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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (96 page)

El de la Verde Espada se le humilló por la honra que le daba con gran acatamiento, como él lo merecía, y díjole:

—Mi señor, pues que así os place, así sea, con la ayuda de Dios.

El rey dijo:

—Mi buen amigo, vuestras armas son tales paradas que no tienen en si defensa alguna, y yo os quiero dar unas que se nunca vistieron, que entiendo que os agradarán, y un caballo, que, aunque otros muchos habréis visto, no será ninguno mejor—, y luego se lo hizo allí traer, enfrenado y ensillado de muy rica guarnición.

Cuando él lo vio tan hermoso y tan guarnido, suspiró, cuidando que si él estuviese en tal parte que no lo pudiese, enviar al su leal amigo Angriote de Estravaus que lo hiciera, que en aquel sería bien empleado; las armas eran muy ricas, y habían el campo de oro y leones cárdenos, y las sobreseñales de aquella guisa; pero la espada era la mejor que la nunca vio, fuera de la del rey Lisuarte y de la suya, y desde que la hubo mirado diola a Grasandor con que entrase en la batalla.

Otro día bien de mañana oyeron misa con el rey, y armáronse todos y besándole las manos cabalgaron en sus caballos y muchos caballeros con ellos, y fuéronse al campo donde había de ser la batalla, y vieron cómo los romanos salían ya armados y cabalgaban ya tañendo sus hombres muchas trompetas con gran alegría por los esforzar. Y Arquisil, entre ellos en un caballo blanco y las armas verdes, y dijo a sus compañeros:

—Miémbreseos los que hablamos, que yo tendré lo que prometí.

Entonces fueron unos contra otros, y Arquisil vio venir delante al Caballero de la Verde Espada y fue contra él, y encontráronse con las lanzas, que luego fueron quebradas, y Arquisil salió de la silla a las ancas del caballo, mas de tanto le avino que echó mano de los arzones y como era valiente y ligero tornó la a cobrar. El de la Verde Espada pasó por él y con un pedazo de la lanza que le quedara encontró al primero que ante sí halló en el yelmo y sáceselo de la cabeza, y hubiéralo derribado, mas a él le encontraron dos caballeros, el uno en el escudo y el otro en la pierna, que pasando por la falda de la loriga la cuchilla de la lanza le hizo una herida de que mucho se sintió y le hizo ensañar más que antes lo estaba, y poniendo mano a la espada hirió a un caballero, y el golpe fue en soslayo y descendió al cuello del caballo, y cortóselo todo, así que fue al suelo y cayó sobre la pierna de su señor y quebrósela.

Arquisil, que ya se enderezaba en la silla, apretó recio la espada y fue a herir al Caballero del Enano de toda su fuerza por encima del yelmo, que las llamas salieron de él y de la espada, e hízole bajar la cabeza ya cuanto, mas no tardó mucho de llevar el galardón, que él le hirió por encima del hombro y cortó las armas y la carne, de manera que Arquisil cuidó que el brazo había perdido.

El de la Verde Espada como así lo vio pasar por él y fue a herir en los otros, que Grasandor y los suyos los tenían maltratados. Mas Arquisil lo siguió, y heríale por todas partes, pero no con tanta fuerza como al comienzo.

El de la Verde Espada volvía a él y heríale, pero luego iba a dar en los otros, y no había gana de le herir, porque lo tenía en más que a todos los de su parte, que le viera adelantarse de los suyos, por encontrarse con él, mas Arquisil no curaba de golpes que le diesen, antes se metía entre todos y hería al Caballero de la Verde Espada como mejor podía. Y a esta hora ya los de su parte eran destrozados, de ellos muertos y otros heridos y los otros rendidos, que no se defendían. Y como el de la Verde Espada vio que Arquisil le seguía sin temer sus golpes dijo:

—¿No hay quien me defienda de este caballero?

Grasandor, que le oyó, fue con otros dos caballeros, y encontráronle todos juntos, y come le tomaron laso y cansado sacáronle por fuerza de la silla y dieron con él en el suelo y luego fueron con él para lo matar: mas el Caballero del Enano le socorrió y dijo:

—Señores, pues que de éste yo he recibido más mal que todos, a mí lo dejar para tomar la enmienda.

Luego se quitaron todos afuera, y él llegó y dijo:

—Caballero, sed preso y no queráis morir a manos de quien mucha gana lo tiene.

Arquisil, que ya otra cosa sino la muerte no esperaba, fue muy alegre, y dijo:

—Señor, pues que mi ventura quiso que más no pudiese hacer, yo me doy por vuestro preso y agradezco a vos la vida que me dais.

Y él tomóle la espada y diósela luego haciéndole fianza que haría lo que él mandase, y descendió de su caballo y estuvo con él, y haciéndole cabalgar en un caballo que le mandó traer, y él cabalgando en el suyo, se fueron al rey, que con gran gozo de ver su peligrosa guerra acabada los atendía, y tomándolos consigo se fue a su palacio, y puso en su cámara al Caballero de la Verde Espada, y él hizo estar allí consigo a su preso por le hacer mucha honra, porque él lo merecía que era buen caballero y de alta sangre, como ya oísteis, pero él le dijo:

—Señor Caballero de la Verde Espada, ruégoos por vuestra mesura que quedando yo por vuestro preso para os acudir cuando vos me llamaréis, y tened prisión donde por vos me fuere señalada, me deis licencia para ir a reparar mis compañeros aquéllos que vivos quedaron y hacer llevar los muertos.

