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Authors: Greg Egan

Axiomático (40 page)

Esa aproximación pragmática me servía, la mayor parte del tiempo. Evidentemente, había momentos en que sufría una especie de pánico al comprender de nuevo la extraña naturaleza de lo que había hecho. A veces me despertaba de una pesadilla creyendo —durante un segundo o dos— que Chris estaba muerto y su espíritu me había poseído; o que su cerebro había enviado nervios a mi cuerpo y había tomado el control de mis miembros; o que estaba totalmente consciente, y se volvía loco por la soledad y la privación sensorial. Pero no estaba poseída, mis miembros me obedecían y todos los meses un PET y un "EEG uterino" demostraban que seguía en coma, sin sufrir daño, pero inerte mentalmente.

De hecho, los sueños que más odiaba eran aquéllos en los que llevaba un niño. De esos me despertaba con la mano en el vientre, contemplando extática el milagro de la nueva vida que crecía en mi interior, hasta que recuperaba el juicio y me arrastraba furiosa fuera de la cama. Empezaba la mañana del peor humor, entrechocando los dientes mientras meaba, tiraba los platos del desayuno sobre la mesa, gritaba insultos a nadie en particular mientras me vestía. Por suerte, vivía sola.

Pero no puedo tenerle en cuenta a mi pobre cuerpo asaltado que lo intentase. Mi embarazo grande y maratoniano se alargaba interminablemente; no es de extrañar que intentase compensarme los inconvenientes con algunas dosis medicinales de amor maternal. Mi rechazo debió parecer de lo más ingrato; qué desconcertante descubrir que las imágenes y sentimiento se rechazaban como
inapropiados.

Bien... pisoteé a la muerte y pisoteé la maternidad. Bien, aleluya. Si había que hacer el sacrificio, ¿qué mejores víctimas que esos dos esclavistas emocionales? Y la verdad, fue fácil; tenía la lógica de mi lado, acompañada de la venganza. Chris
no
estaba muerto; no tenía razones para llorarle, independientemente de lo que hubiese pasado con el cuerpo que había conocido. Y lo que tenía en el útero
no
era un niño; permitir que un cerebro incorpóreo fuese objeto de amor maternal sería simplemente una farsa.

Consideramos nuestras vidas circunscritas por tabúes culturales y biológicos, pero si la gente quiere romperlos de verdad, siempre parece encontrar un modo. Los seres humanos son capaces de cualquier cosa: tortura, genocidio, canibalismo, violación. Después de lo cual —o eso he oído— la mayoría siguen siendo amable con niños y animales, la música les hace llorar, y por lo general se comportan como si sus facultades emocionales estuviesen intactas.

Bien, ¿qué razones tenía yo para creer que mis pequeñas —y totalmente desinteresadas— transgresiones pudiesen causarme daño?

No llegué a conocer a la madre de alquiler, nunca vi al clon de niño. Pero me pregunté —una vez que supe que la cosa ya había nacido— si a ella su embarazo "normal" le había resultado tan angustioso como a mí el mío. ¿Qué es más fácil, me preguntaba: cargar con un objeto de cerebro dañado y en forma de niño, sin potencial para el pensamiento humano, creado a partir del ADN de un extraño, o llevar el cerebro dormido de tu amante? ¿En qué caso resulta más difícil evitar amar de forma inapropiada?

Al principio, había tenido la esperanza de que podría confundir mentalmente todos los detalles, quería poder despertarme una mañana y fingir que Chris simplemente había estado
enfermo
, y que ahora se había
recuperado.
Pero a lo largo de los meses, había comprendido que jamás sería así.

