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Authors: Jane Yolen

Blanca Jenna (24 page)

Soltó las riendas de Deber y susurró:

—Demasiado tarde. Otra vez es demasiado tarde. Tal como dijeron los Grenna.

Dejó caer las manos y se sintió invadida de pronto por una extraña apatía. Pero Iluna, alzó la espada, clavó los talones en su caballo y se abalanzó sobre los tres hombres que luchaban contra uno al grito de:

—¡M’dorah!

Los tres hombres se dispersaron ante su ataque. Iluna dejó caer las riendas, bajó del caballo y se volvió para decirle algo al hombre que había rescatado. Ante los ojos de Jenna que miraba desde lejos, éste alzó su espada y la clavó en el pecho de Iluna. Ella cayó, girando hacia un costado en el último momento para salvar a la niña a sus espaldas. El hombre se subió encima del cuerpo de ella y echó la cabeza hacia atrás con un rugido. Jenna pudo oírle desde el otro lado del campo.

De pronto, la calidez de la apatía dio paso a una oleada de fuerza, fría como el hielo. Pronunciando el nombre de Iluna como un grito de batalla, Jenna clavó los talones una y otra vez en el flanco de Deber y se lanzó al galope hacia los árboles.

El hombre la esperó con una sonrisa. Ella aún no había recorrido la mitad del trayecto cuando alcanzó a reconocerlo. El hielo que había invadido su cuerpo se transformó en algo al rojo vivo que ocupaba su cabeza. Recordó las palabras de Alta en el bosque: Lo más importante que debes hacer es recordar. Recordó el fuego en la cima del peñasco, y éste se transformó en un río ardiente que corría por sus venas. Podía sentir el sudor sobre su frente y debajo de sus brazos.

Justo antes de llegar a los árboles, saltó del lomo de Deber. El caballo viró hacia la derecha, Jenna rodó hacia la izquierda y luego se levantó con la espada en alto. Le extrañó que el hombre no se quemase con su ardor.

—Bueno, perra de Alta, ¿crees que ahora tendrás el coraje para hacer lo que no hiciste antes? Recuerda que esta vez tengo las manos libres.

Alzó la espada con ambas manos y la hizo girar por encima de su cabeza. La hoja cortaba el aire produciendo un horrible zumbido. La espada era mucho más pesada que la de ella y aún estaba manchada con la sangre de Iluna, pero si su peso lo fatigaba era algo que Jenna no podía saber. En un enfrentamiento directo no tenía ninguna posibilidad de derrotarlo. Tendría que enfriar su fuego y utilizar la astucia, la astucia del ratón.

Hubo un sonido a sus espaldas, pero Jenna no se volvió. Debían de ser los tres que se habían dispersado ante el caballo de Iluna. Fueran quienes fuesen, si habían estado luchando contra el Oso debían de ser de los suyos.

—Vuestros nombres —les gritó con los ojos fijos en el Oso.

—Anna, soy Marek.

—Y Sandor.

El sonido ahogado del tercero le indicó que se trataba de Jareth. ¡Estaban vivos... los tres!

—Bendita sea —murmuró, y luego alzó la voz—: ¡Buenos muchachos!

—Ya lo creo que son muchachos —bramó el Oso—. ¡Cachorros! Ni tres perros adultos son capaces de derribarme. Ni tres perros adultos con su perra madre. —Se echó a reír.

Jenna oyó que uno de los muchachos lanzaba una exclamación y avanzaba.

—¡No! —gritó—. Dejad que desperdicie su aliento alardeando. No os acerquéis a él. Su espada tiene un largo alcance.

—Muy largo —dijo el Oso—. Y cuando me haya ocupado de los cachorros, le enseñaré una lección a la perra. Una lección que recordarás mucho tiempo. Al menos durante lo que te quede de vida. —Volvió a reír—. Que no será mucho, después de todo.

—Anna... —Era Sandor.

