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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (98 page)

—Señor caballero, aquella dueña, mi señora, que allí está, os manda decir que vayáis luego a ella a su mandado; esto os dice por vuestra pro.

El Caballero del Enano, comoquiera que el lenguaje de la doncella era alemán, entendióla luego muy bien porque él siempre procuraba de aprender los lenguajes por donde andaba, y respondióle:

—Señora doncella. Dios dé honra a vuestra señora y a vos, mas decidme: ¿aquel caballero qué es lo que demanda?

—No os tiene eso pro —dijo ella—, sino hacer lo que os digo.

—No iré con vos en ninguna guisa si no me lo decís.

En esto respondió ella y dijo:

—Pues así es, hacerlo he, aunque no a mi grado; sabed, señor caballero, que mi señora os vio, y vio ese enano que con vos andaba, y porque le han dicho de un caballero extraño que así anda por estas tierras haciendo maravillas de armas, las cuales nunca se vieron, cuidando que sois vos, quiere haceros mucha honra y descubriros un secreto que en él su corazón tiene, el cual hasta ahora nunca de ella persona lo supo. Y como este caballero entendía su voluntad dijo que él os haría ir a su mandado aunque no quisieseis, lo cual puede él bien hacer, según es poderoso en armas más que ninguno de estas tierras, y por esto os aconsejo yo que dejándolo a él os vengáis conmigo.

—Doncella —dijo él—, de vos he gran vergüenza por no cumplir el mandado de vuestra señora, pero quiero que veáis si hará lo que dijo.

—Pésame —dijo ella—, que muy pagada soy de vuestra palabra y mesura.

Entonces se apartó de él, y el Caballero de la Verde Espada se fue por el camino como antes iba. Cuando esto vio el otro caballero, dijo a una voz alta:

—Vos, don caballero malo, que no quisisteis ir con la doncella, descended luego de vuestro caballo y cabalgad aviesas, llevando la cola en la mano por freno y el escudo al revés, y así os presentar ante aquella señora si no queréis perder la cabeza; escoged lo que de ello quisiereis.

—Cierto, caballero —dijo él—; no tengo ahora en corazón de escoger ninguno de esos partidos, antes quiero que sean para vos.

—Pues ahora veréis —dijo él— cómo os lo haré tomar.

Y puso las espuelas a su caballo con esperanza que del primer encuentro lo lanzaría de la silla, así como a otros muchos lo había hecho, porque era el mejor ajustador que había en gran parte. El Caballero del Enano que tomara sus armas, movió para él, bien cubierto de su escudo, y aquella justa fue perdida de los primeros encuentros que las lanzas fueron quebradas, y el caballero amenazador fue fuera de la silla, y el de Verde Espada su escudo falsado y la loriga y la cuchilla de la lanza le hizo una llaga en la garganta de que se hubiera de sentir mal, y pasó por él, y quitando el pedazo de la lanza que por el escudo tenía metido, volvió contra Brandasidel, que así había nombre el caballero, y violo tendido en el campo como muerto, y dijo a Gandalín:

—Desciende y tira el escudo y yelmo a ese caballero y cátalo si es muerto.

Y él así lo hizo. Y el caballero cogió huelgo y esforzóse ya cuanto, pero no en manera que tuviese sentido. Y el de la Verde Espada le puso la punta de la espada en el rostro y rompióle ya cuanto, y dijo:

—Vos, don caballero, amenazador y desdeñador de quien no conocéis, conviene que perdáis la cabeza o paséis por la ley que señalasteis.

Él con el temor de la muerte acordó más y bajó el rostro, y el de la Verde Espada dijo:

—No queréis hablar, tajaros he la cabeza.

Entonces él dijo:

—¡Ay, caballero, por Dios, merced!, que antes haré vuestro mandado que morir en sazón en que perdiese el alma según en el estado en que ahora estoy. Pues luego sea hecho sin más tardar.

