Bruja blanca, magia negra (10 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

—Se le ve bastante inofensivo para ser alguien capaz de dar una paliza a un detective de la AFI —dijo Jenks.

—En ocasiones es mejor no fiarse de los que parecen más tranquilos —murmuré preguntándole con un gesto si había terminado antes de devolverle el papel a Edden. Ivy no se había acercado a mirar, así que supuse que ya lo había visto.

—Todavía no hemos encontrado nada sobre la señora Tilson —dijo Edden dando un respingo cuando Ivy abandonó la habitación a toda prisa—, pero estamos trabajando en ello.

Sus últimas palabras sonaron algo distantes, y era fácil adivinar el porqué. Ivy ya estaba rozando esa espeluznante velocidad vampírica que tanto se esforzaba en ocultarme. Dejando a un lado su inquietante rapidez, me divertía verla así, absorta en sus pensamientos. Los únicos momentos en los que se olvidaba del sufrimiento que le producían sus deseos y necesidades y se sentía útil era cuando estaba trabajando.

Edden me siguió hasta el pasillo. No tuvimos ningún problema en averiguar a dónde había ido Ivy. Jenks acababa de pasar volando por delante de la puerta abierta del baño, y al final del pasillo se encontraba un asustado agente de la AFI de cierta edad, con la espalda apoyada en la pared.

—¿Está ahí dentro? —le preguntó Edden. Era evidente que el sudoroso agente no se esperaba toparse de bruces con una impetuosa vampiresa vestida con ropa de cuero, y su superior le dio unas palmaditas en el hombro—. ¿Te importaría comprobar si se han enviado ya las huellas?

El pobre hombre se alejó agradecido, y Edden entró en una habitación que, a todas luces, era el dormitorio de la niña.

Si Ivy ya parecía fuera de lugar en la estancia anterior, en aquel sitio, con la cunita, los lazos con volantes de las cortinas y los costosos juguetes de colores brillantes, daba la impresión de que acabara de llegar de Marte. Y mientras que la vampiresa no pegaba ni con cola, Jenks encajaba de maravilla, revoloteando con las manos en las caderas mientras observaba con cara de asco un dibujo de Campanilla.

—Más que buscando la manera de encontrarlos, estamos recopilando pruebas para un posible juicio —dijo Edden para que no decayera la conversación y seguir ocultando el profundo dolor que se leía en sus ojos—. No pienso permitir que un abogado consiga que los dejemos en libertad enarbolando la bandera de la Constitución.

De repente di un respingo. De golpe y porrazo, uno de los juguetes había empezado a emitir una musiquita, y Jenks, despidiendo una densa nube de polvo, estuvo a punto de chocarse contra el techo, dejando claro quién era el culpable de aquello.

—No se puede salir huyendo con una niña pequeña sin dejar un rastro tras de ti —dije sintiendo una descarga de adrenalina—. Y he oído decir que la madre la tenía muy mimada. —En aquel momento miré al montículo de juguetes—. Basta con que apuestes a uno de tus hombres en la juguetería y, en menos de una semana, darás con ellos.

—Los quiero ya —dijo Edden con gravedad. La música dejó de sonar y, al ver al pixie suspendido en mitad de la habitación con expresión compungida, añadió—: No te preocupes, Jenks. Ya nos vamos de aquí.

¡
Ah, claro
!
Yo me llevo una bronca y a él le dice que no tiene importancia
. No obstante, mientras Ivy se dedicaba a curiosear, me dirigí a la mecedora atiborrada de libros, sonriendo al descubrir un título que me era familiar. Entonces me decidí a cogerlos, sin querer abandonar aquel rincón de inocencia y buen gusto. Me había invadido una sensación de melancolía, y era consciente de que estaba relacionado con mi dilema sobre ser madre. Si no hubiera sido por mi enfermedad sanguínea, podría haber tenido alguna oportunidad, pero no podía soportar la idea de que mis hijos fueran demonios.

