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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

A barlovento (32 page)

–Bueno, lo entiendo, pero algunos pensamos que solo le importa en apariencia.

–¿Qué? Está diseñado para que le importe.

–No, está diseñado para que parezca que le importa. Con una persona sientes que te estás comunicando a un nivel animal.

–¿A un nivel animal?

–Sí.

–¿Y se supone que eso es bueno?

–Sí. Es una especie de comunicación de instinto a instinto.

–¿Así que no cree que al Centro le importe?

–No es más que una máquina.

–Como usted.

–Solo en el sentido más amplio. Me siento mejor hablando con otro ser humano. Algunos tenemos la sensación de que el Centro controla demasiado nuestras vidas.

–¿Ah, sí? Creí que si no querían tener nada que ver con él, podían.

–Sí, pero todavía sigues viviendo en el O, ¿no?

–¿Y?

–Bueno, rige el orbital, a eso es a lo que me refiero.

–Sí, bueno, alguien tiene que regirlo.

–Sí, pero los planetas no tienen a nadie que los rija. Están... ahí, sin más.

–¿Así que quiere vivir en un planeta?

–No. Creo que los encontraría un poco pequeños y extraños.

–¿No son peligrosos? ¿No los golpean cosas a veces?

–No, los planetas tienen sistemas de defensa.

–Y eso hay que manejarlo.

–Sí, pero no se trata de eso.

–Es decir, querría tener a alguien a cargo de cacharros como esos, ¿no? Daría miedo. Sería como en los viejos tiempos, como una barbarie o algo así.

–No, pero el caso es que, donde quiera que vivamos, podemos aceptar que algo tiene que encargarse de la infraestructura, pero no debería dirigir también tu vida. Por eso tenemos la sensación de que necesitamos hablar más entre nosotros, no con nuestras casas, o con el Centro, o con drones o algo así.

–Eso es muy raro. ¿Hay mucha gente como usted?

–Bueno, no, no muchos, pero conozco a unos cuantos.

–¿Tienen un grupo? ¿Celebran reuniones? ¿Ya tienen algún nombre?

–Bueno, sí y no. Ha habido muchas ideas para nombres. Se ha sugerido que nos hiciéramos llamar los fastidiosos, o los defensores de la célula, o los carbonófilos, o los rechacistas, o los defensores del borde, o los cerquistas, o los planetistas, o los wellianos, o los circunferencistas o los circunferencianos, pero creo que no deberíamos adoptar ninguno de esos.

–¿Por qué no?

–Los sugirió el Centro.

–... Perdón.

–¿... Quién era ese?

–El embajador homomdano.

–Un poco monstruoso, ¿no le parece? ¿Qué? ¿Qué?

–Tienen muy buen oído.

–¡Eh! ¡Compositor Ziller! Se me olvidó preguntarle. ¿Qué tal la obra?

–... Trelsen, ¿no?

–Sí, claro.

–¿Qué obra?

–Ya sabe. La música.

–Música. Ah, sí. Sí, he escrito mucho de eso.

–Oh, deje de tomarme el pelo. Bueno, ¿cómo va?

–¿Quiere decir en general o tiene alguna obra en particular en mente?

–¡La nueva, por supuesto!

–Ah, sí, por supuesto.

–¿Y?

–¿Quiere decir en qué etapa de preparación se encuentra la sinfonía?

–Sí, ¿cómo va?

–Bien.

–¿Bien?

–Sí. Va bien.

–Ah. ¡Genial! Bien hecho. Estoy deseando oírla. Estupendo. Sí.

–... Sí, que te follen entre la multitud, cretino. Espero no haber utilizado demasiados términos técnicos... Ah, hola, Kabe. ¿Sigue aquí? Bueno, ¿y cómo está?

–Estoy bien. ¿Y usted?

–Acosado por idiotas. Menos mal que ya estoy acostumbrado.

–Mejorando lo presente, espero.

–Kabe, si pudiera sufrir con alegría a un solo idiota, le aseguro que sería usted.


Mmm.
Bueno, me lo tomaré como espero que lo dijera en lugar de como sospecho. La esperanza es una emoción mucho más agradable para el espíritu que la sospecha.

–Su reserva de cortesía me asombra, Kabe. ¿Cómo estaba el emisario?

–¿Quilan?

–Creo que ese es el nombre al que responde.

–Se ha resignado a una larga espera.

–He oído que se lo llevó usted de paseo.

–Por el sendero de la costa de Vilster.

–Sí. Todos esos kilómetros de caminos por las cimas de los acantilados y ni un solo resbalón. Casi inverosímil, ¿no le parece?

–Ha sido un agradable compañero de paseo y parece una persona decente. Un poco arisco, quizá.

–¿Arisco?

–Reservado y callado, bastante serio, hay una especie de quietud en él.

–Quietud.

–Ese tipo de quietud que hay en el centro del tercer movimiento de
Noche de tormenta,
cuando los instrumentos de viento de acero se callan y los contrabajos sostienen esas notas largas y descendentes.

