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Authors: Cayla Kluver

Alera (4 page)

Galen miró en mi dirección, pues se había desconcentrado al cerrar yo la puerta, e inmediatamente se puso en pie.

—Mi reina —dijo, dedicándome una breve reverencia.

En ese momento, Steldor dirigió su atención hacia mí, aunque no se levantó. Saludé al sargento de armas con una inclinación de cabeza y, al mismo tiempo, miré de reojo a mi esposo sin saber si era o no era bienvenida.

—Quizá debería irme —dijo Galen al percibir la tensión que se había creado en la habitación—. Ya terminaremos nuestra partida en otro momento.

—Siéntate —le ordenó Steldor con brusquedad—. A Alera no le molestará. Le gusta que cualquier cosa o cualquier persona se interponga entre ambos.

No hice caso del comentario del Rey y, cogiendo mi libro, me dirigí a Galen con dulzura:

—Por favor, quédate. De todas maneras, pensaba leer.

—Créeme —añadió Steldor mientras señalaba el tablero de ajedrez—. Éste será el mejor momento de la noche.

A pesar de que mi intención inicial no había sido quedarme en la sala, decidí hacerlo, pues sabía que mi presencia molestaría a Steldor y, así, lo castigaría por sus rudos comentarios.

Galen, incómodo al verse atrapado entre dos fuegos, se sentó y los dos hombres retomaron la partida. Me dirigí hacia el sofá, esquivé la mesa que se encontraba delante de éste y me senté al lado de las habituales copas de vino y la jarra. Me quité los zapatos, me senté sobre el sofá de piel con los pies debajo de mi cuerpo y empecé a leer. Pero, al cabo de veinte minutos, Steldor me sacó de mi lectura.

—Alera, tráenos un poco de vino —ordenó en tono despreocupado.

Sentí una ola de indignación al ser interrumpida de esa forma, y me pregunté por qué no era capaz de ir él mismo a buscar el vino, o por qué tenía la necesidad de darme una orden en lugar de hacerme una petición. Mientras dudaba, Galen se puso en pie y se fue hasta la mesa sin dirigirnos ni una palabra. Llenó una de las copas y me la dio.

—Gracias, amable señor —dije, devolviéndole la gentileza con una sonrisa y disfrutando inmensamente de la irritación que se traslucía en el rostro de mi esposo, que fruncía el ceño.

—De nada —repuso Galen con una insinuación de sonrisa.

Luego llenó dos copas más, se colocó la jarra entre el brazo y el cuerpo y regresó al lado de Steldor. Con una expresión de disculpa, ofreció una de las copas a su mejor amigo.

—Siempre siento la necesidad de auxiliar a una dama en apuros —explicó en tono informal mientras volvía a sentarse.

Para mi sorpresa, Steldor se rió. Galen colocó la jarra sobre el suelo para poder continuar la partida.

Al cabo de unos minutos deposité la copa, todavía casi llena de vino, encima de la mesa de delante del sofá, pues aún no había desarrollado el gusto por el vino. Me levanté y me acerqué a los dos amigos.

—Buenas noches, caballero —dije intencionadamente, y miré a Galen antes de dirigir mi atención hacia Steldor—. Y buenas noches, esposo. Creo que voy a retirarme. —Ambos levantaron la mirada hacia mí, y yo me dirigí con calidez a nuestro invitado—: Me he alegrado de verte otra vez. Sin duda, has sido también la mejor parte de la noche para mí.

Dirigí una última mirada a Steldor y desaparecí hacia mi dormitorio, complacida con la expresión consternada con que acababa de dejar a mi marido.

—Es un poco guerrera, ¿no? —oí que decía Galen en tono casi de aprobación, mientras yo cerraba la puerta. Permanecí pegada a ella para oír la respuesta de mi esposo.

—Sí, se puede decir que es todo un reto. La reprendería por su insolencia, pero me temo que quizás esa sea su mejor cualidad.

Los dos hombres se rieron y yo me apoyé en la puerta, enojada con Steldor por hablar de mí en ese tono de desprecio ante su amigo, y decepcionada conmigo misma por el hecho de que eso me importara. Me preparé para meterme en la cama mientras maldecía las circunstancias en que me encontraba.

Si no hubiera sido por el egoísmo de mi padre y por su obstinación en verme solamente como una herramienta en los planes de los hombres, yo no me hubiera casado con Steldor.

El anterior rey había decidido hacía mucho tiempo que el hijo del capitán de la Guardia sería su sucesor, pues él no tenía ningún heredero varón, sin preocuparse por mi felicidad y sin tener en cuenta el hecho de que yo había entregado mi corazón a otro hombre.