Brandasidel llamó a sus escuderos que allí tenía y pusiéronle por su mandado en el caballo al revés, y metiéronle el rabo en la mano y echáronle el escudo al revés al cuello, y así lo llevaron por delante de la hermosa dueña y por medio de la villa que lo viesen todos y fuese ejemplo para aquéllos que con su gran soberbia quieren bajar a menospreciar a los que no conocen y aun a Dios si alcanzarle pudiesen, no pensando en las desventuras que en este mundo y después en el otro se les aparejan. Y tanto cuanto la dueña y su compaña y las gentes de la villa se maravillaban de la desventura que aquél por tan fuerte caballero tenían alcanzado, tanto y más la fortaleza del que lo venciera ensalzaban y loaban, afirmando ser verdaderas las grandes cosas que hasta allí de él habían oído.

Pues esto así hecho, el Caballero de la Verde Espada vio la doncella que le llamara que la batalla había mirado, y oído todas las palabras que antes pasaran y yéndose contra ella, le dijo:

—Señora doncella, ahora iré al mandado de vuestra señora si a vos pluguiere.

—Mucho me place —dijo ella—, y así lo hará a Grasinda, mi señora, que así había nombre la dueña.

Así fueron de consuno, y como llegaron, el de la Verde Espada vio la dueña tan hermosa y tan lozana que después que de su hermana Melicia partiera no viera otra alguna que tanto lo fuese, y por el semejante pareció él a ella el más apuesto y más hermoso caballero que mejor pareciese armado de cuantos en su vida viera, y díjole:

—Señor, yo he oído hablar de muchas extrañas cosas que después que en esta tierra entrasteis en armas habéis hecho, según vuestra presencia veo a mí es muy cierto de lo creer, también me han dicho que estuvisteis en casa del rey Tafinor de Bohemia y la honra y provecho que de vos le ocurrió, y dijéronme que os llaman el Caballero de la Verde Espada o del Enano, porque todo lo veo junto con vos, y yo así os llamaré, pero ruégoos mucho por vuestro pro, que os veo llagado que seáis mi huésped en esta villa, y curaros han de vuestras llagas, que tal aparejo no lo hallaréis en toda la comarca.

Él le dijo:

—Mi señora, viendo yo la voluntad de vuestro ruego, si fuese cosa en peligro y afán aventurarse por vos, servir lo haría, cuanto más ser lo que tanto a mí necesario es.

La dueña tomándole consigo se fue para la villa, y un caballero viejo que de rienda la llevaba tendió la mano y diola al Caballero de la Verde Espada, y él se fue a la villa para aderezar donde el caballero posase, que éste era mayordomo de la dueña.

El Caballero del Enano llevó la dueña hablando con ella en algunas cosas. Y si antes le tenía por su gran fama en mucho, en más lo estimó viendo su gran discreción y apuesta habla, y así lo fue él de ella, que muy hermosa y graciosa era en todo su razonar. Y entrando por la villa salían todas las gentes a las puertas y ventanas por ver a su señora que de todos muy amada era, y al caballero que por sus grandes hechos en mucho tenían y parecíales el más hermoso y apuesto que habían visto y pensaban ellos que no había hecho mayor cosa en armas que haber vencido a Brandasidel según era dudado y temido de todos.

Así llegaron al palacio de la dueña, y allí le hizo ella aposentar en una muy rica cámara guarnida, como casa de tal señora, e hízole desarmar y lavar las manos y el rostro del polvo que traía, y diéronle una capa de escarlata rosada que cubriese.

Cuando Grasinda así lo vio fue maravillada de su gran hermosura, que no pensaba ella que tal hombre humano tener pudiese, e hizo venir allí luego un maestro de curar llagas suyo, el mejor y más sabido que en gran parte hallaría, y católe la herida de la garganta y díjole:

—Caballero, vos sois herido en lugar peligroso y es menester de holgar si no ver os halléis en gran trabajo.

