Amor bajo el espino blanco (7 page)

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Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

Las llamas de la cocina parpadeaban en la cara de Mayor Tercero, y se le veía especialmente guapo. Jingqiu lo miraba furtivamente, y él a ella. Cuando sus miradas se encontraron, él le preguntó:

—¿Te diviertes?

—Sí.

Jingqiu pocas veces había tomado una comida tan excelente. El arroz era fresco, simplemente hervido y delicioso, y los platos eran sabrosos y aromáticos: un cuenco de tofu frito en la sartén, otro de aceitosas espinacas verdes, algunos encurtidos y dos salchichas de fabricación casera. Mayor Tercero le dio las dos a ella.

—Sé lo mucho que te gustan las salchichas, de manera que las he pedido especialmente para ti, y le he dicho que, si no tenía, fuera a comprarlas a otra parte.

—¿Cómo sabes que me gustan las salchichas? —Jingqiu no podía comerse las dos, él tenía que coger una.

—No me gustan demasiado, la verdad. Me gustan las verduras encurtidas, en el campamento no tenemos.

Jingqiu sabía que lo decía para que se las comiera ella. ¿A quién no le gustaban las salchichas? Ella insistió en que comiera una, si no, tampoco se comería la suya. Estuvieron discutiendo hasta que la mujer, que los observaba, dijo riendo:

—Sois muy divertidos. ¿Queréis que os prepare otras dos?

Mayor Tercero enseguida sacó más dinero.

—Prepara dos más, sí, que nos las comeremos por el camino.

Cuando hubieron acabado, le preguntó a Jingqiu:

—¿Todavía quieres regresar hoy?

—Naturalmente. ¿Dónde vamos a ir, si no? —dijo ella, sobresaltada.

—Podemos encontrar un lugar donde alojarnos. —Él sonrió y añadió—: Volvamos, pues si no te morirás de preocupación pensando en lo que dirá la gente.

Cuando salieron, él le cogió la mano alegando que estaba oscuro y que no quería que se cayera.

—No te da miedo darme la mano así, ¿verdad?

—Mmm.

—¿Alguna vez le habías dado la mano a alguien?

—No. ¿Y tú? ¿Alguna vez le habías dado la mano a alguien?

Él tardó unos segundos en contestar. Al final dijo:

—Si lo hubiera hecho, ¿me considerarías un granuja?

—Entonces es que lo has hecho.

—Hay muchas maneras de dar la mano. A veces lo haces por responsabilidad, porque no tienes elección, y a veces lo haces… por amor.

La gente generalmente utilizaba otras palabras, no amor. A Jingqiu se le formó un nudo en la garganta cuando oyó a Mayor Tercero hablar así. Se quedó callada, sin saber lo que él diría a continuación.

—Ahí está el espino. ¿Quieres que nos acerquemos y nos sentemos un rato?

—No. Aquí murieron muchos soldados, y en la oscuridad me daría miedo.

—¿Crees en el comunismo y también en los fantasmas? —dijo él en broma.

Jingqiu se avergonzó.

—No creo en fantasmas, es solo que no me gusta el bosque de noche, eso es todo. —De repente se acordó de la primera vez que vio el espino y le preguntó—: El día que llegué a Aldea Occidental me pareció ver a alguien debajo del espino, alguien que llevaba una camisa blanca. ¿Te paraste aquí aquel día?

—¿Alguien en camisa en un día tan frío? —dijo Mayor Tercero—. Se habría quedado congelado. A lo mejor uno de los afligidos espíritus de los soldados japoneses se parece a mí. Quizá se apareció aquel día, y tú le viste y pensaste que era yo. ¡Mira! Ahí está otra vez.

Jingqiu no se atrevió a mirar a su alrededor. Asustada, echó a correr, pero Mayor Tercero tiró de ella y la atrajo a sus brazos, y, apretándola con fuerza, susurró:

—Estaba bromeando, aquí no hay espíritus afligidos. Lo he dicho solo para asustarte. —La mantuvo unos minutos apretada contra él y volvió a bromear—. Quería asustarte para que te lanzaras a mis brazos. No me imaginaba que echarías a correr en dirección contraria. Es evidente que no confías en mí.

