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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Asesinato en Bardsley Mews (12 page)

—Una cosa así no puede tomarse en serio.

—¡Mi querido lord Mayfield, usted sabe perfectamente que sí! Cuesta tan poco minar la confianza que el pueblo tiene puesta en un hombre...

—Sí, eso es cierto —replicó lord Mayfield—. ¡Cielos! Qué complicado va resultando este asunto. ¿De verdad cree usted...? Pero es imposible..., imposible.

—¿No sabe de nadie que esté... celoso de usted?

—¡Es absurdo!

—Por lo menos tendrá que admitir que mis preguntas acerca de sus relaciones personales con las personas que se hallan reunidas aquí, en este fin de semana, no son del todo injustificadas.

—Oh, quizá... quizá. Me preguntaba usted por Julia Carrington. La verdad es que no hay mucho que decir. Nunca la he tenido en gran aprecio, y no creo que yo le sea simpático. Es una de esas mujeres inquietas, nerviosas, extravagantes y locas por las cartas. Es también lo bastante anticuada para despreciarme por ser un hombre que me he formado a mí mismo.

Poirot dijo:

—He mirado en el libro
¿Quién es quién?
, antes de venir aquí. Usted fue director de una famosa firma de ingenieros, y además un ingeniero considerado de primera categoría.

—Desde luego, no hay nada que yo ignore del lado práctico. Me he abierto camino desde abajo.

Lord Mayfield habló con el ceño fruncido.

—¡Oh! —exclamó Poirot—. ¡He sido un tonto... pero qué tonto!

El otro le miró.

—No le entiendo, monsieur Poirot.

—Es que acabo de encajar otra pieza del rompecabezas. Algo que no había visto hasta ahora... Pero encaja. Sí, encaja con una precisión maravillosa.

Lord Mayfield le miró asombrado. Mas Poirot movió la cabeza con una ligera sonrisa.

—No, no, ahora no. Tengo que ordenar mis ideas con más claridad.

Se puso en pie.

—Buenas noches, lord Mayfield. Creo que sé dónde están esos planos. Lord Mayfield exclamó en el acto:

—¿Que lo sabe? ¡Entonces, recuperémoslos en seguida!

—No. —Poirot negó con la cabeza—. No se lo aconsejo. La precipitación podría resultar fatal. Pero déjelo en manos de Hércules Poirot.

Y dicho esto salió de la habitación.

Lord Mayfield se encogió de hombros.

—Este hombre es un charlatán —murmuró.

Y recogiendo sus papeles, apagó la luz y se marchó a acostarse.

Capítulo VI

Si ha habido un robo, ¿por qué diablos lord Mayfield no avisa a la policía? —preguntó Reggie Carrington, apartando ligeramente su silla de la mesa donde se desayunaba. Fue el último en bajar. Sus anfitriones, mistress Macatta y sir George habían terminado de desayunar hacia bastante rato, y su madre y mistress Vanderlyn lo iban a hacer en la cama.

Sir George, repitiendo su declaración sobre lo convenido entre lord Mayfield y Hércules Poirot, tuvo la sensación de que no lo hacía tan bien como debiera.

—Me parece muy extraño que haya enviado a buscar a un extranjero desconocido —decía Reggie—. ¿Qué es lo que han robado, papá?

—No lo sé exactamente, hijo mío.

Reggie se puso en pie. Aquella mañana estaba bastante nervioso y excitado.

—¿Algo importante? ¿Algún... documento, o algo por el estilo?

—Reggie, la verdad es que no puedo decírtelo exactamente.

—¿Se lleva muy en secreto? Ya comprendo.

Reggie subió corriendo la escalera... se detuvo a la mitad con el ceño fruncido, luego continuó subiendo, y fue a llamar a la puerta de la habitación de su madre, la cual le dio permiso para entrar.

Lady Julia se hallaba sentada en la cama, trazando garabatos en el reverso de un sobre.

—Buenos días, querido. —Alzó los ojos, y al ver su expresión agregó—: Reggie, ¿ocurre algo?