Cuando extrajeron el cerebro, debería haber sentido —al menos— alivio, pero simplemente me sentí entumecida, y vagamente incrédula. La ordalía había durado tanto; no
podía
terminar con tanta facilidad: sin trauma, sin ceremonia. Había tenido sueños surrealistas en los que trabajosamente, pero triunfante, daba a luz a un cerebro rosa totalmente sano, pero incluso de haber querido algo así (y sin duda podrían haber inducido el proceso), el órgano era demasiado delicado para pasar a través de la vagina. Esa retirada por cesárea era un golpe más contra mis esperanzas biológicas; algo bueno, claro, a la larga, ya que mis esperanzas biológicas jamás podrían cumplirse... pero aun así no podía evitar sentirme ligeramente estafada.

Así que aguardé, aturdida, la prueba de que todo había valido la pena.

No podían simplemente trasplantar el cerebro al nuevo cuerpo, como si fuese un corazón o un riñón. El sistema nervioso periférico del nuevo cuerpo no era idéntico al del viejo; los genes idénticos no eran suficientes para garantizar algo así. Además —a pesar de las drogas para limitar el efecto— partes del cerebro de Chris se habían atrofiado ligeramente por la falta de uso. Por tanto, en lugar de empalmar directamente los nervios entre los imperfectamente emparejados cuerpo y cerebro —lo que probablemente le hubiese dejado paralizado, mudo, tonto y ciego— los impulsos pasarían a través de un "interfaz" computerizado, que intentaría resolver las discrepancias. Chris seguiría teniendo que pasar por rehabilitación, pero el ordenador aceleraría enormemente el proceso, intentando constantemente salvar el espacio entre pensamiento y acción, entre realidad y percepción.

La primera vez que me dejaron verle, no lo reconocí en absoluto. Tenía el rostro flácido, los ojos desenfocados; parecía un enorme niño impedido neurológicamente, cosa que, evidentemente, era. Sentí un ligero ataque de asco. El hombre que había visto después del accidente de tren, cubierto de robots médicos, había parecido mucho más humano, mucho más completo.

Dije:

—Hola. Soy yo.

Miró fijamente al vacío.

La técnico dijo:

—Son los primeros días.

Tenía razón. Durante las siguientes semanas, sus progresos (o los del ordenador) resultaron asombrosos. Su postura y expresión pronto perdieron su desconcertante neutralidad, y los primeros estremecimientos impotentes dieron pronto paso a movimientos coordinados; débiles y torpes, pero esperanzadores. No podía hablar, pero podía mirarme a los ojos, podía agarrarme la mano.

Estaba
allí
, había
vuelto
, de eso no había duda.

Me preocupaba su silencio, pero más tarde descubrí que deliberadamente me habían ahorrado sus primeros intentos vacilantes de hablar.

Una noche de la quinta semana de su nueva vida, cuando entré en la habitación y me senté junto a la cama, se volvió hacia mí y dijo claramente:

—Me han contado lo que hiciste. ¡Oh, Dios, Carla, te quiero!

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Me incliné y le abracé; parecía lo correcto. Y también lloré, pero incluso mientras lo hacía, no podía evitar pensar: nada de esto me afecta en realidad. No es más que otro truco del cuerpo, y ahora soy inmune a todo eso.

Hicimos el amor la tercera noche que pasamos en casa. Yo había esperado que fuese difícil, una enorme carga psicológica para los dos, pero no fue así en absoluto. Y después de todo lo que habíamos pasado, ¿por qué debería haberlo sido? No sé qué temía; ¿un pobre y confuso avatar del Tabú del Incesto atravesando la ventana del dormitorio en el momento crítico, impelido por el fantasma de un misógino desacreditado del siglo diecinueve?

No sufrí ningún equívoco —desde lo simplemente subconsciente a lo endocrino— de que Chris fuese
mi hijo.
Independientemente del efecto que dos años de hormonas placentarias podrían haberme causado, independientemente de todos los programas de comportamiento que "deberían" haber activado, aparentemente gané la fuerza y la capacidad de superarlos por completo.