–Ah, una quietud sinfónica. ¿Y se supone que esa silenciosa afinidad con una de mis obras tiene que granjearle mis simpatías?

–Ese era todo mi propósito.

–Es usted todo un proxeneta sin escrúpulos, ¿verdad Kabe?

–¿Lo soy?

–¿No siente la menor vergüenza al cumplir así sus órdenes?

–¿Las órdenes de quién?

–Las del Centro, la Sección de Contacto, la Cultura en general, por no mencionar mi propia y encantadora sociedad y su espléndido gobierno.

–No creo que su gobierno me esté ordenando hacer nada.

–Kabe, usted no sabe qué clase de ayuda le pidieron o exigieron a Contacto.

–Bueno, yo...

–Oh, por favor.

–¿He oído a alguien mencionar nuestros nombres? Ah, compositor Ziller. Embajador Ischloear. Queridos amigos, qué alegría verles.

–Tersono. Estás de lo más elegante.

–¡Gracias!

–Y, como siempre, has reunido a una multitud muy agradable.

–Kabe, eres una de mis veletas más importantes, si me permites elevarte y reducirte al mismo tiempo. Confío plenamente en ti para que me digas si algo está yendo bien de verdad o si la gente se limita a ser educada, así que me alegro de que me digas eso.

–Y Kabe se alegra de que tú te alegres. Le estaba preguntando por nuestro amiguito chelgriano.

–Ah, sí, el pobre Quilan.

–¿Pobre?

–Sí, ya sabe, su mujer.

–No, no lo sé. ¿Qué? ¿Tan horrenda es?

–¡No! Está muerta.

–Un estado que pocas veces contribuye a mejorar el aspecto.

–¡Ziller! ¡Por favor! El pobre tipo perdió a su mujer en la guerra de Castas. ¿No lo sabía?

–No.

–Creo que Ziller ha sido tan diligente a la hora de evitar saber nada del comandante Quilan como yo lo he sido a la hora de enterarme de todo.

–¿Y tú no has compartido esos conocimientos con Ziller, Kabe? ¡Qué vergüenza!

–Mi vergüenza parece ser un tema muy popular esta noche. Pero no, no los he compartido. Quizá estuviera a punto de hacerlo antes de que tú llegaras.

–Sí, fue una auténtica tragedia. No llevaban casados mucho tiempo.

–Al menos podrán reunirse en la absurda blasfemia de nuestro Cielo prefabricado.

–Al parecer no. El implante de su mujer no pudo salvar su personalidad. Se ha ido para siempre.

–Qué falta de consideración. ¿Y qué hay de los implantes del comandante?

–¿Qué pasa con ellos, mi querido Ziller?

–¿Qué son? ¿Han comprobado si tiene alguno poco habitual? Esa clase de cosas que los agentes especiales, los espías y los asesinos suelen tener. ¿Y bien? ¿Lo han revisado en busca de ese tipo de cosas?

»... Se ha callado. ¿Cree que está roto?

–Creo que se está comunicando con otra parte.

–¿Es eso lo que quieren decir esos colores?

–Me parece que no.

–Eso es solo gris, ¿no?

–Creo que el término técnico es bronce de cañón.

–¿Y eso es magenta?

–Más bien violeta. Aunque, por supuesto, sus ojos son diferentes de los míos.


Ejem.

–Ah, ha vuelto.

–Así es. La respuesta es que al emisario Quilan lo examinaron varias veces cuando venía hacia aquí. Las naves no permiten que nadie suba a bordo sin inspeccionarlo antes para ver si lleva algo que pueda ser peligroso.

–¿Estás seguro?

–Mi querido Ziller, ha viajado en lo que de hecho son tres naves de la Cultura. ¿Tiene idea de lo nanoescópicamente fanáticas que son cuando se trata de higiene y daños potenciales?

–¿Y qué hay de su Guardián de Almas?

–No lo han examinado de forma directa, eso implicaría leer sus pensamientos, que es una auténtica falta de educación.

–¡Ya!

–¿Ya, qué?

–A Ziller le preocupa que el comandante esté aquí para secuestrarlo o matarlo.

–Eso sería ridículo.

–No obstante.

–Ziller, mi querido amigo, por favor, si eso es lo que lo obsesiona, no tiene nada que temer. El secuestro es... bueno, no puedo decirle hasta qué punto es improbable. Y el asesinato... No. El comandante Quilan no ha traído con él nada más dañino que una daga de ceremonias.

–¡Ah! Así que es posible que me den muerte como en una ceremonia. Eso ya es diferente. Podemos vernos mañana mismo. Podríamos ir de acampada. Compartir una tienda. ¿Es gay? Podríamos follar. Yo no lo soy, pero ya hace tiempo que no lo hago, aparte de con las huríes con la que me hace soñar el Centro.

–Kabe, deja de reírte, no deberías animarlo. Ziller, la daga es una daga, nada más.

–¿Entonces no es un cuchillo misil?

–No es un cuchillo misil, ni siquiera disfrazado o en forma de recuerdo. Es un simple objeto sólido de acero y plata. Poco más que un abrecartas, en realidad. Estoy seguro de que si le pidiésemos que lo dejara...

