Read Alera Online

Authors: Cayla Kluver

Alera (50 page)

Cannan contempló las llamas un momento. Me pregunté por qué me contaba eso. Luego me miró a los ojos y continuó:

—En vos lo veo a él, Alera. Vos tenéis su mismo espíritu. Por eso podéis hacer esto. No os acobardaréis ante el Gran Señor; le demostraréis la fuerza que hay en nuestro reino, en la sangre de nuestra familia real. Le provocaréis un segundo de incertidumbre que será el que abrirá las puertas de nuestra victoria.

Me miró a los ojos. Luego se levantó y regresó al lado de Steldor. Todas las dudas que me habían invadido desaparecieron, y supe que al día siguiente sería capaz de enfrentarme al Gran Señor con dignidad. No podía decepcionar a esos hombres tan valientes.

Las palabras de Cannan y la confianza que tenía en mí me acompañaron al amanecer, cuando salimos en dirección a un claro del bosque que quedaba al oeste de la ciudad de Hytanica. London había elegido cuidadosamente ese lugar, pues estaba lo bastante cercano para que el viaje resultara cómodo y, al mismo tiempo, lo bastante lejos para impedir que alguien descubriera nuestra cueva. También quería disponer de un punto elevado desde donde vigilar el claro, pues no confiaba lo más mínimo en el Gran Señor. Galen, que era conocido por su habilidad con el arco, se dirigía a tomar posición para protegernos.

El encuentro iba a tener lugar a mediodía, y London estaba seguro dos cosas: de que el Gran Señor asistiría a la cita y de que no convenía llegar con retraso. Al igual que London, yo llevaba puesto un pantalón y un jubón de piel, y me abrigaba con una capa. Con el pelo corto y esas ropas grandes seguro que parecía más un chico que una reina.

Recorrimos la mitad de la distancia a caballo y el resto lo hicimos a pie, pues no queríamos dejar ningún rastro que pudiera conducir a nuestro escondite. El guardia de elite observó el claro en que nos íbamos a reunir, que tenía unos trescientos metros y estaba cubierto de hojas y nieve. Los árboles lo rodeaban, casi todos robles y olmos, y había pocos pinos. La maleza era tan densa que resultaba difícil atravesarla. Nos pusimos a cubierto en un punto desde donde podíamos ver el claro y esperamos. Estuvimos esperando casi una hora. Nos habíamos cubierto con las capuchas de las capas, pues empezamos a tener frío a causa de la inmovilidad. Al final, oímos el golpeteo de unos cascos de caballo. De repente me pareció que el corazón iba a estallarme, pero me esforcé por respirar con regularidad. Estaba decidida a mostrarle al Gran Señor la fortaleza de nuestro reino. Aunque todavía no podía ver a nuestros enemigos, me di cuenta de que eran más de un caballo y un jinete los que se acercaban.

—¡Creí que vendría solo! —murmuré.

London se llevó un dedo a los labios para que me callara e, inmediatamente, oímos una poderosa voz.

—¡Te escondes de mí como un cobarde! Sal y ponte a la vista, London. Sé que estás ahí.

London se puso en pie con valentía. Sentí el sabor de la bilis en la garganta y deseé tumbarme en el suelo y desaparecer, pero concentré todas mis fuerzas en seguir su ejemplo y me quité la capucha al mismo tiempo que lo hacía él. Delante de nosotros, dos cokyrianos vestidos de negro desmontaban de sus caballos. Me di cuenta de que uno de ellos era Narian, y el corazón se me aceleró de nuevo. El otro hombre era alto, llevaba una túnica negra encima de una cota de malla y muñequeras de acero, y sus hombros eran tan anchos que nos tapaban la luz del sol. Pero no era un hombre tan pesado como yo me había imaginado. Más bien al contrario: sus movimientos eran ágiles, extrañamente elegantes. Se encontraba de pie al lado de su musculoso caballo negro. Tenía el cabello rojo como su hermana, pero lo llevaba más largo y recogido en la nuca. Sus ojos verdes también eran idénticos a los de ella, pero en su caso no sorprendían por su profundidad, sino por su dureza y crueldad. Los mismos árboles parecían encogerse de miedo a su alrededor, y el frío que procedía de su persona no era normal: era un frío que absorbía la vida de todo aquello con lo que entraba en contacto. Era la primera persona que veía que parecía completamente carente de humanidad.