—No. Cuando esto haya terminado, os contaré una historia que Ca... que Longbow me ha contado. Respecto a un gato y un ratón. Por ahora, quiero que recordéis a los Grenna y cómo gobiernan.

—¿Qué quieres decir...? ¡Oh!

Alguien le había propinado un codazo a Sandor. Probablemente Jareth. Jareth debió de ser el primero en comprender.

Los muchachos se abrieron en un amplio círculo; ninguno más alto ni más bajo, ninguno más lejos ni más cerca, bajo la tutela silenciosa de Jareth. Igual que en el círculo de los Grenna.

Entonces Jenna oyó otro sonido, aunque en ningún momento apartó los ojos del Oso. Por la expresión en el rostro de éste sospechó que finalmente había acabado la lucha de los hombres que ocupaban el centro del campo. O el círculo de espadas había acabado con varios guerreros. Comprendió que el número de hombres alrededor del Oso se había duplicado y supuso que a ninguno de ellos le quedarían flechas, ya que de otro modo él estaría muerto.

—Seguid las indicaciones de Jareth. No os coloquéis al alcance de la espada del Oso.

—Venid cachorros, venid aquí perritos —los desafió el Oso—. Uno de vosotros debe hacer el primer movimiento. Uno de vosotros debe ser lo bastante valiente para mostrar a los demás cómo morir —No dejaba de dar vueltas moviendo su espada de derecha a izquierda—. ¿Quién será? ¿Tú, el de la bonita cinta verde alrededor del cuello? ¿O tú, el de las piernas largas? ¿O será la ramera de Alta, cuya trenza cortaré para colgarla de mi yelmo?

Continuó girando mientras se dirigía a todos, pero la advertencia de Jenna los mantuvo lo suficientemente lejos, de tal modo que, incluso cuando avanzaba, se encontraban fuera de su alcance.

—Dejad que se canse —les aconsejó Jenna—. No permitáis que su espada nos quite a nadie más.

—Yo no me canso —bravuconeó él—. Os sobreviviré a todos.

Si Jenna esperaba instigarlo para que hiciese un mal movimiento, él era demasiado listo y experimentado para caer en ello. Continuó rodeando el cuerpo de Iluna, sin tropezar nunca con él, dándole algún puntapié cada poco como para subrayar su certeza de que los mataría a todos, uno por uno.

Jenna comenzó a sentir su ritmo. Catrona le había enseñado eso: cómo observar el ritmo particular de un animal en el bosque. ¿Cómo se mueve? ¿Qué trayectos repite? Había sido una lección constante en el bosque, la única forma de asegurarse el éxito de una cacería.

Y esto no es más que otra cacería, pensó Jenna. La cacería del Oso.

¿Qué movimientos eran los que repetía el Oso, entonces? Amago, amago, amago, estocada: amago, amago, estocada. Pero siempre, justo antes de la estocada, había un ligero movimiento en su hombro derecho que señalaba el ataque de la espada. Jenna lo observó unos minutos más para estar segura y les indicó a los hombres que aguardasen. Era evidente que la espera los estaba fatigando, pero fatigaría al Oso también.

Cuando por un instante él le dio la espalda, ella se inclinó rápidamente y extrajo el cuchillo de su bota. Al otro lado del círculo, varios hombres la vieron y uno de ellos alzó las cejas. Esto fue un indicio para el Oso, pero no alcanzó a saber exactamente qué significaba. Al volverse hacia Jenna más alerta que antes, vio el cuchillo y esbozó una sonrisa. El Oso movió el hombro derecho pero, engañándolo, Jenna lanzó primero una estocada con la espada, tal como solían hacer en el juego de las varillas en la Congregación.

Por un momento, el Oso se sobresaltó y apartó la espada con la suya, pero en cuestión de segundos estuvo otra vez en guardia. En ese instante, Jareth, atento a cada movimiento de Jenna, también atacó con su espada. Él nunca había jugado a las varillas y no comprendía el equilibrio de una espada, cómo compensar la pesada empuñadura. El arma se escapó de su mano y el mango golpeó el pecho del Oso; éste la agarró con su mano izquierda, riéndose.

