Zafiro (29 page)

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Authors: Kerstin Gier

Gideon me sujetó del brazo.

—No es una buena idea —dijo—. Lord Brompton, os lo ruego, mi hermana adoptiva nunca ha actuado en público…

—Para todo hay una primera vez —replicó lord Brompton, y me arrastró hacia adelante—. Además, aquí estamos entre amigos. ¡No seáis aguafiestas!

—Exacto. No seas aguafiestas —dije, y me sacudí su mano de encima—. ¿No tendrás un cepillo para el pelo? Es que canto mejor cuando tengo uno en la mano.

Gideon parecía un poco desesperado.

—De ninguna manera —me espetó, y nos siguió a lord Brompton y a mí hacia la espineta.

Detrás de nosotros oí que el conde reía bajito.

—Gwen… —susurró Gideon—, deja de hacer el tonto.

—Penelope —le corregí, y después de vaciar el vaso de ponche de un trago, se lo tendí—. ¿Qué te parece, les gustará «Over The Rainbow» ¿O —y aquí reí entre dientes—preferirán «Hallelujah»?

Gideon soltó un gemido.

—De verdad, no puedes hacer esto. ¡Vuelve conmigo al sillón!

—No, es demasiado moderno, ¿no te parece? Vamos a ver… Mentalmente repasé toda mi lista de éxitos mientras lord Brompton me presentaba con palabras pomposas. Mister Merchant, el sobón, se unió a nosotros.

—¿Necesita la dama un acompañamiento competente? —preguntó.

—No, la dama necesita… algo completamente distinto —dijo Gideon, y se dejó caer en el taburete de la espineta—. Por favor Gwen… —Mejor Pen—repliqué—. Ya sé qué voy a cantar «Don’t Cry For Me, Argentina ». Conozco toda la letra, y de algún modo los musicales son intemporales, ¿no crees? Aunque tal vez no conozcan Argentina… —No querrías ponerte en ridículo ante toda esta gente, ¿verdad?

Era un enternecedor intento de inspirarme miedo, pero en esas circunstancias no podía funcionar.

—Escucha —le susurré en tono confidencial—, la gente no me importa nada.

En primer lugar ya hace doscientos años que están muertos, y en segundo, todos están superanimados y borrachos aparte de ti, naturalmente.

Gideon apoyó la frente en las manos gimiendo, y al hacerlo golpeó el teclado con el codo haciendo sonar una serie de notas en la espineta.

—¿Conoce… ejem… conocéis una canción llama «Memory»? ¿
De Cats?
— pregunté a mister Merchant.

—Oh… No. Lo lamento —dijo mister Merchant.

—No importa, cantaré a
capella
—dije confiada, y me volví hacia el público—. La canción se llama «Memory» y trata de… un gato con penas de amor; pero en el fondo también puede aplicarse a nosotros, las personas. En sentido amplio.

Gideon había vuelto a levantar la cabeza y me miraba con aire incrédulo.

—Por favor… —suplicó una vez más.

—Sencillamente no le hablaremos a nadie de esto —dije yo—. ¿De acuerdo?

Será nuestro secreto.

—Bien, adelante pues. ¡La fabulosa, única y bellísima miss Gray cantará ahora para nosotros! —exclamó lord Brompton—. ¡Por primera vez ante el público!

Debería haber estado nerviosa, porque todo el mundo había enmudecido y todas las miradas estaban clavadas en mí, pero el hecho es que no lo estaba. ¡Ese ponche era genial! Tenía que conseguir la receta como fuera.

¿Qué había dicho que iba a cantar?

Gideon tocó unas notas en la espineta y reconocí la melodía. «Memory».

Exacto, eso era. Sonreí a Gideon agradecida. Qué detalle por su parte acompañarme. Inspiré hondo. La primera nota era especialmente importante en esa canción. Si no sonaba clara y decidida, más valía dejarlo enseguida. Había que lanzar «Midnight» al aire con voz cristalina y sin embargo discreta.