Me sentía terriblemente vacía. Me senté en la cama y cometí la indulgencia de permitir que mis pensamientos se dirigieran hacia Narian, el misterioso hijo del barón Koranis y de la baronesa Alantonya. Mi padre había tenido miedo de ese joven y había albergado dudas acerca de su lealtad, pues Narian había sido secuestrado de niño y había crecido en Cokyria, el despiadado reino de las montañas que era enemigo nuestro desde hacía un siglo. Diez meses atrás, Narian había regresado al lado de su familia de Hytanica y pareció que los únicos ojos que no estaban empañados por el odio y la intolerancia eran los míos. Yo había sido capaz de ver a Narian tal como era: un joven con coraje y una mente independiente que había tenido que pagar el precio de muchas cosas que se encontraban fuera de su control. Él no podía hacer nada con respecto a su pasado, al igual que no podía evitar que sus intensos y profundos ojos azules me atravesaran y me tuvieran cautiva. Yo confiaba en él tanto como él confiaba en mí y me respetaba.

Suspiré profundamente, pues sentía un gran peso en el corazón. Me metí debajo de las sábanas con intención de leer un rato más para evitar que los pensamientos me invadieran. Y, a medida que la vela de la lámpara se iba fundiendo, mis párpados fueron cerrándose hasta que me quedé dormida con el libro entre las manos.

II

CASTIGO

—¿Mi señora? Señora.

La voz se filtraba en mis sueños y, lentamente, abrí los ojos y me di la vuelta sobre la cama para ver quién me hablaba.

—Mis disculpas, alteza —murmuró mi doncella personal, Sahdienne, que con su pelo rubio y su rostro redondo me contemplaba, de pie, desde la puerta.

—¿Qué hora es? —pregunté mirando las pesadas cortinas que cerraban el paso de la luz del sol.

—Las nueve y media, mi señora.

—¿Las nueve y media? — repetí, despertándome de golpe y poniéndome en pie—. Me he dormido. Deprisa, ayúdame a vestirme.

Sahdienne corrió hasta la ventana y abrió las cortinas. La fuerte luz del sol me obligó a entrecerrar los ojos.

—Ha venido un guardia con un mensaje, majestad —dijo Sahdienne en tono de disculpa, como si se arrepintiera del atrevimiento de haber despertado a la Reina, a pesar de lo tarde que era.

—¿Y cuál era el mensaje?

—Se ha solicitado que vayáis al gabinete del capitán de la Guardia tan pronto como sea posible.

Fruncí el ceño, perpleja, y Sahdienne se dirigió al armario para ayudarme a elegir el vestido.

—¿Te ha dicho por qué el mensajero?

—No, mi señora.

Sahdienne me ayudó a ponerme el vestido y luego, ante el espejo que había en mi elegante tocador, me cepilló el pelo oscuro y me hizo las trenzas. Pero cuando intentaba sujetármelas a la cabeza, la aparté, impaciente.

—No nos entretengamos. No debo hacer esperar a Cannan. Decidí aplazar el desayuno, así que me apresuré por el pasillo y no me detuve hasta llegar al rellano de la escalera. Una vez allí, me alisé la falda del vestido y descendí, ya más tranquila, por el tramo que quedaba a la izquierda. Cuando llegué abajo, entré por la puerta que quedaba debajo de la escalera en la antesala para dirigirme a la sala del Trono. El gabinete del capitán de la Guardia tenía la puerta en la pared este de la sala. El guardia que la custodiaba llamó al verme aparecer y, sin esperar respuesta, la abrió. En cuanto vi a los hombres que se encontraban hablando con el capitán, me detuve.

Había creído que Cannan querría hablar conmigo a solas, a pesar de que no tenía ni idea de cuál sería el motivo. Pero en la sala se encontraban Steldor, Galen, Destari y mi padre, lo cual significaba que estaba en presencia del capitán de la Guardia, del Rey, del sargento de armas y de un segundo oficial de la Guardia de Élite y del anterior Rey. Esos hombres no solamente resultaban imponentes, sino que en esos momentos tenían una expresión sombría. Me sentí como si acabara de penetrar en una habitación inundada de nubes de tormenta.

Cannan estaba sentado ante su escritorio, pues era quien dirigía la reunión. Steldor se encontraba a su izquierda, también frente a los demás. Al verme, todos se pusieron en pie, pero yo continuaba indecisa y nerviosa en presencia de una compañía tan sobrecogedora, sin saber cuál era el motivo de que me hubieran llamado.

—Entrad, majestad. Tomad asiento. Cannan señaló una silla de madera que se encontraba directamente enfrente de su escritorio y que me pareció una silla de interrogatorio, pues no había sido diseñada para que fuera cómoda. Galen y mi padre (que todavía iba vestido como rey Adrik, a pesar de que ya no era el soberano) se sentaron en unas sillas parecidas que quedaban a mi izquierda. Destari, el alto guardia de élite que algunas veces había sustituido a London como mi guardaespaldas, se encontraba a mi derecha y por la actitud que mostraba pensé que no estaba acostumbrado a relajarse en la oficina del capitán. Padre e hijo se habían vuelto a sentar en unos sillones de piel. Observé a Cannan, incapaz de imaginar el motivo por el que me había hecho venir: a las mujeres, en Hytanica, incluida la Reina, no se las consultaba en asuntos financieros, políticos ni militares.

—Hemos puesto al día a Steldor acerca de los esfuerzos que se están llevando a cabo para mantener a los cokyrianos a raya en el río —explicó el capitán, expeditivo—. Ha llegado el momento de contarle la importancia que tiene Narian para el enemigo.