Pero, en el mismo momento, Jenna saltó por el aire. Antes de que el Oso pudiera levantar alguna de las dos espadas, ella estaba sobre él, clavándole el cuchillo entre los ojos. El Oso cayó de espaldas con Jenna encima. Al retorcer el cuchillo hacia la derecha, pudo sentir el crujido del hueso. El Oso alzó la mano derecha con la espada, más como un reflejo que como un ataque. A sus espaldas uno de los muchachos lanzó una fuerte exclamación, pero nada ocurrió.

Jenna observó el rostro del Oso y sus ojos vidriosos. Había algo horriblemente familiar en esa sensación del cuchillo contra el hueso y en los ojos agónicos del hombre que la miraban. No podía recordar dónde había visto antes algo semejante.

—¡Por Catrona! —le susurró en la boca abierta—. Por Iluna. Por todas las mujeres que has matado.

Debajo de ella, pudo sentir cómo el cuerpo del hombre temblaba levemente, se ponía rígido y, luego, se relajaba. La única respuesta del Oso fue exhalar un suspiro ácido a través de sus labios rígidos.

Jenna se levantó lentamente con las manos ensangrentadas. Aún con más lentitud, se las limpió en el chaleco. Cuando se volvió temblaba de forma incontrolable, como si le hubiese subido de pronto la fiebre. Jareth la rodeó con sus brazos tratando de calmarla, pero ella no dejaba de temblar.

Y entonces oyó un llanto débil y extraño que fue haciéndose cada vez más fuerte.

—¡Scillia! —Jenna se volvió hacia la niña. Su temblor desapareció por completo ante aquella llamada—. Pobrecita niña. Ahora eres mía.

Desató a la niña de la espalda de Iluna y la estrechó con fuerza, pero el bebé no tenía consuelo. Sus extraños sollozos sin lágrimas continuaban.

—Dejadla llorar —rogó Jenna—. En un solo día ha perdido madre y hogar. Si no puede llorar por eso, no podrá llorar por nada durante el resto de su vida.

—Debe de tener hambre —apuntó Sandor con sensatez.

—O estará mojada —comentó alguien.

Jenna los ignoró, meciendo a la criatura en su brazo izquierdo mientras los conducía a todos a través del campo, donde yacían los agonizantes y los muertos. A medida que caminaba, Jenna les miraba los rostros. En su mayoría eran los muchachos de New Steading, quienes habían muerto con sus ropas brillantes y sus espadas nuevas, todavía sin desenvainar. Había pocos rostros familiares entre los muertos y, por algún motivo, eso la entristecía aún más. Aquellos jóvenes habían muerto siendo unos extraños para ella, sin una palabra de consuelo. Se había prometido no llorar por la muerte, pero no podía evitarlo. Lloró en silencio para que nadie la viera con el rostro bañado en lágrimas. Al verla, el bebé dejó de llorar y extendió su mano para tocar una lágrima, con fascinación. Jenna besó esa pequeña mano.

Ninguno de los muertos en el campo era Carum. Jenna se aseguró de ello antes de dirigirse hacia el círculo de soldados, ahora tranquilos y en actitud de espera. Cuando se acercó, hubo uno que salió a su encuentro. Jenna lo reconoció de inmediato. Era Gileas, el de la cicatriz en el ojo.

Él se llevó la mano a la frente en una especie de saludo.

—Anna, debes venir rápido. Es el rey. Se está muriendo.

—¿Y su hermano? —preguntó ella en voz baja, tomando conciencia de que dentro del círculo había más cuerpos tendidos—. Carum Longbow. ¿Qué hay de él?

—Lo han hecho prisionero, junto a varios más. Proclamaron su victoria soplando sus trompetas, se llevaron lo que pudieron y partieron rápidamente. Atrás dejaron a sus muertos y a los que todavía luchaban.

¡Prisionero! La mente de Jenna no lograba aceptarlo. Se lo repitió una y otra vez y aún no podía. ¡Prisionero!

