Un mundo para Julius (68 page)

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Authors: Alfredo Bryce Echenique

Tags: #Novela

Pero mucho menos que ahora. Porque ahora, con la ventana de nuevo recién cerrada, a pesar de que estaba tranquilito, a pesar de que se llamaba Julius y de que regresaba con su mamá que es linda y la adoro del aeropuerto, Vilma era gigantescamente puta y a él ya qué le quedaba sino escoger entre los tres a Susan, írsele encima no bien el impulso lo arrojara contra ella, colgársele, prendérsele del cuello, llorar gritándole ¡ayúdame!... ¡sácame esto de encima!... ¡como un globo!... ¡enorme!... ¡pesa!... ¡me aplasta!... ¡me oprime!... ¡me duele!... ¡Llévense a Vilma!, ¡a Nilda!, ¡a Cinthia!... Pero no. No porque Julius le ganó la partida al momento y la camioneta llegó sin novedad al palacio. No pasó absolutamente nada.

Inexplicable, indescifrable, indescriptible el momento en que Julius logró ganarle la partida al momento y llegó tranquilito al palacio, completamente hijo de Susan y cien por ciento regresando del aeropuerto. Claro que había aprendido que delante de Juan Lucas nada de bullangas ni escándalos, mucho menos cuando ha decidido entrar a tomarse un aperitivo, mientras Susan se cambia para salir. De eso, ni hablar: la vida de Juan Lucas tenía que ser siempre como él acababa de decidir, para que pudiera seguir siempre tan bien conservado. Pero el momento en que Julius le ganó la partida al momento se parecía más bien a una situación en la que, por ejemplo, un hombre que no tarda en cortarse las venas te entrega el cortaplumas diciéndote: «ténmelo un ratito por favor, ahorita vuelvo por él». También tenía mucho de otra situación en la que un tipo que huye, de pronto se da cuenta de que está huyendo y no se explica por qué y empieza a sentirse muy fuerte, tan fuerte que detiene su carrera, gira, mira, da el primer paso adelante y desconcierta por completo al que lo perseguía, tanto que muchas veces éste pierde los segundos más preciosos, los que lo hubieran salvado en su inexplicable huida.

Subió corriendo hasta su dormitorio. A la pobre Vilma, puta gigantesca, le tiró un portazo en la cara que casi la mata. Enseguida, por todos los medios imaginables, logró probarse que en la habitación no había nadie; entre otras cosas, respiró hondo y profundo, cerró y abrió los ojos, logrando así comprobar que también el globo enorme y monstruoso se había quedado afuera, totalmente desconcertado por el insolente e inesperado portazo.

Susan también había subido. Pero, mientras se cambiaba para ponerse más linda que nunca y pedirle a Juan Lucas que la llevara a Europa mañana mismo, pensaba desconcertada en el rápido beso que Julius le había clavado momentos antes, al entrar al palacio. Pensaba y pensaba la pobre Susan, pensaba completamente distraída, no tardaba en equivocarse de perfume, a lo lejos sentía como si se hubiera quedado con algo, como si Julius le hubiera dejado algo, diciéndole: «Ténmelo un ratito, por favor, ahorita vuelvo por él.» Sí, sí, ya sabía qué quería: se moría de ganas de ir donde él y de darle un beso enorme porque seguro está triste con la partida de su hermano, uno nunca sabe con los niños. Ya se iba Susan, ya lo iba a buscar, ¡tragedia!, se equivocó de perfume. «¿Y ahora qué hago?», se dijo, bañada en ese olor que Juan Lucas no toleraba después de las seis de la tarde.

Tirado en su cama, con el dormitorio a oscuras y la puerta bien cerrada, Julius no se imaginaba el peligro que acaba de amenazarlo. Volvía a respirar, buscando en el momentáneo alivio el reposo necesario, ahora que la partida contra el momento había terminado. Ni se le ocurría que Susan había estado a punto de venir a devolverle su beso y de arruinar así su terrible esfuerzo.

Esa noche se dialogaba por todo el palacio. En la cocina, Celso, Daniel, la Decidida, Abraham, Marina (la nueva lavandera para las camisas de Juan Lucas), Carlos y Universo comentaban la partida del joven Santiago y de su amigo y las repercusiones que había tenido sobre Julius quien, según la Decidida, había aprovechado la ocasión para encerrarse en su dormitorio y negarse a probar bocado hasta mañana. También Bobby, cenando solo en el gran comedor del palacio, terminaba un largo diálogo con sus instintos: esta noche a dormir; a partir de mañana, encerrona hasta el día del examen. Mientras tanto, en el Jaguar en marcha, Susan, sin una pizca del perfume que tanto molestaba a Juan Lucas por la noche, lograba convencerlo fácilmente.

—Cuando tú digas, mujer... ¿A Londres, primero? ¿ Prefieres Madrid ?

—A Londres primero, darling —respondió Susan, acercándosele, sacrificando la delicia de su brazo extendido en el aire tibio de la noche, igualito al avión que se iba a Europa, y que le permitió decir darling, ¿por qué no nos vamos a Europa?, tan convincentemente.

También Julius terminaba un largo diálogo, surgido en la oscuridad de su dormitorio y sin que él, tirado siempre inmóvil sobre su cama, nada pudiera hacer por evitarlo.

—Mami, dame la llave de mi alcancía, por favor. —Sí, darling, toma.

No bien Susan le entregó la llave, Julius salió disparado porque el momento empezaba a parecerse al que perdió la partida, y porque Bobby ya no tardaba en llegar buenísimo...

—Julius... perdóname: era mentira.

—Gracias, Bobby...

—Julius, perdóname: no era verdad.

—Ya lo sabía, Bobby, gracias...

—Julius...

—¡Bah!...

—¡Si me das la llave te digo a quién me voy a tirar esta noche!

—Toma la llave. Toma la alcancía...

—Toma, Julius; te la devuelvo: era una broma...

—¡Bah!...

—Julius... ¡perdóname!

—Gracias, Bobby... Pero resultó ser verdad.

—Dame la mano, Julius...

—¡Bah!

—Si me das la alcancía...

—Te doy la llave y la alcancía con la condición de que nunca me digas...

—Perdón, Julius; era una broma... Yo no quería... —¡Bah!

No podía seguir así. Sólito se iba a matar de pena. Entonces, Julius aceptó todos los diálogos que se había negado a sostener, por andar escogiendo sólo los que le convenían a Bobby o a él. Fue como si nuevamente le hubiera ganado la partida al momento, pero ahora para siempre. De un salto, regresó hasta la primera vez que Bobby le dijo:

—Si tú me das tu alcancía, yo te digo a quién me voy a tirar. —De allí corrió donde Carlos, para preguntarle:

—¿Qué quiere decir tirar ?

Y hasta se atrevió a asomarse un ratito a la cocina, donde Nilda completaba la historia de Vilma. Trató de engañarse, poniéndole a Bobby la cara de Rafaelito Lastarria, pero ésa fue la última vez: reaccionó valiente y cambió la cara de su primo por la expresión satisfecha que Bobby traía en la camioneta, de regreso del aeropuerto. Por fin pudo respirar. Pero entre el alivio enorme que sintió y el sueño que ya vendría con las horas, quedaba un vacío grande, hondo, oscuro... Y Julius no tuvo más remedio que llenarlo con un llanto largo y silencioso, llenecito de preguntas, eso sí.

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