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Authors: Caroline L. Jensen

Tags: #Humor

Una vecina perfecta (11 page)

El Diablo se atragantó.

—¿Qué? —preguntó agitando los rizos de Rakel.

—Sí, la verdad. Todo lo que he apuntado, todas mis dudas, son lo que tú dices: juicios sobre si Dios no debería haber hecho otra cosa de acuerdo con la imagen que tengo de El, y dudas sobre si los personajes de la Biblia se comportan de forma extraña. Pero no he escrito ni una sola frase en la que diga «¡Ajá! Aquí, aquí y aquí tengo pruebas de que el texto no es verídico». Sólo he encontrado cosas que he considerado verdaderas desde el principio pero que, por algún motivo, no me han gustado. Tal como tú has dicho respecto de la crueldad de Dios: opinar que Dios es cruel no es lo mismo que no creer en El. Supongo que se puede creer en algo, incluso llegar a comprenderlo si te lo propones, aunque no te guste.

Ahora Correcaminos sí que se estaba divirtiendo. Pero al mismo tiempo sentía temor.

El dichoso libro de los cristianos tenía bien agarradas a esas pequeñas sabandijas humanas.

También se sintió por primera vez muy cerca de la señora Bengtsson y notó como se establecía un lazo entre él y ese miserable ser. En una ocasión Lutero había dicho que el sentido común era la puta del Diablo. ¿Era posible que una criatura humana, por fin, se hubiera acostado también con la razón?

Por primera vez oyó a una de las creaciones de Dios decir abiertamente y a grandes rasgos lo que él pensaba: «Sé que Dios existe. Lo que pasa es que no me gusta.»Una situación de partida más sencilla para el Diablo era difícil de imaginar. Podría hacer que creciera sin mayores complicaciones el desagrado de esa ama de casa hasta que floreciera en ella un profundo odio. Si luego pudiera hacerla actuar de acuerdo con ese odio ya le habría ganado una batalla a Dios. Que se pudieran ganar todas las batallas y, aun así, perder la guerra era algo que Satanás no concebía.

La señora Bengtsson leyó en voz alta el ejemplo que había encontrado sobre el Árbol de la Vida para explicar a qué se refería.

—Claro. Totalmente cierto, y se te debe de haber pasado por alto el versículo 3:22 del Libro Primero de Moisés, porque ahí pone que el ser humano fue expulsado del Paraíso precisamente para impedir ese rasgo de inteligencia.

—O sea, que a Dios no le gusta que el ser humano sea inteligente.

—Por lo visto, no. En absoluto. Al menos siempre y cuando esa inteligencia no le permita asegurarse un lugar en el Reino de los Cielos haciendo el bien sin que de verdad quiera hacerlo.

—Pfff… Debería estar orgulloso de ello, si es que estamos hechos a su imagen y semejanza —dijo la señora Bengtsson un poco ebria, y le dio otro tiento a la copa.

Satanás suspiró.

—Sí, exacto, precisamente como yo… como la serpiente dice en el versículo 3:6, cuando intenta convencer a Eva para que coma de la fruta: «Seréis como dioses.» En realidad Dios se ha guardado algunas características y conocimientos para sí solo, asegurándose así de que eso de «a Su imagen y semejanza» no sea del todo cierto. El ser humano no es una copia de Dios. Como mucho, es una caricatura mal hecha. Pero como cristianos tenemos que entender que no tenemos derecho a cuestionar, a sustituir sus valoraciones por las nuestras, porque el ser humano no está preparado para ello. A pesar del plátano.

—¿El plátano?

—El plátano, sí.

—¡Espera un segundo! El otro día pensé en eso: en la Biblia no pone «manzana» sino «fruta». Pero ¿plátano? ¿Cómo lo sabes? —dijo, sonriendo para sus adentros.

