Read Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos Online
Authors: Jude Watson
Obi-Wan fue delante, sujetando la barra luminosa. Debían caminar con cuidado por la roca, hasta volver a la pared de la grieta. El agua impedía a Qui-Gon saber dónde poner el pie, mientras Lundi movía sin parar los brazos y seguía desvariando en su oído.
—¡El holocrón! —gritaba, luchando por zafarse del firme agarre del Maestro Jedi—. ¡Tengo que ir a por el holocrón! ¡Es mío! ¡Mío!
Qui-Gon intentó no hacer caso del profesor, pero no era fácil. Por fin, divisó el sitio por el que habían bajado. Pero ¿cómo subirían cargados con un quermiano loco y con sólo un lanzacables anclado arriba?
—Yo escalaré primero y luego te tiraré el cable —sugirió Obi-Wan.
Qui-Gon no estaba seguro de que tuvieran tiempo para eso, ni de poder escalar con Lundi a cuestas, pero no veía una opción mejor, y no podía pensar con Lundi gritándole al oído.
Obi-Wan empezaba a trepar la pared cuando una pequeña nave apareció sobre sus cabezas. Volvió al suelo, y su Maestro y él se pegaron a la pared para protegerse. No había forma de saber quién la tripulaba, ni qué buscaba.
La nave descendió lo más cerca de la pared que pudo, y una larga escalerilla descendió hasta los Jedi. El vehículo les sonaba de algo, pero les costaba identificarlo en la oscuridad. Obi-Wan miró a su Maestro sin saber qué hacer. Qui-Gon tampoco sabía qué pensar de la nave, pero no era de los que rechazan ayuda cuando la necesitan.
El Jedi se agarró y trepó. A pesar de que los peldaños estaban regularmente espaciados, no fue tarea fácil conseguir subir a la nave al iracundo profesor sano y salvo. A medio camino, Lundi se quedó sin conocimiento. Cuando Qui-Gon consiguió meterlo en la nave, estaba exhausto. Había tenido que agarrar a Lundi con una mano e izarse con la otra, sujetándose a la escalera con los dientes. En dos ocasiones, le resbalaron las botas en los húmedos peldaños y estuvo a punto de ir a parar al agua junto a su pesada carga. Por fin llegó a la escotilla de la nave y se arrastró al interior junto con su carga.
—Me alegro de volver a veros —dijo una voz femenina y chillona desde la cabina. A Qui-Gon le sorprendió ver a Elda. Ella sonrió al ver su reacción.
—No me esperabas, ¿a que no? —preguntó.
Qui-Gon negó con la cabeza.
—Pero es un placer —le dijo con toda sinceridad—. Gracias por venir.
La piloto se giró hacia los mandos y elevó la nave por los aires.
—No tienes que darme las gracias —respondió—. Hubo algo en vosotros o en este sitio que me dejó intranquila, y regresé poco después de irme. No podía abandonaros aquí. Después de todo, salvasteis mi nave de saltar por los aires. Quería devolveros el favor.
—Te lo agradecemos —dijo Obi-Wan mientras se desplomaba sobre una silla.
Qui-Gon instaló a Lundi en otro asiento y le ató con un cable para que no se cayera. No sabía si el viejo quermiano tendría muchas energías cuando despertara, pero no quería correr riesgos.
De pronto, el profesor alzó la cabeza.
Qui-Gon dio un paso atrás, pero Lundi estiró su largo cuello hacia delante, empujando al Jedi contra la pared de la nave.
El ojo bueno del quermiano describió un círculo al examinar de cerca al Jedi.
—¡Luchadores por la paz! —soltó—. Habéis iniciado una guerra —Lundi llevaba la cabeza de atrás adelante—. ¡Guerra! ¡Guerra! —repitió una y otra vez, subiendo el volumen y el tono.
