Canción Élfica (11 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

—¡Pero los Caballeros del Escudo hemos estado buscando durante años información que pudiésemos utilizar en su contra!

—No tiene por qué ser cierto para que sea dañino —señaló Granate—. Una acusación no tiene que demostrarse, a veces basta con que las palabras se digan. El poder de las palabras es muy grande. —Alargó una mano para tamborilear sobre la madera oscura de su arpa—. Igual que la música.

»Controlo a mis bardos —añadió la hechicera tras meditar unos instantes—. Se dedicarán a divulgar cuentos sobre Khelben y sobre su amante. La mayoría serán ciertos porque sé muchas cosas de Khelben, cosas que sólo algunos de sus amigos más íntimos sospechan. Y mis bardos se dedicarán a ejercer presión, como visteis hace unos días.

—¿Y?

—Sabéis cómo son los Señores. Si la mayoría se mantiene al margen, incrementaremos la presión sobre Khelben. Es posible que llegue a cometer un error, y entonces os aseguro que la ciudad se enterará.

—¿No os coloca eso en una situación peligrosa? Cuando se divulguen esas historias desconocidas, es posible que se pueda seguir la pista hacia vos.

—Muy aguda —corroboró Granate en tono de aprobación—. Los Caballeros no cometieron errores al evaluar vuestro talento. Pero ya he pensado en ello y he preparado una distracción. Un sobrino de Khelben, Danilo Thann, tiene aspiraciones como bardo. Me he dedicado a mejorar varias de las canciones del joven y las he introducido en la memoria de los bardos que están bajo mi control, de modo que las baladas se cantan a menudo y en todas partes. Como bien sabéis, Aguas Profundas es una ciudad de modas pasajeras, y cada moda se sigue de manera frenética antes de ser abandonada por la siguiente. Las canciones de Danilo Thann son ahora la última moda, y los habitantes de Aguas Profundas las escuchan con gran interés. Pienso utilizar a Danilo Thann para desprestigiar a su tío, el archimago, y a la vez desviar la atención de todos para que no se fijen en mí. Él aceptará la fama, y también la vergüenza.

Lucía sacudió la cabeza con firmeza.

—Conozco a Danilo. Es un tontorrón, pero no tiene malicia. No permitirá que su tío sea deshonrado. Yo no me lo imagino triunfando como maestro de bardos, y me temo que muchas otras personas carecerán también de imaginación. .

Granate se apartó un mechón de pelo entre gris y pardusco para colocárselo detrás de una de sus orejas.

—En ambas cosas estáis en lo cierto, pero ninguna será un problema. La fama del joven «bardo» ha sido establecida y continuará creciendo… a pesar de todo. Y ahora decidme, ¿llegamos a un acuerdo?

Parecía evidente para Lucía que tenía poco que decir sobre el tema, pero enseguida vio que aquello podía redundar en su propio beneficio. Si conseguía destronar a Khelben Arunsun, obtendría su premio, y los Caballeros estarían encantados de concedérselo. En cuanto a su más profundo secreto, trataría a Granate del mismo modo que había tratado a sus superiores durante años: fingiendo ser un Señor de Aguas Profundas para transmitir como información privilegiada cosas que había podido reunir a través de los tratos de negocios y los chismes, aparte de su propia red de espionaje. Quizá, si sus sospechas resultaban ciertas, su relación con Caladorn resultaría útil, además de entretenida. El joven bebía los vientos por ella y confiaba completamente en su persona. Si escondía algún secreto, pronto lo descubriría.

—Supongo que podemos trabajar juntas —accedió Lucía—. Ahora, contadme un poco más vuestro plan.

—No es necesario. Iremos paso a paso. Cuando requiera vuestros servicios, os explicaré al detalle lo que deseo que hagáis.

Eso era más de lo que una descendiente de la realeza podía permitir. Lucía se puso lentamente en pie y, temblando de rabia, miró de arriba abajo a la semielfa.

—Yo no soy sirviente de nadie. Recordad que necesitáis mi poder político.