—¿Nunca te has preguntado por qué el plátano es tan cuestionado? Incluso los niños bromean porque no se puede clasificar, ya que no es una fruta sino una baya, o una especie de nuez. Eso es porque el ser humano inconscientemente quiere eliminar el plátano de su memoria. Quiere olvidar el pecado original y el desafío que hizo a la única petición de Dios.

»Pero aún no ha conseguido llegar tan lejos. Por el momento sólo ha logrado sembrar en sí mismo la duda de si realmente el plátano es una fruta. Así puede desvincularlo de lo que pone en la Biblia y comérselo sin remordimientos de conciencia. Pero en el subconsciente, el ser humano sabe que hay algo que distingue esa fruta de todas las demás, algo básico y ominoso con que vincularla, y de ahí todas las bromas en las que el plátano se compara con el miembro viril. Hasta ahí es adonde se atreve a llegar el recuerdo del ser humano del vínculo del plátano con el pecado y el descubrimiento de su desnudez.

La señora Bengtsson estaba consternada, y a la vez contenta. No cabía la menor duda de que eso era justo lo que pasaba. ¡Qué lógico! Claro que siempre le daba un poco de vergüenza cuando se comía un plátano con gente delante, precisamente porque le recordaba —a ella y a todo el mundo— a un miembro masculino.

Si era cierto que la toma de conciencia del ser humano de su desnudez y el pudor que sintió ante ella le vinieron la primera vez que se comió un plátano, era de lo más natural que la señora Bengtsson tuviera aquella sensación.

—¡Qué pasada! Si me van a enseñar cosas así, ¡casi que me meto yo también en Teología!

—Bueno —dijo Satanás. Eso era lo último que pretendía conseguir con su plan—. Ya me tienes a mí. Yo te explicaré todo lo que quieras saber.

Y la señora Bengtsson se sintió muy agradecida y también que un lazo se había empezado a forjar entre las dos.

—¿Qué más has apuntado? —preguntó Satanás—. O espera, déjame adivinar, íbamos por el tercer versículo. Mejor nos saltamos la martingala esa de Caín y Abel. No entiendo el revuelo por esos dos chapuceros. Humm. Supongo que querrás hablar de los primeros versículos del séptimo capítulo. ¿Los gigantes? —El cuerpo poseído de Rakel sonrió y le llenó la copa a la señora Bengtsson.

—¡Sí! Cuanto más leía, más me preguntaba si la gente habrá leído la Biblia que tienen en casa… Quiero decir… ¿gigantes…?

—Los héroes de la prehistoria —citó el Diablo con una risita de evidente embriaguez. La borrachera era uno de los inventos más agradables de esta especie, y de los alces—. Cuando el ser humano se multiplicó y sus hijas se volvieron hermosas, los dioses las tomaron por esposas. La descendencia que salió de ese embrollo fueron los gigantes. Los héroes de la prehistoria.

—¿De verdad eran gigantes? ¿Gigantes? ¿Como los que lanzan rocas y cazan blandiendo hondas, o los que vivían en el mítico Jotunheim?

—Exacto, precisamente ésos. Pero cómo se ganaron el título de héroes es algo que nunca entenderé. Heredaron las formas y la comprensión débiles del ser humano y el tamaño de los más fuertes. Sería más acertado llamarlos monos gigantes.

—O sea, que la gente se cree esto… —Se quedó callada un momento—. Pues claro que se lo cree. Ya lo empiezo a entender. Pero… ¿y las pruebas?

—Quieres decir ¿aparte de las rocas arrojadas que se pueden ver y las sagas que han sobrevivido?

—Sí.

—No hay. Al final los dioses que se mezclaron con los seres humanos se avergonzaron tanto, especialmente cuando Dios, como castigo por la que habían liado, limitó la vida del ser humano a ciento veinte años, que le rogaron de forma insistente al Señor que exterminara la parte más embarazosa de toda esa historia. Terminaron por convencerlo prometiéndole que nunca más se daría un… enredo… como aquél, y entonces Dios simplemente borró todas las pruebas que existían.