Qui-Gon fue a decir algo, pero se dio cuenta de que no tenía sentido. Lo único que le quedaba era contemplar al otrora brillante historiador en pleno frenesí. El poder del Lado Oscuro lo había corrompido. Se había vuelto loco. Lo llevarían al Templo para calibrar su situación. Qui-Gon estaba seguro de que necesitaría ayuda psiquiátrica. Y seguramente la República Galáctica también querría hacerle un par de preguntas respecto a sus intenciones con el holocrón.
No era la forma en la que Qui-Gon había esperado regresar de aquella misión. No tenía el holocrón. Su aprendiz estaba destrozado. Y seguía sin saber quién conocía el paradero del holocrón, aparte de los Jedi y del profesor Lundi. ¿Quién había soltado el cable de Obi-Wan? ¿Había conseguido alguien descender a la grieta? Lo único que les quedaba era esperar que el holocrón siguiera en el fondo del mar kodaiano. Al menos hasta que la marea volviera a bajar dentro de diez años.
—¡No podréis con él! ¡No sabéis lo que tenéis que hacer con él! ¡No os lo merecéis! —siguió profiriendo el profesor. Qui-Gon ya no estaba seguro de que le hablara a él.
Respiró hondo y apartó de su mente los desatinos de Lundi. Intentó consolarse con el hecho de que el holocrón no estaba en manos de Lundi, pero sabía perfectamente que aquella misión distaba mucho de haber terminado.
—
S
eres patéticos —exclamó Lundi. Su ojo descubierto describió un giro, y la baba empezó a caerle por la barbilla—. El poder era mío... estaba a mi alcance. Pero vosotros... me lo robasteis. Me lo quitasteis.
Obi-Wan contempló al quermiano demente, que luchaba por zafarse de sus ataduras. La ira acumulada en su interior era casi tangible, y supo que Lundi le mataría si pudiera. Pero aparte de esa lúcida declaración sobre el poder que tuvo y perdió, casi todo lo que el profesor decía era incomprensible.
El profesor Lundi estuvo a punto de perder la vida en Kodai cuando intentó hacerse con el holocrón Sith, enterrado bajo el enorme océano del planeta. Había sobrevivido a la empresa, pero no así su cordura, que sirvió de alimento al antiguo objeto que acechaba bajo las incesantes olas.
Lundi se agitó en su asiento, intentando liberarse. Desde aquella fatídica noche en Kodai, lo habían juzgado por el delito de intentar activar un agente maligno en la galaxia. No sólo había intentado hacerse con el holocrón, sino que había pruebas que demostraban que lo quería utilizar con fines malvados.
Y ése no era un delito que la República se tomara a la ligera.
El propio Lundi había confesado su crimen. De hecho, durante el juicio incluso alardeó de haber tenido el holocrón en sus manos por un momento. No fue fácil tomarle declaración. Sus desvaríos podían durar días enteros, y sólo acababan cuando el quermiano caía exhausto. Incluso entonces, tras ser atado y encerrado en una celda para que no se hiciera daño a sí mismo (ni a nadie más), seguía estremeciéndose y murmurando en sueños, iracundo.
—Niñato —gruñó Lundi mirando a Obi-Wan por entre los barrotes de la celda—. No eres nada. Nada.
Obi-Wan miró al profesor. Sus sentimientos por Murk Lundi no habían variado en aquellos diez años. La maldad y la locura del profesor le repugnaban profundamente, y le habría encantado mantenerse lo más lejos posible de él. Pero no podía rechazar la decisión del Consejo. Una misión era una misión.
Obi-Wan se sorprendió cuando su padawan, Anakin Skywalker, y él fueron llamados al Templo esa mañana. De repente, la misión en la que estaban fue asumida por otro equipo Jedi. Era algo que jamás le había ocurrido. Tanto con su difunto Maestro, Qui-Gon Jinn, como en las misiones que les encomendaron a Anakin y a él, siempre habían llegado hasta el final. Hasta ese momento.
Mientras avanzaban por los pasillos del Templo, Obi-Wan se dio cuenta de que Anakin estaba molesto por el repentino cambio de planes. El aprendiz de trece años se estaba divirtiendo con la misión en la que se hallaban inmersos porque le permitía trastear con los sistemas de armamento de una impresionante nave.