Me quedé muy satisfecha porque me sonó como a Barbra Streinsand. «Not a sound from pavement, has the moon lost her memory? She is smiling alone.» Vaya, vaya, por lo visto Gideon también sabía tocar el piano. Y nada mal, por cierto. Si no hubiera estado ya tan locamente enamorada de él, me habría enamorado en ese momento. Ni siquiera tenía que mirar las teclas, solo me miraba a mí. Y parecía un poco asombrado, como alguien que acaba de hacer un descubrimiento sorprendente.

«All alone in the moonlight I can dream at the old days», canté solo para él.

La sala tenía una acústica fantástica, era casi si cantara con un micro. O tal vez se debía a que no oía ni una mosca. «Let the memory live again.» Era mucho más divertido que con Sing Star. Era realmente genial. Y aunque todo resultara ser solo un sueño y el padre de Cynthia entrara en la habitación de aquí a un momento y estallara una tormenta de mil demonios sobre nosotros, ese instante, simplemente, habría valido la pena.

Aunque nadie me creería cuando lo contara.

Time ain’t notbin, but time. It’s a verse with no rhyme,

and it all comer down to you.

«El tiempo solo es tiempo. Es un verso sin rima, y todo depende de ti.» Bon jovi

11

Lo único triste fue que la canción fuera tan corta. Pensé en añadir una estrofa de mi propia cosecha, pero aquello solo hubiera estropeado el efecto general, de modo que lo dejé correr. Así que, lamentándolo un poco, canté mis líneas favoritas: «If you touch me, you'll understand what happiness is. Look, a new day has begun», y encontré una vez más que aquella canción no podía haber sido escrita concretamente para los gatos.

Tal vez fuera cosa del ponche —en realidad era incluso casi seguro—, pero los invitados a esa
soirée
parecían haber disfrutado tanto con nuestra actuación como con las arias italianas de antes. En cualquier caso aplaudieron entusiasmados, y mientras lady Brompton se acercaba corriendo, yo me incliné hacia Gideon y dije emocionada:

—¡Gracias! ¡Ha sido todo un detalle por tu parte! ¡Y tocas tan, tan bien!

Gideon volvió a apoyar la cabeza en la mano, como si no pudiera creer lo que había hecho.

Lady Brompton me abrazó y mister Merchant me besó efusivamente en las dos mejillas, me llamó «garganta privilegiada» y exigió un bis.

Yo me sentía tan a gusto que hubiera continuado enseguida, pero en ese momento Gideon se despertó de su letargo, se levantó y me cogió de la muñeca.

—Estoy seguro de que Andrew Lloyd Weber estaría encantado si supiera que esta gente ya sabe apreciar su música, pero ahora mi hermana tiene que descansar. Hasta hace una semana tenía una inflamación de la garganta muy fuerte, y por prescripción médica tiene que cuidar su voz. Si no, incluso podría perderla para siempre.

—Por todos los cielos —exclamó lady Brompton—. ¿Por qué no nos lo dijisteis antes? ¡Pobre criatura!

Yo tarareé para mí, satisfecha, con la boca cerrada, «I Feel Pret-ty» de West Side Story.

—Yo... Me parece que vuestro ponche es muy especial —dijo Gideon—. Se diría que impulsa a la gente a abandonar toda prudencia.

—Oh, sí, desde luego que lo hace —dijo lady Brompton con una sonrisa radiante, y en voz más baja añadió—: Acabáis de desvelar el secreto de mis virtudes como anfitriona. Todo Londres nos envidia por la alegría que reina en nuestras fiestas, pero he necesitado años para perfeccionar la receta, y no tengo intención de hacerla pública hasta que me encuentre en mi lecho de muerte.

—Qué lástima —murmuré—. Pero es cierto: ¡vuestra
soirée
es mucho más animada de lo que había imaginado! Me habían asegurado que sería una aburrida y ceremoniosa...

