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Authors: Patricia Cornwell

Una muerte sin nombre (40 page)

—No ha utilizado mi tarjeta para pagarle pasajes de avión —reflexioné—. Es todo lo que puedo decir.

—Sabemos que Gault estaba en el apartamento a las ocho de esta tarde —continuó Wesley—. Fue a esa hora cuando se puso en comunicación y Lucy lo atrapó.

—¿Qué ella lo atrapó? —Miré a los dos hombres—. ¿Lo atrapó desde aquí y ya se ha ido? ¿Acaso la han desplegado con el grupo de Rescate de Rehenes?

Me vino a la mente una imagen estrafalaria de Lucy, con botas negras y traje de campaña, abordando un avión en la base Andrews de las Fuerzas Aéreas. La imaginé entre un grupo de pilotos de helicóptero, tiradores y expertos en explosivos excelentemente preparados, y aumentó mi incredulidad.

Wesley buscó mi mirada:

—Ha estado en Nueva York los dos últimos días. Trabaja con el ordenador de la policía de Tráfico. Ha sido allí donde ha conseguido localizarlo.

—¿Y por qué no trabaja aquí, donde está CAIN? —quise saber. Yo no quería que Lucy estuviera en Nueva York. No quería que estuviera en el mismo espacio geográfico en el que se movía Temple Gault.

—En Tránsito tienen un sistema informático sumamente sofisticado —me explicó Benton.

—Tienen cosas que nosotros no tenemos —le secundó Marino.

—¿Como qué? —quise saber.

—Como un plano informatizado de toda la red del metropolitano. —Marino se inclinó hacia delante hasta
apoyar
los antebrazos en las rodillas. Sus ojos me dijeron que comprendía cómo me sentía—. Creemos que es así como se ha estado moviendo Gault.

Wesley amplió la explicación:

—Creemos que Carrie Grethen consiguió de algún modo introducir a Gault en el ordenador de la policía de Tránsito, a través de CAIN. De este modo, era
capaz
de trazarse un camino para recorrer la ciudad a través de los túneles; así podía conseguir sus drogas y cometer sus crímenes. Ha tenido acceso a diagramas detallados que incluyen estaciones, pasadizos, túneles y compuertas de escape.

—¿Qué compuertas de escape? —pregunté.

—La red del metro tiene salidas de emergencia que conducen fuera de los túneles, por si un tren tuviera que detenerse en ellos por alguna causa. Los viajeros pueden ser evacuados a través de esas salidas de emergencia que los llevan al exterior. En Central Park hay varias de ellas.

Wesley se levantó y se acercó a su maletín. Lo abrió y sacó un abultado rollo de papel blanco. Quitó la goma elástica que lo rodeaba y extendió unos larguísimos planos de la red del metro de Nueva York en los que figuraban todas las líneas y estructuras, y cada boca de acceso, cada papelera, cada semáforo y cada andén. Los diagramas cubrían casi por completo el suelo del despacho. Algunos medían dos metros. Los estudié, fascinada.

—Esto es cosa de la comandante Penn —sugerí.

—Exacto —respondió Wesley—. Y lo que tiene en el ordenador es aún más detallado. Por ejemplo —se agachó, apartó de enmedio la corbata y señaló una parte del plano—, en marzo de 1979 se quitaron los tornos de acceso en CB 300. Eso es justo aquí. —Me enseñó un plano de la estación de la calle Ciento diez, en Lennox Avenue y la Ciento doce—. Y ahora —continuó—, un cambio así se registra directamente en el sistema informatizado de la policía de Tránsito.

—Es decir, que cualquier cambio queda reflejado al instante en los planos computerizados —dije yo.

—Exacto. —Acercó otro de los planos, éste de la estación del museo de Historia Natural, en la calle Ochenta y uno—. Y la razón de que sospechemos que Gault utiliza estos planos está justo aquí. —Con la yema del dedo índice dio unos golpecitos en un punto del papel que indicaba una salida de emergencia muy cerca de Cherry Hill—. Si Gault consultó este diagrama, lo más probable es que escogiera este acceso para entrar y salir cuando cometió el asesinato de Central Park. Así, al salir del museo, él y su víctima podrían desplazarse por los túneles sin ser vistos y, cuando salieran a la superficie en el parque, estarían muy cerca de la fuente donde Gault proyectaba dejar expuesto el cuerpo.

»Pero lo que no se puede saber si se mira este plano, que es de hace tres meses, es que el día antes del asesinato el departamento de Mantenimiento Vial cerró esa salida para efectuar unas reparaciones. Creemos que por ello Gault y su víctima aparecieron en el parque en una zona más próxima a The Ramble. Algunas huellas de calzado recuperadas en aquella zona concuerdan con las de la pareja. Y esas huellas se localizaron cerca de una salida de emergencia.

—Entonces, hay que preguntarse cómo supo Gault que la salida de Cherry Hill estaba impracticable —intervino Marino.

—Supongo que lo comprobaría previamente —sugerí.

—Eso no puede hacerse desde la superficie, porque las compuertas sólo se abren desde el interior de los túneles —dijo Marino.

