Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África austral (5 page)

¿Qué se puede hacer entonces? Afortunadamente, es posible dividir el terreno que debe atravesar la línea de un meridiano en cierto número de triángulos aéreos, cuya determinación es relativamente fácil. Estos triángulos se obtienen apuntando, mediante instrumentos muy precisos, el teodolito y el círculo repetidor, a señales naturales o artificiales, tales como campanarios, torres, postes y objetos de similares características. A cada señal encaja un triángulo, cuyos ángulos son dados por los instrumentos mencionados con una precisión matemática exacta.

Así se obtienen triángulos cuyos lados miden muchos kilómetros de longitud.

Pero, según un principio geométrico, un triángulo dado sólo es conocido cuando se averigua uno de sus lados y dos de sus ángulos, sacándose inmediatamente el valor del tercer ángulo y la longitud de los otros dos lados. Por consiguiente, tomando como base de un nuevo triángulo un lado de los triángulos ya formados, y midiendo los ángulos adyacentes a esta base, se tendrán así nuevos triángulos que serán llevados sucesivamente hasta el límite del arco que se ha de medir.

Por este método se obtienen las longitudes de todas las rectas comprendidas en la red de triángulos, y por una serie de cálculos trigonométricos se puede determinar la magnitud del arco meridiano que atraviesa la red entre las dos estaciones terminales.

Así, conocidos los ángulos de un triángulo por medio del teodolito o del círculo repetidor, se pueden realizar las siguientes operaciones. Pero queda claro que el primer lado, base de todo sistema, es preciso medirlo directamente sobre el terreno con una precisión extraordinaria, y este es el trabajo más delicado de cualquier triangulación.

Delambre y Méchain emplearon cuarenta y cinco días para medir una dirección rectilínea en el departamento francés de Seine–et–Marne. Esta dirección, que seguía el curso de una carretera, tenía un total de diecisiete kilómetros, trescientos ochenta y cinco metros.

El coronel Everest y Matthew Strux se proponían seguir el mismo procedimiento que sus colegas franceses, por lo que necesitaban realizar sus operaciones con gran precisión.

El día 5 de marzo dieron, pues, comienzo los primeros trabajos geodésicos de los expedicionarios, ante el asombro general de los bochjesmen, que no entendían nada de lo que estaba ocurriendo.

Mokoum pensaba que las diversiones a las que se entregaban sus amigos eran realmente extrañas, pero este era un hecho que al indígena tampoco le preocupaba en extremo. Él había cumplido con su misión y nada más podía inquietarle.

Porque, en efecto, para alguien no familiarizado con aquellos temas, medir el terreno con reglas que tenían una longitud de metro ochenta, de extremo a extremo, constituía una rara ocupación.

El emplazamiento había sido cuidadosamente elegido. La llanura, cubierta por un pequeño césped ya seco, se extendía hasta los límites del horizonte, siguiendo un plano netamente nivelado.

La planicie limitaba al Sur con una serie de colinas que formaban el extremo del desierto de Kalahari, y al Norte lo hacía con el infinito. En dirección al Este se hallaba Lattakou, en tanto que al Oeste la planicie se hundía más aún, convirtiéndose en pantanoso, y se empapaba de un agua estancada que alimentaba los afluentes del Kuruman.

Observando atentamente aquella hermosa llanura, Matthew Strux se dirigió al coronel Everest y le dijo:

—Cuando la base esté establecida, podremos fijar aquí el punto extremo del meridiano.

—Estaré de acuerdo con usted cuando hayamos de— , terminado la longitud exacta de este punto. Cuando traslademos al mapa este arco del meridiano, será preciso comprobar si no se encuentra en su curso algún obstáculo infranqueable que pudiera dificultar la operación.

—No lo espero.

—Ya lo veremos —exclamó el coronel—. Primero haremos las mediciones y después decidiremos el paso siguiente.

Estas palabras cortaron la discusión.

La operación debía ser larga, ya que los científicos querían llevarla a cabo con exactitud. Por esta razón se dieron las órdenes oportunas para instalar el campamento.

Los carromatos fueron dispuestos como viviendas, y la improvisada aldea se dividió en cuartel inglés y en cuartel ruso, sobre los cuales ondeaban las banderas de ambos países.

En el centro se extendía una plaza común. Más allá de la línea circular de los carromatos pastaban los caballos y los búfalos, bajo la vigilancia de los conductores, aunque por la noche se les hacía entrar en el recinto interior, con el fin de que no fueran devorados por las numerosas fieras que son muy corrientes en aquellas regiones.

Mokoum fue el encargado de organizar las cacerías que proveerían de alimento fresco a la aldea, siendo acompañado en sus correrías por Sir Murray, que prefería entregarse a estas actividades, ya que su presencia no era absolutamente imprescindible para la medición de la base.