—Menos de lo que vos necesitáis la magia que controlo a través de la música —replicó Granate y, durante largo rato, se estuvieron observando con ojos desafiantes. Lucía fue la primera en apartar la vista—. Bueno, arreglado —concluyó Granate con una sonrisa—. El arte de los bardos y la política unirán sus fuerzas de nuevo para demostrar a Khelben Arunsun lo que son capaces de hacer si existe un equilibrio entre los dos.

Ahora que se encontraba frente a frente con Elaith Craulnober, Danilo empezó a dudar de la conveniencia de su decisión de enfrentarse al elfo y solicitar los servicios de Vartain. Cuando se habían encontrado por primera vez, dos años atrás, a Elaith no le había agradado Danilo y, sólo por esa razón, había ordenado su muerte; a juzgar por la expresión que ahora veía en el atractivo y anguloso rostro del elfo, Danilo supuso que en aquel momento se estaba arrepintiendo de haber anulado aquella orden.

Una carcajada frenética resonó en el tenso silencio y el elfo harapiento salió corriendo por el jardín. El sol que estaba a punto de ponerse proyectaba una sombra larga detrás de él mientras giraba y saltaba. Danilo vio cómo el elfo desaparecía tras una esquina y luego se volvió con una bobalicona sonrisa hacia Elaith.

—¿Es amigo tuyo?

El elfo de la luna no prestó atención a la pulla de Danilo y señaló el broche que llevaba el Arpista.

—¿Cómo has conseguido uno de ésos? Conozco a unos cuantos que pagarían una fortuna por él, si te decidieras a venderlo.

—Un broche de Arpista se gana por méritos —contestó Danilo con voz pausada.

El elfo chasqueó la lengua.

—¿Y tú los tienes?

—Digamos que si todavía no los tengo, estoy a punto de conseguirlos.

Elaith cruzó los brazos y alzó una de sus cejas plateadas.

—Te escucho.

—Los Arpistas han solicitado los servicios de un bardo y, como la mayoría ha caído bajo el embrujo de un hechizo que afecta a su música y a su memoria, me he ofrecido para ayudar.

—¡De veras! Gracias por ilustrarme con semejante noticia —respondió el elfo con una cordial sonrisa—. Muchos de mis colaboradores estarán encantados de saber que los Arpistas han caído hasta un nivel tan bajo. Tengo tema de conversación para varios meses.

—Me alegro de serte útil. Ahora, si me lo permites, te presentaré a mis compañeros: Morgalla la Alegre, una bardo de sorprendente talento, y Wyn Bosque Ceniciento, músico de Siempre Unidos. Quizá lo hayas visto en alguna ocasión… —Las palabras de Danilo no estaban del todo exentas de malicia, pues sabía que Elaith se había exiliado de la isla natal de los elfos.

Wyn saludó al elfo de la luna con una ceremoniosa reverencia, a la que Elaith no prestó atención. Sin embargo, sí que observó con incredulidad a la corpulenta y diminuta mujer vestida de marrón que había junto a Danilo.

—¿Una enana, señor Thann? Tu buen gusto a la hora de elegir compañeros de viaje se ha deteriorado. ¿Dónde está Arilyn?

—En algún lugar —lo cortó en seco Danilo—. Ahora, si hemos agotado ya nuestra reserva de pullas verbales, he venido a proponerte un negocio.

Elaith parecía intrigado.

—Un negocio capaz de llevar tan lejos de Aguas Profundas al hijo de un mercader parece interesante.

—Como mínimo es poco frecuente —admitió el Arpista—. Cántale la balada, Wyn.

El juglar cogió la lira de plata que llevaba colgada al hombro y cantó la
Balada de Grimnoshtadrano.
Elaith parecía irritado por el curso de la conversación y apenas prestaba atención al elfo dorado, pero mientras Wyn cantaba, Vartain se situó al lado del contratista y escuchó con gran interés mientras destellaba en sus prominentes ojos oscuros una mezcla de inteligencia y curiosidad.