Gileas la condujo hasta Gorum, que yacía contra las rodillas de Piet. Había una mancha de sangre seca alrededor de su boca. No sonreía. ¡Cuánto hubiese dado ella por ver esa sonrisa de lobo ahora!

—Pike —susurró, al tiempo que descubría lo fácil que podía resultar el perdón.

Se arrodilló a su lado. La criatura en sus brazos extendió la mano hacia él. Aún sin sonreír, Gorum alzó la mano y tocó los dedos de la niña.

—Jenna —le dijo en voz baja—. Debes encontrarlo. Encuentra a Carum. Tráemelo. Debo decírselo. Pronto será rey.

Jenna alzó la vista sorprendida.

—¿Nadie se lo ha dicho?

Piet sacudió la cabeza.

—¿Decirme qué? —El antiguo fuego retornó a su voz y luego se apagó.

—Que Carum...

Piet se llevó un dedo a los labios.

—Que Carum... todavía se encuentra luchando. Con coraje. Bien. No sólo con el arco, sino también con la espada.

—Entonces estaba equivocado. Será un buen rey.

Cerró los ojos por un momento y volvió a abrirlos.

—Tú eres el rey —susurró Jenna—, mientras tengas vida. Y aún no estás muerto. Vivirás mucho tiempo. Lo sé.

—Tú eres una profecía niña, no una profetisa. Yo ya estoy muerto. Un rey... —Tosió y escupió una bocanada de sangre roja que volvió a tragar con esfuerzo—. Un rey sabe más que una niña. Es por eso por lo que soy yo el rey. —Esta vez logró sonreír—. Serás una buena reina, Jenna. Tenía razón respecto a eso aunque me equivoqué sobre lo otro.

—¿Lo otro?

—Calla, no desperdicies tus fuerzas —le advirtió Piet.

—No tiene importancia, y ahora no te conviertas en una niñera tonta —replicó el rey—. Debo decírselo. —Trató de sentarse un poco más derecho y cayó hacia atrás en brazos de Piet—. Estaba equivocado. No teníamos las fuerzas suficientes para ir contra Kalas. Aún no. Nunca las tendremos. Recuerda la historia del gato y del ratón que mi madre... ¿Te la ha contado? No tengo fuerzas para hacerlo ahora.

—Me la ha contado.

—Recuerda... —su voz era apenas audible.

—Lo recordaré.

—Realmente eres el final. Al menos, eres mi final.

Sus ojos se cerraron.

—He matado al Oso —murmuró Jenna segura de que hablaba con un hombre muerto.

—Por supuesto —dijo el rey sin abrir los ojos—. Estaba escrito.

No volvió a moverse.

Permanecieron sentados durante varios minutos mientras Piet estrechaba al rey entre sus brazos. Nadie hablaba, aunque a cada poco una tos quebraba el silencio. La niña se había dormido y, con sumo cuidado, Jenna la colocó junto a Gorum.

Piet alzó la vista.

—Ha muerto —admitió finalmente.

Muerto. La palabra retumbó en la cabeza de Jenna. El rey se había ido y Carum se había ido. Uno muerto; el otro prisionero. Pero los dos se habían ido. Estaba a punto de hablar cuando Sandor gritó:

—¡Atención! Un ejército. Entre los árboles.

—Nada de atención —dijo Jenna—. Son mujeres. Las hermanas de M’dorah. ¿No veis a Petra a la cabeza?

—¡Mujeres, bah! —exclamó un muchacho.

Otros le hicieron eco.

—Callad vuestras estúpidas bocas —se irritó Piet—. ¿Nunca habéis visto luchar a una mujer? Yo sí. Codo a codo conmigo. Y son mejores que nosotros. Sin duda mejores que tú, chaval. Y la Anna es la mejor de todos. ¿No acaba de matar al Oso? ¿Qué tienes que chillar ahora? —Nada.

El muchacho bajó la vista. Los que le habían apoyado guardaron silencio.

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