Jingqiu hundió la cabeza en su pecho. Era incapaz de apartarse de él —estaba asustada de verdad—, y cada vez se apretaba más contra su cuerpo. Él la abrazó más fuerte, hasta que ella tuvo la mejilla contra su corazón. Jingqiu no tenía idea de que el cuerpo de un hombre oliera así, de una manera tan indescriptiblemente maravillosa. La cabeza le daba vueltas. Se dijo: Si tuviera a alguien en quien confiar y con quien me sintiera segura, no me darían miedo la oscuridad ni los fantasmas. Solo que nos vieran los demás.

—Pero tú también estás asustado. —Jingqiu levantó la cabeza para mirarlo a la cara—. El corazón te late muy deprisa.

—Estoy asustado de verdad —dijo él—. Cómo me late el corazón, tan fuerte que parece que no me vaya a caber en el pecho.

—¿Te puede salir el corazón del pecho? —preguntó riendo Jingqiu.

—¿Por qué no? ¿Es que no lo has leído en los libros?

—¿Eso sale en los libros?

—Naturalmente. El corazón te late tan deprisa que no te cabe en el pecho.

Jingqiu se llevó la mano a su corazón y con cierto recelo preguntó:

—No va rápido, desde luego no tan rápido como el tuyo, ¿cómo va a salir entonces del pecho?

—¿No lo sientes tú misma? Si no me crees, abre la boca y veré si está a punto de salir.

Antes de que ella tuviera tiempo de reaccionar, él ya se había inclinado para besarla. Jingqiu intentó apartarlo, pero él no le hizo caso y siguió besándola, introduciendo la lengua tan hondo en la boca que ella casi se atraganta. Qué obsceno, ¿cómo podía hacer algo así? Nadie le había dicho que eso fuera besar. No creo que lo haga por ninguna razón honorable, se dijo Jingqiu, así que tendré que detenerle. Apretó los dientes para que él solo pudiera deslizar la lengua entre los labios y los dientes, pero el asalto continuó y al final ella cerró la boca del todo.

—¿No… no te gustaba? —preguntó él.

—No. —Tampoco era toda la verdad. No es que no le hubiera gustado, sino que lo que le hacía sentir, la reacción que le provocaba, la asustaba. La hacía sentir desvergonzada y depravada. Le gustaba tener su cara cerca de la suya, le gustaba descubrir que la cara de un hombre podía ser cálida y suave; siempre había pensado que eran frías y duras como una piedra.

Él se rio y aflojó un poco su abrazo.

—Hay que ver qué difícil me lo pones. —Volvió a ponerse la mochila de Jingqiu—. Vamos. —Durante el resto del camino él no le cogió la mano, simplemente anduvo a su lado.

—¿Estás enfadado? —preguntó Jingqiu con cautela.

—No estoy enfadado, solo preocupado porque no te gusta darme la mano.

—No he dicho que no me gustara darte la mano.

Él no dejó pasar esa oportunidad:

—¿Así que te gusta darme la mano?

—Si lo sabes, ¿por qué preguntas?

—No lo sé, y tú me estás liando. Quiero oír tu respuesta.

Pero ella no tenía ninguna respuesta y él insistió en cogerle la mano mientras bajaban la montaña.

El hombre que se encargaba del pequeño ferry ya había cerrado.

—No llamemos al barquero a gritos —dijo Mayor Tercero—. Por aquí hay un dicho para describir a la gente que no te responde. Dice que hablar con ellos es como llamar al ferry cuando ya ha cerrado. Te llevaré a la espalda.

