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Authors: Greg Egan

Axiomático

 

Greg Egan nos brinda la que es, probablemente, la mejor antología de relatos de ciencia ficción publicada en los últimos 20 años. En este espectacular libro tenemos dieciocho relatos en los que el australiano explora con destreza y habilidad, temas como identidad personal, destino, manipulación genética, conspiraciones globales, o culpabilidad en una antología de referencia en la moderna ciencia ficción. Si alguien cree que la ciencia ficción está muerta es que no ha leído a Greg Egan, y, en particular, no ha leído esta antología. Las ideas son el motivo central de todos estos relatos. Dónde más brilla Egan es en los cuentos que tratan sobre el problema de la personalidad humana. Axiomático, Ver y Cercanía son otras tantas visiones de cómo nuestra biología y la estructura neurológica de nuestros cerebros dan forma a quiénes somos.

Greg Egan

Axiomático

ePUB v1.3

betatron
02.02.2012

Título: Axiomático

© 1995, Greg Egan

Título original:
Axiomatic

Traducción de Pedro Jorge Romero

Editorial: Ajec

PRESENTACIÓN

Cuando la que es considerada unánimemente como una de las mejores antologías de ciencia ficción de los últimos años (y bajo mi opinión, de cualquier otro género) permanece inédita en España durante más de 11 años, uno tiene la tentación de preguntarse si es tan buena como se pregona, o si no lo es, y alguien está intentando vendernos esa antología como sea.

El problema es que
Axiomático
es tan o más buena de lo que la gente puede esperar. Mientras que se han publicado antologías realmente recomendables (como
La historia de tu vida
, de Ted Chiang, en Bibliópolis) se han editado otras que, en el mejor de los casos, podemos calificar de malas. Entonces... ¿por qué nadie se había atrevido hasta ahora con un libro del calado de
Axiomático
? Un libro que dentro de 50 años seguramente será considerado uno de los grandes clásicos de la ciencia ficción.

La pregunta tiene una respuesta complicada. No es, desde luego, porque Greg Egan sea un autor desconocido en España o Latinoamérica. Desde que la revista Gigamesh empezara a publicar sus relatos, éstos han aparecido en otras muchas publicaciones, además de verse editadas varias de sus novelas (
Cuarentena
y
El instante Aleph
en Ed. Gigamesh,
Ciudad permutación
en Ediciones B y
Teranesia
en Ajec), e incluso la editorial argentina Cuasar ha editado recientemente
Oceánico
, otra de sus antologías de relatos. Egan es reconocido en todo el mundo como uno de los mejores escritores actuales de ciencia ficción, y es de común acuerdo que sus planteamientos e ideas han refrescado un género que quizá estaba anclado demasiado en temas y clichés gastados de tanto uso y repetición una y otra vez.

Quizá los relatos que componen
Axiomático
no sean tan buenos, puede pensar alguien, pero esa idea se desvanece en cuando se lee el primero de los que aparecen en la antología. Y para más inri, no todos son inéditos. Seis de los dieciocho relatos que aparecen en el volumen, ya habían sido publicados en diversas revistas o fanzines a lo largo de los últimos años. Sólo hay que leer «El asesino infinito», «Aprendiendo a ser yo», «La caja de seguridad», «Amor apropiado» (publicado anteriormente como «Bebé cerebro»), «Axiomático» o «Hacia la oscuridad», para darse cuenta del acierto de los respectivos responsables de las revistas donde aparecieron. Son relatos que reflejan lo que debe ser un buen relato de ciencia ficción, con todas sus virtudes y aciertos. Personalmente me es imposible encontrar algún fallo en esos seis relatos ya publicados con anterioridad. Es inútil explayarse en ellos: quienes ya hubieran leído estos relatos los disfrutarán de nuevo, pero los más afortunados son los que puedan leerlos por primera vez, y saborear cada palabra de la novedad, aún mucho tiempo después de finalizar la lectura.

Pero los otros doce relatos inéditos no les van a la zaga. Sin entrar a valorar cada uno de ellos en profundidad, se puede destacar «El diario de cien-años-luz», que auna ciencia ficción y metafísica de una manera tan perfecta como eficaz. «La caricia» es una originalísima delicia que esconde mucho más de lo que se puede ver en principio. En «Cercanía» y «Órbitas inestables en el espacio de las mentiras» Egan aborda su preocupación por el quiénes somos y —sobre todo— el a dónde vamos o el libre albedrío con una maestría insuperable. Pero Egan también sabe ser irónico y divertido, tanto en «La ricura» como en «El virólogo virtuoso», veremos que no todo es tan serio como parece (pero tampoco tan divertido); incluso se permite jugar con cierta amargura en «Eugene», con la esperanza en «Un paseo» y «Ver» o el dilema que puede surgir tras leer «Un secuestro». No es por casualidad que la antología sea considerada en todo el mundo como una de las más consistentes y mejores, y sin duda, muchos de los relatos que la componen serán considerados en su momento como auténticos clásicos del género que los vio nacer, pero, aún más, alcanzarán el estatus de clásicos dentro de la literatura.

No, fuera de toda duda, no es la calidad de los relatos lo que ha dejado este libro inédito en español hasta ahora. Entonces, ¿qué ha podido hacer que sea así?

Quizá el paulatino declive que la ciencia ficción lleva sufriendo desde hace varios años sea la causa principal, unida a la fama de Egan como escritor difícil (lo cual para alguien acostumbrado simplemente a leer no es cierto en absoluto), ha sido causa determinante para que nadie se atreviese a editar esta antología. Y eso ha llevado a que el libro, pese a todo, haya pasado al limbo.

