Anochecer (6 page)

Read Anochecer Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

La Exposición del Centenario de Jonglor se extendía sobre una enorme zona de parque justo al este de la ciudad. Era una mini-ciudad en sí misma, y completamente espectacular a su propia manera, pensó Sheerin. Vio fuentes, arcadas, resplandecientes torres rosas y turquesas de iridiscente plástico tan duro como la piedra. Grandes salones de exposición ofrecían tesoros artísticos de cada provincia de Kalgash, muestras industriales, las últimas maravillas científicas. Mirara donde mirase, había algo inhabitual y hermoso para atraer sus ojos. Miles de personas, quizá centenares de miles, recorrían sus resplandecientes y elegantes bulevares y avenidas.

Sheerin había oído siempre que la Exposición del Centenario de Jonglor era una de las maravillas del mundo, y vio ahora que era cierto. Poder visitarla era un raro privilegio. Se abría sólo una vez cada cien años, durante tres años consecutivos, para conmemorar el aniversario de la fundación de la ciudad..., y ésta, la Exposición del Quinto Centenario de Jonglor, se decía que era la más grande de todas. De hecho sintió una repentina y vigorosa excitación, como no la había conocido desde hacía mucho tiempo, mientras recorría su muy manicurado terreno. Esperaba tener un poco de tiempo más tarde, aquella semana, para explorarla por sí mismo.

Pero su humor cambió bruscamente cuando el coche rodeó el perímetro de la Exposición y les condujo a una entrada en la parte de atrás que llevaba a la zona de diversiones. Allá, tal como Kelaritan había dicho, habían sido acordonadas grandes secciones; y hoscos grupos de gente miraron más allá de las cuerdas con obvia irritación mientras Cubello, Kelaritan y Varitta 312 le condujeron hacia el Túnel del Misterio. Sheerin pudo oírles murmurar furioso, un bajo y duro gruñir que halló inquietante e incluso un poco intimidador.

Se dio cuenta de que el abogado había dicho la verdad. Esa gente se mostraba furiosa porque el Túnel estaba cerrado.

Se sienten celosos, pensó maravillado Sheerin. Saben que vamos al Túnel, y ellos quieren ir también. Pese a todo lo que ha ocurrido allí.

—Podemos ir por este lado —dijo Varitta.

La fachada del Túnel era una enorme estructura piramidal, ahusada en los lados, con una mareante y extraña perspectiva. En su centro había una enorme puerta de entrada de seis lados, espectacularmente perfilada en escarlata y oro. Estaba cerrada con barrotes. Varitta extrajo una llave y abrió una pequeña puerta a la izquierda de la fachada, y todos entraron.

Dentro, todo parecía mucho más ordinario. Sheerin vio una serie de barandillas de metal diseñadas sin duda para las colas de la gente que aguardaba para subir a los vehículos. Más allá había un andén muy parecido a la de cualquier estación de ferrocarril, con una hilera de pequeños cochecitos abiertos aguardando. Y más allá...

Oscuridad.

—Si no le importa firmar esto primero, por favor, doctor... —dijo Cubello.

Sheerin miró el papel que le tendía el abogado. Estaba lleno de palabras confusas, como si danzaran.

—¿Qué es?

—Un pliego de descargo. El formulario estándar.

—Sí. Por supuesto. —Sheerin firmó tranquilamente con su nombre, sin siquiera leer el papel.

No tienes miedo, se dijo. No tienes miedo en absoluto.

Varitta 312 puso un pequeño dispositivo en su mano.

—Es un control de interrupción —explicó—. Todo el trayecto dura quince minutos, pero basta con que apriete este panel verde tan pronto como haya estado dentro el tiempo suficiente para averiguar lo que necesita saber, o en caso de que empiece a sentirse incómodo, y las luces se encenderán. Su vehículo irá rápidamente al extremo más alejado del Túnel y dará la vuelta de regreso hasta la estación.

—Gracias —dijo Sheerin—. Dudo que vaya a necesitarlo.

—Pero mejor que lo lleve consigo. Sólo por si acaso.

