Animales fantásticos y dónde encontrarlos (2 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Fantasía

Tienes en tus manos un duplicado del ejemplar de Harry Potter de Animales fantásticos… que hasta incluye las informativas notas al margen que escribieron él y sus amigos. Aunque Harry no estaba muy dispuesto a que su libro se reimprimiera en su forma actual, nuestros amigos de Comic Relief consideraron que esos pequeños añadidos ampliaban el entretenido tono del libro. El señor Newt Scamander, resignado hace tiempo a que su obra maestra fuera garabateada sin cuartel, lo aceptó.

Esta edición de Animales fantásticos… se venderá en Flourish y Blotts, así como en todas las librerías muggles. Los magos que deseen realizar donativos adicionales deberán hacerlo a través del banco Gringotts (pregunten por Griphook).

Sólo me resta advertir a cualquiera que haya leído este libro sin comprarlo que tiene la maldición de los ladrones. También quiero aprovechar esta oportunidad para asegurar a los muggles que las asombrosas criaturas que se describen a continuación son imaginarias y no pueden hacerles daño. A los magos, simplemente les digo: Draco dormiens nunquam titillandus.

Introducción
Sobre este libro

Animales fantásticos y dónde encontrarlos representa el fruto de muchos años de viajes e investigaciones. Al echar la vista atrás, recuerdo al mago de siete años que pasaba horas en su dormitorio despedazando horklumps y envidio los viajes que habría de realizar: desde la jungla más oscura hasta el desierto más deslumbrante, desde el pico de las montañas hasta las ciénagas. Al crecer, ese chico mugriento recubierto con restos de horklump perseguiría a las bestias que se describen en las páginas siguientes. He visitado madrigueras, guaridas y nidos en cientos de regiones, he sido testigo de sus poderes, me he ganado su confianza y, en ocasiones, he rechazado sus ataques con mi tetera de viaje.

La primera edición de Animales fantásticos… nació de un encargo que me hizo en 1918 el señor Augustus Worme de Obscurus Books, quien tuvo la gentileza de preguntarme qué me parecería la idea de escribir un compendio autoritativo de criaturas mágicas para su editorial.

Entonces yo no era más que un empleado de bajo rango del Ministerio de Magia y acepté de inmediato una oportunidad que me permitía tanto complementar mi magro salario de dos sickles por semana como pasar las vacaciones viajando por el mundo para buscar nuevas especies mágicas. El resto ya es historia de la industria editorial: Animales fantásticos… lleva cincuenta y dos ediciones.

El objetivo de esta introducción es contestar a algunas de las preguntas más frecuentes que han ido llegando en sacas de correo todas las semanas desde que este libro se imprimiera por primera vez en 1927. La primera pregunta que trataremos de responder es la fundamental: ¿qué es una «bestia»?

¿Qué es una bestia?

La definición de «bestia» ha sido objeto de controversia durante siglos. Aunque este hecho pueda sorprender a algunos estudiantes que se acerquen por primera vez a la Magizoología, el problema puede resultar más comprensible si nos tomamos un momento para considerar tres tipos de criaturas mágicas.

Los hombres lobo son humanos la mayor parte del tiempo (ya sean magos o muggles). Sin embargo, una vez al mes, se transforman en bestias salvajes de cuatro patas con intenciones asesinas y sin ninguna conciencia humana.

Los hábitos de los centauros no son como los de los humanos, pues viven en estado natural, se niegan a vestirse y rehuyen tanto a magos como a muggles, aunque tienen una inteligencia igual a la de ellos.

Los trolls presentan una apariencia remotamente humana, caminan erguidos y pueden aprender algunas palabras simples, pero son menos inteligentes que el más tonto de los unicornios y no tienen poderes mágicos si exceptuamos su prodigiosa y anormal fuerza.

Ahora preguntémonos: ¿cuál de esas criaturas es un «ser» -es decir, una criatura digna de derechos legales y voz en el gobierno del mundo mágico- y cuál una «bestia»?

Las primeras tentativas para decidir qué criaturas mágicas debían ser consideradas «bestias» fueron sumamente rudimentarias.

Burdock Muldoon, presidente del Consejo de Magos
[1]
en el siglo XIV, decretó que en adelante cualquier miembro de la comunidad mágica que caminara sobre dos piernas sería considerado un «ser», mientras que los demás seguirían siendo «bestias». En un gesto amistoso, convocó a todos los «seres» para que se reunieran con los magos en una cumbre que discutiría nuevas leyes mágicas y descubrió, para su enorme desaliento, que se había equivocado. La sala de reuniones estaba repleta de duendes que habían llevado a todas las criaturas con dos piernas que habían podido encontrar. Como nos cuenta Bathilda Bagshot en su libro Una historia de la magia:

Apenas se oía nada entre los graznidos de los diricawls, los lamentos de los augureys y el canto incesante y taladrador de los fwoopers. Cuando las brujas y los magos intentaron consultar los documentos ante ellos, un grupo de hadas y duendecillos empezó a dar vueltas entre sus cabezas, riendo y parloteando. Un grupo de trolls comenzó a destrozar las paredes del recinto con sus mazas, mientras unas arpías se deslizaban por el lugar buscando niños para comérselos. El presidente del Consejo se puso en pie para abrir la sesión, resbaló en una pila de excrementos de porlock y abandonó apresuradamente la sala sin dejar de maldecir.

Como podemos ver, la simple posesión de dos piernas no garantizaba que una criatura mágica pudiera o quisiera interesarse por los asuntos del gobierno de los magos. Amargado, Burdock Muldoon renunció a cualquier intento de integrar en el Consejo a otros miembros de la comunidad mágica que no fueran magos.

