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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (47 page)

—Mía sois, que este vuestro amigo no os defenderá ni a sí tampoco.

—Así me asemeja, dijo ella.

Don Florestán miró contra la otra doncella que sola a la fuente quedaba y viola muy triste y díjole:

—Doncella, si os pesa no os dejaría yo ende sola.

La doncella miraba contra el huésped y díjole:

—Aconséjoos que de aquí os vayáis, que bien sabéis vos que estos dos caballeros no son bastantes para os defender del que ahora vendrá.

—Todavía —dijo el huésped— quiero ver lo que avendrá, que éste mi caballo es muy corredor y mi torre muy cerca, así que no hay peligro ninguno.

—¡Ay! —dijo la doncella—, guardaos, que no sois más de tres y vos desarmado, y bien sabéis, para contra él, tanto es como nada.

Cuando esto oyó don Florestán hubo mayor cuita de llevar la doncella por ver aquél de quien tan altamente hablaba, e hízola cabalgar en otro palafrén, como a las otras, y el enano, que suso estaba, en el olmo, dijo:

—Don caballero, en mal punto sois tan osado que ahora vendrá quien vengará a sí y a los otros.

Entonces dijo a grandes voces:

—Acorred, señor, que mucho tardáis, y luego salió del valle donde los otros un caballero que. traía las armas partidas con oro y venía en un caballo bayo, tan grande y tan fiero que bastaría para un gigante, y el caballero era así muy grande y membrudo que bien parecía en él haber muy gran fuerza y valentía y venía todo armado, sin faltar ninguna cosa, y en pos de él venían dos escuderos. armados de arneses y cabellinas, como sirvientes, y traían sendas hachas en sus manos grandes y muy tajantes, de que-el caballero mucho se preciaba herir y dijo contra don Florestán:

—Está quedo, caballero, y no huyas, que no te aprovechará, que todavía conviene que mueras; pues muere como esforzado y no como hombre cobarde, pues por cobardía no puedes excusar.

Cuando Florestán se vio amenazar de muerte y hablar de cobarde fue tan sañudo que maravilla era, y dijo:

—Ven, cautiva, cosa y mala fuera de razón sin talle. Así me ayude Dios, yo te temo como a una gran bestia sin esfuerzo y corazón.

—¡Ay! —dijo el caballero—, cómo me pesa, que no seré vengado en cosa que en ti haga y Dios me mandase ahora que estuviesen ahí los cuatro de tu linaje que tú más precias, porque les cortase las cabezas contigo.

—De mí solo te guarda —dijo Florestán—, que yo haré con la ayuda de Dios que ellos sean excusados.

Entonces, se dejaron así correr las lanzas bajas y bien cubiertas de su escudo y cada uno había gran saña del otro, los encuentros fueron tan grandes en los escudos que los falsaron y asimismo los arneses fueron con la gran fuerza desmallados, y el gran caballero perdió las estriberas ambas y saliera de la silla si no se abrazara a las cervices del caballo y don Florestán que por el paso fuese a uno de los escuderos y trabóle de la hacha que tenía el otro en la mano y tiró por ella tan recio que a él y a la bestia derribó en el suelo y fue el caballero, que enderezándose en la silla, había tomado la otra hacha que el que la tenía fue presto a se la poner en las manos y ambas, las hachas, fueron alzadas e hiriéndose encima de los yelmos, que eran de fino acero y entraron por ellos más de tres dedos, y Florestán fue así cargado de golpe, que los carrillos le hizo juntar con el pecho y el gran caballero tan desacordado, que saliéndole la hacha de las manos quedó metida en el yelmo de Florestán, y no tuvo tal poder que la cabeza levantar pudiese de sobre el cuello del caballo y Florestán tornó por le herir y como así le tuvo tan bajo diole por entre el yelmo y la gorguera de la loriga en el descubierto tal golpe, que ligeramente le derribó la cabeza a los pies del caballo.

Esto hecho, fuese a las doncellas y la primera dijo:

—Cierto, buen caballero, tal hora fue que no creía que tales diez como vos no ganaran, como vos solo nos ganasteis, y derecho es que por vuestras nos tengáis.