—No mucho, pero parece ser que anoche se cometió un robo.

—¿Un robo? ¿Y qué se llevaron?

—Oh, no lo sé. Lo llevan muy en secreto. Abajo hay una especie de detective privado interrogando a todo el mundo.

—¡Es raro!

—Y bastante desagradable encontrarse en la casa cuando ocurre una cosa así —replicó Reggie.

—¿Qué ha ocurrido exactamente?

—Lo ignoro. Fue algo después de que todos nos acostásemos. ¡Cuidado, mamá, vas a tirar la bandeja!

Y levantando la bandeja del desayuno la llevó a una mesita junto a la ventana.

—¿Robaron dinero?

—Ya te he dicho que no lo sé.

—Supongo que ese detective estará interrogando a todo el mundo —dijo lady Julia.

—Supongo.

—¿Dónde estuvimos? Y toda esa clase de preguntas.

—Probablemente. Bueno, yo no puedo decirle gran cosa. Me fui derecho a la cama y me dormí en

seguida.

Lady Julia no contestó.

—Oye, mamá; supongo que no podrás prestarme algo de dinero. Estoy sin un céntimo.

—No, no puedo —replicó la madre en tono resuelto—. Yo también estoy mal de fondos y además en deuda. No sé lo que dirá tu padre cuando se entere.

Golpearon con los nudillos en la puerta y entró sir George.

—Ah, estás aquí, Reggie. ¿Quieres ir a la biblioteca? Monsieur Hércules Poirot quiere verte.

Poirot acababa de interrogar a mistress Macatta. Sus breves y concisas respuestas le informaron de que mistress Macatta había ido a acostarse antes de las once y que no oyó nada que pudiera servirle de ayuda.

El detective, desviándose del tema del robo, tocó cuestiones más personales. Dijo que sentía una gran admiración por lord Mayfield y que como personaje de la política en general le consideraba un gran hombre. Claro que mistress Macatta, conociéndole como le conocía, debía apreciarle mucho más que él.

—Lord Mayfield tiene inteligencia —concedió mistress Macatta—. Y su carrera se la debe únicamente a él mismo. No debe nada a la influencia hereditaria. Tal vez carezca de imaginación. En eso todos los hombres se parecen. Les falta la liberalidad de la imaginación femenina. Las mujeres, monsieur Poirot, serán la gran fuerza del gobierno dentro de diez años.

Poirot repuso que estaba seguro de ello. Inició el tema de mistress Vanderlyn. ¿Era cierto, como le habían insinuado, que ella y lord Mayfield eran íntimos amigos?

—De ninguna manera. Si he de decirle la verdad, me sorprendió muchísimo encontrarla aquí.

Poirot la invitó a que le diera su opinión acerca de mistress Vanderlyn.

—Es una de esas mujeres completamente inútiles, monsieur Poirot. ¡Esas mujeres desacreditan nuestro sexo! ¡Es un parásito del principio al fin!

—¿La admiran los caballeros?

—¡Hombres! —mistress Macatta pronunció la palabra con desprecio—. Los hombres siempre se dejan conquistar por un físico atractivo. Por ejemplo, ese joven Reggie, enrojeciendo cada vez que ella le dirigía la palabra. Y el modo tan estúpido con que ella le halagaba... elogiando su juego... que, la verdad, distaba mucho de ser brillante.

—¿No es un buen jugador de bridge?

—Anoche cometió toda clase de equivocaciones.

—Lady Julia juega muy bien, ¿verdad?

—Demasiado bien, en mi opinión —replicó mistress Macatta—. En ella es casi una profesión. Juega mañana, tarde y noche.

—¿A mucho cada apuesta?

—Sí, muchísimo más de lo que a mí me gusta. La verdad, no lo considero bien.

—¿Gana mucho dinero en el juego?

—Ella confía en pagar sus deudas de este modo —dijo mistress Macatta—. Pero he oído decir que últimamente ha tenido una mala racha.

Poirot, cortando la charla, envió a buscar a Reggie Carrington.