Narian también había desmontado y se encontraba a pocos metros de su señor. Su caballo, un zaino, era ligeramente más pequeño que el del Gran Señor. También tenía un aspecto poderoso, pero su estatura y su comportamiento no eran tan intimidantes como los del Gran Señor. Éste tenía algo que hacía que todo a su alrededor temblara y se encogiera.

—Eres tú —dijo en tono de burla el Gran Señor, mirando a mi compañero con el ceño fruncido.

—Sí —repuso London con frialdad—. Y por ello podéis estar seguro de que nada de esto es un engaño.

El Gran Señor soltó un bufido irónico y, de repente, extendió el brazo hacia London.

Al instante, el segundo oficial soltó un grito y cayó al suelo sobre las rodillas y las manos. Me quedé helada, demasiado aterrorizada para reaccionar e ir en su ayuda. London se retorció de dolor, y solamente entonces su enemigo lo liberó.

—Debería haberte matado hace mucho tiempo —dijo.

London jadeaba, inmóvil, después de ese ataque. Sentí un fuerte deseo de huir, de salvarme sin importarme si abandonaba London, y probablemente lo habría hecho si no hubiera visto el brillo emocionado que Narian tenía en los ojos. No supe si era de orgullo, amor o admiración, pero fue suficiente para que me quedara quieta. Lo miré, intentando absorber parte de su fuerza, y sentí que recuperaba la confianza en mí misma. El Gran Señor había empezado a caminar de un lado a otro delante de nosotros, pero no se acercó. Este pequeño detalle me hizo saber que todavía teníamos la situación en nuestras manos. El señor de la guerra estaba furioso, pero no se arriesgaría a perder la vida de su hermana.

Me puse delante de London para dirigirme a nuestro enemigo, desafiante.

—¿Y quién eres tú? —preguntó él con desdén.

—Soy la reina de Hytanica —respondí con voz firme y la cabeza alta—. La vida de la Alta Sacerdotisa está en mis manos. ¿Negociaréis para salvarla?

Fue evidente que al Gran Señor le invadió una gran cólera, pero dejó de ir de un lado a otro y me observó, buscando una señal de debilidad. Lo único que encontró fue mi hostilidad.

—Tened cuidado con lo que pedís. Mi negociación tiene un límite.

Intentaba intimidarme para mantener el control de la situación. Pero me di cuenta de que era una bravuconada, así que la voz no me tembló:

—Mi reino ha caído, pero miles de mis compatriotas todavía están con vida. Dejadlos salir libremente de la ciudad, hasta el último, y yo perdonaré la vida de vuestra hermana.

El Gran Señor esbozó una desagradable sonrisa y soltó un gruñido.

—Queríais las tierras de Hytanica, no a su gente. Mi petición es razonable —continué.

Esperé, casi mareada ante mi propio atrevimiento, mientras él reflexionaba con el ceño fruncido. London se puso en pie y se colocó a mi lado, y su presencia reforzó mi petición.

—Mañana —dijo el Gran Señor, por fin—. Os daré una respuesta entonces.

Asentí con la cabeza.

—Muy bien.

London y yo permanecimos en el mismo sitio mientras Gran Señor y Narian regresaban a sus caballos y montaban de nuevo. Justo antes de desaparecer entre los árboles, el Gran Señor se volvió y dirigió sus malignos e inclementes ojos hacia mí:

—Pagaréis por esto —prometió.

Me quedé casi sin respiración por un momento.

