Recordé los años durante los cuales Zyanya y yo habíamos sido completamente el uno para el otro, y traté de imaginarme cómo me habría sentido si ella me hubiese sido infiel, y al fin le dije: «Amigo mío, sinceramente te comprendo. Sin embargo ese niño será el hijo de tu esposa, y ella es una mujer muy hermosa, por lo que es casi seguro que el niño también lo será. Casi te puedo asegurar que pronto lo aceptarás e incluso lo llegarás a amar. Yo sé cuán bondadoso eres y sé que puedes amar a una criatura sin padre, tan profundamente como amaste a mi hija cuando perdió a su madre».
«No exactamente sin padre», refunfuñó. «Será el hijo de tu esposa —persistí—. Tú eres su marido. Tú serás su padre. Si ella no ha dicho quién es el padre, ni siquiera a ti, es muy difícil que se lo diga a otra persona. ¿Y quién conoce las condiciones físicas en que te encuentras? Beu y yo, sí, pero puedes estar seguro de que nunca diremos una palabra, acerca de eso. Glotón de Sangre hace ya mucho tiempo que murió, lo mismo que aquel viejo físico de palacio, que atendió tu herida. No puedo pensar en ninguna otra persona que…».
«¡Yo sí! —me interrumpió ásperamente—. El hombre que
es
el padre. Que muy bien pudiera ser un borracho de
octli
, que en meses pasados se ha estado vanagloriando de su conquista, en todas las casas para beber que hay en la isla. Quizás algún día se presente en nuestra casa y venga a demandar…».
Yo dije: «Uno debe de suponer que Cosquillosa fue discreta y escogió bien al hombre», aunque personalmente yo no estaba muy seguro de eso.
«Y hay otra cosa también —continuó Cózcatl—. ¿Tú crees que volverá a estar satisfecha, por mucho tiempo, con la clase de sexo que yo le ofrezco? ¿Tú crees que no volverá a buscar a un
hombre
otra vez? ¿Ahora que ella ha disfrutado el… el sexo normalmente?».
Yo le dije con severidad: «Te estás ahogando en una taza de agua, probablemente todas esas posibilidades nunca lleguen a suceder. Ella deseaba un hijo, eso es todo, ahora ella lo tendrá. Puedo asegurarte que las nuevas madres tienen muy poco tiempo de ocio para dedicarse a la promiscuidad».
«
Yya ouiya
—se quejó roncamente—. Desearía que tú fueras el padre, Mixtli. Si supiera que el que había hecho eso era mi viejo amigo… oh, claro que hubiera tomado tiempo, pero habría llegado a estar en paz conmigo mismo…».
«¡Basta, Cózcatl!». Él me estaba haciendo sentir doblemente culpable, porque
casi
me acuesto con su esposa y porque
no
me había acostado con ella. Pero no había quien lo hiciera callar.
«Además hay otras consideraciones —dijo él vagamente—, pero no tienen la menor importancia. Si ese niño fuera tuyo, yo podría aguantar… podría haber sido su padre por algún tiempo más, por lo menos…».
Me dio la impresión de que estaba divagando y busqué desesperadamente algunas palabras para hacerlo volver a su mente, pero de repente se echó a llorar, con ese llanto seco, áspero, desapacible, como lloran los hombres; nada parecido al llanto suave, blando, casi musical de las mujeres… y luego salió corriendo de la casa.
Nunca lo volví a ver. El resto es tan desagradable que lo contaré rápidamente. Esa misma tarde, Cózcatl huyó de su casa, de su escuela, de sus estudiantes, dejando incluso a todos los sirvientes de palacio que estaban a su cargo. Se fue y se alistó en el ejército de la Triple Alianza que peleaba contra Texcala y de allí marchó directamente a la punta de una espada enemiga.