Observó al joven con sumo cuidado cuando entró en la habitación... la boca feble disimulada bajo una sonrisa encantadora, la barbilla huidiza, los ojos separados y la frente estrecha. Conocía muy bien el tipo de Reggie Carrington.

—¿Míster Reggie Carrington?

—Sí. ¿Puedo ayudarle en algo?

—Dígame solamente lo que pueda acerca de la velada de anoche.

—Bien, veamos... estuvimos jugando al bridge... en el salón. Luego subí a acostarme.

—¿Qué hora sería?

—Poco antes de las once. Supongo que el robo tendría lugar poco después de esa hora.

—Sí, después. ¿No vio usted ni oyó nada?

Reggie movió la cabeza pesaroso.

—Me temo que no. Fui directamente a mi habitación. Y tengo un sueño muy profundo.

—¿Fue directamente del salón a su dormitorio y permaneció allí hasta la mañana?

—Eso es.

—Es curioso... —dijo Poirot.

—¿Qué quiere usted decir? —preguntó Reggie, excitado.

—Por ejemplo, ¿no oyó... un grito?

—No.

—Ah, muy curioso.

—Escuche, no sé a qué se refiere.

—¿Quizás es usted un poco sordo?

—En absoluto.

Los labios de Poirot se movieron. Es posible que repitiera la palabra «curioso» por tercera vez. Luego dijo:

—Bien, gracias, mister Carrington. Eso es todo.

Reggie se puso en pie con ademán poco resuelto.

—¿Sabe? —dijo—. Ahora que usted lo dice, creo que oí algo de eso.

—Ah, ¿oyó usted algo?

—Sí, pero comprenda, estaba leyendo un libro... una novela policíaca... y yo...bueno... no le di importancia.

—¡Ah! —replicó Poirot con el rostro impasible—, una explicación muy satisfactoria.

Reggie seguía vacilando y al fin se dirigió lentamente hacia la puerta, donde se detuvo para preguntar:

—Oiga, ¿qué es lo que robaron?

—Algo de mucho valor, mister Carrington. Es todo lo que puedo decirle.

—¡Oh! —exclamó Reggie antes de salir.

Poirot asintió con la cabeza.

—Esto encaja —murmuró—. Encaja perfectamente.

Y haciendo sonar el timbre preguntó con toda cortesía si mistress Vanderlyn se había levantado ya.

Capítulo VII

Mistress Vanderlyn estaba radiante cuando entró en la biblioteca. Vestía un traje deportivo muy bien cortado, de tejido grueso, que hacía resaltar los cálidos reflejos de sus cabellos, y acomodándose en una butaca sonrió al hombrecillo que tenía enfrente. Por un instante aquella sonrisa demostró... triunfo, o tal vez fuese sólo burla.

Desapareció casi inmediatamente, pero Poirot lo encontró muy interesante.

—¿Ladrones? ¿Anoche? ¡Pero qué horror! Pues no, no oí absolutamente nada. ¿Y la policía? ¿No puede hacer algo?

—Comprenda, madame; es un asunto que debe llevarse con la mayor discreción. —Naturalmente, monsieur Poirot... Yo no diré ni una palabra. Soy una gran admiradora de lord Mayfield e incapaz de hacer nada que le cause la más ligera molestia.

Cruzó las piernas y balanceó su zapato de piel color castaño en la punta de uno de sus pies.

—Dígame si hay algo en que pueda servirle.

—Se lo agradezco, madame. ¿Jugó al bridge anoche en el salón?

—Sí.

—Tengo entendido que después las señoras subieron a acostarse.

—Así es.

—Pero alguien regresó en busca de un libro. ¿Fue usted, verdad, mistress Vanderlyn?

—Sí... fui la primera en regresar.

—¿Qué quiere decir? ¿La primera? —preguntó Poirot, extrañado.

