—El comedor, la sala de billar, el saloncito de estar y la biblioteca —especificó lord Mayfield.
—¿Y ustedes pasearon de un lado a otro de la terraza, cuántas veces?
—Cinco o seis, por lo menos.
—¿Comprenden? Es bastante sencillo; el ladrón sólo tuvo que esperar el momento oportuno.
—¿Quiere usted decir que mientras yo estaba en el recibidor hablando con la doncella francesa, el ladrón esperaba en el salón? —preguntó Carlile.
—Ésa es mi suposición. Claro que eso es sólo... una suposición.
—No me parece muy probable —dijo lord Mayfield—. Demasiado arriesgado.
—No estoy de acuerdo contigo. Charles —intervino el mariscal del Aire—. Me pregunto cómo no se me ha ocurrido pensarlo.
—¿De modo que comprenden ahora por qué creo que los planos están aún en la casa? —preguntó Poirot—. ¡El problema es encontrarlos!
Sir George lanzó un gruñido.
—Eso es bien sencillo. Registre a todo el mundo.
Lord Mayfield hizo un movimiento de contrariedad, pero Poirot tomó la palabra antes de que él pudiera hacerlo.
—No, no, no es tan sencillo. La persona que haya cogido esos planos habrá previsto que se efectuará un registro y se habrá asegurado para que no los encuentren entre sus cosas. Deben estar escondidos, de seguro, en terreno neutral.
—¿Insinúa usted que tendremos que jugar al escondite por toda la casa?
Poirot sonrió.
—No, no es necesario tanto realismo. Podemos llegar a descubrir el escondite, o la identidad de la persona culpable, reflexionando. Eso simplificaría las cosas. Por la mañana quisiera entrevistarme con todos los moradores de la casa. Creo que sería imprudente verlos ahora. Lord Mayfield asintió.
—Se harían demasiados comentarios —confirmó— si les sacáramos de la cama a las tres de la madrugada. De todas maneras tendrá que proceder con gran tacto, Monsieur Poirot. Este asunto debe permanecer oculto.
Poirot alzó la mano en un ademán.
—Déjelo al cuidado de Hércules Poirot. Las mentiras que yo invento siempre son de lo más delicado y convincente. Entonces, mañana continuaré mis investigaciones. Pero esta noche me gustaría comenzar a interrogar a sir George y a usted, lord Mayfield. Se inclinó ante cada uno de los aludidos.
—¿Quiere decir... a solas?
—Eso es lo que he querido decir.
Lord Mayfield, alzando ligeramente las cejas, dijo:
—Como guste. Le dejaré con sir George. Cuando termine me encontrará en mi despacho. Vamos, Carlile.
Salió acompañado de su secretario, que cerró la puerta tras de si.
Sir George se sentó y automáticamente cogió un cigarrillo antes de volver su rostro perplejo hacia Poirot.
—No acabo de comprender esto —dijo.
—Pues es muy sencillo —replicó Poirot con una sonrisa—. Se explica en dos palabras: ¡Mistress Vanderlyn!
—¡Oh! —exclamó Carrington—. Empiezo a comprender. ¿Mistress Vanderlyn?
—Precisamente. Comprenda. No hubiera sido muy delicado formularle a lord Mayfield la pregunta que voy a hacerle a usted. ¿Por qué mistress Vanderlyn? Esa señora es conocida como sospechosa. Entonces, ¿por qué estaba aquí? Yo me dije: hay tres explicaciones. La primera, que lord Mayfield sintiera cierta
penchant
por esa dama y por eso quería hablar con usted a solas. No quisiera violentarle. Segunda: que tal vez mistress Vanderlyn fuese amiga íntima de alguna otra persona de la casa.
—¡A mi puede ya descartarme! —protestó sir George con una mueca.
—Entonces, si no se trata de ninguno de estos casos, la pregunta adquiere redoblada fuerza.
¿Por qué mistress Vanderlyn?
Y me parece vislumbrar la respuesta. Existía una razón. Su presencia en estos precisos momentos fue deseada por lord Mayfield por un motivo especial. ¿Estoy en lo cierto?
Sir George asintió.
—Sí, ha acertado usted. Mayfield es zorro viejo para caer en sus redes. Él deseaba que estuviera
aquí por otra razón muy distinta. Y es la siguiente:
Le refirió la conversación que había tenido efecto en el comedor. Poirot le escuchó atentamente.
—¡Ah! —dijo—. Ahora lo comprendo. ¡Sin embargo, parece que esa dama les ha devuelto la pelota con bastante limpieza!
Sir George lanzó un juramento.
El detective le miró divertido y dijo:
—Usted no duda que este robo es obra suya... quiero decir que es responsable aunque no hubiera tomado parte activa...
Sir George se sobresaltó.
—¡Desde luego que lo creo así! No cabe la menor duda. ¿Quién sino podría tener interés en robar esos planos?
—¡Ah! —replicó Hércules Poirot mirando al techo—. Y, no obstante, sir George, hace un cuarto de hora convinimos en que esos papeles representaban una buena suma de dinero. No tal vez en forma tan evidente como los billetes de banco, oro o joyas, pero sin embargo, eran dinero en potencia. Si alguien se encontraba en un aprieto...
