encima a Marcus, cuya expresión era la de un chico al que le hubieran pedido que bailase desnudo ante un público compuesto por supermodelos y unos cuantos primos suyos.

—No, mamá, por favor, no.

—No seas tonto. A ti te encanta cantar, y te encanta Joni Mitchell.

—No, ya no. Detesto a Joni Mitchell, joder. Will comprendió entonces, sin el menor asomo de dudas, que Marcus iba a estar bien.

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