La forma abrupta en que se fue y su repentina muerte causó tanta perplejidad como pena entre sus amigos y asociados, sin embargo la impresión general fue que él había hecho eso, porque no había podido quedar bien con su patrón, el Venerado Orador. Ni Cosquillosa, ni Beu, ni yo, quisimos desvirtuar esa impresión, e igualmente nunca dijimos nada acerca de la creencia general de que el niño que esperaba su esposa fue engendrado por él antes de irse tan de improviso a la guerra. Por mi parte, nunca dije a ninguno de mis conocidos, ni siquiera a Beu, nada de lo que sospechaba. Recordaba algunas de las frases inconclusas de Cózcatl:
«Yo podría aguantar… podría haber sido su padre por algún tiempo más, por lo menos…». Y recordaba que las brasas del poquíetl le habían quemado y él no lo había sentido, su voz pesada, sus ojos legañosos y ojerosos, aquella mancha plateada en su cara… Los servicios funerarios se hicieran sobre su
maquáhuitl
y su escudo, que habían sido traídos del campo de batalla. En aquella ocasión y en compañía de incontables dolientes, le di a su viuda mis condolencias fríamente y después evité el volverla a ver, deliberadamente. En lugar de eso, busqué al guerrero mexícatl que había traído las reliquias de Cózcatl y que había estado presente en el entierro. Le hice la pregunta con toda franqueza y después de un momento de vacilación, al fin me contestó:
«Sí, mi señor. Cuando el físico del ejército rompió su armadura acojinada alrededor de la herida de ese hombre, encontró que éste tenía como unos granos y una gran parte de la piel de su cuerpo tenía unas manchas escamosas. Usted adivinó bien, mi señor. Él estaba enfermo de
teococoliztli
».
Esa palabra significa El Ser Comido Por Los Dioses. Claro que esa enfermedad también es conocida en el Viejo Mundo, de donde ustedes vienen, porque cuando los primeros españoles que llegaron aquí vieron a ciertos hombres y mujeres sin dedos de las manos y de los pies, sin nariz, pues en las etapas finales de esta enfermedad se cae casi toda la cara, ellos dijeron:
«¡Lepra!».
Los dioses se comen a sus escogidos
teocócox
, rápida o gradualmente, y pueden hacerlo muy despacio o vorazmente o de diferentes maneras, pero ninguno de los comidos por los dioses, se han sentido muy honrado por haber sido escogido. Al principio, algunas partes de su cuerpo pierden toda sensibilidad, como en el caso de Cózcatl, cuando él no sintió cómo se quemaba su brazo. Sienten también que los tejidos de adentro de sus ojos, nariz y garganta se hacen más gruesos, como si se hincharan, así es que el que lo padece se ve afectado de su vista, su voz se enronquece y traga y respira con dificultad. La piel de su cuerpo se seca y se cae como si fuera trapo viejo o pueden salirle granos que se convierten en incontables nódulos que se rompen por la supuración, convirtiéndose en llagas. La enfermedad es invariablemente fatal, pero lo más horrible de todo es que usualmente toma mucho tiempo comerse a la víctima completamente. Las extremidades más pequeñas del cuerpo, como los dedos, la nariz, las orejas, el
tepuli
, era lo primero que se comían, dejando en su lugar solamente hoyos o viscosos muñones. La piel de la cara se tornaba como cuero, cogía un color gris plateado y se caía de tal manera que la piel de la frente de una persona podía caer dentro del hoyo en donde una vez había estado su nariz. Sus labios se hinchaban y el de abajo lo hacía tanto que pendía tan pesadamente que su boca estaba por siempre abierta.
Sin embargo, aun así los dioses continuaban comiendo ese alimento, sin ninguna prisa. Podía ser sólo cuestión de meses o tomaba años, antes de que un
teocócox
estuviera incapacitado de ver, caminar, hablar o sin poder hacer uso de ninguno de sus miembros carcomidos. Y todavía así, seguía viviendo; encamado, inútil, maloliente por la putrefacción, sufriendo esa miseria horrible por muchos años más, antes de que muriera por sofocación. Pero no todos los hombres o las mujeres que lo sufrían deseaban vivir esa media vida y aunque la pudieran soportar sus seres queridos no podían sufrir por tanto tiempo las náuseas y el horror que les provocaba al atender las funciones de sus cuerpos y sus necesidades. La mayoría de los escogidos para ser comidos por los dioses, sólo vivían hasta que ellos dejaban de parecer seres humanos, luego se mataban tomando un trago de veneno, estrangulándose o con una daga, o encontrando la manera de lograr la muerte más honorable de todas, la Muerte-Florida, como lo hizo Cózcatl.