—Espero que sea para algo divertido —farfulló.
Obi-Wan consoló al chico diciéndole que, aunque no fuera "divertido", seguro que sería importante. Anakin se limitó a poner los ojos en blanco mientras entraban en la cámara del Consejo Jedi.
Obi-Wan se asombró bastante ante aquello. Cuando él era aprendiz, el mero hecho de entrar en la Cámara del Consejo hacía que las manos le sudaran, que se le acelerase el corazón. Estar en un sitio tan importante siempre le ponía algo nervioso. Pero Anakin jamás mostraba signos de nerviosismo al entrar en la Cámara. Se limitaba a entrar, como si estuviera en casa de un amigo.
Una vez dentro, Obi-Wan supo que la razón por la que les habían llamado era importante. Todos los Maestros Jedi estaban presentes, y la expresión de Yoda era inusitadamente seria.
—En Kodai sobre el holocrón Sith rumores vuelven a oírse —dijo Yoda sin perder un momento—. Planeando recuperarlo alguien está.
Obi-Wan sintió una punzada de miedo en su interior. Llevaba varias noches teniendo pesadillas y visiones. Al principio no sabía muy bien por qué, pero entonces se dio cuenta de que habían pasado casi diez años desde que Qui-Gon y él siguieron al doctor Murk Lundi en busca del holocrón Sith. Pronto, las lunas de Kodai volverían a entrar en órbita sincronizada y provocarían una marea extremadamente baja. Y era entonces cuando volvían a producirse los intentos de recuperar el holocrón.
—Eso no es todo —añadió el Maestro Ki-Adi Mundi. En la Cámara reinó un momento de silencio antes de que prosiguiera—. Hay Jedi por toda la galaxia recibiendo mensajes amenazadores sobre el creciente poder de los Sith. Algunos de esos mensajes contienen imágenes de Jedi siendo brutalmente asesinados.
Mace Windu se aclaró la garganta.
—Al principio pensamos que las amenazas eran obra de delincuentes comunes que trataban de llamar la atención —dijo—, pero, dada la peligrosa naturaleza de la información que contiene el holocrón y ante el regreso de los Sith, pensamos que debemos tomarnos muy en serio esas amenazas.
—Tomar medidas de inmediato debemos —dijo el Maestro Yoda, asintiendo levemente—. En manos impropias el holocrón no debe caer. Dar a los Sith esa victoria no debemos.
Obi-Wan cerró los ojos por un momento, allí, de pie ante el semicírculo formado por los Maestros Jedi. Podía sentir su cuerpo lleno de miedo y quería dejarlo marchar. No le fue fácil.
Obi-Wan supo que Anakin y él eran el equipo Jedi que se encargaría de aquella misión. Después de todo, él conocía a Lundi, la historia del holocrón y Kodai mejor que cualquiera otro Jedi con vida. Pero en absoluto era un encargo que le apeteciera hacer; ni siquiera se sentía cómodo con él. No sólo carecía de la ayuda y la orientación de Qui-Gon, sino que su Maestro había muerto a manos de un Señor Sith en ciernes.
—¿Qué pasa, Jedi? —soltó Lundi—. ¿Te pierdes en los recuerdos?
Obi-Wan regresó de golpe al presente. Algo húmedo le golpeó en la cara. Un escupitajo de Lundi.
—Más te vale tener cuid... —empezó a exclamar Anakin, protector. Pero Obi-Wan alzó el brazo para calmar a su padawan.
Se limpió la cara tranquilamente con la manga mientras miraba fijamente al profesor. No iba a mostrar ni ira ni frustración. Deseaba con todas sus fuerzas emprender aquella misión sin tener que cargar con aquel ser malvado y retorcido, pero sabía que no era posible. Tendrían muchas más posibilidades de impedir que alguien se apoderara del holocrón si contaban con el ingente conocimiento de Lundi, por muy loco o violento que estuviera.