El Caballero de la Verde Espada dijo:

—Yo os lo otorgo, y miémbreseos de la fianza que me hacéis.

Y abrazándolo lo despidió, y él se fue a sus compañeros, que los halló cual entender podéis, y luego dieron orden cómo llevasen a Garadán, y los otros muertos, y entraron en su camino. Así que ahora no se hablará más de este caballero hasta su tiempo, que se contará a qué pujó su gran valor.

El de la Verde Espada estuvo allí con el rey Tafinor hasta que fue sano de sus heridas. Y como vio la guerra del rey acabada pensó que las cuitas y los mortales deseos de su señora Oriana le causaba, de los cuales en aquella sazón muy ahincado era, que mejor los pasaría caminando y en fatiga que en aquel gran vicio y descanso en que estaba. Y habló con el rey, diciéndole:

—Señor, pues que ya vuestra guerra es acabada y el tiempo en que mi ventura asosegar no me deja es venido, conviene que negando mi voluntad la suya siga, y quiéreme partir mañana, y Dios por la su merced me llegue a tiempo que algo de las honras y mercedes que de vos he recibido os la pueda servir.

Cuando el rey esto le oyó fue muy turbado y dijo:

—¡Ay, Caballero de la Verde Espada!, mi verdadero amigo; tomad de mi reino lo que vuestra voluntad fuera, así del mando como de intereses, y no os vea apartar de mi compañía.

—Señor —dijo él—, creído tengo yo que, conociendo el deseo que yo tengo de os servir, que así me haríais la honra y la merced; pero no es en mí más ni puede sosegar hasta que mi corazón sea en aquella parte donde siempre el pensamiento tiene.

El rey, viendo su determinada voluntad y teniéndole por tan sosegado y cierto en sus cosas, que por ninguna guisa de aquel propósito sería mudado, díjole con semblante muy triste:

—Mi leal amigo, pues que así es, dos cosas os ruego: la una, que siempre de mí, y de este mi reino, se os acuerde en vuestras necesidades y os ocurrieren; y la otra, que mañana oigáis misa conmigo, que os quiero hablar.

—Señor —dijo él—, esta palabra que me dais yo la recibo para se me acordar de ella si el caso lo ofreciere, y mañana, armado y de camino, estaré con vos en la misa.

Esa noche mandó el Caballero de la Verde Espada a Gandalín que le aderezase todo lo que era menester, que otro día de mañana se quería partir, y así fue por él hecho.

Aquella noche no pudo él dormir, porque así como el trabajo del cuerpo se le había apartado, así el del espíritu, hallando mayor entrada con grandes cuitas y mortales deseos que de su señora le venían, le daba muy mayor fatiga.

Y venida la mañana, habiendo mucho llorado, se levantó, y armándose de sus armas, cabalgando en su caballo, y Gandalín y el enano en sus palafrenes llevando las cosas necesarias al camino, se fue a la capilla del rey y hallólo que le atendía, pues allí, oída la misa, el rey, mandando salir a todos fuera, con él solo quedando, le dijo:

—Mi grande amigo, demándoos un don que me otorguéis, y no será en estorbo de vuestro camino ni de vuestra honra.

—Así lo tengo yo —dijo él—, que vos, señor, lo pediréis según vuestra gran virtud, y yo os lo otorgo.

—Pues, mi buen amigo —dijo el rey—, demándoos que me digáis vuestro nombre, y cuyo hijo sois, y creed que por mí será encubierto hasta que por vos sea divulgado.

El Caballero de la Verde Espada estuvo una pieza que no habló, pesándole de lo que prometiera, y dijo:

—Señor, si a la vuestra merced pluguiera dejarse de esta pregunta pues que no le tiene pro.

—Mi buen amigo —dijo él—, no dudéis de me lo decir, que como por vos de mí será guardado.

Él le dijo:

—Pues que así os place, aunque por mi voluntad no sea, saber que yo soy aquel Amadís de Gaula, hijo del rey Perión, del que el otro día hablasteis en el concierto de la batalla.

El rey le dijo:

—¡Ay, caballero biaventurado de muy alto linaje, bendita fue la hora en que fuisteis engendrado, que tanto hora y provecho hubieron por vos vuestro padre y madre y todo vuestro linaje y después los que no lo somos, y habéisme hecho muy alegre en me lo decir, y fío en Dios que será por vuestro bien, y causa de pagar yo algo de las grandes deudas que os debo, y como quiera que este rey aquello más con buena voluntad lo dijo que por otra necesidad que él supiese tener a aquel caballero, así lo cumplió adelante en dos maneras. La una, que hizo escribir todas las cosas que en armas por aquellas tierras pasó. Y la otra, que le fue muy buen ayudador con su hijo y gentes de su reino en un gran menester en que se vio, como adelante en el libro cuarto se dirá.