—Yo regresé en seguida —explicó mistress Vanderlyn—. Luego subí y llamé a mi doncella, pero tardaba en acudir. Volví a llamar, y luego salí al pasillo. Oí su voz y la llamé. Después me estuvo cepillando el pelo y la despedí. Estaba nerviosa, sobresaltada y enredó el cepillo en mis cabellos un par de veces. Fue entonces, cuando acababa de despedirla, que vi a lady Julia que subía la escalera. Me dijo que también ella había ido a buscar un libro. Es curioso, ¿verdad?

—Dígame, madame. ¿Y no oyó gritar a su doncella?

—Pues sí; oí algo por el estilo.

—¿Le preguntó de qué se trataba?

—Sí. Me dijo que creyó ver una figura blanca flotando en el aire... ¡qué tontería!

—¿Qué vestido llevaba anoche lady Julia?

—Oh, creo que... sí, ya recuerdo. Llevaba un traje de noche blanco. Claro, eso lo explica todo.

Debió verla en la oscuridad y le pareció una sombra blanca. Estas chicas son tan supersticiosas...

—¿Su doncella lleva mucho tiempo con usted, madame?

—Oh, no. —Mistress Vanderlyn abrió mucho los ojos—. Sólo cinco meses.

—Quisiera verla, si no le importa, madame...

—Desde luego que no —dijo con bastante frialdad.

—Comprenda, me gustaría interrogarla.

—Oh, sí.

Y de nuevo sus ojos volvieron a brillar divertidos. Poirot, puesto en pie, se inclinó.

—Madame —dijo—, tiene usted en mí a un ferviente admirador.

—¡Oh, monsieur Poirot, qué amable es usted! Pero ¿por qué?

—Madame, está usted tan segura de sí misma...

Mistress Vanderlyn sonrió indecisa.

—Quisiera saber si debo considerarlo un cumplido.

—Tal vez sea una advertencia... para no hacer frente a la vida con demasiada arrogancia —dijo Poirot.

Mistress Vanderlyn rió ya más segura, y poniéndose en pie alzó una mano.

—Querido monsieur Poirot, le deseo toda clase de éxitos. Gracias por todas las cosas amables que me ha dicho.

Y mientras salía, Poirot murmuró para sí:

—¿Me desea éxito? ¡Ah, pero está muy segura de que no voy a alcanzarlo! Sí, muy segura está. Y eso me preocupa.

Con cierta petulancia tiró de la campanilla y preguntó si podían enviarle a mademoiselle Leonie. Sus ojos la miraron apreciativamente cuando hizo acto de presencia y se detuvo vacilante en la puerta... con su vestido negro, sus cabellos negros peinados hacia atrás en suaves ondas y los ojos bajos, en actitud modesta.

—Pase, mademoiselle Leonie —la invitó—. No tenga miedo.

Ella entró al fin, deteniéndose ante él.

—¿Sabe que la encuentro muy bonita? —dijo Poirot en un cambio de tono repentino.

Leonie respondió en el acto, dirigiendo una rápida mirada de soslayo al tiempo que murmuraba suavemente:

—Monsieur es muy amable.

—Figúrese usted —continuó Poirot—. Le pregunté a míster Carlile si era usted bonita y me contestó que no lo sabía. Leonie alzó la barbilla con gesto desdeñoso.

—¡Esa estatua!

—Lo ha descrito muy bien.

—Yo creo que ése no ha mirado a una chica en su vida.

—Probablemente no. Es una lástima. No sabe lo que se ha perdido. Pero hay otras personas en la casa que son más amables, ¿no es cierto?

—La verdad, no sé a qué se refiere, monsieur.

—Oh, sí, mademoiselle Leonie, lo sabe muy bien. Bonita historia la que contó anoche de que había visto un fantasma. Tan pronto como supe que estaba usted de pie con las manos en la cabeza, comprendí que no se trataba de ningún fantasma. Cuando una chica se asusta, se lleva las manos al corazón o a la boca para ahogar un grito, pero si las tiene en la cabeza, significa algo muy distinto. Significa que sus cabellos se han alborotado y que trata apresuradamente de acomodarlos. Ahora, mademoiselle, sepamos la verdad. ¿Por qué gritó en la escalera?

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