Me quedé sin respiración y deseé con todo mi corazón no haberme despertado todavía y que todo eso no fuera más que una pesadilla. No quería hablar de Narian con ninguno de esos hombres, y mucho menos con mi padre o con Steldor. —London todavía no ha regresado de Hytanica —continuó Cannan en el mismo tono—. Es de vuestra incumbencia, y de la de Destari, contarnos lo mejor que podáis la leyenda de la luna sangrante.

—Entonces, que hable Destari —solté—. El conoce tanto como yo, o mejor, la leyenda.

Estaba segura de que Cannan adivinaba por qué yo decía eso, pero lo pasó por alto y miró al segundo oficial, que se puso firme de inmediato.

—Descansa, y dinos todo lo que sepas.

—Sí, señor. El día del torneo, el pasado mes de octubre, London vino a vernos a mí y a Alera para hablar de un asunto urgente. Nos dijo que tenía sospechas sobre Narian, y que había ido a Cokyria para averiguar todo lo posible acerca de su infancia allí. Mi padre se mostró asombrado al oír esas noticias, e incluso los demás hombres, militares todos parecieron impresionados ante la valiente y arriesgada iniciativa de London. Me di cuenta de que ningún otro hombre se hubiera atrevido a aventurarse en la fortaleza del enemigo.

—Durante su estancia allí —continuo Destari con su voz profunda y vibrante—, averiguó que existía, una antigua leyenda de la luna sangrante, que predecía la caída de nuestro reino. La leyenda repetía lo que dice nuestra propia tradición acerca de que el primer rey santifico nuestra tierra con la sangre de su hijo menor para proporcionar a Hytanica una protección permanente ante sus enemigos. Pero su leyenda afirmaba que un niño hytanicano nacería durante una luna sangrante, y que ese niño sería marcado por la luna y tendría el poder de derrotar a nuestro reino. Durante los últimos meses de la guerra, hace diecisiete años, hubo una luna sangrante y los cokyrianos secuestraron a todos los bebés varones de nuestro país. Todos los que se llevaron fueron asesinados, excepto uno, el joven a quien ahora conocemos con el nombre de Narian. Estoy seguro de que todos sabéis que tiene una extraña marca de nacimiento con forma de luna creciente, pues eso fue lo que lo identificó como hijo del barón Koranis. London cree que Narian es el chico de quien habla la leyenda, que Narian ha sido entrenado por el Gran Señor para destruir Hytanica.

Después de las palabras de Destari se hizo un largo silencio. Me sentí aliviada al ver que la atención de todos se había centrado en el Rey, que, con el ceño fruncido, todavía estaba procesando esa información.

—¿Y cuándo supisteis el rey Adrik y tú todo esto? —preguntó Steldor finalmente, mirando a mi padre, después de deducir que London, Destari y yo habíamos retenido esa información durante bastante tiempo.

—Tres meses después, el día en que Narian se marchó de Hytanica —respondió Cannan en tono informativo y sin mostrar ningún signo de malestar por haber estado tanto tiempo sin ser informado—. Mandamos a buscarlo poco después de que London se reuniera con nosotros, y fue entonces cuando descubrimos que chico había huido.

—¿Por qué London comunicó esa información a Alera?

—Porque pensaba que ni el capitán ni el rey creerían en su palabra después de que lo hubieran despedido de su cargo. Además, quería ponerla sobre aviso, a causa de su amistad con el joven.

—¿Y ella se apartó de él? —inquirió Steldor con ojos perspicaces; inmediatamente sospeché que ya conocía la respuesta a esa pregunta.

Destari dudó un instante al ver la expresión de Steldor, pero al final respondió directamente.

—No, majestad, no lo hizo.

No quería encontrarme con la mirada de ninguno de esos hombres, así que me concentré en aquietar el temblor de mis manos, lo cual siempre delataba el grado de incomodidad que sentía. En ese momento, la ansiedad empezaba a adquirir la dimensión del pánico. No recordaba haber vivido ninguna otra situación en la que hubiera deseado tan desesperadamente escapar, pero el capitán no tenía ninguna intención de concederme un indulto.

—Es imprescindible que sepamos a quién es leal Narian. Alera, parece que vos y él erais amigos. ¿Qué podéis decirnos al respecto?

Dirigí toda mi atención hacia Cannan y empecé a hablar sin ni siquiera pensar en lo que decía. Solamente deseaba terminar esa conversación, así que le dije todo lo que pude, y tan deprisa como fue posible, sin perder en ningún momento la dolorosa conciencia de que tenía los ojos de Steldor clavados en mí.

—Él hablaba pocas veces de su vida en Cokyria, y yo siempre pensé que debía de haber sido una vida muy dura. En cualquier caso, él no deseaba regresar. Una vez me dijo que detestaba que hubieran decidido cuál sería el curso de su vida, pero también me dijo que si alguna vez volvía a Cokyria le resultaría muy difícil resistirse al Gran Señor. A pesar de ello, creo que él no cumplirá lo que dice la leyenda, si puede...

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