Acababa de soltar el libro puzle con solapas cuando vi que Ivy se detenía con cautela entre los peluches y las ceras de colores, y se quedaba inmóvil como si el tierno ambiente hogareño fuera contagioso.

—¿Es esta la última habitación? —preguntó, y cuando Edden asintió con la cabeza con expresión de cansancio, añadió—: ¿Estás seguro de que no agredieron a Glenn en algún otro lugar y que luego lo trajeron hasta aquí?

—Bastante. Hay huellas suyas por todo el camino, y llegan directamente hasta la puerta.

Su rostro sereno dejó entrever un atisbo de enfado.

—Pues aquí tampoco hay nada —dijo quedamente—. Absolutamente nada. Ni siquiera el más leve murmullo que indique la presencia de un bebé caprichoso.

Al verla dispuesta a marcharse, apilé los libros encima de una mesa. El sonido sordo de una muñeca de cartón al caer al suelo llamó mi atención y me agaché para recogerla. El espléndido libro con solapas era demasiado extravagante para una casa tan pequeña en un barrio deprimido, pero después de ver el dormitorio, no me sorprendió. Era obvio que no escatimaban en gastos cuando se trataba de la niña. Las piezas no encajaban. Nada de aquello tenía sentido.

Jenks se dirigió rápidamente al hombro de Ivy, con el claro objetivo de animarla. Sin embargo, ella no quiso saber nada y lo despachó agitando la mano en el aire. Edden me esperó junto a la puerta mientras pasaba las páginas del libro para devolver la muñeca a su sitio, pero en el pequeño bolsillo había un bulto duro.

—Un segundo —dije, usando dos dedos para intentar sacarlo. No sabía muy bien por qué, pero la muñeca tenía que volver a su camita, y yo era la única que podía hacerlo. Eso era lo que decían las letras de gran tamaño. Me sentía melancólica, de modo que Edden podía esperar.

No obstante, cuando mis dedos tocaron el pequeño bulto del bolsillo, los retiré de golpe y me los metí en la boca antes de saber lo que estaba haciendo.

—¡Au! —grité sin sacarme los dedos, y me quedé mirando el libro, que había caído sobre la silla.

La expresión de Edden se volvió recelosa, y Jenks vino volando hasta donde me encontraba. Ivy se paró en seco en el umbral, con los ojos negros por la descarga de adrenalina que yo acababa de sufrir. Avergonzada, me saqué los dedos y apunté hacia el libro.

—¡Hay algo ahí dentro! —dije temblando por dentro—. Se ha movido. Hay algo dentro de ese libro. ¡Y tiene pelo!
Y está caliente, y me ha dado un susto de muerte
.

Ivy volvió a entrar en la habitación, pero fue Edden el que sacó un bolígrafo y se puso a escarbar en el bolsillo. Los tres nos encorvamos sobre el cuento mientras que Jenks aterrizó cerca y se inclinó para echar un vistazo.

—Es una piedra —dijo incorporándose y mirándome desconcertado—. Una piedra negra.

—¡Tenía pelo! —exclamé dando un paso atrás—. ¡Y se movía!

Edden introdujo de nuevo el bolígrafo y sacó un trozo de cristal negro que brillaba bajo la luz de la lámpara.

—Aquí tienes a tu ratón —declaró secamente, y yo sentí que la sangre se me helaba cuando me di cuenta de lo que era.

Nos encontrábamos ante una lágrima de banshee. Una jodida lágrima de banshee.

—¡Es una lágrima de banshee! —exclamamos Ivy y yo al unísono, y Jenks soltó un gritito y se puso a revolotear como un loco entre las dos hasta que, finalmente, aterrizó en mi hombro.

Reculé, retorciéndome la mano como si pudiera borrar el haberla tocado. ¡
Maldición
!
He tocado una lágrima de banshee
. ¡
Oh, mierda
!
Y, probablemente, podía servir como prueba
.