Entonces llegó a él su huésped, que era caballero mancebo y hermoso como ya oísteis, y dijo:

—Señor, yo amo de gran amor a esta doncella y ella a mí había un año que aquel caballero que matasteis me la ha tenido forzada sin que ver me la dejase, y ahora que la puedo haber por vos, mucho os agradeceré que no os pese de ello.

—Ciertamente, huésped —dijo él—, si así es como lo decís, en mí hallaréis buen ayudador, pero contra su voluntad no la otorgaría a vos ni a otro.

—¡Ay, señor! —dijo la doncella—, a mí place y ruégoos yo mucho que a él me deis, que le mucho amo.

—En el nombre de Dios —dijo Florestán— yo os hago libre que a vuestra voluntad hagáis.

La doncella se fue con el huésped, siendo muy alegre. Galaor mandó tomar el gran caballo bayo que le pareció el más hermoso, que nunca viera, y dio al huésped el que él traía, y después entraron en su camino y las doncellas con ellos, y dígoos que eran niñas y hermosas, y don Florestán tomó para sí la primera y dijo a la otra:

—Amiga, haced por ese caballero lo que a él pluguiere, que yo os lo mando.

—¿Cómo —dijo ella—, a éste, que no vale tanto, como a una mujer que queréis dar, que os vio en tal cuita y no os ayudó? Cierto yo creo que las armas que él trae más son para otro que para sí, según es el corazón que en sí encierra.

—Doncella —dijo don Florestán—, yo os juro por la fe que tengo de Dios que os doy el mejor caballero que yo ahora en el mundo sé, sino es Amadís, mi señor.

La doncella cató a Galaor y viole tan hermoso y tan niño que se maravilló de aquello que de él oía y otorgóle su amor, y la otra a don Florestán, y aquella noche fueron albergar a casa de una dueña hermana del huésped donde se partieron y ella les hizo todo el servicio que pudo desde que supo lo que les aviniera.

Allí holgaron aquella noche y a la mañana tornaron a su camino y dijeron a sus amigas:

—Nos habemos de andar por muchas tierras extrañas y hacerse os ya gran trabajo de nos seguir, decidnos dónde más seréis contentas que os llevemos.

—Pues así os place —dijeron ellas—, cuatro jornadas de aquí en este camino que lleváis es un castillo de una dueña, nuestra tía, y allí quedaremos.

Así continuaron su camino adelante. Galaor preguntó a su doncella:

—¿Cómo os tenía aquel caballero?.

—Yo os lo diré —dijo la doncella—. Ahora saber, aquel gran caballero que en la batalla murió, amaba mucho a la doncella que vuestro huésped llevó consigo, mas ella lo desamaba de todo su corazón y amaba al que la disteis más que todas las cosas del mundo. Y el caballero, como fuese el mejor de estas tierras, tomóla por fuerza, sin que ninguno se lo contrallase, y ella nunca le quiso de su grado dar su amor, y como la él tanto amase, guardóse de la enojar y díjole: "Mi amiga, porque con gran razón de vos pueda ser yo amado y querido, como el mejor caballero del mundo yo haré por vuestro amor esto que oiréis. Sabed que un caballero que es nombrado en todas partes, por el mejor que nunca fue, que Amadís de Gaula es llamado, mató a un mi cohermano en la corte del rey Lisuarte, que Dardán el Soberbio había nombre, y a éste yo le buscaré y tajaré la cabeza, así que toda su fama en mí será convertida y en tanto que esto se hace pondré yo en vos dos doncellas, las más hermosas de esta tierra, que os aguarden y darle he por amigos dos caballeros de los mejores de mi linaje y sacaros hemos cada día a la Fuente de los Tres Olmos, que es paso de muchos caballeros andantes, y si os quisieren tomar allí veréis hermosas justas y lo que yo en ellas haré, así que por vuestro grado seré muy querido de vos así como os yo amo". Esto dicho, tomó a nosotras y dionos aquellos dos caballeros que vencidos fueron y han nos tenido en aquella fuente un año, adonde han hecho muchas y grandes caballerías hasta ahora que don Florestán partió el pleito.