—Creo que ya veo adónde conduce eso —comentó Vartain cuando finalizó la canción—. Estos tres desean responder al desafío del dragón, lo que significa que tendrán que resolver un acertijo, leer un pergamino y cantar una canción. Como las palabras «leer un pergamino» probablemente indican el proceso de invocar un hechizo, deduzco que el joven debe de ser mago. Viaja con dos bardos, pero es posible que carezca del talento de un maestro de acertijos y es por eso que ha venido hasta aquí, a contratar mis servicios. Con esas tres habilidades, tendrán posibilidades de triunfar o, al menos, sobrevivir.

—Bueno, tú no irás —replicó Elaith lisa y llanamente—. Te contraté para esta búsqueda y permanecerás a mi servicio.

Vartain asintió, pero apartó a Elaith y, poniéndose de espaldas a los recién llegados, empezó a desgranar su argumentación utilizando el tácito lenguaje de manos propio de la jerga de los ladrones.

—Como maestro de acertijos, recopilo saber popular de muchas formas y recientemente descubrí que las baladas que recitan los Arpistas habían cambiado. Cuando pregunté a los bardos que las cantaban, todos insistieron en que cantaban las baladas como siempre habían sido. Es evidente que lo que este hombre dice es verdad. Los bardos de los Arpistas que no estaban catalogados como tales no se vieron afectados por el hechizo; pero el desafío del dragón especifica que tiene que acudir un Arpista, lo cual explica por qué este joven se vanagloria de su afiliación a una organización que por lo general se mantiene en secreto. Es posible que los Arpistas estén atravesando tiempos difíciles, mas por lo general son bastante efectivos. Si han consentido en que se inicie esta búsqueda, creo que es porque barajan la posibilidad de tener éxito.

—¿Y? —preguntó Elaith en voz alta.

—Que puedes convertir en propio su éxito —concluyó Vartain, gesticulando con gran fluidez y práctica con sus huesudos dedos—. Quizá tú no prestabas atención a la balada, pero en ella se cuenta que aquellos que superen con éxito el desafío de Grimnoshtadrano podrán elegir su recompensa del botín del dragón.

Elaith se quedó mirando al maestro de acertijos unos instantes, y de repente un extraño destello iluminó sus ojos ambarinos y desvió la vista hacia Danilo y sus compañeros bardos para clavar en ellos una mirada especulativa.

—Por supuesto, te recompensaré por la pérdida de los servicios de Vartain —ofreció enseguida Danilo al ver la expresión del rostro del elfo, impaciente como estaba por aprovechar cualquier ventaja—. Sé que no necesitas dinero, pero corre el rumor de que te gusta coleccionar objetos mágicos.

Danilo dio la vuelta a la manga de su blusa y extrajo una daga de pedrería cubierta por una funda de cuero labrado sujeta a la muñeca. Apartándose para que el hecho de desenfundar una daga no constituyera una amenaza, Danilo lanzó el cuchillo hacia el pimentero. La hoja tembló en la suave corteza el tiempo en que tarda en latir cinco veces el corazón, y, de repente, se esfumó. Danilo levantó la muñeca para que el elfo se la inspeccionara. El cuchillo había regresado a la funda.

—Un juguete muy útil —convino Elaith—. Muy bien, puedes quedarte con Vartain y adiós muy buenas. Me quedaré con el cuchillo, además de cincuenta piezas de platino de peso normal. Lo primero me lo quedo ahora, el resto lo pagarás tú o tus sucesores cuando regrese a Aguas Profundas. Además, hay otra condición: mis hombres y yo uniremos fuerzas con tu formidable ejército. —Hizo una pausa y, tras hacer una reverencia irónica dirigida a Wyn y Morgalla, se volvió de nuevo hacia Dan con una sonrisa forzada—. Desde hoy y hasta que se complete la búsqueda, tú y yo seremos socios.

Danilo se quedó mirando al elfo boquiabierto.

—¿Socios? —balbució cuando por fin consiguió recuperar el habla.

—Exacto.