Partimos poco después de que lo hiciera nuestro enemigo. London, aunque había dejado instrucciones claras en la nota que envió al Gran Señor y a pesar de que Galen vigilaba, no confiaba en que no nos siguieran, así que dimos un largo rodeo hasta llegar a la cueva, durante el cual no paró de mirar hacia atrás. Pero no tuvimos ningún problema, lo cual significaba que el Gran Señor nos había tomado en serio.

Al llegar, empecé a temblar, pues entonces el valor me abandonó y me di cuenta del gran mal al que me había enfrentado. A pesar de ello, creía que habíamos tenido éxito. Los hombres se reunieron alrededor del fuego para escuchar a London. Éste omitió el ataque que había sufrido de manos del Gran Señor y me atribuyó todo el mérito de la negociación.

—Me sentí mal de forma inesperada —dijo.

Me pregunté si después ofrecería a los demás una versión más cercana a la verdad de lo que había sucedido durante la negociación. Cuando terminó, todos se dispersaron. Las dudas que yo albergaba acerca de si había actuado correctamente ante el Gran Señor me abandonaron en cuanto London, por primera vez en semanas, me sonrió y se mostró casi seguro de que todo había salido según lo planeado.

XXVII

NO HAY POSIBILIDAD DE DESPEDIRSE

London partió a primera hora de la mañana, antes de la salida del sol, para encontrarse de nuevo con el Gran Señor. Dijo que no creía que fuera necesario que yo asistiera por segunda vez. A mí, ahora que sabía de qué era capaz ese hombre, no me gustaba que el segundo oficial se marchara solo, pero él prometió que todo iría bien y que regresaría al anochecer, si no antes.

Durante casi todo el día la Alta Sacerdotisa continuó sanando a Steldor. Yo permanecí sentada a cierta distancia de ellos, desconfiada y fascinada a la vez, pus no podía negar sus habilidades. La fiebre de Steldor había remitido, la infección disminuía, y él desertaba más a menudo. De vez en cuando Cannan lo animaba a comer y a beber, e incluso había intentado explicarle lo que Nantilam estaba haciendo, pero Steldor no reaccionaba, pues todavía le costaba acostumbrarse al hecho de estar vivo. Halias se encargaba de vigilar a la Alta Sacerdotisa, así que ya casi no montaba guardia; eran Galen y Temerson quienes se ocupaban de ello. Temerson nos sorprendió a todos con su resistencia. Después de lo que había visto, de las crueldades que había experimentado, se había hecho más fuerte y deseaba ayudar tanto como pudiera. Resultaba extraño verlo tan cambiado: incluso su leve tartamudez había desaparecido, lo cual era una señal de que ya no se sentía intimidado ante la vida.

Miranna, a diferencia de su amado, progresaba poco. Todo el rato estaba callada, retraida y completamente insegura del mundo en que se encontraba. Necesitaba descansar en un entorno estable para curarse, y justo en ese momento la situación era todo lo contario. Era una suerte que Temerson estuviera con nosotros, pues estaba contento de pasar horas a su lado. Galen, entre guardia y guardia, se ocupaba en afiliar y volver a afilar las armas que habíamos llevado y las que habían sido previamente almacenadas en la cueva. Que yo supiera, no había estado al lado de Steldor desde que su amigo había iniciado su increíble recuperación y por supuesto que Cannan y la Alta Sacerdotisa estaban al lado del Rev en todo momento, yo no sabía cuándo podría hacerlo. En cualquier caso, la recuperación de Steldor había animado mucho a Galen. Teniendo en cuenta las circunstancias en que nos encontrábamos, las cosas iban bien.

Cuando London regresó, el cielo ya había empezado a oscurecerse. Yo cocinaba un guiso para la cena, y Miranna estaba sentada cerca del fuego. Temerson montaba guardia, mientras que Galen vigilaba un rato a la Alta Sacerdotisa para que Cannan y Halias pudieran hablar, pues habían empezado a pensar que quizás hubiera algún problema. En cuanto London entró en la cueva, todos nos quedamos en un silencio expectante. Mi antiguo guardaespaldas parecía sano y salvo, y esbozaba una sonrisa extraña. Se colocó en medio de la cueva y se Pasó una mano por el cabello.