—Maestro —dijo él—, ruégoos que por la fe que a Dios y a vuestra señora que aquí está debéis que tanto que yo sea en disposición de poder cabalgar me lo digáis, porque a mí rio conviene haber algún descanso ni reposo hasta que Dios por la su merced me llegue a aquella parte donde mi corazón desea.

Y diciendo esto le creció tal cuidado que no pudo excusar que las lágrimas a los ojos no le viniesen, de que hubo mucha vergüenza, y limpiándolas presto hizo alegre semblante.

El maestro le curó la herida y le dio a comer lo que era menester, y Grasinda le dijo:

—Señor, holgad y dormir e iremos nosotras a comer, y veros hemos cuando fuere tiempo, y mandad a vuestro escudero que sin empacho demande todas las cosas que menester hubiereis.

Con esto se despidió y él quedó en su lecho pensando muy ahincadamente en su señora Oriana, que allí era todo su gozo y toda su alegría mezclada con tormentos y pasiones que continuo en uno batallaban, y, ya cansado, se adormeció.

De Grasinda os digo que desde que hubo comido se retrajo a su cámara, y echada en su lecho comenzó a pensar en la hermosura del Caballero de la Verde Espada y en las grandes cosas que de él le habían dicho, y como quiera que ella tan hermosa y tan rica fuese y de tal linaje, como sobrina del rey Tafinor de Bohemia, y casada con un gran caballero, con el cual no vivió sino un año sin dejar hijo alguno, determinó de lo haber por marido aunque de él otra cosa no veía sino ser un caballero andante, y pensando en cual guisa se lo haría saber, vínole en miente cómo le viera llorar, y cuidó que aquello no sería sino por amor de alguna mujer que amase y no la podía haber. Esto la hizo detener hasta que de su hacienda más haber pudiese, y sabiendo ya cómo él era despierto, tomando consigo sus dueñas y doncellas, se fue a su cámara por le ver y honrar, y por el gran placer y deleite que en sí sentía en verle y hablar, y no menos lo había él, pero muy desviado de su pensamiento de lo que ella pensaba. Así estaba aquella dueña haciéndole compañía, dándole todo el placer que se le podía dar. Mas un día, no lo pudiendo más sufrir, apartando a Gandalín le dijo:

—Buen escudero, que Dios os ayude y haga bienaventurado. Decidme una cosa si la sabéis que os quiero preguntar, y yo os prometo que por mí nunca será descubierta, y esto es, si sois sabedor de alguna mujer que vuestro señor ame extremadamente de ahincado amor.

—Señora —dijo Gandalín—, yo ha poco que vivo con él, y este enano, que por las grandes cosas que de él supimos nos otorgamos a lo servir, y él nos dijo que no le preguntásemos por su nombre ni por su hacienda, sino que nos fuésemos a la buena ventura, y desde que con él quedamos hemos visto tanto de sus proezas y valentías que nos ha puesto en gran espanto como aquel que sin duda, señora, podéis creer que es el mejor caballero que en el mundo hay, y de su hacienda no sé más.

La dueña tenía la cabeza baja y los ojos, y pensaba mucho. Gandalín, que así la vio, pensó que amaba a su señor, y quísola quitar de aquélla que por ninguna guisa alcanzar podía, y díjole:

—Señora, yo le veo muchas veces llorar, y con tan gran angustia de su corazón que me maravillo cómo la vida puede sostener, y esto creo yo que según su gran esfuerzo que todas las cosas bravas y temerosas en poco tiene, que de otra parte no le puede venir sino de algún demasiado y ahincado amor que de alguna mujer tenga, porque ésta es una tal dolencia que al remedio de ella no basta esfuerzo ni discreción alguna.

—Así Dios me salve —dijo ella—, yo creo lo que me decís y mucho os lo agradezco; idos para él y Dios le ponga remedio en sus cuitas.