—¿Te ha parecido que tenía pelo? —preguntó el pixie. Hice un gesto de asentimiento y me miré las yemas de los dedos. No mostraban nada extraño, pero la idea de haber tocado una lágrima de banshee me daba pánico.

Lentamente, la expresión de desconcierto de Edden se desvaneció.

—He oído hablar de ellas —dijo, empujándola con la punta del bolígrafo. Seguidamente se irguió por completo y me miró a los ojos—. Esta es la razón por la que no se percibía ninguna emoción, ¿verdad?

Asentí, decidiendo que también explicaba por qué la casa tenía el aspecto de un hogar, pero no acababa de convencerme. La lágrima de banshee lo explicaba todo. Había aspirado cualquier rastro de amor.

—Las dejan en los lugares donde es probable que exista una fuerte carga emotiva —expliqué preguntándome por qué Ivy estaba tan pálida. Mejor dicho, más pálida de lo habitual—. En ocasiones inclinan la balanza hacia un lado, empeorando las cosas; como si hicieran que la gente se alterara aún más. La lágrima lo absorbe todo, y el banshee regresa para recogerla.

Y yo la había tocado. ¡Puaj!

—¿Esto lo ha hecho un banshee? —preguntó Edden dejando escapar su rabia a través de una grieta en la capa de serenidad que lo recubría—. ¿Provocó que ese tipo le diera una paliza a mi hijo?

—Probablemente no —le respondí pensando en lo que Matt me había contado y dirigiendo la mirada hacia Ivy—. Que la señora Tilson engañara a su marido es razón más que suficiente para que un banshee dejara una lágrima. Apuesto lo que quieras a que se coló en la casa haciéndose pasar por una canguro o algo parecido.

En aquel momento observé la lágrima, oscura y pesada, almacenando las emociones de la agresión a Glenn, y sentí un escalofrío al recordar la calidez que desprendía.

—La SI tiene una lista de todos los banshees de Cincinnati —dije—. Se puede analizar la lágrima para descubrir cuál de ellos lo hizo. Es posible que sepa su paradero. Por lo general, escogen cuidadosamente a sus víctimas y si los rendimientos son buenos, las siguen adonde quiera que vayan. Aunque prefieren alimentarse de forma pasiva, pueden dejar exprimida a una persona en cuestión de segundos.

—Tenía entendido que era ilegal —dijo Edden guardando el cristal en una bolsa de pruebas y cerrándola herméticamente.

—Lo es. —La voz de Ivy sonaba suave, pero daba la impresión de que no se encontraba bien.

Jenks también percibió su estado de ánimo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó, y ella cerró por un instante sus ojos levemente almendrados.

—No —respondió ella a punto de echarse a llorar—. Aunque la señora Tilson estuviera engañando a su marido, el sospechoso sabía dónde golpear exactamente a Glenn para dejarlo maltrecho pero sin matarlo. La casa está limpia hasta rozar la obsesión, pero se han gastado demasiado dinero en la niña y en la mujer como para que él sea un maltratador. ¡Por el amor de Dios! Ese tipo ni siquiera tiene un mando para la televisión —dijo apuntando hacia el salón—, pero usan sábanas de seda y han comprado un ordenador para bebés.

—¿Crees que la culpable pudo ser la mujer? —la interrumpí, e Ivy frunció el ceño.

A Edden, sin embargo, pareció interesarle esa posibilidad.

—Si es una inframundana, tal vez una vampiresa viva, podría haberlo hecho. Sabría cómo causar dolor sin provocar lesiones graves.

Ivy emitió un gruñido de desacuerdo.

—Yo sería capaz de olfatear la visita de un vampiro, imagínate si viviera aquí —dijo.

No obstante, seguía teniendo mis dudas. El año pasado no habría creído en la posibilidad de que existiera un hechizo capaz de ocultarle el aroma de un inframundano a otro, pero mi madre había conseguido que mi padre oliera a brujo durante todo su matrimonio.