Esto así hecho cabalgó en su caballo y despidióse del rey, haciéndole quedar que con él salir quería, saliendo con él Grasandor y el conde Galtines y muchos hombres buenos, se puso en el camino con intención de andar por las ínsulas de Romania, y probarse en las aventuras que en ellas hallase, y cuanto media legua de la villa, tornándose aquellos caballeros, le encomendaron a Dios y él siguió su camino.

Capítulo 71

Cómo el rey Lisuarte salió de caza con la reina y sus hijos, acompañado bien de caballero, y se fue a la montaña, donde tenía la ermita aquel santo hombre Nasciano, donde halló un muy apuesto doncel con una extraña aventura, el cual era hijo de Oriana y de Amadís, y fue por él muy bien tratado sin conocerle.

Por dar descanso el rey Lisuarte a su persona y placer a sus caballeros, acordóse ir a la caza a la floresta, y llevar consigo a la reina y sus hijas y a todas sus dueñas y doncellas, y mandó que las tiendas le asentasen a la fuente de las Siete Hayas, que era lugar muy sabroso. Y sabed que ésta era la floresta donde el ermitaño Nasciano moraba, donde criaba y tenía consigo a Esplandián. Pues allí llegado el rey y la reina con su compaña, quedando la reina en las tiendas, el rey se metió con sus cazadores a los más espeso del monte, y como la tierra guardada era, hicieron gran caza, y así acaeció que estando el rey en su armada vio salir un ciervo muy cansado, y pensándolo matar corrió tras él en su caballo hasta entrar en el valle, y allí acaeció una cosa extraña, que vio descender por la cuesta de la otra parte un doncel de hasta cinco o seis años, el más hermoso que él nunca vio, y traía una leona en una traílla, y como vio el ciervo echóselo dando voces que le tomase.

La leona fue cuanto más pudo, y alcanzándolo derribólo en el suelo y comenzó a beberle la sangre. Y llegó el doncel muy alegre, y luego otro mozo poco mayor que venía tras él, y llegaron al ciervo haciendo gran alegría, y sacando sus cuchillos, cortaron por donde la leona comiese.

El rey estuvo entre unas matas, maravillado de aquello que veía, y el caballo se le espantaba de la leona y no podía llegar a ellos, y el hermoso doncel tocó una bocina pequeña que traía a su cuello y vinieron corriendo dos sabuesos, el uno amarillo y el otro negro, y encarnáronlos en el ciervo. Y cuando la leona hubo comido, pusiéronla en la traílla, y el doncel mayor íbase con ella por la montaña y el otro tras él. Mas el rey, que ya a pie estaba y había atado el caballo a un árbol, salió contra ellos y llamó al hermoso doncel que más zaguero iba que lo atendiese. El doncel estuvo quedo, y el rey llegó y violo tan hermoso que mucho fue maravillado, y dijo:

—Buen doncel, que Dios os bendiga y guarde a su servicio. Decidme dónde os criasteis y cuyo hijo sois.

Y el doncel le respondió y le dijo:

—Señor, el santo hombre Nasciano, ermitaño, me crió, y a él tengo por padre.

El rey estuvo una gran pieza cuidando cómo hombre tan santo y tan viejo tenía hijo tan pequeño y tan hermoso, pero a la fin no lo creyó, y el doncel quiso se ir, mas el rey le preguntó a qué parte era la casa del ermitaño.

—Acá suso —dijo él— es la casa en que moramos —y mostrándole un sendero pequeño no muy hollado, le dijo—: Por allí iréis allá, y a Dios seáis, que me quiero ir tras aquel mozo que la leona lleva a una fuente donde tenemos nuestra caza.

Y así lo hizo.

El rey tornó a su caballo, y cabalgando en él se fue por el sendero, y no anduvo mucho que vio la ermita metida entre unas hayas y zarzales muy espesos. Y llegando a ella no vio persona alguna a quien preguntase, y apeóse del caballo, y atándolo debajo de un portal entró en la casa. y vio un hombre hincado de hinojos rezando por un libro, vestido de paños de orden y la cabeza toda blanca, e hizo su oración. El buen hombre, acabado de leer el libro, vínose al rey, que se le hincó de rodillas delante, rogándole que le diese la bendición. El hombre bueno se la dio, preguntándole qué demandaba.

El rey le dijo:

—Buen amigo, yo hallé en esta montaña un doncel muy hermoso cazando con una leona, y díjome que era vuestro criado, y porque me pareció muy extraño en su hermosura y apostura, y en traer aquella leona, vengo a os rogar que me digáis su hacienda, que yo os prometo como rey que de ello no vendrá a vos ni a él daño ninguno.

Cuando el hombre bueno aquello oyó, miróle más que antes, y conociólo que otras veces lo viera, e hincó los hinojos ante él por le besar las manos; mas el rey lo levantó y lo abrazó, y díjole:

—Mi amigo Nasciano, yo vengo con mucha gana de saber lo que os pregunto, y no dudéis de me lo decir.

El hombre bueno lo llevó fuera de la ermita al portal donde su caballo estaba, y sentados en un poyo, le dijo:

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