—Ciertamente, amiga —dijo don Galaor—, su pensamiento de aquel caballero era asaz grande, si adelante, como lo dijo, lo pudiera llevar. Pero antes creo que pasara por gran peligro si él se encontrara con aquel Amadís que él buscar quería.

—Así me parece a mí —dijo ella—, según la mejoría conocéis que sobre vosotros tiene.

—¿Cómo había nombre aquel caballero?, dijo Galaor.

—Alumas —dijo ella—, y creed que si su gran soberbia no lo estragara, que de muy alto hecho de armas era.

En esto y en otras cosas hablando anduvieron tanto que llegaron al castillo de la tía, donde muy servidos fueron sabiendo la dueña cómo don Florestán matara a Alumas y a sus compañeros venciera, que a tan sin causa y razón aquéllas, sus sobrinas, con mucha deshonra por fuerza tenían.

Pues dejándolas allí cabalgaron otro día y anduvieron tanto que a los cuatro días fueron en una villa del reino de Sobradisa y allí supieron cómo Amadís y Agrajes mataran en la batalla a Abiseos y a sus hijos y habían hecho reina a Briolanja sin entrevalo alguno, de que hubieron gran gozo y placer y dieron muchas gracias a Dios. Y partiendo de allí llegaron a la ciudad de Sobradisa y fuéronse derechamente a los palacios, sin que persona los conociese y descabalgando de sus caballos entraron donde estaban Amadís y Agrajes, que ya sanos de sus heridas eran y estaban con la nueva y hermosa reina, cuando Amadís así los vio que ya por la doncella que a don Galaor había guiado, los conocía y vio a don Florestán, tan grande y tan hermoso, y que de su alta bondad ya tenía noticia, fue contra él cayéndole de los ojos lágrimas de alegría y don Florestán hincó ante él los hinojos por le besar las manos, mas Amadís lo levantó abrazándole, besándole y preguntándole muy por extenso de las cosas que acaecido le habían. Y después habló a don Galaor y ellos a su cohermano Agrajes, que mucho le amaban.

Cuando la hermosa reina Briolanja vio en su casa tales cuatro caballeros, habiendo tanto tiempo estado desheredada y con tanto miedo encerrada en un solo castillo, donde casi por piedad la tenía, y que ahora, cobrada en su honra, en su reino con tan gran vuelta de la rueda de la fortuna, y que no solamente para lo defender tenía aparejo, mas aún para conquistar los ajenos, hincó los hinojos en tierra después de haber con mucho amor aquellos dos hermanos recibido, dando grandes gracias al muy poderoso Señor que en tal forma, y con tan grande piedad de ella se acordara y dijo a los caballeros:

—Creed cierto, señores, estas tales revueltas y mudanzas y maravillas, son de muy alto Señor, que a nos, cuando las vemos, muy grandes parecen y ante Él su gran poder en tanto como nada, con razón, deben ser tenidas. Pues veamos ahora estos grandes señoríos, estas riquezas que tantas congojas, cuitas, dolores y angustias nos traen por las ganar, y ganadas por las sostener, sería mejor como superfluas y crueles atormentadoras de los cuerdos y más de las ánimas dejarlas y aborrecerlas, viendo no ser ciertas ni durables. Por cierto, digo que no, antes afirmo que siendo con buena verdad, con buena conciencia ganadas y adquiridas y haciendo de ellas templadamente satisfacción, aquel Señor que las da reteniendo en nos tanta parte, no para que la voluntad, mas que para que la razón satisfecha sea, podamos en este mundo alcanzar descanso, placer y alegría y en el otro perpetuo, perpetuamente en la gloria gozar del futo de ellas.

Acábase el Primero Libro del noble y virtuoso caballero Amadís de Gaula.