Me quedé allí de pie intentando averiguar lo que había pasado, y tanto Jenks como yo nos sobresaltamos cuando Edden dio una sonora palmada.

—Fuera de aquí —dijo de pronto, y yo protesté cuando empezó a empujarme hacia el pasillo—. Ivy, Jenks y tú podéis quedaros, pero, Rachel, necesito que salgas de aquí.

—¡Espera un momento! —protesté, pero él siguió empujándome mientras gritaba a alguien que trajera la aspiradora. Ivy se limitó a encogerse de hombros, y me sonrió a modo de disculpa—. Lo siento, Rachel —dijo Edden cuando llegamos al salón, mirándome con ojos divertidos—. Si quieres, puedes husmear en el garaje.

—¿Cómo? —exclamé. Sabía que odiaba el frío, y me lo estaba ofreciendo porque estaba seguro de que no me interesaría—. ¿Por qué dejas que Ivy se quede a colaborar?

—Porque sabe cómo manejarse.

Aquello había sido una grosería.

—¡Serás imbécil! ¡He sido yo la que ha encontrado la lágrima! —exclamé deteniéndome bajo el arco del salón y observando que todos se ponían a murmurar sobre el nuevo curso de los acontecimientos. Algunos incluso volvieron la cabeza, pero no me importó. Se estaban librando de mí.

El rostro de Edden se oscureció por la emoción contenida, pero se calló lo que estaba a punto de decir cuando Alex, el agente que había enviado a vigilar mi coche, entró echando vaho por la boca y con las botas cubiertas de nieve.

—La unidad canina no va a poder examinar tu coche hasta dentro de un par de horas —dijo nerviosamente, al percibir la rabia con que me miraba Edden—. Acaban de descubrir un alijo de azufre en el aeropuerto de los Hollows.

Me sobresalté al descubrir a Ivy a mi lado.

—¿Qué le pasa a tu coche? —preguntó.

Me aparté el pelo de la cara con un bufido.

—He pillado a Tom Bansen justo delante —expliqué—, y me ha entrado la paranoia.

Ivy sonrió.

—No te preocupes por él —dijo—. Estás bajo la protección de Rynn Cormel. No se atrevería.

A menos que los vampiros también me quieran muerta
, pensé. Entonces me volví hacia el capitán de la AFI.

—Edden… —me quejé, pero él me puso una mano en el hombro y me condujo hacia la cocina.

—Alex, acompaña a casa a la señorita Morgan —dijo—. Rachel, te llamaré si te necesitamos. Si no quieres marcharte, puedes quedarte en la cocina, pero esto va a llevar varias horas. Probablemente, hasta mañana por la mañana. En mi opinión, es mejor que te vayas a casa.

No le estaba diciendo a Ivy que se fuera a casa. Inspiré profundamente para lamentarme de nuevo, pero alguien lo llamó por su nombre y, antes de que pudiera darme cuenta, había desaparecido dejando tras de sí un leve olor a café.

Un familiar aleteo hizo que dirigiera mi atención hacia Jenks, que volaba hacia mí desde lo alto del marco de un cuadro.

—Lo siento de veras, Rachel —dijo.

Me apoyé en la pared, disgustada.

—Voy a quedarme —dije alzando la voz lo suficiente para que todos me oyeran, y Alex suspiró aliviado y se acercó a la rejilla de la calefacción más cercana.

—¿Por qué no le ha dicho a Ivy que se marche? —pregunté a Jenks a pesar de que conocía de sobra la respuesta. Tenía envidia de que ella, una vampiresa que en una ocasión había dado una paliza a todos los agentes de la AFI que llenaban un piso, encajara mejor que yo, una bruja que les había ayudado a capturar al vampiro maestro de la ciudad. Yo no tenía la culpa de que Skimmer se lo hubiera cargado.

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