La sucesora de Muldoon, la señora Elfrida Clagg, intentó redefinir el concepto de «seres» con la esperanza de estrechar lazos con otras criaturas mágicas. Los «seres», declaró, son aquellos que pueden hablar el lenguaje humano. Por lo tanto, todos aquellos que pudieran hacerse entender por los miembros del Consejo estaban invitados a participar en la siguiente reunión. No obstante, una vez más hubo problemas. Los duendes enseñaron algunas frases sencillas a los trolls y éstos volvieron a destrozar la sala. Los jarveys se dedicaron a correr entre las patas de las sillas y mordieron todos los tobillos que estaban a su alcance. Entretanto, había llegado una numerosa delegación de fantasmas (que habían sido apartados bajo la presidencia de Muldoon con el argumento de que no andaban, sino que se deslizaban), pero se retiraron indignados por lo que luego calificaron como «desvergonzado énfasis que el Consejo ponía en las necesidades de los vivos, en oposición a los deseos de los muertos». Los centauros, que con Muldoon habían sido clasificados como «bestias» y eran ahora definidos como «seres» bajo la presidencia de la señora Clagg, se negaron a asistir al Consejo en protesta por la exclusión de la gente del agua, que sólo podía hablar en sirenio.

Hubo que esperar hasta 1811 para que se diera con definiciones que la mayoría de la comunidad mágica considerara aceptables. Grogan Stump, el por entonces recién nombrado ministro de Magia, decretó que un «ser» era «cualquier criatura que tenga suficiente inteligencia para comprender las leyes de la comunidad mágica y compartir parte de la responsabilidad que implica su formulación».
[2]
Los representantes de los trolls fueron entrevistados en ausencia de duendes y se concluyó que no comprendían nada de lo que se les estaba diciendo; por lo tanto, los clasificaron como «bestias», aunque caminaban sobre dos piernas. La gente del agua fue invitada a través de traductores a asumir el estatuto de «seres» por primera vez. Pese a su apariencia humanoide, hadas, gnomos y duendecillos fueron catalogados como «bestias» con total contundencia.

Naturalmente, el asunto no terminó ahí. Todos conocemos a los extremistas que hacen campaña para clasificar a los muggles como «bestias»; todos sabemos que los centauros han rehusado el estatuto de «seres» y han solicitado que los sigan considerando «bestias»;
[3]
mientras tanto, los hombres lobo han ido pasando de la División de Bestias a la de Seres y viceversa durante muchos años; en el momento en que escribimos esto, hay una Oficina de Servicio de Apoyo para Hombres Lobo en la División de Seres, mientras que el Registro de Hombres Lobo y la Unidad de Captura de Hombres Lobo entran en la División de Bestias. Muchas criaturas sumamente inteligentes son clasificadas como «bestias» porque no logran superar sus brutales instintos. Las acromántulas y las mantícoras son capaces de mantener una conversación racional, pero intentarán devorar a cualquier humano que se les acerque. Las esfinges hablan solamente con enigmas y acertijos y son violentas cuando les dan una respuesta equivocada.

En las páginas siguientes he señalado los casos donde perdura la incertidumbre sobre la clasificación de una bestia.

Vamos ahora a planteamos lo que magos y brujas se preguntan más a menudo cuando la charla versa sobre criaturas mágicas: ¿por qué?

Una breve historia del conocimiento muggle de las criaturas fantásticas

Por más asombroso que pueda resultarle a la mayoría de los magos, los muggles no siempre ignoraron la existencia de esas criaturas monstruosas y mágicas que nosotros hemos tratado de ocultar durante tanto tiempo y con tanto ahínco. Una mirada al arte y la literatura muggles de la Edad Media revela que gran parte de las criaturas que ahora se consideran imaginarias, se consideraban entonces reales. El dragón, el grifo, el unicornio, el fénix, el centauro: ellos y muchos otros están representados en las obras muggles de ese período, aunque habitualmente con inexactitudes casi cómicas.

Sin embargo, un examen más cuidadoso de los bestiarios muggles de esa época demuestra que la mayoría de las criaturas mágicas burlaron totalmente la atención de los muggles o fueron confundidas con otras cosas. Examinen este fragmento de manuscrito que ha llegado hasta nuestros días y que escribió el hermano Benedicto, un monje franciscano de Worcestershire:

Hoy, mientras trabajaba en el jardín de plantas medicinales, aparté la albahaca para descubrir un hurón de tamaño descomunal. Ni corrió ni se escondió como hacen los hurones, sino que se arrojó sobre mí y me tiró de espaldas sobre la tierra mientras gritaba con una furia anormal: «¡Fuera de aquí, pelón!" y entonces me mordió la nariz con tanta maldad que me sangró durante varias horas. El fraile no estaba dispuesto a creer que me había encontrado con un hurón que hablaba y me preguntó si había estado bebiendo del vino del hermano Bonifacio. Como la nariz estaba hinchada y me sangraba, me excusó de las vísperas.

Es evidente que nuestro amigo muggle no había desenterrado un hurón, como suponía, sino a un jarvey, que seguramente estaba persiguiendo a su presa favorita, los gnomos.

La comprensión incorrecta es a menudo más peligrosa que la ignorancia, y el miedo que los muggles tenían a la magia aumentó indudablemente por el temor que les inspiraba lo que pudiera estar al acecho en sus huertas. En esa época la persecución de magos estaba alcanzando un punto hasta entonces desconocido, y divisar criaturas tales como hipogrifos y dragones contribuía a acrecentar la histeria muggle.

No es propósito de esta obra discutir la oscura etapa que llevó a los magos a esconderse.
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Lo que nos interesa conocer ahora es el destino de esas bestias fabulosas que, al igual que nosotros, tenían que ser escondidas para conseguir que los muggles se convencieran de que la magia no existía.

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