Antes de acabar de hablar ya se había quitado los zapatos y los calcetines, y tras meter estos dentro de los zapatos, anudó los cordones y se los colgó del cuello. A continuación ató las bolsas en torno al cuello de una manera parecida. Se arrodilló delante de ella para que Jingqiu se le pudiera subir encima, pero ella se negó.

—Cruzaré sola.

—No te avergüences. Vamos, no es bueno que las chicas caminen por el agua fría. Es de noche y nadie puede vernos. Súbete.

Ella se le encaramó a la espalda a regañadientes y se abrazó a sus hombros, procurando que sus pechos no le tocaran la espalda.

—Inclínate hacia delante y pon los brazos en torno a mi cuello, de lo contrario no será culpa mía si te caes al agua.

En ese momento Mayor Tercero pareció resbalar, inclinándose bruscamente a un lado, con lo que ella se lanzó hacia delante y le rodeó el cuello con los brazos, apretando los pechos contra su espalda. Se sentía extrañamente cómoda. Él, sin embargo, temblaba de pies a cabeza.

—¿Peso mucho?

Él no contestó, tembló durante unos momentos, pero enseguida se serenó. Con ella a cuestas, vadeó lentamente el río. A mitad de camino dijo:

—En mi pueblo tenemos un dicho que afirma: «A un anciano hay que casarlo, a una anciana hay que llevarla a cuestas». A ti te llevaré a cuestas, seas anciana o no. ¿Qué te parece?

Jingqiu se sonrojó y exclamó:

—¿Cómo puedes decir algo así? Dilo otra vez y saltaré al agua.

Mayor Tercero no contestó, pero con la cabeza señaló río abajo.

—Tu hermano Lin está esperando allí.

Jingqiu vio a Lin de pie junto al río con un cubo de agua en cada mano. Mayor Tercero trepó a la ribera, soltó a Jingqiu, y mientras se ponía los zapatos y los calcetines dijo:

—Espera aquí, yo iré a hablar con él. —En voz baja intercambió algunas palabras con Lin y regresó junto a Jingqiu—. Irás a casa con él, yo volveré al campamento.

Nada más dicho eso, desapareció en la noche.

Lin recogió agua con los dos cubos, se los echó al hombro y regresó hasta la casa sin pronunciar palabra. Jingqiu lo siguió aterrorizada. «¿Contará algo de lo que ha visto? ¿Se lo dirá a mi Asociación? Estoy acabada».

Quiso utilizar el tiempo que le quedaba antes de llegar a casa para hablar con Lin.

—Lin, no te confundas, solo me ha acompañado. Nosotros…

—Ya me lo ha dicho.

—No se lo cuentes a nadie, la gente no lo entenderá.

—Ya me lo ha dicho.

Todo el mundo se sorprendió de que hubiera llegado tan tarde. La tía no dejaba de repetirle:

—¿Has venido sola? ¿Has hecho todo el camino de la montaña sola? Qué valiente. Yo no me atrevo a ir ni de día.

Capítulo 7

Jingqiu tenía tanto miedo de que Lin les contara a los demás lo que había visto en el río que tardó mucho en dormirse. Lin todavía no se lo había dicho a nadie, pero quizá era porque ella estaba allí. «En cuanto me dé la vuelta se lo irá a contar a la tía, seguro». Si realmente la estaba esperando en el río, entonces sin duda lo diría todo, pues Jingqiu sabía que Lin no soportaba verla con Mayor Tercero. Aunque lo peor sería que Lin le contara a todo el mundo lo de ella y Mayor Tercero, y que esta información llegara a oídos de su Asociación, y a través de esta a la escuela. ¿Qué ocurriría si se enteraban en la escuela?

Su clase social mala la preocupaba, pues aunque su madre había sido «puesta en libertad» y ahora trabajaba de maestra para las masas, su padre seguía siendo un terrateniente. De los cinco elementos malos —terrateniente, campesino rico, contrarrevolucionario, cuadro corrupto, derechista—, el terrateniente era el enemigo más repugnante de todos para la clase trabajadora. Su escuela sin duda aprovecharía cualquier «mal comportamiento» y lo utilizaría como arma para castigar a la hija de un terrateniente como ella. Y sin duda también arrestarían al resto de su familia.