—¡Por el amor de Beshaba! —maldijo Danilo, evocando la diosa de la mala suerte—. ¡Prometo que no había contado con este giro en los acontecimientos!

—Ni yo —admitió Elaith, guasón—. Veo que estás tan encantado con la propuesta como yo. Aun así, ¿cerramos el trato?

—Supongo que sí —convino Dan con lentitud. Echó una dubitativa mirada al elfo pero acabó por soltarse la daga de la muñeca para tendérsela. Elaith sacó el cuchillo mágico de la funda y, tras examinarlo de cerca, sopesó su peso y equilibrio, y acabó lanzándola al aire. La cogió al vuelo cuando descendía y, en un solo movimiento de gran suavidad, la lanzó contra el pimentero. El cuchillo de pedrería impactó en la misma hendidura donde antes lo había clavado Danilo.

—Tengo una curiosidad —comentó Elaith en tono indiferente—. Imagina que lanzo esta daga contra un enemigo. Cuando se retire el puñal mágico, ¿no sanará la herida? ¿Perdurará el daño?

—Por supuesto.

El elfo sostuvo la mirada de Danilo mientras se ataba la funda al antebrazo, y la sonrisa que esbozó no era agradable.

—Espléndido.

La mañana apenas se había iniciado cuando Larissa Neathal se levantó de la cama. Se sentó en el tocador, delante de un espejo de tres hojas de gran tamaño, y se examinó el rostro en busca de algún rastro de la noche de fiesta. Todavía resonaba en su cabeza el eco de las risas y de la música, y la resaca le provocaba punzadas de dolor en las sienes, pero los ojos grises se veían nítidos y la piel blanca, sin imperfecciones. Oprimió con suavidad las yemas de los dedos en las bolsas diminutas que se le marcaban debajo de los ojos y, tras encogerse de hombros, alargó el brazo para coger un frasco de ungüento. A Larissa no le gustaban los cosméticos y no solía recurrir a ellos, pero tenía una cita al cabo de una hora y en su negocio no podía permitirse no lucir su mejor aspecto.

La noche anterior había sido muy provechosa para la hermosa cortesana. Lady Thione, figura destacada de la sociedad, había abierto la temporada del solsticio de verano con un fastuoso baile de disfraces y durante las largas horas de jolgorio Larissa había llevado hasta el límite su capacidad legendaria para bailar y beber. Desde su punto de vista de cortesana, en especial de una cortesana que también actuaba como Señor de Aguas Profundas, la fiesta no podía haber sido más espléndida. Había conseguido sacar varios secretos comerciales de un afligido comerciante cormyriano, había recogido información interesante de una bardo procedente de tierras lejanas llamada Granate y había conocido a un noble mercader de Tethyr que estaba de visita. Se había comprometido con lord Hhune, un hombre obeso, de cabellos oscuros, con unos ojos pequeños e impenetrables, espesas cejas negras y abundante bigote, para enseñarle la ciudad. A pesar de que no le agradaba el hombre, Tethyr era un pozo sin fondo de chismes políticos y pretendía obtener de él toda la información posible.

A pesar de todos esos éxitos, Larissa se había sentido vagamente indispuesta durante toda la velada y se alegró cuando el festejo llegó a su fin. Pensó que tal vez se había acatarrado mientras echaba una ojeada al vestido que había tirado sobre una butaca de terciopelo, junto a la puerta, antes de dejarse caer en la cama. El atavío, con profusión de bordados, ajustado al cuerpo, al estilo princesa Shou, había despertado mucha admiración, pero la fina tela de satén rojizo ofrecía escasa protección frente a los gélidos vientos nocturnos que azotaban el distrito del Mar. O tal vez era que trabajaba demasiado. Aquellas últimas semanas, los Señores de Aguas Profundas se habían aprovechado hasta el límite de su variedad de habilidades. El talento de Larissa era recabar información, y su campo de actuación era el torbellino de eventos sociales y funciones de la corte. No podía recordar la última vez que había dormido más de dos o tres horas, y empezaba a sentir hasta simpatía por los muertos vivientes.

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