El otro le interrumpió:
—¿Y quién no lo está hoy en día? Supongo que puedo decirlo sin perjudicarme.
Le dedicó una sonrisa a la que Poirot correspondió murmurando:
—
Mais oui
, puede decir lo que guste, porque usted, sir George, tiene la única coartada intachable en este asunto.
—¡Pues estoy en una situación muy apurada!
Poirot meneó la cabeza pesaroso.
—Sí, desde luego, los hombres de su posición tienen muchos gastos. Además tiene usted un hijo en una edad muy cara...
Sir George lanzó un gruñido.
—Como si la educación no fuera poco, encima las deudas. Pero el chico no es malo.
Poirot le escuchaba con simpatía y tuvo que oír gran parte de las cuitas del mariscal del Aire. La falta de entereza y valor de la joven generación; la forma en que las madres estropeaban a sus hijos poniéndose siempre de su parte; la maldición que representaba el afán de jugar que de vez en cuando se apodera de su mujer... y la locura de perder más de lo que se puede. Habló de todo ello en términos generales sin referirse directamente a su esposa o a su hijo pero su natural transparencia hizo que fuese fácil comprenderlo.
De pronto se interrumpió.
—Lo siento, no debiera entretenerle con cosas que nada tienen que ver con este asunto, especialmente a estas horas de la noche... o mejor dicho, de la mañana. Contuvo un bostezo.
—Sir George, le aconsejo que se acueste. Ha sido usted muy amable y una gran ayuda.
—Sí, creo que seguiré su consejo. ¿De verdad cree usted que es posible recuperar los planos?
Poirot se alzó de hombros.
—Voy a intentarlo. No veo por qué no.
—Bueno, me voy. Buenas noches.
Poirot permaneció en su butaca contemplando el techo; luego sacó un librito de notas y abriéndolo por una página en blanco escribió:
¿Mistress Vanderlyn?
¿Lady Julia Carrington?
¿Mistress Macatta?
¿Reggie Carrington?
¿Míster Carlile?
Y debajo agregó:
¿Mistress Vanderlyn y Reggie Carrington?
¿Mistress Vanderlyn y lady Julia?
¿Mistress Vanderlyn y Carlile?
Meneando la cabeza contrariado, murmuró:
—
C'est plus simple que ça
.
Acto seguido añadió unas cuantas frases breves.
¿Vio lord Mayfield una «sombra»? De no ser así, ¿por qué dijo que la había visto?
¿Vio algo sir George? Aseguró no haber visto nada después de que yo examiné la hierba.
Nota: Lord Mayfield es corto de vista, puede leer sin lentes, pero utiliza un monóculo para mirar al otro lado de la habitación. Sir George es présbita. Por lo tanto, desde el extremo de la terraza su vista es más de fiar que la de lord Mayfield. No obstante, lord Mayfield asegura haber visto algo y la negativa de su amigo le deja impertérrito.
¿Puede alguien estar libre de sospechas como aparentemente lo está mister Carlile? Lord Mayfield insiste en su inocencia con demasiada energía. ¿Por qué? ¿Acaso sospecha de él secretamente y se avergüenza de ello? ¿O porque sospecha de otra persona? ¿Es decir, de otra persona que no sea mistress Vanderlyn?
Volvió a guardar su librito. Y poniéndose en pie se dirigió al despacho.
Cuando Poirot penetró en el despacho, lord Mayfield se hallaba sentado tras la mesa, y al verle dejó su pluma, mirándole con aire interrogador.
—Bien, monsieur Poirot, ¿ha terminado ya su entrevista con Carrington?
Poirot, sonriente, tomó asiento.
—Sí, lord Mayfield. Me ha aclarado un punto que me tenía sobre ascuas.
—¿Y cuál es?
—El motivo de la presencia de mistress Vanderlyn en esta casa. Comprenda usted, creía posible...
Mayfield comprendió en seguida la causa de la exagerada confusión del detective.
—¿Pensó que yo sentía debilidad por esa dama? ¡En absoluto! Por extraño que parezca, Carrington pensó lo mismo.
—Sí, me ha contado la conversación que sostuvo con usted acerca de esto.
Lord Mayfield pareció algo contrariado.
—Mi plan no ha dado resultado. Siempre es doloroso tener que confesar que una mujer ha sido más lista que uno.
—Ah, pero aún no se ha salido con la suya, lord Mayfield.
—¿Cree usted que aún podemos vencer? Bien, celebro oírselo decir. Me gustaría que fuese cierto. Suspiró.
—Me doy cuenta de que he actuado como un completo estúpido... ¡Estaba tan satisfecho con mi estratagema para atrapar a esa dama!
Hércules Poirot repuso mientras encendía uno de sus minúsculos cigarrillos:
—¿Cuál era exactamente su estratagema, lord Mayfield?
—Pues... —lord Mayfield vacilaba—, no la había trazado aún con detalle.
—¿No la discutió con nadie?
—No.
—¿Ni siquiera con mister Carlile?
—No.
—Poirot sonrió.