—Mi plan es experimentar el trayecto en su totalidad —respondió él, gozando con su propia pomposidad.

Pero también había algo a lo que llamaban estupidez, se recordó. No tenía intención de utilizar el control de interrupción, pero probablemente sería poco juicioso no llevarlo consigo.

Sólo por si acaso.

Subió al andén. Kelaritan y Cubello le miraban de una forma demasiado transparente. Casi podía oírles pensar: Este viejo gordo estúpido va a convertirse en jalea ahí dentro. Bueno, que lo pensaran.

Varitta había desaparecido. Sin duda había ido a poner en marcha el mecanismo del Túnel.

Sí: ahí estaba ahora, en una cabina de control arriba a la derecha, haciendo señas de que todo estaba preparado.

—Si quiere subir al cochecito, doctor... —dijo Kelaritan.

—Por supuesto. Por supuesto.

Menos de uno de cada diez experimentaban efectos perjudiciales. Era muy probable que se tratara de personas ya normalmente vulnerables a los desórdenes de la Oscuridad. Yo no soy de ésas. Yo soy un individuo muy estable.

Entró en el cochecito. Había un cinturón de seguridad; se lo ató en torno a la cintura, ajustándolo con cierta dificultad a su perímetro. El cochecito empezó a rodar hacia delante, lentamente, muy lentamente.

La Oscuridad le estaba aguardando.

Menos de uno de cada diez. Menos de uno de cada diez.

Comprendía el síndrome de la Oscuridad. Eso le protegería, estaba seguro: su comprensión. Aunque toda la Humanidad sentía un miedo instintivo a la ausencia de luz, eso no significaba que la ausencia de luz fuera en sí misma perjudicial.

Lo que era perjudicial, sabía Sheerin, era la reacción de uno a la ausencia de luz. Lo único que había que hacer era permanecer tranquilo. La Oscuridad no es nada más que oscuridad, un cambio de circunstancias externas. Estamos condicionados a aborrecerla porque vivimos en un mundo donde la Oscuridad es algo innatural, donde siempre hay luz, la luz de sus muchos soles. En cualquier momento puede haber tantos como cuatro soles brillando a la vez; normalmente había tres en el cielo, y ninguna ocasión en la que hubiera menos de dos..., excepto aquellos días ocasionales en los que sólo Onos estaba por encima del horizonte; y la luz del gran Onos, el sol principal del sistema, era suficiente por sí misma para mantener alejada la Oscuridad...

La Oscuridad...

La Oscuridad...

¡La Oscuridad!

Sheerin estaba en el Túnel ahora. Detrás de él desapareció el último vestigio de luz, y se dio cuenta de que estaba mirando a un vacío absoluto. No había nada delante de él: nada. Un pozo. Un abismo. Una zona de total ausencia de luz. Y estaba cayendo a ella de cabeza.

Sintió que el sudor brotaba por todo su cuerpo.

Sus rodillas empezaron a temblar. Su frente pulsó. Alzó la mano y fue incapaz de verla frente a su rostro.

Interrumpe interrumpe interrumpe interrumpe

No. Absolutamente no.

Permaneció sentado muy erguido, la espalda rígida, los ojos muy abiertos, mirando impasible a la nada en la que se hundía. Adelante y adelante, cada vez más profundo. Temores primordiales burbujearon y sisearon en las profundidades de su alma, y los obligó a sepultarse de nuevo, muy abajo y muy lejos.

Los soles seguían brillando fuera de aquel túnel, se dijo a sí mismo.

Esto es sólo temporal. Dentro de catorce minutos y treinta segundos estaré de nuevo ahí fuera.

Catorce minutos y veinte segundos.

Catorce minutos y diez segundos.

Catorce minutos...

Pero, ¿se estaba moviendo realmente? No podía decirlo. Quizá no. El mecanismo del cochecito era silencioso; no tenía puntos de referencia. ¿Y si me quedo encallado aquí?, se preguntó. ¿Me quedo simplemente sentado aquí en la oscuridad, sin forma alguna de decir dónde estoy, qué está ocurriendo, cuánto tiempo pasa? ¿Quince minutos, veinte, media hora? ¿Hasta que supere el último límite que mi cordura puede soportar, y entonces...?