—La negociación ha cambiado —se limito a decir,

Su actitud, grave y extraña, hizo que todos esperaran en silencio. Me puse en pie.

—London, ¿qué sucede? —Pregunté, y me aclaré la garganta, pues mi voz había sonado ronca— ¿qué ha pasado?

—algo que no habíamos previsto. —London apretó los puños y cerró los ojos mientras inspiraba profundamente —: Debería haber sabido que el Gran Señor no aceptaría nuestras condiciones tan fácilmente.

Incluso la Alta Sacerdotisa estaba pendiente de sus palabras, y lo miraba con las cejas levantadas. Cannan y Halias se acercaron un poco a London, y Galen se puso en pie.

—¿Qué ha pasado? —dijo Cannan también en tono alarmado, pues sabía que eran malas noticias.

—El Rey Adrik y Lady Elissia… están vivos. El Gran Señor ofrece sus vidas a cambio de la Alta Sacerdotisa.

Noté que me quedaba lívida, y avancé un poco hacia London con paso inseguro, sin poder reprimir una exclamación de angustia que me pareció que provenía de otra persona.

—¿Los va a matar? —pregunté con voz ahogada.

London asintió con la cabeza.

—¡Pero no podemos permitir que lo haga!

Observé los rostros de los hombres que, solemnes, permanecían de pie a mi alrededor. La actitud que vi en ellos era cualquier cosa menos tranquilizadora.

—¡Tenemos que rescatarlos! —dije en tono más alto.

—Ahora ya los habrá llevado de vuelta al palacio —me dijo Halias—. Lo más probable es que estén en las mazmorras. No hay forma de llegar hasta ellos.

—La única manera de garantizar su liberación es entregar a la Alta Sacerdotisa, e incluso eso no nos da ninguna garantía —añadió London—. El Gran Señor no tiene corazón, y ahora que lo hemos enojado, no estará dispuesto a hacer un trato limpio.

—Por mucho que deseemos salvar a los antiguos reyes, no podemos entregar a la Alta Sacerdotisa a cambio de sus vidas solamente. Necesitamos un acuerdo más ventajoso —afirmó Cannan con firmeza.

Incluso yo sabía que, desde el punto de vista militar, tenía razón.

—¡No podéis permitir que mueran!

A pesar de que tenía esas mismas palabras en la punta de la lengua, no había sido yo quien las había pronunciado. Me volví y miré a mi hermana. Estaba de pie y nos miraba a todos con los ojos muy abiertos y una profunda expresión de terror. Estaba casi histérica, pero no fui a tranquilizarla, pues tuve la esperanza de que consiguiera que los demás entraran en razón.

—¡Después de todo lo que hemos perdido —continuo ella con la voz ahogada—, no podéis permitir que ellos también mueran!

Cannan y los dos oficiales la miraron con expresión comprensiva, pero no contestaron. Halias dijo, dirigiéndose a mí:

—No tenemos opción, Alera, lo siento. De verdad que lo siento. Pero estoy de acuerdo con el capitán. No podemos entregar a la Alta Sacerdotisa. Ella es lo único que tenemos— el tono de su voz era grave y tiste, y estaba claro que todo el mundo se sentía abatido.

—El Gran Señor es inteligente y sabe que no mataremos a su hermana a la ligera —añadió Cannan —va a atormentarnos todo lo que pueda. Le encantan estos juegos.

Other books

Breathless by Kathryn J. Bain
Alligators of Abraham by Robert Kloss
The Evil And The Pure by Darren Dash
Hot Spot by Susan Johnson
Hilda - The Challenge by Paul Kater
Jihadi by Yusuf Toropov
With My Little Eye by Gerald Hammond