Las operaciones geodésicas comenzaron el día 6 de marzo. Los dos sabios más jóvenes de la expedición se encargaron de realizar los trabajos preliminares.

La primera operación consistió en trazar sobre el terreno, en su parte más llana y unida, una dirección rectilínea. La disposición del suelo dio a esta recta la orientación Sureste–Noroeste, obteniéndose la misma por medio de estacas clavadas en la tierra, a corta distancia una de otra.

Zorn, provisto de un anteojo reticular, comprobaba la posición de estos jalones sobre las estacas, admitiendo que dicha posición era exacta cuando el hilo vertical de la retícula dividía todas las imágenes en dos partes iguales.

Esta distancia rectilínea ocupaba un total de catorce kilómetros, que era la longitud aproximada que los astrónomos pensaban dar a su base.

Cada estaca había sido provista de una mira que, colocada en su cima, debía facilitar el emplazamiento de las reglas metálicas. Este trabajo requirió algunos días, y los dos jóvenes lo ejecutaron con escrupulosa exactitud.

Se trataba, después, de colocar una tras otra las reglas destinadas a medir directamente la base del primer triángulo, operación que puede parecer sencilla, pero que precisa de infinitas precauciones, pues de ella depende en gran medida el éxito de una triangulación.

En la mañana del 10 de marzo se colocaron en el suelo unos zócalos de madera, siguiendo la dirección rectilínea ya establecida. Los zócalos eran doce y descansaban en su parte inferior sobre tres tornillos de hierro, cuya distancia era sólo de algunos centímetros para impedir el deslizamiento, manteniéndolos por su adherencia en una posición invariable.

Sobre los zócalos se dispusieron pequeñas piezas de madera, completamente rectas, que debían soportar las reglas y sujetarlas en sus ensambladuras, las cuales fijaban la dirección. Mas un aspecto a tener en cuenta era que la dilatación de las reglas podía variar con la temperatura, hecho que habría de ser comprobado por los científicos rigurosamente.

Cuando los doce zócalos hubieron sido fijados y cubiertos con las piezas de madera, el coronel Everest y Matthew Strux se encargaron de la operación delicada de situar las reglas en sus puntos concretos, ayudados por sus dos jóvenes colegas.

Mientras tanto, Nicholas Palander, con el lápiz en la mano, iba anotando en un doble registro las cifras que le eran transmitidas.

Las reglas empleadas tenían una longitud de dos toesas, seis líneas de ancho y una línea de grueso. Para alguien no acostumbrado a estas medidas, basta decir que su equivalencia longitudinal en el sistema métrico era de tres metros, ochocientos noventa y ocho centímetros.

El metal empleado para la fabricación de dichas reglas era el platino, inalterable al aire en circunstancias ordinarias y completamente inoxidable. Pero las reglas de platino mencionadas debían sufrir una dilatación o contracción —bajo la acción variable de la temperatura— que era preciso tener muy en cuenta.

Por esta razón, se había pensado poner en cada una de ellas un termómetro metálico, recubierto por otra regla de cobre de longitud inferior a la regla básica.

Un vernier colocado en la extremidad de la regla de cobre indicaba exactamente la dilatación relativa de la regla de cobre, deduciéndose así la expansión definitiva de la de platino. El mismo vernier había sido sometido a toda clase de pruebas para asegurar que sus propias dilataciones, por pequeñas que fueran, no afectasen a la regla de platino.

Por último, para asegurar aún más si cabe la precisión de los cálculos, cada vernier estaba provisto de un microscopio que permitía apreciar incluso los cuartos de cienmilésima de toesa.

Así pues, las reglas se colocaron sobre las piezas de madera, un extremo junto a otro, pero sin tocarse, ya que era menester evitar todo choque por ligero que fuese.

El coronel y Strux situaron la primera regla sobre la pieza de madera en la dirección de la base. A ciento noventa metros de allí, sobre la primera estaca, se había establecido una mira y, como las reglas estaban armadas con dos puntas verticales hincadas en el mismo eje, resultaba fácil disponerlas en la dirección deseada. Emery y Zorn se echaron, pues, al suelo para comprobar si las dos puntas de acero se proyectaban justamente en el centro de la mira. Una vez comprobado esto, la dirección exacta de la regla quedó asegurada.

El coronel Everest dijo a continuación:

—Ahora es preciso determinar el punto de partida de nuestra operación. Dirigiremos una plomada vertical tangente a la extremidad de la primera regla. Como ninguna montaña puede ejercer una acción sensible sobre este hilo, podremos marcar exactamente en el suelo la extremidad de la base.