Sin embargo, siempre había el control de interrupción.

Pero supongamos que no funciona. ¿Qué ocurrirá si lo pulso y las luces no se encienden?

Supongo que podría probarlo. Sólo para ver...

¡Gordito es un cobarde! ¡Gordito es un cobarde!

No. No. No lo toques. Una vez enciendas las luces no podrás volver a apagarlas. No debes usar el botón de interrupción, o ellos sabrán, todos ellos sabrán...

Gordito es un cobarde, Gordito es un cobarde...

De pronto, sorprendentemente, lanzó el control de interrupción contra la oscuridad. Hubo un diminuto sonido cuando cayó... en alguna parte. Luego silencio de nuevo. Notó su mano terriblemente vacía.

La Oscuridad...

La Oscuridad...

No había fin a aquello. Caía dando vueltas en un abismo infinito. Caía y caía y caía a la noche, la interminable noche, la oscuridad que lo devoraba todo...

Respira profundo. Permanece tranquilo.

¿Y si se produce algún daño mental permanente?

Permanece tranquilo, se dijo. Estarás bien. Tienes que soportar otros once minutos de esto en el peor de los casos, quizá sólo seis o siete. Los soles brillan ahí fuera. Seis o siete minutos y nunca más volverás a estar en la Oscuridad, ni aunque vivas mil años.

La Oscuridad...

Oh, Dios, la Oscuridad...

Calma. Calma. Eres un hombre muy estable, Sheerin. Eres extremadamente cuerdo. Estabas cuerdo cuando te metiste en esto y seguirás estando cuerdo cuando salgas de aquí.

Tic. Tic. Tic. Cada segundo te acerca un poco más a la salida. ¿Lo hace realmente? Puede que este trayecto no termine nunca. Podrías permanecer aquí dentro para siempre. Tic. Tic. Tic. ¿Me muevo? ¿Me quedan cinco minutos, o cinco segundos, o éste es todavía el primer minuto?

Tic. Tic.

¿Por qué no me dejan salir? ¿No pueden ver que estoy sufriendo aquí dentro?

Ellos no quieren que salgas. Nunca te dejarán salir. Van a...

De pronto, un dolor acuchillante entre sus ojos. Una explosión de agonía en su cráneo.

¿Qué es eso?

¡Luz!

¿Es posible? Sí. Sí.

Gracias a Dios. ¡Luz, sí! ¡Gracias a todos los dioses que hayan llegado a existir nunca!

¡Estaba al final del Túnel! ¡Regresaba a la estación! Tenía que ser eso. Sí. Sí. Los latidos de su corazón, que se habían convertido en un tronar lleno de pánico, empezaban a regresar a la normalidad. Sus ojos, que se ajustaban ahora al regreso de las condiciones normales, empezaron a enfocarse sobre cosas familiares, cosas benditas, los puntales, la plataforma, la pequeña ventana en la cabina de control...

Cubello, Kelaritan, observándole.

Se sintió avergonzado ahora de su cobardía. Recóbrate, Sheerin. En realidad no fue tan malo. Tú tenías razón. No estás tendido en el fondo del vehículo chupándote el pulgar y lloriqueando. Fue alarmante, fue aterrador, pero no te destruyó..., en realidad no fue nada que no pudieras manejar...

—Aquí estamos. Deme su mano, doctor. Arriba..., arriba...

Le alzaron de pie, y lo sujetaron cuando salió del cochecito. Sheerin inspiró profundamente, llenó sus pulmones de aire. Se pasó la mano por la frente y notó que chorreaba.

—El pequeño control de interrupción —murmuró—. Creo que lo perdí en alguna parte...

—¿Cómo se encuentra, doctor? —preguntó Kelaritan—. ¿Cómo fue?