—... su gobernanta es un poco conservadora —me interrumpió Gideon—. Y hay que decir que la vida social en Derbyshire es un poco limitada.

Lady Brompton rió entre dientes.

—Oh, sí, estoy convencida. ¡Oh, aquí llega por fin lord Alastair!

Nuestra anfitriona miró hacia la puerta, donde lord Brompton saludaba al recién llegado. Era un hombre de mediana edad (aunque resultaba difícil afirmarlo con certeza con esa peluca blanca) que llevaba una levita tan cargada de recamados y piedrecitas brillantes que parecía que emitiera luz como un faro. El hombre que se encontraba a su lado reforzaba aún más esa impresión. Su acompañante iba envuelto en una capa oscura y tenía el pelo negro como la pez, y la tez, aceitunada, e incluso desde lejos pude ver que sus ojos, como los de Rakoczy, parecían unos enormes agujeros negros.

En esa reunión tan abigarrada y enjoyada producía el efecto de un cuerpo extraño.

—Creí que Alastair ya no nos haría el honor de presentarse hoy. Lo que no hubiera sido tan trágico, la verdad. Su presencia no contribuye precisamente a crear un ambiente alegre y relajado. Trataré de endosarle un vasito de ponche y enviarle a jugar a las cartas a la habitación de al lado...

—Y nosotros trataremos de levantarle el ánimo con un poco de canto — añadió mister Merchant, y se sentó a la espineta—. ¿Me haría el honor, lady Lavinia?
Cosifan tutte
?

Gideon me cogió la mano, la colocó sobre su brazo y me arrastró un poco más lejos.

—¿Cuánto has bebido, si puede saberse?

—Unos vasitos —reconocí—. Seguro que el ingrediente secreto es algo más que alcohol. ¿Absenta, tal vez? Como en esa película tan triste de Nicole Kidman,
Moulin Rouge
.

Suspiré.

—«The greatest thing you’ll ever learn is just to love and be loved in return.» Apuesto a que también puedes tocar eso.

—Solo para que quede claro de una vez: detesto los musicales —me espetó Gideon—. ¿Crees que aguantarás unos minutos más? Lord Alastair ha llegado por fin, y cuando le hayamos saludado, podremos irnos.

—¿Ya? Qué lástima —dije.

Gideon me miró negando con la cabeza.

—Es evidente que has perdido completamente la noción del tiempo. Si pudiera, te metería la cabeza bajo un chorro de agua fría.

El conde de Saint Germain apareció a nuestro lado.

—Ha sido una actuación... muy especial —dijo, y miró a Gideon levantando las cejas.

—Lo siento —contestó Gideon suspirando, y dirigió la mirada a los recién llegados—. Lord Alastair parece haber engordado un poco.

El conde rió.

—No concibas falsas esperanzas. Mi enemigo sigue estando en magnífica forma. Rakoczy le ha visto practicar esgrima esta tarde en Galliano, y esos jóvenes lechuginos no tuvieron la menor oportunidad contra él. Sígueme, estoy ansioso por verle la cara.

—Hoy está tan simpático... —le susurré a Gideon mientras seguíamos al conde—. ¿Sabes?, la última vez me dio un susto de muerte, pero hoy casi tengo la sensación de estar hablando con mi abuelo o algo así. De algún modo me gusta este hombre. Ha sido tan amable por su parte regalarte el Stradivarius... Seguro que darían una fortuna por él si se subastara en eBay. Ups, este suelo es tan inestable... —Gideon me rodeó la cintura con el brazo. —Te juro que te mataré cuando hayamos acabado con todo esto —murmuró.

—Oye, ¿te parece que hablo raro?

—Aún no —replicó—. Pero estoy seguro de que no tardarás.