Libro 2

Comienza el Segundo Libro de Amadís de Gaula

Y porque las grandes cosas que en el Libro Cuarto de Amadís de Gaula se dirán, fueron desde la Ínsula Firme, así cómo por él parece, conviene que en este Segundo se haga relación qué cosa esta Ínsula Firme fue y quién aquellos encantamientos que en ella hubo y grandes dejó porque siendo éste el comienzo del dicho Libro, en el lugar que conviene vaya relatado.

En Grecia, fue un rey casado con una hermana del emperador de Constantinopla, en la cual hubo dos hijos muy hermosos, especialmente el mayor, que Apolidón hubo nombre, que así de fortaleza de cuerpo como de esfuerzo de corazón en su tiempo ninguno igual le fue. Pues éste, dándose a las ciencias de todas artes con el su sutil ingenio, que muy pocas veces con la gran valentía se concuerda, tanto de ellas alcanzó, que así como la clara luna entre las estrellas, más que todos los de su tiempo resplandecía, especial en aquellas de nigromancia, aunque por él las cosas imposible parece que se obran.

Pues este rey, su padre de estos dos infantes, siendo muy rico de dinero y pobre de la vida, según su gran vejez, viéndose en el extremo de la muerte, mandando que el su hijo Apolidón por ser mayor el rey no le quedase, al otro los sus grandes tesoros y libros, que muchos eran, y mucho valían, dejaba. Mas él de esto no contento, con muchas lágrimas a su padre decía que con aquello casi desheredado era. El padre torciendo sus manos, no pudiendo más hacer, en gran angustia su corazón estaba. Mas aquel famoso Apolidón, que así para las grandes afrentas como para los autos de virtud su corazón digno era, viendo la cuita del padre y la poquedad del hermano dijo que porque su alma consolada fuese, que tomando él los tesoros y sus libros, a su hermano dejaría el reino, de lo cual el rey, su padre, muy consolado, con muchas lágrimas de piedad, su bendición le dio.

Pues tomando Apolidón los grandes tesoros y los libros, aparejar hizo ciertas naves, así de buenos caballeros escogidos, como de bastimentos y armas. Y en ellas metido, por la mar se fue no a otra parte sino donde la ventura lo guiaba, la cual viendo cómo este infante en su arbitrio se ponía, quiso que aquella grande obediencia de su viejo padre, dada con mucha gloria y mucha grandeza, pagada le fuese, trayendo viento próspero que sin entrevalo la su flota en el imperio de Roma arribó, donde a la sazón emperador era el Siudán llamado, del cual fue muy bien recibido.

Y allí estando algún espacio de tiempo juntos sus grandes cosas en armas, que antes por otras tierras había hecho, de las cuales en gran estima era su gran loor ensalzado con las presentes que allí hizo, fue causa que con demasiado amor de una hermana del emperador, Grimanesa llamada, amado fue, que por todo el mundo su gran fama y hermosura en aquel tiempo entre todas las mujeres florecía. De que se siguió que así él amándola como amado era, no teniendo el uno y otro esperanza de ser sus amores en efecto venidos por ninguna guisa, a consentimientos de los dos, salida Grimanesa de los palacios del emperador, su hermano, y puesta en la flota de su amigo Apolidón, por la mar navegando, a la Ínsula Firme aportaron, que de un gigante bravo señoreada era. Donde Apolidón fue sin saber qué tierra fuese, mandó sacar una tienda y un rico estrado en que su señora holgase, que muy enojada de la mar andaba. Mas luego, a la hora, el bravo gigante armado, a ellos viniendo en gran sobresalto los puso, con lo cual, según la gran costumbre de la Ínsula por salvar a su señora y a sí y a su compaña, Apolidón se combatió. Y venciéndole con su gran sobrada bondad y valentía, quedando muerto en el campo, fue Apolidón libre señor de la misma Ínsula, que después de haber visto la su gran fortaleza, no solamente al emperador de Roma, a quien enojado tenía por le haber así traído a su hermana, mas a todo el mundo no temía. En la cual, por ser el gigante tan mhalo y soberbio, muy desamado de todos era, y Apolidón, después de ser conocido, muy amado fue.

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