—¿Los dioses cumplieron con su promesa?

—¿Tú has visto algún gigante?

—No, claro.

—Tampoco es que fuera una promesa muy difícil de cumplir. Los emparejamientos iniciales debieron de ser más bien motivados por la novedad y se acabaron bastante pronto. Se dice que en el Vaticano, evidentemente, queda un vestigio. Dios lo ha dejado allí a buen recaudo justo para que Su Palabra se pueda demostrar. Se cree que está al cuidado de un grupo extremadamente pequeño que tiene como deber conservarlo sin revelarlo. Todo ello en un intento de conciliar los deseos de los dioses celestiales con los de los seres humanos.

—¿Y qué es?

—No lo sé —mintió Satanás—. Pero he oído rumores de que se trataría de un cráneo tan grande como un todoterreno urbano.

—¡Dios!

Satanás se rió con amargura.

—Sí. Dios, sí. ¿Siguiente pregunta?

—La siguiente es dónde tienes el baño —dijo la señora Bengtsson mirando la hora—. ¡Huy, huy! —Se levantó de golpe del sofá, pero perdió el equilibrio y se volvió a sentar sin querer—. Estos
tetrabriks
de vino son la cosa más traicionera. Nunca sabes cuánto te has tomado.

—Creo que nos hemos tomado tres copas cada una —respondió el Diablo.

—Vaya, vaya. Y en estas copas cabe como media botella.

Se rieron las tres.

En el lavabo, la señora Bengtsson hizo lo suyo, y antes de volver a la sala de estar se recogió el pelo de la nuca pues las puntas se le habían enredado. Los rizos de Rakel permanecían intactos.

—Vale, una copa más y después la pregunta será si vale la pena intentar hablar con seriedad —dijo cuando se desplomó de nuevo en el sofá y se frotó la coleta en el respaldo.

Satanás le sirvió alegremente un chorrito más y la señora Bengtsson encendió otro cigarrillo.

—Gigantes… Vaya tela… —Fue pasando hojas—. ¡Aquí! Casi justo después de los gigantes, en 6:6, pone que Dios se arrepintió amargamente de haber creado al ser humano, puesto que sus pensamientos siempre eran malos. Bueno, menos Noé… aunque a ver cómo se come eso.

»Y entonces Dios provocó el Diluvio Universal. Y Noé tiene que construir su puto barco y colectar animales y todos tienen que morir y pasa un montón de tiempo… O sea. ¿Por qué Dios, si de verdad se arrepentía tanto, no se limitaba a cambiar sólo algunas cosas? ¿Por qué no modificó al ser humano para hacer la versión 2.0? ¿Por qué simplemente no hizo a las personas buenas? Y ahora que lo pienso, si Dios se arrepiente de algo que ha hecho, es evidente que no es perfecto ni infalible. No lo entiendo.

—No, exacto. Y más adelante, en 8:21, Dios se arrepiente también de haberse arrepentido, y promete que nunca más aniquilará toda la vida. Y el ser humano obtiene el arco iris como símbolo de la promesa de Dios.

»Para empezar, no hizo lo que dicen las Escrituras, porque no acabó con toda la vida. Así que un poco despistado sí que es. Y sí, tal como tú dices, yo tampoco entiendo cómo alguien que se arrepiente de sus hechos cada dos por tres se puede considerar infalible. Si miras más adelante, en el primer versículo de la Carta a los Romanos, incluso san Pablo («Pobre microbio», pensó Satanás) entiende que quien permite el mal está al mismo nivel que quien hace el mal. Yo opino que Dios comete bastantes errores, si aplicamos su propio criterio de medición.

—¡Sí, exacto! Vale que es bonito si una persona se da cuenta de sus errores y se arrepiente, pero se supone que Dios no debería equivocarse nunca. ¿Acaso no es así como se define a Dios?