—¿No os había dicho que llegaría en cualquier momento? —Lord Brompton posó una mano sobre el hombro del hombre resplandeciente y la otra sobre el del conde—. Por lo que me han explicado, no es necesario que haga las presentaciones. Lord Alastair, nunca me habíais mencionado que conocíais personalmente al famoso conde de Saint Germain.

—No es algo de lo que acostumbre alardear —dijo lord Alastair con tono arrogante.

Y el hombre vestido de negro de piel aceitunada, que se encontraba un poco más atrás, añadió con una voz ronca:

—Así es.

Sus ojos negros echaban chispas, y clavó la mirada en el rostro del conde como si quisiera taladrarlo, sin que quedara la menor duda de que le odiaba hasta lo más profundo de su ser. Por un momento pensé que había escondido una espada bajo su capa y que iba a sacarla en cualquier momento. De hecho, ya de entrada no podía explicarme por qué llevaba esa prenda encima. En primer lugar, hacía bastante calor, y por otra parte, en ese ambiente festivo parecía descortés y extravagante.

Lord Brompton sonrió encantado a todo el grupo, como si no hubiera percibido la hostilidad que se palpaba en el ambiente.

El conde dio un paso adelante.

—¡Lord Alastair, qué alegría! Aunque han pasado ya algunos años desde nuestro encuentro, nunca os he olvidado —dijo.

Como yo me encontraba detrás de Saint Germain, no podía verle la cara, pero me dio la sensación de que estaba sonriendo. Su voz sonaba cálida y jovial.

—Aún recuerdo nuestras conversaciones sobre la esclavitud y la moral y cómo me sorprendió que fuerais capaz de separar de una forma tan perfecta una cosa de la otra, igual que vuestro padre —El conde nunca olvida nada —dijo lord Brompton entusiasmado—. ¡Tiene un cerebro formidable! En los últimos días que he pasado en su compañía, he aprendido más que en toda mi vida anterior. ¿Sabíais, por ejemplo, que el conde está en disposición de fabricar piedras preciosas artificiales?

—Sí, estaba enterado de eso.

La mirada de lord Alastair se volvió aún más fría, si es que era posible, y su acompañante comenzó a respirar con dificultad, como alguien que está a punto de sufrir un ataque de locura homicida. Me quedé con los ojos clavados en su capa, totalmente fascinada.

—La ciencia no es precisamente la afición favorita de lord Alastair, si no recuerdo mal —dijo el conde—. Oh, qué descortesía por mi parte. —Dio un paso a un lado para que el lord pudiera vernos a Gideon y a mí—. Quería presentaros a estos dos encantadores jóvenes. En realidad, para ser sincero, esa es la única razón de que hoy me encuentre aquí. A mi edad, uno evita las reuniones multitudinarias y se va pronto a la cama por la noche.

Al lord casi se le salieron los ojos de las órbitas al ver a Gideon.

Lord Brompton desplazó su voluminoso cuerpo para situarse entre Gideon y yo.

—Lord Alastair, ¿puedo presentarle al hijo del vizconde de Bat-ten? Y esta joven es la pupila del vizconde, la encantadora miss Gray.

Por dos motivos diferentes, mi reverencia resultó un poco menos respetuosa de lo que prescribía la etiqueta: primero porque temía por mi equilibrio, y luego porque el lord parecía tan arrogante que me olvidé del todo de que solo representaba a la pupila sin medios del vizconde de Batten. Pero es que yo misma era la nieta de un lord con un largo y glorioso linaje, y además la extracción social ya no desempeñaba ningún papel en nuestra época; se suponía que todos los hombres eran iguales, ¿no?

En cualquier otro momento, la mirada de lord Alastair me habría helado la sangre en las venas, pero el ponche era un anticongelante de lo más efectivo, y por eso reaccioné dirigiéndole a mi vez una mirada tan altiva como pude. De todos modos, durante un buen rato no me hizo ningún caso, concentrado como estaba en Gideon, al que no perdió de vista ni un momento mientras lord Brompton charlaba alegremente con nosotros.

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