Cierto, su piel era suave y sin mácula, y carecía de las cicatrices de una década de arrancarse el pelo facial. Podría haber pasado por un chico de dieciséis años, pero eso no me afectaba, cualquier hombre de mediana edad con el suficiente dinero y vanidad podría haber tenido el mismo aspecto.

Y cuando pegaba la lengua a mis pechos, yo no lactaba.

Pronto empezamos a visitar a los amigos; se comportaban con tacto, y Chris lo agradecía, aunque personalmente, yo hubiese discutido con alegría cualquier aspecto del procedimiento. Seis meses más tarde, volvía a trabajar; su antiguo puesto ya estaba ocupado, pero una empresa nueva buscaba empleados (y querían una imagen juvenil).

Trozo a trozo, nuestras vidas se reconstruyeron.

Nadie, mirándonos ahora, pensaría que algo haya cambiado.

Pero se equivocaría.

Amar a un
cerebro
como si fuese un
niño
sería ridículo. Puede que los gansos sean tan estúpidos como para creer que el primer animal que ven al romper el cascarón es su madre, pero hay límites sobre lo que puede aceptar un ser humano cuerdo. Por tanto, la razón triunfó sobre el instinto, y yo conquisté mi amor inapropiado; dadas las circunstancias, en realidad no había más posibilidades.

Pero habiendo desmontado una forma de esclavitud, me resulta demasiado fácil repetir el proceso, reconocer las mismas cadenas bajo otro disfraz.

Ahora me resulta transparente todo lo especial que una vez sentí por Chris. Todavía siento una amistad sincera hacia él, todavía siento deseo, pero antes había algo más. De no haberlo habido, dudo que él hoy estuviese vivo.

Oh, las señales siguen llegando; alguna parte de mi cerebro sigue enviando señales para sentimientos
apropiados
de ternura, pero esos mensajes son risibles, y ahora tan ineficaces como las tretas de una película lacrimógena de décima categoría. Ya no puedo suspender la incredulidad.

No tengo problemas para seguir como antes; la inercia hace que sea fácil. Y mientras todo salga bien —mientras su compañía me resulte agradable y el sexo sea bueno— no veo razones para agitar la relación. Puede que estemos juntos durante años, o puede que le abandone mañana. Sinceramente, no lo sé.

Evidentemente, sigo feliz de que sobreviviese, y en cierto grado, incluso puedo admirar el coraje y el desinterés de la mujer que le salvó. Sé que yo jamás podría hacer lo mismo.

A veces cuando estamos juntos, y veo en sus ojos la misma pasión desvalida que yo he perdido, siento la tentación de compadecerme de mí misma. Pienso: Me
violentaron
, no es de extrañar que sea una tullida, no es de extrañar que esté tan jodida.

Y en cierto sentido, es un punto de vista perfectamente legítimo, pero nunca soy capaz de aceptarlo durante mucho tiempo. La nueva verdad tiene su propia pasión fría, sus propios poderes de manipulación; me asalta con palabras como "libertad" y "entendimiento", y me habla del final de todos los engaños. Crece en mi interior, día a día, y es demasiado fuerte para permitirme sentir remordimientos.

El virólogo virtuoso

En la calle, bajo el sol radiante de una cálida mañana de Atlanta, había una docena de niños jugando. Persiguiéndose, luchando y abrazándose, riendo y gritando, enloquecidos y felices simplemente por estar vivos en un día como ése. En el interior del reluciente edificio blanco, tras ventanas vidriadas dobles, el aire era ligeramente frío —como le gustaba a John Shawcross— y no se oía más que el aire acondicionado y un ligero zumbido eléctrico.

El esquema de la molécula proteínica se estremecía ligeramente. Shawcross sonrió, seguro ya del éxito. Cuando el pH que aparecía en la parte superior de la pantalla cruzó el valor crítico —el punto en el que, según sus cuentas, la energía de la conformación B caería por debajo de la de la conformación A— la proteína de pronto se convulsionó y se volvió completamente del revés. Exactamente como había predicho, y como sus estudios sobre los enlaces habían apoyado decididamente, pero
ver
la transformación (por complejo que fuese el algoritmo que llevaba desde la realidad a la pantalla) era naturalmente la demostración más satisfactoria.