La etiqueta de clase de su padre era en extremo injusta. No solo había abandonado su casa familiar a una edad precoz para ir a estudiar, sino que su familia no había cobrado alquiler a los arrendatarios de sus tierras, de manera que habían sido doblemente injustos con él, y nunca deberían haberlo clasificado como terrateniente. Deberían haberlo visto como un joven progresista. Había huido del territorio enemigo hacia las zonas liberadas al menos un par de años antes de 1949 y puso su talento musical al servicio del pueblo organizando un coro para propagar el comunismo y la doctrina de Mao Zedong, enseñando a las masas que «Un cielo liberado es un cielo brillante». Nadie supo por qué, pero en cuanto comenzó la Revolución Cultural lo estigmatizaron y lo acusaron de ser un agente encubierto al servicio de los nacionalistas. Al final lo tacharon de terrateniente y lo enviaron a un campo de trabajo. Lo cierto era que solo podían colocarle una etiqueta, y solo serviría la que le causara más daño; «agente secreto de Chiang Kai-shek», «contrarrevolucionario activo» y vete a saber qué mas no eran apelativos lo bastante injuriosos.

Así pues, el más pequeño error por su parte le acarrearía una gran desgracia. Esos pensamientos la llenaban de remordimientos por sus actos. No entendía qué le había pasado, era como si hubiera tomado una droga que la embrujara. Mayor Tercero le dijo que cogiera el camino de la montaña, así que tomó el camino de la montaña. Mayor Tercero le dijo que quería esperarla en el pueblo, y ella había dejado que la esperara en el pueblo. Luego Jingqiu había permitido que él la cogiera de la mano, la abrazara y la besara. Y lo peor de todo era que Lin había visto a Mayor Tercero llevarla a cuestas a través del río. Y ahora ¿qué? La preocupación la consumía. ¿Cómo puedo impedir que Lin cuente algo? Y, si lo cuenta, ¿qué hago entonces? Ni siquiera tenía energía para pensar en lo que sentía por Mayor Tercero.

Los días siguientes Jingqiu los pasó en un sinvivir, atenta a cada palabra que les decía a la tía y a Lin, escudriñando la cara de la tía para ver si Lin la había denunciado. Comprendió que Lin no era de los que se iban de la lengua; era una calabaza sellada. Era la tía la que la preocupaba. Si se enteraba, sin duda lo sabría todo el mundo. Jingqiu se sentía atrapada por los hilos de los pensamientos que se enredaban en torno a ella. A veces la tía ponía cara de saberlo todo, pero otras permanecía callada, ajena a cualquier asomo de chismorreo.

Mayor Tercero seguía yendo a casa de la tía, pero habían trasladado su lugar de trabajo a otra zona de la aldea y no le daba tiempo a ir a comer. A menudo aparecía por la noche, y siempre llevaba comida. En dos ocasiones llevó salchichas que había comprado a un granjero de la zona. La tía las preparó, las cortó en rodajas y coció unas verduras de acompañamiento. Esa noche Jingqiu descubrió un trozo de salchicha debajo del arroz de su cuenco. Sabía que Mayor Tercero debía de haberla puesto allí. Como sabía que le gustaban las salchichas, procuraba que ella recibiera más que los otros.

Jingqiu no sabía qué hacer con el trozo extra de carne. Aquello la desarmaba. Su madre le había contado historias de los tiempos en que los amorosos maridos del campo ocultaban carne en los cuencos de arroz de sus esposas. Las jóvenes esposas no pintaban nada en la familia, y tenían que ceder constantemente ante todos los demás. Si alguna vez había algún manjar, debían esperar a que los padres de su marido comieran primero, a que lo hiciera el marido, luego los tíos y tías, y finalmente sus hijos. Para cuando le llegaba el turno, solo quedaban las verduras.

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