Obi-Wan miró al quermiano al ojo bueno, buscando un rescoldo de arrepentimiento o de cordura. Cualquiera de las dos cosas le inspirarían algo de esperanza.
Pero cuando Murk Lundi le devolvió la mirada, Obi-Wan no vio nada.
A
nakin dio un paso adelante, intentando mirar al quermiano al ojo. Era una tarea difícil porque movía la cabeza de un lado a otro como un pájaro. Anakin sabía que eso era un síntoma de locura. De pequeño, en Tatooine, había visto a algunos vagabundos haciendo lo mismo.
Pero aquello era distinto. Allí, de pie frente a la celda de Lundi en el manicomio, Anakin estaba intrigado. Sentía una fuerte presencia, algo muy poderoso.
El chico percibió que el ojo descubierto de Lundi se entrecerraba mientras miraba a Obi-Wan. Ardía con un odio intenso; nunca había visto a nadie mirar así a Obi-Wan. Resultaba inquietante. Por supuesto, Anakin prefería lo inquietante e interesante antes que lo aburrido, pero aquel día parecían haber elegido por él.
De pronto, Lundi se abalanzó hacia delante, metiendo entre los barrotes la cabeza y el largo cuello quermianos. Anakin se echó hacia atrás cuando Lundi comenzó a despotricar de nuevo sobre el holocrón.
—Las lunas se están moviendo. Las mareas cambian —exclamó. Agitaba en el aire unos cuantos de sus delgaduchos brazos—. Sabía que no os mantendríais al margen. Nadie lo ha hecho. Todos vienen a mí. Llorando. Suplicando. Chillando. "Enséñame, profesor. Muéstrame el modo." Ellos creen que he fracasado, pero nosotros sabemos la verdad, ¿a que sí? —miró a Obi-Wan, y luego prosiguió, casi como si hablase consigo mismo—. Sí, claro que lo sabemos. Sabemos que no fracasé. No podía fracasar. Tuve el poder. Lo tuve en mis manos. Eso no es fracasar. ¡Pero me robaron! Me lo robaron unos ladrones con túnicas que iban en misión de paz. Tomad, Jedi. ¡Quedaos con esto!
Los múltiples brazos de Lundi arrojaron a tontas y a locas la comida que tenía en la celda, dando a Obi-Wan en toda la cara.
Anakin miró a su Maestro, esperando algún tipo de reacción en él. Pero Obi-Wan no movió un pelo. Se limitó a seguir ante la celda de Lundi con estoica tranquilidad.
—Necesitamos su ayuda, profesor —dijo tranquilamente—, para recuperar el holocrón.
El profesor Lundi alzó la vista, claramente sorprendido. Su ojo se abrió y una sonrisa se dibujó en su cara, revelando dos filas de dientes rotos. Volvió a apretar la cara contra los barrotes, y a Anakin le llegó su aliento fétido.
—Por fin has encontrado el buen camino, Jedi —cacareó.
O
bi-Wan no tardó en hacer que liberaran a Lundi y le concedieran su custodia. Esa misma tarde, Obi-Wan, Anakin y el profesor iban en una nave rumbo a Kodai.
Una vez instalados dentro, Obi-Wan volvió a intentar hablar con Lundi. Pese a saber que el holocrón había sido visto por última vez en Kodai, no estaban seguros de que siguiera allí. Y sabía que Lundi tenía información adicional de importancia vital para encontrar el objeto. Aunque no quisiera ayudarles, puede que le diera alguna pista involuntaria con su torrente de palabras e insultos.
Aunque no estaba contento, Lundi parecía ligeramente satisfecho por haber salido de su confinamiento solitario. Se mecía de atrás adelante en su celda de contención, mirando a su alrededor como un niño curioso. Obi-Wan esperaba que el cambio de escenario le ayudara a cooperar más. También esperaba que el quermiano estuviera lo suficientemente lúcido como para darles información precisa.