Agentes del caos II: Eclipse Jedi (34 page)

Read Agentes del caos II: Eclipse Jedi Online

Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

—Un tipo con buenos contactos. El ryn fue arrestado en el Campo 17 cuando llegó con un humano buscando a sus compañeros de clan. Pero resultó que ya habían salido del planeta falsificando un permiso de embarque.

—Quizá fue algo deliberado…, quiero decir, que apareciera el ryn y que se dejase arrestar.

—Imposible, el ryn no podía saber que lo traeríamos aquí. Además, no pudo añadir nada a lo que su compañero ya sabía antes de aparecer en la entrada principal. Tenemos gente revisando los controles del espaciopuerto para saber cómo y cuándo llegaron a este planeta, pero algo interfiere con el acceso a los bancos de datos de inmigración.

—¿Algo o alguien? —se interesó el jefe—. Yo diría que tienen compañeros y que la conspiración es más amplia de lo que parece.

Bow apretó los labios y no dijo nada.

El jefe recuperó los hologramas del humano grabados en la puerta principal y por los escáneres de seguridad de las instalaciones de mejoras del producto, junto a los del identificador de la sala de control del quinto piso.

—La barba y los rasgos faciales parecen bastante reales —dijo tras estudiar los holos unos instantes.

—Quítale la barba y la gorra —pidió Bow frotándose la barbilla. Ambos hombres estudiaron los holos un momento más.

—Me resulta familiar —dijo el jefe—, pero no puedo situar la cara.

—Bueno, el hecho es que actúa como agente de alguien.

—¿Un rival de Salliche? ¿Quizá la Nebulosa de Consumibles? Bow se encogió de hombros.

—Cambia de dirección —dijo el jefe de repente, volviendo a las cámaras del satélite—. Se dirigen hacia el este.

Los dos hombres vieron cómo el deslizador robado entraba en otro campo de grano. Entonces, sin previo aviso, volvió a cambiar de dirección, dejando el campo, por lo que Bow creyó inicialmente que era un camino de servicio. Ninguno de sus perseguidores lo siguió.

—¿Qué pasa? —ladró.

—¡Hijo de un láser! —exclamó el jefe—. No es ninguna carretera, se han dejado caer en uno de los canales de irrigación… ¡Están por debajo de los escáneres de superficie de los deslizadores! Nuestros chicos no tienen ni idea de dónde se han metido.

—¡Entra en los sistemas de regadío y cierra las compuertas de los canales!

—Estoy en ello —confirmó el jefe.

Bow cambió a las cámaras del satélite a tiempo de ver cómo el deslizador de los saboteadores pasaba a través de una compuerta que se cerraba en ese momento, saltaba por encima de la siguiente y giraba en redondo por un cauce mucho más ancho.

—Es un canal de desagüe —explicó el jefe—. Termina en el río, más allá del Campo 17. Si se dan prisa, los perderemos.

Estaba a punto de pulsar los controles de mando de la acequia cuando Bow lo detuvo.

—No, no cierres las compuertas… todavía. Deja que crea que tiene tiempo —prestó atención a la imagen vía satélite—. Amplía la imagen —cuando el jefe lo hizo, pudieron comprobar que el deslizador había perdido su parabrisas retráctil. Se veían espigas rotas en la redondeada proa y entre los asientos, y tenía el interior medio lleno de granos.

—¿A qué velocidad crees que van?

El jefe estudió la imagen.

—El canal no sólo es más ancho, sino el doble de profundo, así que diría que está forzando los motores al máximo. Digamos que a unos doscientos.

—¿Cuánto falta para la próxima compuerta?

—Quizá un kilómetro.

—¿Cuánto tarda en cerrarse?

—Apenas un segundo.

Bow sonrió abiertamente.

—Mantén el dedo en el interruptor. Ya te diré cuándo.

—Es como jugar a Barreras de Muerte.

Bow contempló atentamente la pantalla un segundo y gritó:

—¡Ahora!

Intentando frenar desesperadamente, el deslizador embistió la compuerta. La fuerza del impacto lanzó al humano y al ryn fuera del aparato, por encima de la compuerta, hasta el canal que seguía más allá.

—Los tenemos —exclamó el jefe con excitación.

—Ponme con el equipo de persecución.

Mientras establecía la comunicación, el jefe dijo:

—Tengo una forma mejor de acabar con ellos —activó su comunicador—. Con control climático.

Bow frunció el ceño, pero sonrió en cuanto comprendió lo que tramaba el otro.