—Tal vez estaba en el túnel y vio desde dentro cómo los empleados cerraban la compuerta —argumenté, pues empezaba a intuir adonde conducía todo aquello y no me gustaba la idea.

—Sí, cabe esa posibilidad, desde luego —asintió Wesley con tono razonable—, pero los agentes de Tránsito bajan a los túneles con mucha frecuencia. Están en todos los andenes
y
estaciones y ninguno de ellos recuerda haber visto a Gault. Yo creo que se desplaza por ahí abajo con la ayuda del ordenador hasta que le conviene hacer una de sus apariciones.

—¿Y cuál es el papel de Lucy en todo esto?

—Manipular la información —dijo Marino.

—No soy experto en ordenadores —añadió Wesley—, pero, según tengo entendido, tu sobrina ha preparado las cosas de modo que, cuando Gault conecta con este plano computerizado, lo que ve en realidad es otro plano modificado por ella.

—¿Modificado con qué objeto?

—Esperamos encontrar una manera de atraparlo como a un ratón en un laberinto.

—Tenía entendido que se ha desplegado el grupo de Rescate de Rehenes.

—Vamos a intentar lo que haga falta.

—Bueno, en ese caso permítanme sugerir que estudien otro plan —les dije entonces—. Cuando Gault quiere dinero, acude a cierta farmacia llamada Houston Professional Pharmacy.

Los dos me miraron como si estuviera loca.

—Es donde su madre enviaba el dinero a la hermana de Temple, Jayne...

—Espere un momento... —intentó interrumpirme Marino, pero no se lo permití y continué hablando:

—He tratado de llamarle para contárselo. Sé que Temple ha estado interceptando el dinero porque la señora Gault envió algunas sumas cuando Jayne ya estaba muerta y alguien las recogió. Y quien lo hizo conocía la contraseña para retirarlas.

—Espere —insistió Marino—. Espere un momento, carajo. ¿Me está diciendo que ese hijo de puta mató a su propia hermana?

—Sí —respondí—. Era su hermana gemela.

—¡Dios santo! ¡Nadie me lo había dicho...! —Lanzó una mirada acusadora a Wesley.

—Marino, recuerde que ha llegado usted apenas un par de minutos antes de que detuvieran a Kay —le replicó Benton.

—¡No me han detenido! —exclamé—. La chica usaba su segundo nombre, Jayne. Con i griega —añadí, y a continuación les informé de cuanto había averiguado.

—Esto lo cambia todo —murmuró Wesley. Descolgó el teléfono y llamó a Nueva York.

Cuando terminó de hablar eran casi las siete. Se levantó del asiento y recogió el maletín, la bolsa de viaje y una radio portátil que tenía sobre el escritorio. Marino también se puso en pie.

—Unidad tres a unidad diecisiete —dijo Wesley por la radio.

—Aquí, diecisiete.

—Vamos para allá.

—Sí, señor.

—Voy con vosotros —dije a Wesley.

Él me miró. Yo no estaba en la lista de pasajeros prevista.

—Está bien —dijo por fin—. Vámonos.

19

E
studiamos el plan en el aire, mientras el piloto nos llevaba hacia Manhattan. La oficina de campo del FBI en Nueva York situaría un agente camuflado en la farmacia que hay en el chaflán de Houston y la Segunda Avenida, mientras que un par de agentes de Atlanta viajaría a la plantación Live Oaks. Hablábamos de todo esto comunicándonos a través de nuestros micrófonos activados por la voz.

Si Rachael Gault conservaba su costumbre, enviaría un nuevo giro al día siguiente. Y como Gault no tenía modo de saber que sus padres estaban al corriente de la muerte de su hija, daría por sentado que el dinero llegaría como siempre.

—Lo que no hará es coger un taxi hasta la farmacia, sin más.

La voz de Wesley llenó mis auriculares. Yo contemplaba las llanuras de oscuridad que me mostraba la ventanilla.

—Eso, seguro —asintió Marino—. El tipo sabe que todo el mundo, de la reina de Inglaterra para abajo, está buscándole.

—Y queremos que se meta bajo tierra.

—Me parece que allí abajo la caza será más arriesgada —apunté, pensando en Davila—. Sin luces, y con los trenes y esos terceros raíles que conducen la corriente...

—Ya lo sé —concedió Wesley—. Pero Gault tiene la mentalidad de un terrorista. No le importa a quién mate. No podemos provocar un tiroteo en mitad de Manhattan en pleno día.

Comprendí el argumento.

—¿Y cómo vas a asegurarte de que se desplaza por los túneles para llegar a la farmacia? —quise saber.

—Le presionamos para que lo haga, pero sin alarmarle.

—¿Cómo?

—Según parece, mañana se lleva a cabo una Marcha contra el Crimen.

—Muy adecuado —comenté con tono irónico—. ¿Y recorre el Bowery?

—Sí. Será muy sencillo cambiar el recorrido para que pase por Houston y la Segunda.

—Bastará con desplazar los conos de tráfico —explicó Marino.