–¡Olvídate de esa estúpida daga! Quizá sea un virus, una enfermedad o algo así.


Mmm.

–¿Qué quieres decir con eso de
«Mmm»?

–Bueno, nuestra medicina alcanzó la perfección hace unos ocho mil años y hemos tenido todo ese tiempo para acostumbrarnos a evaluar a las otras especies con rapidez y comprender toda su fisiología, así que cualquier enfermedad normal, hasta las nuevas, son incapaces de inocularse gracias a las defensas del cuerpo y desde luego están indefensas por completo contra los recursos médicos externos. Sin embargo, es cierto que alguien desarrolló en cierta ocasión un virus genético con una clave de apertura que pudría el cerebro y que funcionaba tan rápido que resultó eficaz en más de una ocasión. Cinco minutos después de que el asesino estornudara en la misma habitación que la víctima deseada, los cerebros de ambos (y solo esos) se convertían en sopa.

–¿Y?

–Bueno, buscamos ese tipo de cosas. Y Quilan está limpio.

–¿Así que aquí no hay nada salvo su persona, pura y celular?

–Aparte de su Guardián de Almas.

–Bueno, ¿y qué hay de ese Guardián de Almas?

–Es un simple Guardián, que nosotros sepamos. Desde luego es del mismo tamaño y tiene una apariencia externa parecida.

–Una apariencia externa parecida. ¿Que vosotros sepáis?

–Sí, es...

–Y estas personas, mi querido amigo homomdano, se han ganado la fama de ser los más concienzudos de toda la galaxia. Increíble.

–¿Era por ser concienzudos? Yo pensaba que era por la excentricidad. Bueno, ya lo ve.

–Ziller, permítame contarle una historia.

–Oh, ¿no queda más remedio?

–Eso parece. Una vez a alguien se le ocurrió que podía ser más listo que la seguridad de Contacto.

–¿Números de serie en lugar de nombres de naves ridículos?

–No, pensaron que podían entrar de contrabando una bomba a bordo de una UCG.

–Me he encontrado con una o dos naves de Contacto. Confieso que a mí también se me ha ocurrido esa idea.

–Lo que hicieron fue crear un humanoide que parecía tener una forma de defecto físico llamado hidrocefalia. ¿Ha oído hablar de esa enfermedad?

–¿Agua en el cerebro?

–El fluido llena la cabeza del feto y el cerebro crece embarrado por una fina capa que rodea el interior del cráneo del adulto. No es algo que se vea en una sociedad desarrollada, pero tenían una excusa plausible para que este individuo lo padeciera.

–¿Era la mascota de un sombrerero?

–Un profeta sabio.

–Casi acierto.

–El caso es que este individuo llevaba una pequeña bomba de antimateria en el centro del cráneo.

–Oh. ¿Y no la iban a oír dando topetazos cuando agitara la cabeza?

–El recipiente de contención estaba sujeto con un monofilamento atómico.

–¿Y?

–¿No lo ve? Creían que al esconderla dentro del cráneo, rodeada por el cerebro, estaría a salvo de cualquier escáner de la Cultura porque tenemos fama de no mirar dentro de la cabeza de la gente.

–Así que acertaron, funcionó, la bomba voló la nave en mil cachitos ¿y se supone que yo tengo que sentirme más tranquilo por eso?

–No.

–Ya me parecía que no.

–Se equivocaron, se observó la presencia del mecanismo y la nave siguió su camino con toda serenidad.

–¿Qué pasó? ¿La bomba se soltó, el chico estornudó y le salió con un chasquido embarazoso?

–Un escáner normal de la Mente examina algo desde el hiperespacio, desde la cuarta dimensión. Una esfera impenetrable parece un círculo. Las habitaciones cerradas son totalmente accesibles. Usted y yo le pareceríamos planos.

–¿Planos?
Mmm.
He tenido ciertos críticos que han debido de tener acceso al hiperespacio. Es obvio que debo muchas disculpas. Maldita sea.

–La nave no leyó el cerebro de la desafortunada criatura, no le hacía falta examinarlo con tanto detalle, pero era obvio que llevaba una bomba, igual que si se la hubiera colocado encima de la cabeza.

–Tengo la sensación de que esto no es más que una forma muy prolija de decirme que no me preocupe.

–Si he sido prolijo, me disculpo. Solo intentaba tranquilizarlo.

–Considérame tranquilizado. Ya no me imagino que ese mierda está aquí para asesinarme.

–¿Entonces lo va a ver?

–Desde luego que de ninguna de las putas maneras.


Se acabó todo eso de ser amables y negociar.

–Sí. Me gusta. ¿Unidad Ofensiva?

–Por supuesto.

–Tenía que serlo.

–Sí. Te toca.


No es problema mío.


Mmm.


¿«Mmm»?
¿Solo «Mmm
»
?

–Sí, bueno. A mí no me va. ¿Qué tal
Carece del pequeño detalle de un temperamento que encaje?

–Un poco oscuro.

–Bueno, a mí siempre me ha gustado.

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