—Bonito toque.

—Bueno, de todas formas necesitamos un poco de lluvia —aceptó el jefe, encogiéndose de hombros.

El barro los salvó. Sólo tenía treinta centímetros de profundidad, pero era blando como un puré. Han, tras volar diez metros por los aires y aterrizar de bruces, abrió un profundo surco mientras resbalaba por el centro del canal. Mejor equipado para realizar acrobacias, Droma ejecutó un triple salto mortal y cayó de pie, deslizándose por la resbaladiza superficie como un surfista experto.

Han reapareció en la superficie escupiendo agua amarronada, pero fue Droma quien protestó primero.

—Estaremos más seguros en el canal de desagüe, dijiste tú. Creo que no, dije yo, tenemos que seguir en los conductos de irrigación. Confía en mí, dijiste tú. Evita las compuertas, dije yo. ¿Dónde está entonces la diversión?, dijiste tú…

—Deja de quejarte —cortó Han—. ¿O te has acostumbrado tanto al estiércol que te molesta un poco de barro?

Droma ayudó a Han a ponerse en pie y echó un vistazo a su alrededor. Como si el barro no bastara, los muros de permeocemento del canal tenían más de cuatro metros de altura.

—¿Y ahora qué? No podemos escalarlos.

—Será mejor que nos quedemos aquí abajo. Avanzar por esos campos sembrados sería muy lento. —Han se quitó el mono verde pálido y la chaqueta de negocios y los tiró a un lado. Usó los dedos para intentar librarse del barro que le cubría frente y barba—. ¿Qué muestra el mapa?

—¿Quieres decir antes de que te estrellases?

—No me estrellé —replicó Han, ceñudo—. Alguien sabía cuándo cerrar esa compuerta. —Miró al cielo, que parecía más oscuro que un momento antes—. Pueden vernos. Seguramente con cámaras satélite.

Droma bajó la mirada buscando la de Han. Entonces señaló en la dirección que seguían antes de la colisión.

—Apenas faltan un par de kilómetros para llegar al río. No será muy difícil seguirlo hasta el Campo 17.

—Perfecto. Si nos dejamos llevar por la corriente, llegaremos al campo de refugiados. Y desde allí podremos acceder al espaciopuerto.

—Donde Salliche tendrá un ejército de guardias preparado y donde todos los escáneres se pondrán a aullar en cuanto presentemos una tarjeta de identificación.

—No te preocupes por eso. Tenemos amigos que nos ayudarán a llegar hasta el
Halcón.

Droma dejó de retorcer su bigote para escurrirlo.

—¿Sin pasar por los controles de Ruan?

Han sonrió satisfecho.

—Pasando por debajo de ellos —intentó dar un paso en el barro y su pie dejó escapar un sonido de succión—. En marcha.

No habían recorrido ni trescientos metros cuando un rugido profundo retumbó sobre sus cabezas.

—¿Qué diablos ha sido eso? —preguntó Han.

Droma hizo un gesto desmoralizado.

—Es la estación de control del clima. Salliche la conecta un par de veces al día.

Han vio cómo las nubes grises se arremolinaban sobre sus cabezas. Giró sobre sí mismo estudiando los muros que delimitaban el canal. No llegarían al borde ni aupándose uno sobre los hombros del otro.

—Tenemos que volver a la compuerta —dijo de repente.

—¿Qué? —Droma miró a Han como si estuviera loco.

—La compuerta es nuestra única oportunidad de escalar hasta arriba.

—¿No habías dicho que era mejor seguir aquí abajo.

Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer sobre ellos.

—Salliche está preparando una tormenta. Planean ahogarnos.

Droma tragó saliva.

—Pero los deslizadores que nos perseguían… ¡A estas alturas ya habrán llegado a la compuerta!

—Tienes razón —reconoció Han apretando los labios—. Pero tiene que haber como mínimo una compuerta más antes de llegar al río.

Corrieron, ayudándose mutuamente cuando uno de ellos resbalaba o se hundía en el barro. La lluvia se convirtió en un aguacero, y el nivel del agua embarrada ascendió rápidamente del tobillo a las rodillas. Tras ellos podían oír el ronroneo de los deslizadores acercándose. Pero, de repente, el sonido se convirtió en un rugido turbulento.

Han se detuvo bruscamente.

—¡Escucha! —gritó a Droma para que pudiera oírlo por encima del insistente repiqueteo de la lluvia.

Droma se detuvo unos metros más adelante.

—Creo que esto no me va a gustar.