De modo que tal vez sea uno de esos casos de libros tanto extranjeros como nacionales, que con el tiempo van adquiriendo una merecida fama y reconocimiento de libros «imprescindibles», «de culto» o «de lectura obligada», pero por causas difícilmente justificables siguen sin editarse o reeditarse, permaneciendo en una suerte de limbo literario poblado por docenas de títulos de reconocida calidad que permanecen inéditos o perennemente necesitados de una nueva edición. Un limbo que cada año se va ampliando mientras que otros títulos —no ya menores— sino directamente abominables siguen publicándose con una impavidez pasmosa, mientras que los lectores reclaman precisamente esos títulos olvidados, y —por norma general— ignorados sistemáticamente.

Sirva pues la edición de uno de los libros del limbo como pequeño desagravio para todos los demás que permanecen (y desgraciadamente permanecerán) en ese lugar, y que algún día serán rescatados.

Que ustedes disfruten de la antología.

Raúl Gonzálvez del Águila

Gracias a Caroline Oakley, Deborah Beale, Anthony Cheetham, Peter Robinson, David Pringle, Lee Montgomerie, Gardner Dozois, Sheila Williams, Jonathan Strahan, Jeremy Byrne, Richard Scriven, Steve Pasechnick, Dirk Strasser, Stephen Higgins, Kristine Kathryn Rusch, Lucy Sussex, Steve Paulsen, Andrew Whitmore y Bruce Gillespie.

El asesino infinito

Hay algo que jamás cambia: cuando un yonqui mutante puesto de S empieza a revolver la realidad, siempre es a mí a quien envían a la vorágine para arreglar el embrollo.

¿Por qué? Me dicen que soy estable. De fiar. De confianza. Después de cada interrogatorio tras la misión, los psicólogos de La Empresa (en cada ocasión completos desconocidos) agitan la cabeza asombrados de lo que indican los instrumentos, y me dicen que soy exactamente la misma persona que
yo
era cuando fui a la misión.

El número de mundos paralelos es innumerablemente infinito —infinito como los números reales, no simplemente como los enteros— lo que dificulta las cuantificaciones sin el uso de complejas definiciones matemáticas, pero en general, parece que soy extrañamente invariante: más similar de un mundo a otro que la mayoría de la gente. ¿Cómo de similar? Lo suficiente para ser útil. Lo suficiente para cumplir con el trabajo.

Nunca me han contado cómo sabe La Empresa todo esto, cómo me encontraron. Me reclutaron a los diecinueve años. Me sobornaron. Me entrenaron. Me lavaron el cerebro, supongo. En ocasiones me pregunto si mi estabilidad realmente depende de

; quizá la verdadera constante es la forma en que me han preparado. Quizá un número infinito de personas diferentes, pasando por el mismo proceso, acabarían igual. Han acabado todas igual. No lo sé.

Los detectores esparcidos por el planeta han sentido los débiles comienzos de una vorágine, y han determinado su centro con una precisión de kilómetros, pero se trata de la posición más precisa que puedo esperar recibir por esos medios. Cada versión de La Empresa comparte libremente su tecnología con las otras, para garantizar una respuesta uniformemente óptima, pero incluso en el mejor de todos los mundos posibles, los detectores son demasiado grandes, y demasiado delicados, para dar una lectura más precisa.

Un helicóptero me deposita en un yermo al borde sur del ghetto de Leightown. Nunca he estado aquí antes, pero los escaparates cubiertos de tablas y los altos bloques de edificios grises que hay por delante me resultan totalmente familiares. Todas las grandes ciudades del mundo (en todos los mundos que he conocido) tienen lugares así, creados por una política que normalmente se denomina
responsabilidad
diferencial.
Usar o poseer S es estrictamente ilegal, y la pena en la mayoría de los países es —en general— la ejecución sumarísima, pero los poderosos prefieren tener a los usuarios concentrados en zonas delimitadas antes que arriesgarse a tenerlos dispersos por toda la comunidad. Por tanto, si te pillan con S en un buen suburbio, te abren un agujero en el cráneo sobre la marcha, pero aquí, no hay peligro de que te pase algo así, Aquí no hay policía.

Me dirijo al norte. Son más de las cuatro de la madrugada, pero hace muchísimo calor, y una vez que abandono la zona buffer las calles están atestadas. Las gente va y viene de clubs nocturnos, licorerías, casas de empeño, casinos y burdeles. A esta parte de la ciudad le han cortado la electricidad para el alumbrado callejero, pero alguien con consciencia cívica ha reemplazado las bombillas normales con globos autocontenidos de tritio/fósforo, que emiten una luz fría y pálida como la de leche radioactiva. Uno de los mitos populares es que la mayoría de los adictos al S no hacen más que soñar, veinticuatro horas al día, pero es una ridiculez; no sólo necesitan comer, beber y ganar dinero como todos los demás, sino que muy pocos de ellos malgastarían la droga en los momentos en que sus alter egos también duermen.

Los informes de espionaje indican que hay algún tipo de culto de vorágine en Leightown, que podría intentar interferir con mi trabajo. Ya me han advertido antes sobre esos grupos, pero nunca ha pasado nada; un mínimo cambio de realidad es normalmente lo único que hace falta para que una aberración así desaparezca. La Empresa, los ghettos, son la respuesta estable a S; todo lo demás parece ser extremadamente condicional. Aun así, no debería mostrarme complaciente. Incluso si esos cultos no producen ningún impacto significativo en la misión en sí, sin duda en el pasado
han
matado a algunas versiones de mí, y no quiero que esta vez me toque a mí. Sé que un número infinito de versiones de mí sobrevivirían —algunas que sólo se diferenciarían de mí en
haber sobrevivido
— así que quizá no debería molestarme en absoluto la idea de morir.

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