—Sí, y eterno, todopoderoso y omnisciente. —Rakel repiqueteó con las uñas en los lados de su copa.

—Pero… Entonces ya sabía que se arrepentiría si provocaba el Diluvio Universal, ¿no? Cada vez lo entiendo menos.

—Claro que lo sabía. Y entonces la pregunta es si los actos de los que nos arrepentimos realmente están mal. Si lo razonamos bien, no pueden estarlo porque nuestro Señor Infalible se dedica a ello.

—Por tanto… ¿Quieres decir que está bien cometer actos de los que más tarde te puedes arrepentir? —La señora Bengtsson echó la ceniza al cenicero y dio un trago.

—Por lo menos no está mal. Lo cual es tan agradable como liberador. Por lo tanto, si quieres ser como Dios, a veces debes actuar aun sabiendo que más tarde te arrepentirás de ello. Como mínimo si partimos de la base de que Dios tiene un conocimiento absoluto de las cosas, lo cual es un dogma de obligado cumplimiento.

—Entonces, ¿todo lo que es correcto para Dios es también correcto para mí?

—Sí —mintió de nuevo Satanás—. Me imagino que la condena sería la excepción.

—Pero ¿no es Dios en esencia tan distinto a mí que eso no debería tener sentido? Por favor, qué lío. A ver, lo que digo es que… ¿No podríamos decir que eso de la sabiduría absoluta y la bondad total sólo significa que Dios es más bondadoso y más sabio que nadie en el mundo? No Todobondadoso, sino sólo el más bueno.

—Sí, al menos facilitaría muchas cosas, si fuera así. Pero me parece que sería darle una vía de escape a Dios para evitarle preguntas incómodas. Entonces incluso Dios podría cometer «maldades», ya que no sería perfecto. Sólo mejor que todos nosotros, como tú dices. Lo cual, en cualquier caso, seguiría convirtiéndolo en Dios. Pero ya no sería la perfección suma.

—¡O quizá…! Quizá lo que pasa es que está por encima del bien y del mal tal como nosotros los definimos.

Correcaminos se concentró en el sermón que pretendía soltar.

Lo último que había dicho la señora Bengtsson lo irritaba cada vez que lo oía en boca de un miserable ser humano. Esa mujer había estado cerca de desvelar toda la mentira que había detrás de la perfección de Dios, pero había tomado la misma vía de escape que el ser humano había tomado a través de los tiempos, alegando que Dios debía de regirse por otras normas. No porque fuera autocrático sino porque sólo era tan «diferente» que el ser humano no se lo podía imaginar aceptando las mismas normas que él. Ni siquiera podía calcular cuántas teodiceas había escuchado durante los últimos seis mil años, y todas venían a decir lo mismo. Las personas lo llamaban «justificar a Dios». Él lo llamaba «justificar la imperfección de Dios», incluso su maldad. La diabólica Rakel le dio tres tragos seguidos a la copa y trató de parecer una seminarista:

—No estamos ante una pregunta nueva, exactamente. Ésta remite a lo que has preguntado hace un rato: ¿por qué Dios simplemente no convertía al ser humano en bueno?

»Y aquí entra en juego el libre albedrío. A Dios le pareció mucho más divertido si la gente lo amaba por propia elección. Una persona buena de base lo haría de forma automática, o sea, desde el principio, y nunca pecaría. Supongo que fue una cuestión de amor propio. «¿Cómo sabe uno que lo aman de verdad si la gente no tiene la opción de no amarlo?» Más o menos. Por otro lado, la palabra
pecado
significa «desviarse del camino», y el objetivo no es otro que mantenerse dentro del camino que lleva a Dios y vivir siguiendo la palabra del Señor. Así que se puede considerar una libertad arbitraria.

—Pero ¿y si se hubiese creado al ser humano con el libre albedrío para que pudiera elegir si pecar o no, pero otorgándole una moral tan fuerte que, tras sopesar las cosas, siempre se inclinara a escoger lo bueno?

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