Él sabía lo que le esperaba, pero amaba tanto a su Quequel-miqui, que pudo haber sufrido y desafiado el ser comido por los dioses por el mayor tiempo posible, o el que ella hubiera podido soportar sin recular a su vista. Aunque se hubiera dado cuenta de que su esposa lo traicionó hubiera esperado a ver al niño y habría sido su padre por lo menos por un tiempo, como él me lo había dicho, si ese niño hubiera sido mío. Pero no lo era, y su esposa le había sido infiel con un extraño. Así es que no tenía deseo o razón para posponer lo inevitable y fue derecho a enterrarse en la espada de un texcalteca.
Sentí más que pena y aflicción cuando perdí a mi amigo Cózcatl. Después de todo yo había sido responsable de él durante mucha parte de su vida, desde que tenía nueve años y era mi esclavo en Texcoco. Desde entonces mi comportamiento con él no fue de lo mejor, pues casi hago que lo ejecuten al haberlo involucrado en mi venganza contra el Señor Alegría. Después él perdió su virilidad mientras trataba de protegerme contra Chimali. Y si no le hubiera pedido a Cosquillosa que fuera la madre de Cocoton, ella nunca habría deseado tan ávidamente llegar a serlo.
Y en cuanto a su adulterio, si no me vi realmente involucrado en él fue debido a las circunstancias y no a mi rectitud o a mi fidelidad hacia Cózcatl, y aun así, le causé un perjuicio. Si yo me hubiera acostado con Cosquillosa y la hubiera dejado embarazada, Cózcatl habría vivido por un poco más de tiempo y quizás hasta dichoso, antes de ser totalmente comido por los dioses…
Pensando en todo eso, me he preguntado muchas veces por qué Cózcatl siempre me llamó
amigo
.
La viuda de Cózcatl todavía dirigió la escuela y al grupo de maestros por unos cuantos meses más, hasta que le llegó el tiempo de parir a su maldito bastardo. Y en realidad fue maldecido, porque nació muerto; ni siquiera recuerdo haber oído de qué sexo fue. Cuando Cosquillosa pudo caminar, ella también, como Cózcatl, dejó la isla para siempre alejándose de Tenochtitlan y nunca más regresó. La escuela fue toda confusión y los maestros a quienes no se les había pagado amenazaron con irse también. Así que Motecuzoma, sintiéndose vejado con la idea de recibir a sus sirvientes a medio educar, ordenó que la propiedad abandonada fuera confiscada. Puso a cargo de ella a unos maestros-sacerdotes sacados de una
calmécac
y la escuela siguió existiendo por todo el tiempo que existió la ciudad.
Llegó por fin el día en que mi hija Cocoton cumplió los siete años, y por supuesto que todos dejamos de llamarla Migajita. Después de pensarlo mucho, de escoger y descartar, decidí agregar a su nombre de nacimiento Uno-Hierba el nombre adulto de Zyanya-Nochipa, que quiere decir Siempre Siempre, la primera palabra en el lenguaje de su madre, el lóochi y la segunda en náhuatl. Pensé que ese nombre, aparte de ser a la memoria de su madre, también era un hábil uso de las palabras. Zyanya-Nochipa podría significar «siempre y por siempre», como un encarecimiento al ya bello nombre de su madre. O se podría interpretar por «siempre Siempre», significando que la madre vivía en la persona de su hija. Con la ayuda de Beu, arreglé una gran fiesta de celebración para ese día, invitando al vecinito Chacalin y a todos los demás compañeros de juegos de mi hija, con sus respectivos padres. Antes, por supuesto, Beu y yo llevamos a la niña para que fuera registrada con su nuevo nombre en el registro de ciudadanos de esa edad. No fuimos a ver al hombre que se encargaba del registro de toda la población en general. Ya que Zyanya-Nochipa era la hija de un campeón Águila, fuimos a ver al
tonalpoqui
de palacio, quien se encargaba de registrar a los ciudadanos más selectos.