Los dos miraron hacia atrás a la vez y vieron una pared de agua de tres metros de altura abalanzándose sobre ellos. Apenas tuvieron tiempo para volver a mirar hacia el río cuando el torrente los barrió, arrastrándolos consigo.

Capítulo 23

Más grande que la
Estrella de Muerte,
la estación
Centralia
pendía entre Talud y Tralus como un ominoso fantasma blanco grisáceo, extrayendo energía de la interacción gravitatoria de los llamados Mundos Dobles. La estación rotaba lentamente alrededor de un eje definido por dos gruesos cilindros polares, diseñada para actuar como una lente de gravedad capaz de dirigir estallidos amplificados de energía repulsora a través del hiperespacio, suficientes para capturar mundos distantes o destruir estrellas. Su superficie era un batiburrillo de estructuras en forma de bloques, algunas tan altas como rascacielos, y de puertos de acceso presurizados con forma de burbujas de fuerza y del tamaño de cráteres. Un desconcertante enredo de tuberías, cables y conductos se extendía en todas direcciones, serpenteando entre selvas de antenas parabólicas y formaciones cónicas y erizado de proyecciones. Uno de sus rasgos prominentes eran los restos de una nave espacial estrellada que se fundió con el casco y se convirtió en habitáculo.

—Fui la primera persona que saludó a tu tío Luke, a Lando Calrissian, a Belindi Kalenda y a Gaeriel Captison cuando subieron a bordo —dijo Jenica Sonsen a Anakin, Jacen y Ebrihim mientras un turboascensor que olía a pintura fresca los llevaba hacia el centro de la estación por un largo túnel rosa oscuro.

—Creo que la conocimos después, en Corellia —sugirió Jacen.

—Sí, es cierto. Me halaga que me recuerdes.

—La gravedad simulada está incrementándose —interrumpió Q-nueve en Básico, hablando por medio de un codificador de voz que el androide había adaptado para formar palabras como si fuera una boca—. Obviamente, el incremento es consecuencia de nuestro alejamiento del eje de rotación.

—Gracias, Q-nueve —dijo Ebrihim, en deferencia a la opinión del androide de que las máquinas tenían que ser útiles en todo momento y en todo lugar.

Sonsen sonrió ante el intercambio de palabras.

—Hace tiempo que intentamos dotar a
Centralia
de gravedad artificial, pero en el futuro próximo tendremos que depender de la gravedad centrífuga. Si conseguimos contribuir con éxito al esfuerzo de guerra, puede que la Nueva República nos dé por fin los fondos necesarios para conseguir que la estación deje de rotar. Pero los mrlssi han hecho maravillas incluso sin gravedad artificial para conseguir que Ciudad Hueca y muchas otras zonas sean completamente habitables.

Sonsen era una mujer hermosa y optimista, con el pelo negro rizado, una cara larga y delgada y unas cejas expresivas. Había quedado a cargo de la estación ocho años antes, tras las inesperadas llamaradas de
Centralia,
que no sólo habían destruido dos soles distantes mediante precisos disparos hiperespaciales, sino también incinerado a miles de colonos que vivían en Ciudad Hueca, mientras los supervivientes huían a Talud y Tralus buscando la seguridad que no encontraban en el satélite. Desde entonces dirigía el equipo cartográfico dedicado a mapear poco a poco el complejo interior del inmenso orbe, una tarea que la propia Sonsen dudaba poder completar dentro del lapso de su vida.

—¿Su equipo trabaja con los arqueólogos que fueron deportados? —preguntó Jacen.

—No fueron deportados, sólo se les alejó por su propia seguridad —explicó Sonsen frunciendo el ceño—. Pero sí, claro que trabajamos conjuntamente. Todas queremos aprender cuanto podamos sobre la especie que construyó
Centralia y
creó el sistema corelliano. Pero me temo que los arqueólogos se han equivocado al convertir su evacuación en un problema político. Si, como defiende el Partido de Centralia, hay que tratar a cada uno de los cinco mundos de Corell como una entidad separada, están sentando las bases para que esta estación —que tampoco es autóctona del sistema— también pueda ser considerada independiente. El resultado será que
Centralia
seguirá en manos de la Nueva República en el futuro.

Other books

Higher Ground by Becky Black
I Know What Love Is by Bianca, Whitney
Ringer by C.J Duggan
Mysterious Skin by Scott Heim
High Maintenance by Jamie Hill
The Ballad of Rosamunde by Claire Delacroix
Reckless by William Nicholson