Repitió el acontecimiento adelante y atrás varias veces, totalmente cautivado. Este dispositivo maravilloso bien valía los ochocientos mil que había pagado por él. El vendedor, evidentemente, le había ofrecido varias demostraciones impresionantes, pero ésta era la primera vez que Shawcross había usado la máquina para su propio trabajo. ¡Imágenes de proteínas
en solución
! La difracción de rayos X habitual sólo funcionaba con muestras cristalinas, en las que la configuración de una molécula a menudo no se parecía en nada a su forma acuática, la biológicamente relevante. Una fase líquida semiordenada estimulada por ultrasonidos era la clave, por no mencionar algunos grandes avances en computación; Shawcross no comprendía todos los detalles, pero eso no le impedía usar la máquina. Caritativamente, deseando que el inventor recibiese premios Nobel en química, física y medicina, observó una vez más los asombrosos resultados de su experimento, para luego estirarse, ponerse en pie y salir en busca del almuerzo.

De camino al delicatessen, pasó, como siempre, junto a
esa
librería. Un póster nuevo y chillón del escaparate le llamó la atención, un joven desnudo estirado en la cama en estado de languor post-coito, con una punta de la sábana apenas ocultando su entrepierna. Grabado en la parte superior del póster, imitando a una reluciente señal de neón, se encontraba el título del libro:
Una noche tórrida de sexo seguro.
Shawcross agitó la cabeza, furioso e incrédulo. ¿Se habían vuelto todos locos? ¿No habían leído sus anuncios? ¿Estaban ciegos? ¿Eran estúpidos? ¿Arrogantes? La seguridad
sólo
se encontraba obedeciendo las leyes de Dios.

Después de comer, pasó por un quiosco que traía varios periódicos extranjeros. Las ediciones del sábado anterior ya habían llegado, y el anuncio aparecía en todas ella, traducido cuando era necesario a las lenguas locales. Media página en un periódico importante no salía barata en ninguna parte del mundo, pero el dinero jamás había sido problema.

¡ADÚLTEROS! ¡SODOMITAS!

¡ARREPENTÍOS Y SALVAOS!

¡ABANDONAD
AHORA
VUESTRA INIQUIDAD

O MORIRÉIS Y ARDERÉIS PARA SIEMPRE!

No podía decirlo con mayor claridad, ¿verdad? Nadie podría decir que no le habían advertido.

En 1981, Matthew Shawcross compró una pequeña y venida a menos estación de televisión por cable en el cinturón de la Biblia, que hasta entonces había dividido su tiempo entre fragmentos en blanco y negro en mal estado de cantantes de gospel de los cincuenta, y actos novedosos locales, como encantadores de serpientes (protegidos por su fe, por no mencionar la eliminación de las glándulas venenosas de sus animales) y niños epilépticos (animados por las plegarias de sus padres, y una retirada bien planificada de la medicación, para que el espíritu se apoderase de ellos). Matthew Shawcross arrastró la emisora hasta los años ochenta, gastando una fortuna en una cortinilla de emisión de treinta segundos animada por ordenador (una flota de naves espaciales haciendo piruetas almenadas, lanzando misiles en forma de crucifijo contra una mapa en relieve de Estados Unidos, grabando el logotipo de la emisora: la Libertad que no sostenía una antorcha, sino una cruz), emitiendo los videoclips más recientes y de mejor factura de rock gospel, culebrones "cristianos" y concursos "cristianos", y, sobre todo, identificando temas —comunismo, depravación, ateísmo en las escuelas— que podrían servir de núcleos para telemaratones de recaudación para ampliar la emisora, de forma que telemaratones futuros pudiesen recaudar aún más.

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