Sheerin se tambaleó. El director del hospital lo sujetó por el brazo para ayudarle a mantener el equilibrio, pero Sheerin le apartó, indignado. No iba a dejarles que pensaran que esos pocos minutos en el Túnel habían podido con él.

Pero no podía negar que le habían afectado. Por mucho que lo intentara, no había forma de ocultarlo. Ni siquiera de sí mismo.

Se dio cuenta de que ninguna fuerza en el mundo le obligaría nunca a efectuar un segundo trayecto a través de aquel Túnel.

—¿Doctor? ¿Doctor?

—Estoy... bien... —dijo con voz espesa.

—Dice que está bien —le llegó la voz del abogado—. Échense atrás. Déjenle solo.

—Sus piernas se están doblando —indicó Kelaritan—. Va a caer.

—No —dijo Sheerin—. No teman. ¡Me encuentro bien, les digo!

Se inclinó hacia un lado y se tambaleó, recuperó el equilibrio, se inclinó de nuevo. El sudor brotaba por todos sus poros. Miró por encima del hombro, vio la boca del Túnel y se estremeció. Apartó la vista de aquella oscura caverna, enderezó los hombros y los alzó como si deseara ocultar su rostro entre ellos.

—¿Doctor? —dijo Kelaritan, dubitativo.

No servía de nada fingir. Aquello era una estupidez, aquel vano y testarudo intento de heroísmo. Dejemos que piensen que fui un cobarde. Dejemos que piensen lo que quieran. Esos quince minutos habían sido la peor pesadilla de su vida. Su impacto aún estaba hundiéndose en él, y hundiéndose, y hundiéndose.

—Fue... algo poderoso —dijo—. Muy poderoso. Muy inquietante.

—Pero usted se halla básicamente bien, ¿no es así? —insistió ansioso el abogado—. Un poco estremecido, sí. Pero, ¿quién no lo estaría, después de pasar por la Oscuridad? Pero básicamente está bien. Como sabíamos que estaría. Son sólo unos pocos, muy pocos, los que sufren algún tipo de...

—No —dijo Sheerin. El rostro del abogado era como el de una sonriente gárgola frente a él. Como el rostro de un demonio. No podía soportar verlo. Pero una buena dosis de la verdad exorcizaría al demonio. No era necesario ser diplomático, pensó. No cuando se hablaba con demonios—. Es imposible que nadie pase a través de esa cosa sin hallarse en un grave riesgo. Ahora estoy seguro de ello. Incluso la psique más fuerte recibirá un terrible vapuleo, y las débiles simplemente se derrumbarán. Si abren el Túnel de nuevo, tendrán todos los hospitales mentales de cuatro provincias llenos dentro de seis meses.

—Al contrario, doctor...

—¡No me diga "al contrario"! ¿Ha estado usted en el Túnel, Cubello? No, no lo creo. Pero yo sí. Usted paga por mi opinión profesional: puede conseguirla ahora mismo. El Túnel es mortífero. Es una simple cuestión de naturaleza humana. La oscuridad es más de lo que la mayoría de nosotros podemos soportar, y eso nunca va a cambiar, mientras tengamos como mínimo un sol ardiendo siempre en el cielo. ¡Cierren el Túnel definitivamente, Cubello! ¡En nombre de la cordura, hombre, ciérrenlo! ¡Ciérrenlo!

7

Beenay aparcó su escúter en el aparcamiento de la Facultad justo debajo de la cúpula del observatorio y subió con paso rápido el sendero que conducía a la entrada principal del gran edificio. Mientras subía los amplios escalones de piedra de la entrada se sorprendió al oír a alguien llamar su nombre desde arriba.

Other books

TRAPPED by Beverly Long - The Men from Crow Hollow 03 - TRAPPED
El clan de la loba by Maite Carranza
Three's a Crowd by Ella Jade
Devious Revenge by Erin Trejo
Santa's Pet by Rachelle Ayala
The Giant Among Us by Denning, Troy
A Sister's Test by Wanda E. Brunstetter
Shootout of the Mountain Man by William W. Johnstone, J. A. Johnstone
Stuff to Die For by Don Bruns