—¿Prefiere actuar por su cuenta, lord Mayfield?
—Siempre he considerado que es lo mejor.
—Sí, hace usted bien. No confiar en nadie. Pero ¿habló del asunto a sir Carrington?
Lord Mayfield sonrió ante el recuerdo.
—¿Es un antiguo amigo suyo?
—Sí. Le conozco desde hace veinte años.
—¿Y a su esposa?
—Desde luego, también la conocía.
—Pero, perdone mi impertinencia, ¿no tiene con ella el mismo grado de intimidad?
—La verdad, no veo que mis amistades personales tengan nada que ver con este extraño asunto, monsieur Poirot.
—Pues yo creo que sí, y mucho. ¿No estuvo usted de acuerdo conmigo en que la teoría de que hubiera alguien oculto en el salón es posible?
—Sí. Estoy de acuerdo con usted en que así es como debió de ocurrir.
—Suprimamos el «debió de». Es una palabra muy arriesgada. Pero si mi teoría es cierta, ¿quién cree usted que pudo ser esa persona?
—Evidentemente mistress Vanderlyn. Había regresado una vez en busca de un libro. Pudo volver de nuevo para buscar otro, o un portamonedas, un pañuelo... cualquiera de esas mil excusas femeninas. Queda de acuerdo con su doncella para que grite y haga que Carlile salga del despacho y luego se desliza por la puertaventana, como usted dijo.
—Olvida que no pudo ser mistress Vanderlyn. Carlile la oyó llamar a su doncella desde arriba, mientras él hablaba con la muchacha.
Lord Mayfield se mordió el labio.
—Cierto. Lo había olvidado —pareció muy pesaroso.
—¿Comprende? —dijo Poirot en tono amable—. Vamos progresando. Primero teníamos la explicación sencilla del ladrón, que llega del exterior y se hace con el botín. Una teoría muy convincente, como ya le dije a su debido tiempo, demasiado... para aceptarla sin más ni más. Ya la descartamos. Luego pasamos a la teoría del agente extranjero, mistress Vanderlyn y de nuevo parece como si ésta también fuese demasiado sencilla... demasiado cómoda... para ser aceptada.
—¿Así que descarta del todo a mistress Vanderlyn?
—Mistress Vanderlyn no estaba en el salón. Pudo ser un cómplice suyo quien cometiera el robo, pero también cabe en lo posible que lo llevara a cabo otra persona. De ser así, hemos de considerar la cuestión del móvil.
—¿No es un poco absurdo, monsieur Poirot?
—No lo creo. Ahora... ¿qué motivos podría haber? Existe la cuestión económica. Los papeles pudieron ser robados con objeto de convertirlos en dinero. Es el móvil más sencillo que hemos de considerar. Pero también pudo ser algo bien distinto.
—¿Como por ejemplo...?
—Pudo ser llevado a cabo con la sola idea de perjudicar a alguien —explicó Poirot despacio.
—¿A quién?
—Posiblemente a mister Carlile. Será el más sospechoso. Y puede que aún haya más. Los hombres que fiscalizan el destino de un país, lord Mayfield, están expuestos a la opinión pública.
—¿Quiere decir que el ladrón tenía intención de perjudicarme?
Poirot asintió.
—Creo que no me equivoco al decir que hará cosa de cinco años usted pasó una temporada de prueba, lord Mayfield. Se sospechó que tenía amistad con una potencia europea y se hizo poco popular entre el electorado de este condado.
—Es bien cierto, monsieur Poirot.
—Un hombre de Estado, en estos días, ha de realizar una tarea difícil. Tiene que seguir la política que él considera más beneficiosa para su país, y al mismo tiempo reconocer la fuerza del sentir popular, que suele ser sentimental, estúpido e insensato, pero que no puede ser pasado por alto.
—¡Qué bien se expresa usted! Ésa es exactamente la descripción de la vida de un político. Tiene que inclinarse ante la opinión del país, por peligrosa y estúpida que le parezca.
—Creo que ése fue su dilema. Hubo rumores de que había llegado a un acuerdo con el país en cuestión. Esta nación y los periódicos se opusieron categóricamente. Por fortuna, el primer ministro pudo desmentir la historia, y usted renunció al acuerdo, aunque sin disimular de qué lado estaban sus simpatías.
—Todo esto es cierto, monsieur Poirot. Pero, ¿a qué viene sacar viejas historias?
—Porque creo posible que un enemigo, despechado por el modo con que usted superó aquella crisis, se esforzase por crear más conflictos. Usted no tardó en recobrar la confianza del público. Aquello pasó, y ahora es usted, merecidamente, una de las figuras más populares de la política. Y se habla de usted como próximo primer ministro cuando se retire míster Humberley.
—¿Cree usted que esto ha sido un atentado para desacreditarme? ¡Tonterías!
—
Tout de méme
. Lord Mayfield no será bien visto que los planos de la nueva bomba británica hayan sido robados durante un fin de semana... cuando una dama muy encantadora estaba entre los invitados. Ligeras insinuaciones de la prensa acerca de cuáles eran sus relaciones con esa dama crearán una atmósfera de desconfianza.