—Estoy de acuerdo —manifestó Strux—, a condición de que tengamos en cuenta el espesor medio del hilo en el punto de contacto.

—Por descontado —terminó el coronel.

Realizada esta nueva operación, el trabajo siguió su curso. Ahora se imponía tener en cuenta la inclinación de la base en relación con el horizonte.

—¿Será posible colocar la regla en una posición completamente horizontal? —preguntó Emery.

—No —respondió Strux—. Nos bastará con levantar el ángulo que cada regla hará con el horizonte. Así podremos reducir la longitud medida a la longitud real.

El coronel Everest se manifestó de acuerdo y ambos sabios procedieron entonces a la elevación, empleando para ello un nivel especialmente construido para tal objeto. El nivel se colocó sobre la regla, conociéndose el resultado de inmediato.

En el momento en que Palander iba a anotarlo en su registro, Strux pidió que el nivel fuese vuelto de un lado a otro, con el objeto de leer la diferencia de los dos arcos. Esta diferencia resultó doble de la inclinación buscada, y la operación quedó comprobada.

Las cifras obtenidas hasta el momento fueron consignadas en dos registros diferentes y firmadas al margen por los miembros de la comisión anglo–rusa.

Después se procedió a la realización de dos operaciones de singular interés: la variación termométrica de la primera regla y el cálculo exacto de la longitud medida por ella.

Para anotar la longitud realmente medida fue preciso colocar la segunda regla a continuación de la primera, dejando un pequeño espacio entre ambas. Comprobados todos los puntos indicados, se situó la segunda regla en su lugar y se midió el espacio abierto entre ambas. Para ello se había dispuesto en el extremo de la primera, y en la zona que no estaba recubierta por la regla de cobre, una lengüeta de platino que se deslizaba a propósito entre dos ranuras.

Las nuevas cifras obtenidas también fueron cuidadosamente anotadas en el registro, una vez hechas todas las comprobaciones pertinentes.

Michael Zorn propuso un nuevo plan con el fin de obtener una comprobación más rigurosa. Ya que la regla de cobre recubría la de platino, podía suceder que, bajo la influencia de los rayos solares, el platino se calentara más lentamente que el cobre. Para considerar esta diferencia termométrica, las reglas fueron protegidas por un tejadillo situado a algunos centímetros de elevación. Cuando los rayos solares caían oblicuamente, se tendía una tela del lado de donde venía el sol, ya fuera por la mañana o por la tarde, con el fin de evitar su calor.

Estas operaciones se llevaron a cabo con paciencia y minuciosidad por espacio de un mes. Una vez que las cuatro reglas fueron colocadas y comprobadas, consecutivamente, en el cuádruple punto de vista de la dirección, inclinación, dilatación y longitud efectiva, se recomenzó el trabajo ya hecho con la misma meticulosidad, trasladando los zócalos y los caballetes de la primera regla a continuación de la cuarta, que acababa de medirse.

Los científicos mostraban una gran habilidad en las operaciones, pero esto no impedía que las mismas requirieran mucho tiempo para ser finalizadas con el éxito deseado. Llegaron a medir unos cuatrocientos cincuenta metros diarios con tiempo favorable, pues el viento podía comprometer la imprescindible inmovilidad de los aparatos.

Al llegar la noche, los sabios suspendían su trabajo y tomaban una serie de precauciones antes de emprenderlo al día siguiente. La regla que llevaba el número uno se colocaba de modo provisional y se señalaba en el suelo el lugar en que debía colocarse. En este punto se hacía un agujero y se hundía en él una estaca a la que se fijaba una placa de plomo. Se volvía a situar entonces la regla número uno en su posición definitiva, después de comprobar la dirección, la variación termométrica y la inclinación, y se anotaba la distancia medida por la regla número cuatro.

Luego, por medio de una plomada tangente al extremo anterior de la regla número uno, se hacía una señal en la placa, de plomo. Se trazaban con cuidado dos líneas en ángulo recto, una en el sentido de la base y otra en el sentido de la perpendicular, y se cubría la placa de plomo con una caja de madera, rellenando el agujero hasta dejar enterrada la estaca, lista así para el día siguiente.

Si un accidente cualquiera se presentaba, se evitaba de este modo que los aparatos se desordenaran, teniendo que empezar de nuevo toda la operación.

Al día siguiente, la placa era descubierta y se disponía la primera regla en la misma posición que la víspera, gracias a la plomada, cuyo extremo debía caer exactamente sobre el punto trazado por las dos líneas.

Todas estas maniobras se realizaron durante treinta y ocho días. Las cifras fueron anotadas por partida doble, verificadas, comprobadas y aprobadas por todos los representantes de la comisión.

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