El viejo archivero gruñó: «Es mi obligación y mi privilegio usar el libro
tonálmatl
adivinatorio y con mi talento interpretar el nombre que le corresponde a la criatura. Las cosas han llegado a ser tan agraviantes, que los padres creen que simplemente pueden venir aquí y
decirme
qué nombre debo ponerle al nuevo ciudadano. Eso ya es bastante indecoroso, Señor Campeón, y para colmo usted todavía quiere ponerle a la pobre criatura dos palabras exactamente iguales aunque están en diferentes lenguas, pero que además no quieren decir
nada
. ¿No podría llamarla por lo menos Siempre Enjoyada o algo más comprensible que eso?».
«No —dije con firmeza—. Ella será Siempre Siempre».
Él preguntó con exasperación: «¿Por qué no Nunca Nunca? ¿Cómo espera que yo dibuje en la página que le corresponde del registro, un nombre que simboliza sólo palabras abstractas? ¿Cómo puedo hacer el dibujo de sonidos que no significan nada?».
«Eso de que no significan nada no es cierto —dije con sentimiento—. Sin embargo, Señor Tonalpoqui, ya me anticipé a tal objeción, pues me jacto de poder trabajar con palabras pintadas. Verá usted, en mis tiempos yo también fui escribano». Le di el dibujo que había hecho, que mostraba una mano agarrando una flecha en la cual estaba posada una mariposa. Leyó en voz alta las palabras, mano, flecha y mariposa: «
Noma, chichiquili, papálotl
. Ah, veo que usted está familiarizado con la manera útil de dibujar el significado de una cosa únicamente por el sonido. Sí, en verdad que los primeros sonidos de las tres palabras hacen que se lea
no-chi-pa
. Siempre».
Aunque lo dijo con admiración, parecía como si le hubiera costado un gran esfuerzo decirlo. Entonces caí en la cuenta de que el viejo sabio temía que no se le pagara su salario completo, ya que no le dejé más trabajo que hacer, que copiar el nombre. Así es que le pagué una cantidad en polvo de oro que hubiera tenido que ganar en varias semanas de estudiar sus libros adivinatorios. Cuando hice eso, dejó de gruñir y se puso a trabajar inmediatamente. Ceremoniosamente y con gran cuidado, utilizando más pinceles y cañas de los que en realidad necesitaba, pintó los símbolos utilizando toda la hoja completa del registro: un punto, el glifo afelpado, la hierba y luego los símbolos que yo había dibujado de Siempre, dos veces. Así mi hija quedó registrada con el nombre de: Ce-Malinali Zyanya-Nochipa, para ser llamada familiarmente por Nochipa.
En el tiempo en que Motecuzoma subió al trono, su capital Tenochtitlan apenas se había medio recobrado de la devastación producida por la gran inundación. Miles de sus habitantes todavía estaban viviendo amontonados, con los familiares que habían tenido la suerte de conservar sus casas, o habitaban en cabañas construidas con los pedazos de piedras dejados por la inundación o hechas con las hojas de los magueyes que estaban en la tierra firme, o viviendo en un estado todavía más miserable en canoas atadas bajo los soportes de los caminos-puentes de la ciudad. Se necesitaron dos años más antes de que la adecuada reconstrucción de viviendas de Tenochtitlan fuera terminada bajo la dirección de Motecuzoma. Y ya que estoy hablando de eso, él se mandó construir un palacio nuevo, a la orilla del canal que da al lado sur en El Corazón del Único Mundo. Era un palacio inmenso, de lo más lujoso y elaboradamente decorado y amueblado, un palacio sin igual, como nunca se había visto en estas tierras, mucho más grande que toda la ciudad y nación completa de Nezahualpili. De hecho, Motecuzoma, imitando a Nezahualpili, mandó construir también un elegante palacio campestre, en la falda de la bellísima montaña en el pueblo de Quaunáhuac, al que ya he mencionado varias veces con admiración. Como ustedes saben, mis señores escribanos, si alguna vez han visitado ese palacio desde que su Capitán General Cortés se apropió de él, para convertirlo en su residencia, habrán visto que sus jardines son los más vastos y los más magníficos, con plantas exóticas que estoy seguro que ustedes jamás las han visto en ninguna otra parte.