Y ella se fue a sus mujeres con voluntad de no se trabajar de allí adelante en lo que pensaba, por le ver tan sosegado que sus hechos y palabras, creyendo que no se mudaría de su propósito.

Así como oís estuvo el Caballero de la Verde Espada en casa de aquella gran señora hermosa y rica dueña Grasinda, curándose de sus llagas, donde recibió tanta honra y tanto placer como si de caballero pobre andante que parecía fuera manifestado a ella ser hijo de tan noble rey como lo era el rey Perión de Gaula, su padre. Y cuando en disposición de poderse armar se vio, mandó a Gandalín que le tuviese aparejadas las cosas necesarias al camino. Y le dijo que todo estaba aderezado. Y estando en esto hablando entró Grasinda, y con ella cuatro doncellas suyas, y él a ella saliendo, tomándola por la mano se sentó en un estrado encima de un paño de seda labrada con oro, y díjole:

—Mi señora, yo soy en disposición de andar camino, y la honra que de vos he recibido me pone gran cuidado cómo la podré servir; por ende, mi señora, si en algo mi servicio os puede placer acarrear, con toda voluntad se pondrá en obra.

Ella le respondió:

—Ciertamente, Caballero de la Verde Espada, así como lo decís lo tengo yo creído, y cuando la satisfacción del placer y servicio que aquí hallasteis si alguno fuese demandare, entonces sin ningún empacho ni vergüenza será descubierto a vos lo que ninguno de mí hasta hoy ha sabido, pero tanto os ruego que me digáis: ¿a cuál parte se otorga más vuestra voluntad de ir?

—A la parte de Grecia —dijo él—, si Dios lo enderezare, por ver la vida de los griegos y a su emperador, de quien buenas nuevas he oído.

—Pues yo quiero —dijo—, ayudar a tal viaje, y esto será que os daré una muy buena nave abastecida de marineros que os serán mandados, y de viandas que para un año basten, y daros he al maestro que os curó, que se llama Helisabad, que a duro de su oficio en gran parte otro tal se hallaría, con condición que siendo en vuestro libre poder seáis en esta villa conmigo dentro de un año.

El caballero fue muy alegre en tal socorro, que mucho lo había menester, y en gran cuidado era puesto pensando lo habría, y díjole:

—Mi señora, si os yo no sirviese estas mercedes que me hacéis, tenerme ya por el caballero más sin ventura del mundo, y por tal me tendría si por empacho o vergüenza supieseis que lo dejabais de demandar.

—Mi señor —dijo ella—, cuando Dios os trajere de este viaje, yo os demandaré aquello que mi corazón mucho tiempo ha deseado, qué será en acrecentamiento de vuestra honra, aunque algún peligro se aventure.

—Así será —dijo él—, porque yo fío en vuestra gran mesura que no me demandará sino cosa que yo con derecho otorgar deba.

—Pues holgaréis aquí —dijo Grasinda— estos cinco días, en tanto que las cosas al camino necesarias se aparejan.

Él lo acordó de lo hacer como quiera que otro día tenía en la voluntad de partir de allí. En este espacio de tiempo fue la nave abastecida de todo aquello que convenía llevar. Y el Caballero de la Verde Espada con el maestro Helisabad, en quien él después de Dios gran fucia de su salud tenía, entró en ella, y despedido de aquella hermosa señora, alzando las velas y dando a los remos tomaron su viaje no derechamente a Constantinopla, donde el emperador era, mas a las ínsulas de Romania que le habían quedado de andar y a otras del señorío de Grecia, por las cuales el Caballero de la Verde Espada anduvo asaz tiempo haciendo grandes cosas en armas combatiéndose con gentes extrañas, de ello con grandes causas que le movían por enderezar sus soberbias, y con otros que a la gran fama de él eran venidos a experimentar sus fuerzas con las suyas.

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