—La policía de Tránsito puede enviar una comunicación informatizada notificando a la policía del Bowery la celebración de la marcha de protesta a tal hora. Gault verá en el ordenador que la manifestación tiene previsto pasar por la zona a la misma hora que él pensaba ir a recoger el dinero. También verá que la estación de metro de la Segunda Avenida está cerrada temporalmente.

En Delaware, una central de energía nuclear resplandecía como un aparato de calefacción a plena marcha, pero a mí el frío de las alturas se me metió en los huesos.

—Así, Gault sabrá que no es buen momento para desplazarse por la superficie —comenté.

—Exacto. Donde hay una manifestación, hay policía.

—Me preocupa que decida no ir a buscar el dinero —comentó Marino.

—Irá —le aseguró Wesley, como si lo supiera a ciencia cierta.

—Sí —corroboré—. Es adicto al crack, y esto es una motivación más fuerte que cualquier recelo que pueda sentir.

—Wesley, ¿cree usted que el tipo mató a su hermana por el dinero? —preguntó Marino.

—No —respondió Benton—. Pero esas pequeñas cantidades que su madre le enviaba son otra más de las cosas de que él se ha apropiado. Al final, ha conseguido despojar a su hermana de todo cuanto ella tuvo en su vida.

—No, eso no es verdad —le corregí—. Ella no fue nunca mala como él. Eso era lo mejor que tenía la chica, y Gault no ha podido arrebatárselo.

—Estamos llegando —anunció la voz de Marino.

—Mi bolsa... —murmuré yo entonces—. La he olvidado.

—Hablaré con el comisionado mañana, a primera hora.

—Ya es mañana a primera hora —indicó Marino.

Tomamos tierra en el helipuerto del Hudson, cerca del portaaviones
Intrepid
, que estaba adornado con luces navideñas. Nos esperaba un coche patrulla de la policía de Tránsito y recordé mi anterior llegada allí, no hacía mucho, y mi primer encuentro con la comandante Penn. También recordé la visión de la sangre de la mujer en la nieve, cuando aún ignoraba la insoportable verdad sobre ella y sobre lo que le había sucedido.

Una vez más llegamos al Athletic Club.

—¿En qué habitación está Lucy? —pregunté a Wesley mientras nos registrábamos en la recepción, atendida por un viejo que tenía el aspecto de haber trabajado siempre en el turno más intempestivo.

—En ninguna. —Benton me entregó las llaves.

Cuando nos apartamos del mostrador de recepción, insistí:

—Muy bien. Ahora, dímelo.

Marino bostezó y murmuró:

—La hemos vendido a un pequeño taller del distrito de la confección de ropa.

—Tu sobrina está bajo una especie de guardia y custodia cautelar. —Wesley sonrió levemente al tiempo que se abrían las puertas metálicas del ascensor—. A cargo de la comandante Penn.

Ya en la habitación, me quité el traje, lo colgué en la ducha y lo dejé envuelto en vapor como había hecho las dos noches anteriores. Decidí echar aquel traje a la basura si alguna vez tenía ocasión de cambiar de vestuario. Dormí bajo varias mantas y con la ventana abierta de par en par. Me levanté a las seis, antes de que sonara el despertador. Me duché y pedí un bollo y café para desayunar.

A las siete, llamó Wesley por teléfono e, instantes después, él y Marino estaban ante mi puerta. Bajamos al vestíbulo. Fuera nos esperaba un coche patrulla. Yo llevaba mi Browning en el portafolios y confiaba en que Wesley consiguiera los permisos especiales y lo hiciera pronto, porque no quería quebrantar las leyes sobre armas de la ciudad de Nueva York. Recordé a Bernhard Goetz.

—He aquí lo que vamos a hacer —dijo Wesley mientras nos dirigíamos al sur de Manhattan—. Yo voy a pasar la mañana al teléfono. Marino, quiero que usted esté en la calle con la policía de Tránsito. Asegúrese de que esos jodidos conos estén exactamente donde deben estar.

—Entendido.

—Kay, tú te quedarás con la comandante Penn y con Lucy, que estarán en contacto directo con los agentes de Carolina del Sur y con el destacado en la farmacia. —Wesley consultó el reloj—. Los agentes de Carolina, por cierto, deberían llegar a la plantación antes de una hora.

—Esperemos que los Gault no estropeen todo esto —comentó Marino, que iba sentado junto al conductor.

Wesley se volvió hacia mí.

—Cuando los dejé, parecían dispuestos a colaborar —declaré—. De todos modos, ¿no podríamos enviar el dinero en nombre de la señora Gault y mantenerla apartada del asunto?

—Podríamos —respondió Wesley—, pero cuanta menos atención atraigamos hacia lo que hacemos, mejor. La señora Gault vive en un pueblo pequeño. Si se presentan unos agentes para enviar el dinero, alguien se podría ir de la lengua.

—¿Pero cómo iba a llegar eso a conocimiento de Gault? —insistí, escéptica.

—Si el agente de la Western Union de Beauford le cuenta algo a su colega de aquí, podría suceder algo que alertara a nuestro hombre. No debemos correr riesgos y, cuanta menos gente involucremos, mejor.

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